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Barakaldo −12 de setiembre del año 2035-13:30 horas.
“No te fíes ni de Dios y mantén la pólvora seca”, me dijo Aitor según salíamos de aquel almacén de hierros convertido en cuartel general. Su labio aún no estaba partido por aquella cicatriz, pero su sonrisa, ya entonces, era igual de gélida. Era la primera vez que nos veíamos cara a cara. Aitor había tomado el mando de todas las fuerzas armadas de Euskadi, compuestas en aquel momento por una alianza anti-natura entre la Ertzaintza y unos grupos de lucha armada desubicados, confundidos y sobre todo inestables.
El mensaje de Trébol no dejaba lugar a dudas: debíamos salir de la clandestinidad para luchar por nuestra patria al lado de las tropas del Ejército de Liberación de Euskadi. Por fin llegaba la hora de la verdad y, ante la perspectiva de la batalla a cara descubierta con posiciones claramente establecidas, teníamos sensaciones contradictorias: el orgullo de agruparnos alrededor de nuestra bandera, y el desconcierto ante un nuevo y desconocido campo de batalla sin la protección del secreto, de los zulos, de los informadores y de los pisos francos.
Hasta ese momento siempre había existido el riesgo de la traición o de recibir un disparo, pero las posibilidades de huir y desaparecer eran altas. En esta nueva guerra podíamos caer todos en una masacre sin escapatoria, y no nos cabía la menor duda de que nuestros enemigos no nos darían ninguna tregua. Sin embargo manteníamos nuestra ilusión y nuestra disciplina intacta: obedeceríamos a Trébol, y, por lo tanto, a Aitor.
Eran unos tiempos confusos para todos y el caos reinaba ya en muchas partes, aunque inexplicablemente no se había apoderado de Euskadi. Vivíamos en una pequeña burbuja donde, paradójicamente, el deseo de una nación independiente y el grado de autonomía existente permitían que las estructuras del gobierno funcionasen sin sufrir los avatares y presiones que hicieron tambalearse a las democracias de mayor peso. Por desgracia, nuestra pequeña burbuja estaba a punto de estallar y nos habían llamado para impedirlo.
Años más tarde leí en las bibliotecas de Al-Andalus los múltiples tratados de los historiadores sabios que allí se refugiaron. Casi todos coincidían en su análisis, si bien existían matices para todos los gustos: el capitalismo había podido con las democracias. No fue algo inmediato, pero, si inevitable; una vez que los Estados Unidos iniciaran guerras a instancias de los grandes grupos de presión económicos no hubo marcha atrás. Las fusiones de los grandes conglomerados empresariales y la mayor dependencia de los gobiernos electos en ellas no tardaron en dar paso al control de las Marcas Globales sobre gran parte del planeta que ahora conocemos. Como bien resumió el entonces presidente de la República Francesa, intentando mantener la diferencia cultural de su país, “Hemos subcontratado el gobierno a las Marcas Globales”. Este comentario fue la causa directa de su destitución, que fue obviamente una victoria más de la reorganización llevada a cabo en Europa por la marca Vodafonica, única superviviente de las compañías comunicación. Como cabeza del holding repartió su influencia en los antiguos estados de la Unión Europea con marcas filiales de gran repercusión, como la del Real Madrid en deportes, Guggenheim en cultura y PeaceMakers Inc. en defensa. Era más rentable para un gobierno, o por lo menos más barato, la subcontratación de la gestión de su patrimonio cultural a la Marca Guggenheim, que promocionaría, por ejemplo al museo del Louvre en toda su red, de una forma, a priori, económicamente mas efectiva que a través de su ministerio de cultura. En este sentido también era más eficaz la subcontratación ocasional de tropas profesionales de PeaceMakers Inc. por parte de un gobierno, que el mantenimiento continuo de un ejército nacional únicamente utilizado de pascuas a ramos. En realidad poco habían inventado las Marcas Globales en este último tema: los ejércitos de mercenarios siempre habían existido.
Las órdenes de Trébol no me pillaron por sorpresa. Aunque estaba más preocupado por la segregación de Euskadi y su reconocimiento como nación, no podía estar del todo ajeno a lo que ocurría en el resto del mundo. El control de las incipientes Marcas Globales era férreo en todos los medios de comunicación, y la percepción de que su influencia en el bienestar físico de los ciudadanos era no solo beneficioso sino también benévolo estaba asentada en la mayoría de los países industrializados. Euskadi para las Marcas Globales era un problema inexistente, tanto en cuanto no distorsionase ninguno de sus mercados.
Sin embargo, la situación empezó a cambiar con la resistencia del Gobierno Autónomo por mantener el control sobre ciertos servicios públicos, servicios que las Marcas Globales le ofrecían junto al resto de España. La defensa a ultranza de una identidad nacional, mucho más a flor de piel en Euskadi que en cualquier otro lugar, impedía una fácil cesión de las responsabilidades de gobierno a cualquier otro ente.
Mi padre, en un principio, aguantó la presión con el lehendakari. Empezaron las discusiones entre ellos, las largas charlas durante las noches que yo intentaba escuchar desde mi dormitorio. Las idas y venidas. Las filtraciones a la prensa y la decisión final. Era el momento. Con un Gobierno Central debilitado era el momento de declarar la independencia. Euskadi no sería un mercado más para las Marcas Globales, sería una nación soberana. Yo pensaba más bien que seguían la pauta de “a río revuelto ganancia de pescadores”.
Si las Marcas Globales controlaban los medios de comunicación globales, el Gobierno Autónomo de Euskadi hacía lo propio con los locales, y ambos utilizaban la manipulación de la información como un arma más en una guerra que ya había comenzado. Las negociaciones se entablaban para romperse y para volverse a abrir. Los ultimátum se lanzaban recíprocamente y los dos bandos se acusaban mutuamente de vulnerar el Estado de Derecho, la Constitución, las Libertades del Individuo y los Fundamentos Democráticos. Nadie se escuchaba ni daba su brazo a torcer porque, mientras unos formaban un ejército popular compuesto por policías y comandos de lucha armada, los otros negociaban la toma militar de Euskadi contando con los servicios de una fuerza de choque patrocinada por las Marcas Globales y lo que quedaba del Gobierno de España.
Ni siquiera haría falta un detonante, el enfrentamiento militar era tan inevitable como los impuestos.
Por todo esto no me sorprendieron las órdenes de Trébol.