CAPÍTULO TREINTA Y UNO
DEAN
DÍA 34
Traducido por
SwayneMari
―¡Oh Dios mío! ¡No! ¡¡¡No!! ―La voz de Astrid llegó chillando
dentro de mi sueño y salí disparado de la mecedora.
Mi corazón estaba palpitando en un arrebato por salirse de mi
pecho. Bajé de dos en dos las escaleras y la encontré en la sala de
estar, sosteniendo una nota.
―¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ―pregunté.
―¡Es Jake! ―lloró―. Se ha ido.
―¿Qué?
―¡Se ha ido! ¡Se fue! ―Empujó la nota en mi mano y se agachó
en cuclillas, agarrando su vientre.
―¡¿Es todo?! ―grité. No debería haberle gritado, pero mi
corazón estaba martillando muy fuerte.
―Lo siento, lo siento ―dijo―. No quería asustarte pero tal
vez… tal vez podemos hacerlo volver. ¡Si nos apuramos, Dean! ―Había
pánico en su voz. Abrió la puerta.
―¡Está bien, está bien! ―dije―. Sólo cálmate. Ésta no es una
emergencia.
―¡Tenemos que hacerlo volver! ―lloró.
―¿Estás bien? ―le pregunté.
―Sigo con calambres, pero estoy bien ―dijo.
Rinée comenzó a llorar escaleras arriba.
―Yo la traeré ―dijo Astrid―. ¿Puedes ir afuera? ¿Ver si lo
ves?
―Lo haré. Pero por favor, cálmate, ¿puedes hacer eso? ―le
pregunté.
Ella rodó sus ojos. ―Trataré. ¡Pero no quiero perderlo!
Astrid no lucía del todo bien. Los círculos bajo sus ojos eran
peores. Se veía demacrada y muy pálida. Noté que cuando no estaba
sosteniendo a Rinée, tenía las manos en su vientre casi todo el
tiempo.
Ella subió las escaleras lentamente, para ir a buscar a Rinée
de su cuna.
Salí.
Era el crepúsculo y vi que, calle abajo, una casa tenía las
luces encendidas. Era pequeña, en una calle sin salida. Tal vez
seis casas en la calle en total. Sólo dos parecían
inhabitadas.
Jake no estaba por ningún lado.
Leo la nota. Estaba dirigida a mí, era una mierda que Astrid
la haya leído primero, pero bueno.
Su letra inclinada estaba garabateada a través del
papel:
Deano,Cuando los veo a ustedes dos con la pequeña Rinée, lo entiendo. Tú eres bueno para eso. Has nacido para ser papá. No me refiero a eso como a un insulto. Es un cumplido.Ahora lo mejor para ella y lo mejor para el bebé es todo lo que importa y eres tú.Por favor dile a Astrid que siempre la tendré en mi corazón, pero que no soy el chico indicado para este trabajo.Alejarme es el mejor regalo que les puedo dar a ustedes tres. Así que, se los estoy dando.De cualquier modo, he estado pensando que debería ver a mi mamá.Les deseo suerte,Jake.
Subí las escaleras.
Astrid estaba sentada en la mecedora, con Rinée en su
regazo.
―¿Siquiera lo has buscado? ―me preguntó enojada.
―No creo que él quiera que lo detengamos. De verdad que
no.
Ella sólo me miró y vi su lucha contra sus lágrimas.
Su reacción era muy intensa. Por un momento, mis viejas
inseguridades se me arremolinaron―¿Ella sigue amándolo? ¿De algún
modo, lo ama más de lo que me ama a mí?
―Dean ―dijo, interrumpiendo mi espiral descendente―. Sé que él
es un desastre. Pero es mi amigo.
Parpadeé.
―Ya no quiero perder a más personas.
―Sí ―dije―. Lo entiendo.
Cerró sus ojos y meció a Rinée, que estaba sentada chupando su
pulgar y torciendo los dedos de su otra mano en el cabello corto y
rubio de Astrid.
* * *
La cena estuvo bien. Utilicé la receta de la parte interna de
la etiqueta de la lata de champiñones. Astrid sólo picó en su cena,
aunque pareció que a Rinée realmente le gustó.
Astrid no parecía estar de humor para hablar. Yo, por otra
parte, parecía que no podía callarme.
―Mañana voy a llevar la manguera afuera y limpiaré alrededor
de la casa. Después, tal vez haga algunos letreros y los publiqué
alrededor, sólo sobre Rinée y que estamos aquí.
No mencionó la otra habitación de arriba. Estaba seguro de que
ella la había visto.
Una habitación acabada en azul a cuadros con montones, en
serio, montones de Legos. Había Legos tradicionales en el estante
de la pared―Piezas de Star Wars y algún tipo de Pirámide Egipcia
gigantesca futurista. Era la habitación de un muchacho. Un muchacho
que no había llegado a casa.
Pero tal vez lo haría.
―Creo que si terminamos quedándonos algún tiempo, tal vez haya
una manera de escribirle a Alex y hacerle saber dónde
estamos.
Astrid sólo estaba moviendo la comida en su plato. Tomó un
pequeño sorbo de jugo de naranja.
―Puedo usar nombres falsos. Él conoce mi letra ―seguí―. Y de
esa manera no se preocuparía.
Rinée estaba golpeando su cuchara en la bandeja de su silla
alta.
Astrid apoyó la cabeza en una mano.
―Hey ―dije―. Tal vez deberías volver a la cama.
―Sí ―estuvo de acuerdo―. Me duele la espalda. Y la cabeza.
Creo que sólo estoy exhausta pero tal vez… tal vez mañana
deberíamos encontrar a un doctor.
―Sí, por supuesto. Eso debería ser lo primero que
hagamos.
Duh, qué estaba mal conmigo.
―No te preocupes ―dijo Astrid―. Estoy bien. ¿Crees que puedas
darle un baño a Rinée? Le vendría bien.
Le dije que estaba muy seguro de poder manejarlo. Claro que,
no tenía ni idea de cómo darle un baño a una niña de dos años, pero
lo descubriré.
* * *
El baño fue sin incidentes, excepto por el hecho de que
terminé empapado hasta los huesos.
Después de dormir a Rinée. Pensé sobre darme mi propia ducha.
De ninguna manera me iba poner mis ropas sucias, así que eché las
mías, y las de Astrid dentro de la lavadora.
Decidí no lavar los trajes de seguridad. Dios sabe de qué
material estaban hechos en primer lugar. Y no quería malograr el
silbador.
Colgué uno de los trajes en el perchero cerca de la puerta del
frente y una en el colgador de la parte trasera de la puerta del
dormitorio principal. Si llegaba otra corriente, esperaba que los
silbidos pudieran alertarnos a tiempo.
Una vez que tuve nuestras ropas mojadas en la secadora, me di
una ducha.
Oh, viejo, se sintió bien. Apestaba a sudor y miedo. Se fue
por el desagüe, junto con un montón de mugre.
Alguien llamó a la puerta. Pero antes de que pudiera decir
“Pasa” Astrid la empujó, precipitada hacia el váter y vomitó.
Apagué el agua y salí, envolviéndome en una
toalla.
―¿Estás bien? ―pregunté.
Ella miró hacia arriba y empezó a asentir, pero fue adelantada
por otra ola de vomito.
* * *
Me puse un par de pijamas del marido. Eran estúpidamente de la
talla incorrecta. Muy anchos y muy cortos, pero no importaba.
―¿Qué puedo hacer? ¿Dime qué puedo hacer? ―pregunté.
―Dame un poco de agua ―dijo. Y lo hice, pero después de eso,
ya no sabía qué hacer.
Ella estaba arrodillada, su vientre apretándose entre sus
piernas. Su frente presionada contra el frio piso del baño.
―¿Qué puedo hacer? ―pregunté de nuevo.
―Nada.
Traté de que bebiera un poco más. Había tomado unos pocos
sorbos, luego lo vomitó.
―Sólo déjame sola ―me dijo.
Ellos tenían Gatorade. Encontré vasos en la parte de atrás de
la despensa y lo hice para ella. Tomo un poco, luego lo
vomitó.
―¡Sólo déjame sola! ―gruñó.
Fui a sacar nuestras ropas de la secadora. Me
vestí.
―Tal vez deberíamos ir al hospital ―le dije, desde el pasillo,
donde estaba parado.
Ella alargó la mano y golpeó la puerta del baño para
cerrarla.
* * *
Pasé la noche sentado en la cama, aterrorizado.
Astrid pasó la noche en el baño, vomitando y durmiendo en el
suelo.