CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

DEAN
DÍA 36
Traducido por Verito
―Señor, entiendo el objetivo, pero seguramente una dosis leve de sulfato de magnesio no afectará al feto…
Una mujer está al teléfono.
Estoy en un auto. No, es más grande que un auto. No puedo recordar cómo se llama.
Vamos rápido.
―Éste es uno de los peores casos de preeclampsia que he visto ―La interrumpen.
―Los niveles de proteínas, esta chica está en peligro ―La interrumpen otra vez.
―Bueno, señor, ése no es el problema. El latido fetal es muy fuerte.
Nos movemos rápido y escucho una sirena.
Oh. Mi cabeza. Duele.
―Sí, señor ―dice y cuelga.
Vuelvo a abrir los ojos.
Estoy mirando un techo. En mi campo de visión está la parte inferior de un gabinete de metal y un cuadrado negro en el techo con luces que parpadean. Rojo, blanco, rojo, amarillo. Rojo, blanco, rojo, amarillo.
―Esos malditos idiotas ―maldice la mujer.
―Lo sé, lo sé ―dice una voz de hombre.
―¡Bajo ninguna circunstancia podemos administrarle cualquier tipo de drogas a esta pobre chica! ¡Ni siquiera un poco de sulfato de magnesio para las convulsiones! Vamos, ¿en serio?
Me siento cálido y relajado, como si estuviera nadando en sopa.
Es un tragaluz, me doy cuenta lentamente. Es de noche, estoy viendo el cielo y el patrón rojo, blanco, rojo, amarillo es el reflejo de las luces. Es muy lindo.
―¿Qué pasa si muere?
―Salvamos al bebé.
El hombre que no puedo ver, maldice.
Astrid. Astrid. ¿Dónde está?
Giro la cabeza y gimo.
El dolor corta la calidez. La rebana por completo. Dios, ¿qué le pasó a mi cabeza?
Veo a Astrid al otro lado, una vía en el brazo y su vientre expuesto con un tipo de cinturón con cables de electrodos corriendo por todos lados y máquinas monitoreando y un pitido. La recuerdo.
―Astrid ―digo.
Escucho movimiento y entonces hay un rostro sobre mí, una señora india con una cara arrugada y cabello gris corto.
―Hey ―dice―. ¿Puedes oírme? ¿Sabes qué año es?
―Dos mil… ―digo, mi voz ronca―. Dos mil…
Debería saber esto.
―¿Sabes dónde estás?
―En un auto. En un auto médico grande. ―¿Cuál es la maldita palabra?
―¿De cuántas semanas está? ―pregunta la mujer―. Tengo que saber sobre su embarazo. Lo que sea que puedas decime ayudará.
Su cara se sacude y se estira.
―Se está volviendo a desmayar ―grita hacia adelante.
No me estoy desmayando, quiero decirle, sólo estoy nadando.
La escucho rebuscar en el gabinete encima de mi cabeza.
―No ―dice la voz de adelante.
―Necesito la información. No lo voy a lastimar. Ha estado inconsciente por tanto tiempo. Le hará bien estar despierto.
Me palmea la cara.
―Hola ―dice―. Abre grande.
Abro mi boca un poco. Pone una pastilla pequeña en mi lengua. Cierro los labios.
―Esto te animará un poco.
Entonces, <<BOOMBOOMBOOM>>, mi corazón late como un bombo y me quiero sentar pero me doy cuenta de que estoy atado a la camilla.
―Whoa ―digo―. ¡Wow!
―Tranquilo ―me dice ella.
―Esa cosa no es para niños, Binwa ―dice el tipo de adelante―. Se va a sentir peor cuando se vaya el efecto.
La sensación cálida y relajante se evapora y veo todo muy claro.
La mujer se inclina sobre mí y puedo ver dentro de sus poros, y cada una de sus pestañas es distinta.
Ambulancia, recuerdo. Estamos en una ambulancia. Y estábamos en una de las corrientes. Y casi me estrello contra un camión del Ejército.

* * *
Binwa quita las restricciones que me sostenían en la camilla.
Tengo la cabeza vendada. Cuando me siento, tengo que agarrarla para evitar que me explote el cerebro―así es cómo se siente. Pero todo lo que importa es Astrid.
―Dean ―dice Astrid. Me arrodillo a su lado―. Lo siento.
―No lo hagas ―le digo. Comienzo a besar su mano. Sé que es algo raro, pero estoy tan feliz de verla despierta―. No tienes nada de que disculparte.
―Esto es bueno ―dice Binwa. Se acerca―. Astrid, estamos a menos de una hora de distancia. Los médicos te esperan en USAMRIID.
Astrid cierra los ojos y pienso que se va a desmayar otra vez pero susurra: ―Lo siento.
―¿Por qué dices eso? ―pregunto.
―No puedo hacerlo ―dice Astrid. Sus ojos, aún cerrados, derraman lágrimas. Hay una costra de piel seca en sus labios. Puedo ver una vena pulsando en su sien.
―Shhh ―le digo y beso su frente―. Ya casi llegamos.
―Quiero que sepas algo.
―¿Qué?
―Te amo ―dice. Sus ojos cerrados y derramando lágrimas―. Sólo quiero que sepas eso.
―Sí, lo sé. Lo sé, Astrid.
Abre los ojos y me mira una última vez, entonces sus ojos ruedan hacia arriba y empieza a temblar violentamente.
―¡No! ―grita Binwa―. Gus, pon la sirena. ¡Tienes que llevarnos allí, ahora!
La sirena explota. Gus conduce más rápido. La carretera nocturna corre detrás de nosotros y mi chica está muriendo.
―¡Dale esa cosa! ―le grito a Binwa. Busco alrededor por un arma. Algo que la haga hacer lo que sea necesario para salvar a Astrid.
―¡Cálmate! ―me ruge Binwa―. ¡Mira! ¡Mira! Se le está pasando.
Me giro y veo que a Astrid <<sí>> se le está pasando. Se está sentando derecha. Está arqueando la espalda y está gritando.
Entonces vemos que sus piernas están mojadas.
―¡Gus! ―grita Binwa―. ¡Rompió bolsa!