CAPÍTULO SIETE

DEAN
DÍA 32
Traducido por anadegante
Al amanecer un sonido me despertó. No era el sonido que quieres que te despierte: el sonido de tu novia ahogando un gemido en su almohada.
Me deslicé de la cama. Mis pies hicieron chillar el piso de plataforma.
―¿Calambres? ―le pregunté.
―Sí ―dijo Astrid―. No es tan malo como ayer, sin embargo.
Por la palidez de su rostro estaba seguro de que estaba mintiendo.
―Sé que no quieres ir, pero realmente creo que deberíamos ir a la clínica.
―Lo sé ―dijo ella.
Me incliné y la besé. Pequeñas lágrimas estaban reuniéndose en las esquinas de sus ojos.
―¿Realmente crees que es seguro ir? ―me preguntó. Se sentó. Su cabello estaba asomándose por todos lados con sus rizos caprichosos.
―Estaba pensando, ¿qué tal si sólo les damos un nombre falso? Podríamos decirles que recién llegaste. Que no estás en el sistema…
―Sí ―dijo ella―. Tal vez. Pero, ¿y si me reconocen de antes? ¿Y qué si es el mismo sujeto?
―¿Podrías decirles que prefieres una mujer? ¿Qué eres tímida?
―Es una buena idea. Sí. ―Sonrió, después hizo una mueca―. Duele.
―Vámonos.
―Dean ―dijo ella―. Gracias. Sé que no siempre soy tan efusiva, delicada y la novia cariñosa como podrías querer. Pero la forma en que me cuidas, significa mucho para mí. Sólo quería decir eso.
Eso me hizo sentir genial. No era un “Te amo para siempre,” pero creo que ése era su punto. Ella no es esa clase de chica.

* * *
Puse mi mano en el brazo de Niko. Inmediatamente se despertó.
―Hey, sólo quería decirte que Astrid no se está sintiendo bien, así que vamos a ir a la clínica.
―Está bien.
―Cuando volvamos voy a ayudarte a averiguar sobre Josie.
―Está bien.
―No quiero que pienses que lo olvidé.
Él asintió.

* * *
Los más madrugadores estaban arriba y se dirigían a la casa club para desayunar. Los vimos cruzando los jardines comunales, solos y en pequeños grupos. Levantarse temprano era una buena manera para vencer las filas.
El campo del hospital estaba situado en una serie de tiendas de campaña detrás de la casa club.
Alex había averiguado que estas tiendas de campaña habían sido fabricadas por una compañía canadiense llamada Weatherhaven la cual tenía una planta de producción justo aquí en Vancouver. Eso explicaba por qué las tiendas eran tan nuevas y cómodas.
En la primera tienda, teníamos que registrarnos para obtener una cita. Una mujer de rostro amable se sentaba detrás de un escritorio. Una computadora de escritorio vieja ocupaba una buena parte del espacio. Cables salían corriendo por detrás y hacia abajo en el piso, donde serpenteaban hacia atrás por el suelo, recogiéndolos en un tubo de goma. El cableado del sistema. Muy pintoresco.
Nos dio una planilla con varias hojas de papel. Un bolígrafo se balanceaba agarrado a una cadena.
Por la razón que sea, la cobertura de la Red era inexistente en Vancouver. Nos habían dicho acerca de algunos sistemas nuevos de WiFi siendo improvisados en otros lugares, pero aquí en Quilchena, era una computadora con un cable rudo o era pluma y tinta a la vieja escuela.
Nos sentamos con otra pareja de rezagados tempraneros. Una mujer estaba aferrando su mandíbula y gimiendo. Un hombre mayor tenía un brazo enyesado y nos miraba con sospecha. 
Tal vez era porque la mano de Astrid estaba temblando mientras llenaba los espacios en blanco de la forma. Los llenó con mentiras. La mayoría.
Nombre: Carrie Blackthorn (Carrie fue el nombre de su primera mascota―un conejo. Y Blackthorn era el apellido de soltera de su madre)
Seguro Social o Número de Contribuyente: 970-89-4541 (Los primeros nueve números del número telefónico de su casa.)
Fecha de Nacimiento: 04-07-2007 (El cuatro de julio del año real en que nació.)
Como Dirección Previa, puso la dirección de la casa de su mejor amiga.
Como Entrada (quiere decir el día en que entramos al sistema de Quilchena), puso un día antes.
Después fue a los datos médicos―cirugías previas, vacunas, etc., etc. y en todas esas cosas ella dijo la verdad.
Motivo de consulta (la razón por la que estábamos ahí): calambres. Embarazo de aproximadamente 28 semanas.
―Si preguntan, soy tu prometido ―dije mientras terminaba de llenar las formas.
―¿Qué? ―preguntó ella, con las cejas levantadas hacia el cielo.
―Por si no me dejan entrar contigo. Porque sólo soy el novio.
―Está bien ―dijo ella, en un tono de voz ligeramente a “como sea.”
―No importa ―dije.
¿Por qué no podía mantener la boca cerrada? ¿Por qué no podía ser siquiera interesante?
La mujer tomó las formas de Astrid y las tipió en su computadora.
―Ah, querida ―dijo―. No tengo tu número en el sistema.
―Urg. Tuvieron el mismo problema ayer ―le dije―. Cuando llegamos, en el registro. La señora dijo que trataría de solucionarlo y que debíamos regresar hoy para ver.
―¿Podemos ver a alguien de todos modos? ―dijo Astrid―. Estoy asustada por el bebé.
La mujer estudió a Astrid con una mirada amable en su rostro.
―Esto es lo que haremos. Voy a traer a una de las enfermeras para que te revise. Mañana, o más tarde, una vez que el papeleo esté todo arreglado, quiero que regreses para agendarte una cita adecuada. Te harán un examen físico, análisis de sangre, todo el asunto.
Descolgó el teléfono.
―Sylvia. Te estoy enviando a una pareja de jóvenes. ¿Podrías pedirle a Kiyoko que les dé un vistazo rápido?
Después de colgar se giró hacia nosotros.
―Kiyoko es una de mis favoritas. Solía ser una enfermera de parto. Ella es la indicada.

* * *
Regresamos afuera para dirigirnos a la Tienda 18. Las tiendas estaban dispuestas en una cuadrícula, muy ordenadamente. La tienda 18 tenía filas de mesas de examen puestas contra las paredes. Gabinetes con suministros médicos y equipos se encontraban entre las mesas, separándolas en pequeños cubículos de revisión. Cada cubículo tenía una cortina blanca que podía usarse para dar privacidad.
Una mujer en traje de trabajo nos vio.
―¿Están aquí para ver a Kiyoko? ―nos preguntó.
Asentimos.
―Vengan por aquí. Voy a ponerte en un cubículo con una máquina de ultrasonido.
Astrid y yo estuvimos de pie en el cubículo de examen con inquietud. Podía ver por qué la idea de venir aquí la hacía sentirse inquieta. Todo era muy organizado y eficiente―pero también era algo muy militarizado. Me sentí extraño, estando de pie ahí con mi sudadera sucia y mis jeans. Como si estuviera estropeando el lugar.
La cortina se abrió rápidamente y ambos saltamos.
―Hola, ¿Carrie? ―le preguntó a Astrid una mujer en uniforme de hospital en un fuerte acento. Era alta, con gafas de montura metálica y peinada con una cola de caballo.
―¿Cuál parece ser el problema?
Astrid le explicó sobre los calambres.
Kiyoko leyó su formulario de admisión.
―¿Sólo veintiocho semanas? ―preguntó.
―Pienso que sí ―dijo Astrid.
―Echemos un vistazo. ―Ayudó a Astrid a acostarse en la mesa de examen. Astrid se levantó la camiseta.
Su vientre estaba tirante e improbablemente redondo, como una sandía enana. Estrías rosadas se alineaban en el área de bajo vientre cerca de sus caderas. No las había notado antes. Corrían en líneas paralelas desordenadas, como marcas de garras indistintas.
―Mmm, el bebé está creciendo muy rápido ―notó la enfermera, señalando las estrías―. La piel no puede estirarse lo suficientemente rápido.
Sacó un tubo y exprimió un gel claro sobre el vientre de Astrid.
―¿Tú eres el papá? ―me preguntó.
No supe qué decir.
Me decidí por un sí.
Astrid me alcanzó con su mano. Eso fue lindo.
La enfermera puso una barra de mano sobre la piel de Astrid y la pantalla de la máquina del ultrasonido volvió a la vida.
En sombras de verde, formas se movían alrededor de la pantalla y no tenía idea de que era lo que estábamos viendo. Borrones moviéndose y entonces Kiyoko señaló la pantalla.
―Aquí está el corazón del bebé ―dijo.
Dio un clic en el ratón de la computadora conectada a la pantalla y tomó una medición de la forma palpitante.
Podíamos oírlo también.
―Ésta es la cosa más genial que jamás haya visto ―espeté.
Astrid apretó mi mano. Se vea tan orgullosa y aliviada.
―El bebé está bien ―dijo Kiyoko―. ¿Quieren saber el sexo? ¿Niño o niña?
―No ―Astrid y yo dijimos al mismo tiempo.
―Mmm ―gruñó. Parecía una parte de su vocabulario, este extraño y pequeño mmm. Transmitía un “Sí, ya veo” y también un “Tal vez.”
La pantalla se movía con la barra de mano. Mientras ella lo movía sobre el vientre de Astrid, la imagen cambiaba. Pensé que estaba viendo cosas que podría reconocer, como brazos, piernas, pero quién sabe.
―Aquí está el rostro ―dijo la enfermera―. Mira, mamá. El rostro de tu bebé.
Allí estaba, en silueta.
―Es un bebé de verdad. Un bebé real ahí dentro ―dije como un idiota.
―Lo sé. Es hermoso, ¿no es así? ―me preguntó Astrid.
Asentí, impresionado por el nadador brillando en la pantalla.
―Este bebé es grande ―dijo Kiyoko―. ¿Estuviste expuesta a los compuestos?
―No ―dejó salir Astrid―. Nunca.
―Mmm ―dijo ella―. Eso creí. Tu útero es pequeño, pero el bebé es grande. Está creciendo demasiado rápido.
―No ―dijo Astrid.
―Esos calambres. El cuerpo está sorprendido por el bebé. Creciendo muy rápido.
―Somos de Telluride ―mentí―. Los compuestos nunca nos alcanzaron. Pero tuvimos que evacuar de todos modos. Tuvimos que dejar todo atrás. ―Era la historia de un chico adolescente que había conocido en nuestra tienda.
―Mi mamá dijo que yo fui una bebé realmente grande ―protestó Astrid
Me sorprendió que tuviera miedo de que el bebé fuera demasiado grande.
―Mmm ―dijo Kiyoko. No estaba haciendo contacto visual con nosotros ahora. Estaba escribiendo notas en el expediente de “Carrie”―. El gobierno de los Estados Unidos está realizando estudios en mujeres embarazadas. Pagan muy bien.
―Nunca los dejaría hacer pruebas en mí ―dijo Astrid. Su voz era fría.
―Muchas mujeres dicen eso, pero cuando averiguan más, cambian de opinión. Muy buen dinero y pocos riesgos.
―Están llevándose a la gente en contra de su voluntad ―dijo Astrid.
Traté de decirle que se mantuviera callada con la mirada.
―Para ti, necesitas descanso, ¿está bien, mamá? Descansa y toma vitaminas.
La enfermera escribió una prescripción en un bloc. Pensaba que sólo los médicos podían hacer eso, pero quizá las cosas eran diferentes en Canadá.
―Vitamina D, eso ayudará.
En ese momento escuchamos una voz estridente gritando fuera de las tiendas. Un niño.
―Sólo revisaré la dilatación, después, mmm ―continuó Kiyoko, pero casi no la escuchamos.
―¿Astrid? ―volvió la voz fuera de las tiendas. Cielos, era Chloe―. ¿Astrid? ¿Dean? ¿Dónde están?
Debía estar justo fuera de la tienda.
―¡Chloe! ¿Qué sucede? ―grité.
¿Qué había pasado? Mi corazón estaba en mi garganta en un instante.
―¿Dónde estás? ―grité de nuevo.
―¿Dónde estás tú? ―espetó Chloe.
Di un paso fuera de la cortina hacia el pasillo principal de la tienda y la vi pasar por la puerta abierta. Tenía algo en la mano.
―¡Chloe! ―le grité.
Avanzó, empujando a las enfermeras en sus uniformes.
―¡Oh, por Dios! ¡¿Adivina qué?! ―dijo efusiva―. ¡Somos FAMOSOS! ¡Como realmente, realmente famosos!
Chloe sostenía un periódico.
―¡Alex escribió una carta al periódico y ellos la imprimieron y contaron toda nuestra historia, acerca de qué tan cerca estuvimos de NORAD y todo lo demás! ―Le lanzó una mirada a Kiyoko―. Hola.
Había un encabezado que se leía: LOS 14 DE MONUMENT.
―Eso es realmente genial ―traté de cubrirlo―. Lo leeremos todos juntos con los demás cuando regresen a la tienda. Estamos en medio de algo aquí―
Chloe ni siquiera me escuchó. Ella se enfrascó en ello.
―Mira, es todo acerca de nosotros y cómo lo logramos llegar de Monument hasta Denver y acerca de la señora Wooly y todo lo demás. Astrid, mira, aquí está la parte sobre ti.
Chloe señaló un párrafo.
―Ahora no es el momento ―señaló Astrid. Jaló su camisa hacia abajo, embarrando todo el gel sobre ella.
La ayudé a bajarse de la mesa.
Kiyoko tomó el periódico de Chloe.
―¡Pero cuenta toda nuestra historia! Acerca de los componentes y la nube negra y como los otros se fueron a Denver en autobús y regresaron por nosotros. Y ahora cualquiera puede encontrarnos. ¡Todo el mundo puede saber dónde estuvimos! ―exclamó Chloe―. ¡Es cómo nuestros padres podrán encontrarnos!
―Vamos a leer afuera ―dije. Tomé el periódico de la enfermera Kiyoko―. Gracias de nuevo por todo.
Se veía molesta.
―Mentirle a una enfermera es muy malo ―dijo Kiyoko severamente―. Una mujer embarazada, expuesta a los componentes; necesita un cuidado especial.
Agarré el brazo de Astrid y la conduje lejos de ella.
―No necesito cuidado especial. Estoy bien ―dijo Astrid.
Estábamos en la puerta de la tienda ahora.
―¡Chicos! ¡Deberían estar felices! ―se quejó Chloe, caminando tras nosotros―. ¡Pensé que estarían emocionados!
―¡Esperen! ―gritó Kiyoko. Se dio la vuelta y llamó a la otra enfermera―. ―¡Necesitan decirme la verdad! Y necesitamos hacer algunas pruebas.
Nos alejamos de las tiendas médicas tan rápido como pudimos.
―¡Aún no entiendo por qué no están emocionados! ―se quejó Chloe.
Astrid se giró y tomó a Chloe por ambos brazos.
―¡No quería que supieran mi verdadero nombre! ―le espetó.
―¿Por qué? ―preguntó Chloe―. Eso ni siquiera tiene sentido. Quiero decir, ¿cómo se supone que yo iba a saber eso?
La dejamos atrás.
―¿Saben? Alex y Sahalia estaban realmente enloqueciendo por la carta. Lo mantuvieron en secreto y todo.
Nos dirigíamos hacia... no sé dónde. Lejos de Chloe.
―¡Prueben con un poco de gratitud alguna vez! ―gritó tras nosotros.