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Cementerio de Derio −15 de junio del año 2045-16:30 horas.
La muchedumbre se estaba haciendo más densa al acercarnos al cementerio. Nadie había preguntado a la familia si deseaba un entierro en la intimidad, por lo menos nadie me lo había preguntado a mí, y el funeral, con rango de estado, había convocado a miles de personas. Sus ideas y sobre todo su idealismo le habían hecho muy popular, sin olvidarse de que supo en todo momento aprovecharse de sus cualidades como comunicador en la televisión, transmitiendo cercanía y rigor a su antojo. La cámara le quería y por lo tanto el pueblo también. Oficialmente mi padre sólo podía haber muerto por causas naturales, ninguna otra alternativa hubiese sido aceptable.
Nuestro coche no era el único y, puesto que posiblemente se estaba concentrando allí todo el parque de vehículos de Euskadi, se estaba generando un pequeño embotellamiento. Los peatones se apartaban para dejar paso a los coches, y miraban por las ventanillas para identificar a sus ocupantes, señalándoles con el dedo y haciendo comentarios entre ellos. Los pocos que me reconocieron fingieron no haberlo hecho.
Dos hileras de ertzainas con uniformes de gala flanqueaban la calle principal del cementerio que llegaba hasta el monumento a los Héroes del Guggenheim. Justo a su derecha sería enterrado mi padre. El protocolo exigía que detrás del féretro caminasen los seis miembros del Gobierno, el Comité de la Republica, con el lehendakari a la cabeza. Mi hermana estaba entre ellos. Gonzalerría se encargaba de mantenerme en un segundo plano, como si fuese un familiar incomodo en un funeral, que era precisamente lo que era.
Fue un funeral hecho a la medida de los medios de comunicación, que el lehendakari aprovechó para rendir tributo a mi padre y magnificar sus logros, que a fin de cuentas eran los del propio lehendakari.
Empezó elogiando el carácter de Aitor Amboto, su condición de persona pragmática y sensible a la vez, subrayando su apego al arte y su presencia en el Patronato del Museo Guggenheim casi desde su fundación. A partir de ese momento se dejó llevar: mencionó la secesión inicial del Estado Español, el desmembramiento de la Unión Europea y la supervivencia de Euskadi como país independiente, la guerra de la independencia contra la invasión de las Marcas Globales y finalmente la paz, la paz y la estabilidad. Una estabilidad conseguida con la creación del Comité de la Republica, que velaba por los intereses de todos los ciudadanos, y sobre todo por los de Euskadi.
Hubiese sido grosero por mi parte indicarle que quizá habría quienes no deseaban que velasen por los intereses que supuestamente tenían, y quienes quizá veían a Euskadi de una forma distinta a la de los miembros del Comité. Ya se lo había dicho unos años antes y no sirvió de nada.