CAPÍTULO CUATRO
JOSIE
DÍA 31
Traducido por
metal_master_g3
Con lo hambrientos que están, los niños están inquietos a la
hora de comer. Tienen miedo de ir al comedor para desayunar. Se
llama Plaza 900. No sé por qué tiene el nombre elegante de Plaza
900. Tal vez es una broma en Missouri. No soy de aquí. No lo
sé.
―¡Tranquilos! ¡Tranquilícense ya! ―grita hoy Mario. Es Freddy
el que los irrita. Siempre Freddy, que medio desquiciado y
estridente. No puede estar calmado. Es como una pulga, saltando y
hasta mordiendo a veces.
―Cálmense, ahí vamos ―Mario les dice a los niños.
Antes, por supuesto, Excelencia había sido un buen dormitorio.
Formas de color crema y agua. Una alfombra manchada y pinturas
artísticas en las paredes. Como en una buena cadena de
hoteles.
Ahora cualquier cosa que pudiera ser signo de orgullo en sus
paredes se ha ido. Hay manchas en las paredes y piso―café, sangre,
tabaco, orina, quién sabe.
Los hombres ya están afuera. Ahora pasamos por su pasillo para
ir camino a la puerta principal.
Defecto del diseño.
Tenemos que pasar por el pasillo de hombres del primer piso
para llegar al vestíbulo principal y poder salir. El pasillo de
hombres es un zoológico, estos hombres son más animales de lo que
alguna vez pensaron ser.
Caminamos en fila india por el pasillo de los hombres, junto
con las otras setenta mujeres, niños y ancianos de la segunda
planta.
―Manténganse juntos ―dice Mario, más para tranquilizar a
Heather y a Aidan que para instruirlos.
―Mmmmanténganse juntos ―dice un hombre espeluznante con ojos
desorbitados, tambaleándose en su habitación.
Heather grita y el hombre se ríe.
Él apesta y es flaco con unos pocos mechones de pelo.
―Retrocede ―gruño.
Saca la lengua y puedo oler su aliento apestoso. Dios,
horrible.
―Muy bien, muy bien ―dice Mario―. Salgamos.
Salimos hacia el frío, al aire limpio de la mañana y cruzamos
el patio.
Aún es otoño y está haciendo frío. Lo siento mientras
caminamos a través del tramo de hierba seca y cemento que dan forma
al patio.
Ninguno de nosotros tiene ropa de invierno de verdad. Le di mi
chaqueta a Freddy, en un momento de ligera despreocupación, así que
ahora me pongo las dos camisas que tengo en todo momento. Junto con
mis jeans sucios y las zapatillas que solían pertenecerle a la
esposa de Mario. Me entran, casi.
Mario le dio su suéter a Lori, quizás más por seguridad que
por el calor. Ella es arrogante y sólo llevaba un top térmico del
grosor del papel. Se notaban sus pezones a causa del frio.
Pienso en todas las prendas de vestir solíamos donar por medio
de nuestra iglesia. ¿Dónde están las prendas de vestir de los
ciudadanos libres de América? ¿Sienten algo de compasión por
nosotros?
Usaríamos cualquier cosa―no tiene que quedarnos bien. No tiene
que estar limpio. La gente mataría, realmente mataría, por un
cambio de ropa interior.
Los guardias les dan ropa a sus favoritos. No somos los
favoritos de nadie.
Así que ahora Mario y yo sentimos el frío, mientras nos
dirigimos a Plaza 900 para el desayuno.
El cielo es del color del cieno, con una banda de melocotón
cremoso en el horizonte. Es la cosa más bonita que veremos hoy, sin
duda.
Lo respiro, pero la belleza se queda atrapada en mis pulmones,
como inhalar un poco de grava.
―Las corrientes vienen en la noche, escuché ―Heather les
susurra a Aidan y Freddy, acentuando la s.
―Mal ―deja escapar Freddy―. Se VEN como la noche. Son nubes
negras que se acercan.
Él se lanzó hacia adelante, levantando los brazos como un
vampiro acercándose a su presa. ―Y entonces BOOM, golpean
una ciudad y todo el mundo está muerto.
Lori se burla: ―No es así como funcionan los compuestos,
Freddy.
―Dices tú ―resopla él―. Yo estuve afuera también, sabes.
―Cállense los dos ―dice Mario―. Esas historias son rumores,
nada más. Josie y yo vimos cómo explotaban las bombas. Explotaron
esos compuestos fuera del aire. ¿Verdad, Josie?
Los niños me miran. Me encojo de hombros.
Mario sigue tratando de hacerme hablar con ellos, tomar
interés.
Creo que piensa que sería bueno para mí. Me meto las manos en
los bolsillos.
―¿Puedo ir adelante? ―pregunto―. Hace frío.
―Nop ―dice Mario―. Nos mantenemos juntos. Eso es lo que
hacemos.
Como si esta pequeña banda de niños pudiera importar en esta
prisión infernal. Como si este pequeño grupo de niños fuese algún
tipo de grupo en absoluto.
* * *
Entramos juntos.
―Niños, encuentren una mesa. Lori, toma a Heather de la mano
―dice Mario―. Josie y yo traeremos la comida.
Él tiene que hablar fuerte sobre el caos.
(Debido a que Mario es oficialmente el representante de todos
nosotros, él manipula el sistema un poco. Según las reglas, los
niños pequeños deben estar en línea con nosotros. Pero muestra sus
pases y ellos no tienen que enfrentarse a las filas, que pueden
ponerse difíciles. También las señoras que sirven la comida tienen
una debilidad por Mario. No hay sorpresa allí―él es la única
persona agradable en todo el campamento, tan pícaro como puede
ser.)
Incluso sin las luchas y las peleas que inevitablemente
ocurren (todos somos tipo O, después de todo), el sonido de más de
seiscientas personas comiendo, hablando y chasqueando los cubiertos
siempre me provoca dolor de cabeza y un nudo de ansiedad en mi
estómago.
Los niños van a buscar una mesa en la esquina y Mario y yo nos
mantenemos en la línea.
Mantengo mi mirada fija en el suelo. Ésa es la mejor manera de
no participar.
Antes del desastre, Plaza 900 era probablemente un lugar muy
agradable para estar. Lujoso, incluso con diferentes estaciones de
comida esparcidas en una sala gigante. Observando su señalización,
se puede ver que antes esto era ¡Pizza Time! O los comedores podían
tener ¡Zen Gen Sushi, o los Burritos del Tío o Tortillas a Su
Gusto!
Todos sirven los mismos platos ahora: ¡Todos Comen Avena! Y
para almorzar, ¡Siempre Sopa! Y para cenar, ¡Eternamente
Spaghetti!
Nos sirven por turnos.
Excelencia y Responsabilidad comen de 6-7 a.m.
Descubrimiento y Respeto comen de 7-8 a.m.
Gillett y Hudson de 8-9 a.m.
Hay empujones en las filas de alimentos, y peleas. En cada
comida. Por avena. (En realidad, las peleas no son por la avena,
sino por el azúcar que le podemos poner a la avena. Dos paquetes
cada uno y todos siempre se acusan mutuamente de tomar más.)
Nos ponemos en la línea.
Me empujan. No le doy importancia. Mario es empujado. Levanto
mi cabeza.
―Buenos días, señor Scietto ―viene una voz desde mis
espaldas.
Es Carlo. El líder de los Hombres de la Unión, una de las tres
bandas de idiotas que compiten por el control de las
Virtudes.
Una es de sólo latinos y está dirigida por un tipo llamado
Lucho. Están los Garrotes que son del dormitorio Descubrimiento.
Tienen garrotes con los que golpean a las personas. También tienen
una facilidad con las palabras.
Y la que estaba ubicada en nuestro dormitorio se autodenomina
la Unión, y sus miembros son llamados Hombres de la Unión.
Yo no quiero tomarlas en serio. Quiero alejarlos, fingiendo
que son sólo hombres jugando a ser matones. Pero lastiman a las
personas.
Algunas veces lastiman a la gente en público. Mientras los
guardias miran para otro lado.
Carlo pone la mano en uno de los delgados brazos de
Mario.
Mi sangre circula más rápido por la inminente pelea,
inmediatamente.
Los sonidos del resto de la habitación parecen desaparecer y
mi vista se centra en Carlo, y los tres Hombres de la Unión con él.
Uno ancho, otro alto y un adolescente.
―Es hora de que comiences a pagar tu parte ―murmura Carlo. Es
de piel oscura. Cabeza rapada. Tiene ojos marrones llorosos y un
"comportamiento" digno de algún villano de Bond. Casi habla con un
acento británico.
Lleva una camisa abotonada casi limpia todos los días, metida
en sus jeans ajustados de color negro. Una camisa casi limpia
significa tener muchos recursos aquí.
―Estás deteniendo la línea ―se queja Mario.
―Mario Scietto, eres un misterio para mí. ¿Sabes quién nos da
tributo? ¿Lo sabes? Los viejos y los débiles ―dice Carlo.
―Tal vez deberías mirarte en un espejo, Scietto ―dice el
adolescente. Tiene un bigote ralo delgado y los dientes de un
fumador.
―Brett tiene razón ―dice Carlo―. Tú realmente encajas en la
descripción. Tanto viejo como débil. Y esos niños dependen de ti.
Señor Scietto, ¿y si algo le pasara?
―Déjennos en paz ―dejo escapar entre dientes apretados.
―Oooh ―canta Carlo―. Ella habla. Empezábamos a pensar que eras
muda, hermanita.
―La he oído hablar ―dice Brett, el chico familiar.
No tengo ningún tipo de recuerdo en absoluto de él.
―Alguien trató de tomar una toalla de uno de sus niños y ella
casi le arrancó la cabeza.
Sí recuerdo al idiota que había tratado arrebatarle una de
nuestras dos toallas a Heather, pero no tengo ningún recuerdo de
este Brett.
―Sí ―continúa―. Es luchadora.
No me gusta esa palabra. Se utiliza para describir cualquier
mujer con una opinión.
―Muevan la LÍNEA ―alguna persona frenética grita detrás de
nosotros.
Empujo hacia adelante, tomando a Mario suavemente por el
hombro, tratando de alejarlo de los Hombres de la Unión, pero ellos
empujan a través de la gente para poder llegar a nosotros.
Ponemos nuestras bandejas en la línea y los trabajadores de la
cafetería llenan nuestros platos.
―Tienes cuatro pequeños, ¿verdad, mi amor? ―La señora
le pregunta a Mario.
―Buenos días, Juanita. Sí. Somos seis en total.
Juanita coloca su cucharon en seis platos y empieza a
deslizarlos sobre el cristal hacia nosotros.
―Todo lo que queremos hoy es un porcentaje de sus raciones,
Mario ―dice Carlo, sacando un tazón de la bandeja de Mario. Dios
sabe lo que querrán mañana.
―¡Eso no es para ti, pendejo! ―resopla Juanita.
―Está bien ―le dice Mario a la señora que sirve―. Hoy no tengo
hambre.
Juanita me da nuestros doce paquetes de azúcar mientras Mario
y yo continuamos. Las guardo en mi bolsillo.
Nos alejamos de los Hombres de la Unión. Veo a los niños en
una mesa en la esquina. Se ven pequeños y asustados, como de
costumbre.
―Y tomaré esos paquetes de azúcar. ―Carlo tiende la
mano.
―Vete al infierno ―digo.
Carlo se me acerca y pone su maloliente cara contra la mía.
―Ya estamos allí, cariño ―murmura Carlo.
―Dale el azúcar, Josie ―dice Mario―. Dáselos, ahora.
BAM, BAM, BAM late mi corazón. Oh, la sed de
sangre está en marcha y quiero golpear a Carlo. Podría lastimarlo
tanto. Y a Brett. Idiotas arrogantes. Los lastimaría a ambos.
Y veo a Mario allí, de pie junto a mí, una luz, Dios me ayude,
brillando en sus ojos.
Tomo nuestros paquetes de azúcar, la mayor parte al menos, y
los pongo en la mano de Carlo.
―¿Ves? Sabe lo que es bueno para ella ―dice el raro de Brett
con una sonrisa.
Él desliza su mano por mi cadera y me acerca a su
cuerpo.
―¡Tenemos una mesa, tío Mario! ―grita Heather, abriéndose paso
entre la multitud para llegar a nosotros.
Veo a Lori de pie, estirando el cuello, nos mira con
ansiedad.
―Vamos ―insiste Heather. Sigo a Mario mientras Heather nos
dirige.
―No te preocupes, tío Mario ―llama Carlo―. Estás bajo nuestra
protección ahora.
Las manos de Mario tiemblan con la bandeja.
Me echa un vistazo y mira mi expresión.
―No importa ―dice―. Un tazón menos de papilla. Gran
cosa.
―Necesitamos la comida ―digo.
―Hacemos lo que tenemos que hacer para mantenernos a salvo
―murmura―. Diablos, tal vez esto sea algo bueno para
nosotros.
Dejo que piense eso y me trago lo que yo sé que es verdad:
cede ante un matón y él siempre querrá más.