33
Bilbao-3 de octubre del año 2035-05:00 horas.
No sé cuánto tiempo estuvimos dormidos, pero cuando me desperté ya era de noche y había refrescado, Nuria seguía a mi lado, desnuda, y estábamos cubiertos por una sábana. Se oían, silenciados por las ventanas, los gritos del jolgorio que todavía duraba en la calle, prolongados, sin duda, por el alcohol. Escuché en la distancia una versión libre de Asturias Patria Querida, y no pude evitar una sonrisa: a saber que pensarían de esa canción los patriotas más radicales.
Me levanté y me fui al salón donde mi padre dormía en su butaca, intenté no hacer ruido pero debió intuir mi presencia y abrió lentamente los ojos, como si le pesasen los párpados. Después, en un instante, mi padre estaba totalmente despierto.
“Ponte algo de ropa, te vas a resfriar”, me dijo. “Y ya estoy mayor para irte tapando cuando te quedas dormido. Supongo que tu invitada es Nuria”.
“Supones bien”.
“Vístete anda, que te quiero dar un abrazo y en pelota picada me da cierto pudor”.
Volví a la habitación para vestirme y vi cómo Nuria se desperezaba, de una manera felina, sonriéndome y retirando la sábana que le cubría, invitándome a que volviese a su lado. Generalmente no me preocupa demasiado hacer esperar a mi padre, pero hacer el amor con Nuria así en su presencia y en su cama no me parecía de buen tono. A mí también me daba cierto pudor, o sea que acabé de vestirme, di un beso a Nuria y salí para abrazar a mi padre, tiempo habría para lo otro.
“Sois los héroes del Guggenheim”, nos dijo mi padre y no supe si no nos estaba tomando el pelo, supuestos héroes como nosotros había a montones y seguramente unos cuantos de ellos serían más merecedores de ese reconocimiento.
“Eneko, hijo mío, sigues siendo igual de ingenuo que siempre. No te enteras de nada”, me dijo dándome una palmada en la espalda, mientras salíamos del piso para dirigirnos a la sede del Gobierno Provisional de la República de Euskadi.