Capítulo 1

¿Secuestrada?

La cabeza le daba terribles punzadas a la muchacha. Elena abrió los ojos de golpe y se dio cuenta de que por la ventana ya se estaba asomando el sol en la ciudad de Detroit, Míchigan. Se removió entre las sábanas y se levantó con rapidez. Pero claro, al hacerlo su pie quedó atrapado entre las colchas y se fue directo al suelo. Un dolor agudo comenzó a nacer en los nudillos de su mano derecha, mas ignorando el dolor, se levantó del suelo. El mundo de Elena se vino abajo cuando se dio cuenta de la hora que era. Estaba retrasada y ese día tenía examen en la segunda clase.

Elena hizo un récord en salir de casa, por lo que solo le dio tiempo para leer la nota que le había dejado Chloe en la que le informaba que ya se había adelantado:

Maldición, Elena, intenté despertarte por todos los medios, pero no me hubieras escuchado aunque volteara la cama. Hoy tengo examen en la primera clase y no pude esperarte. Espero que no me odies mucho cuando veas esto. Por cierto, los chicos se fueron conmigo. Pd: sabes que tengo la mejor excusa, no vamos a la misma universidad.

La castaña soltó un gemido de frustración. Ni siquiera su hermano Jordan y el hermano de la rubia, Jason, se habían molestado en esperarla. Aunque eso no era lo que más les reprochaba, ninguno de los dos la había despertado. Su amiga lo pagaría caro.

Sin nada en el estómago, tomó la chaqueta azul que estaba en el perchero y las llaves de su motoneta roja. Siempre había sido amante de las corridas de motocicletas, al igual que Jordan, aunque él se empeñara por que Elena nunca condujera una de carreras. Por lo tanto, le había prestado la que consideraba aceptable y según él, no tan peligrosa. Elena se puso el casco y salió como una furia del edificio. El viento gélido cortaba su rostro, mas aun así, aumentaba la velocidad sin ningún temor, cada vez más.

Apenas Elena era consciente de la calle en la que transitaba cuando, sin percatarse, una de las llantas derrapó contra una enorme piedra puesta en medio del asfalto, lo que provocó que la chica perdiera el control del volante y finalmente cayera junto con el vehículo.

Elena experimentó una presión en alguna parte de la cabeza casi de inmediato y perdió los cinco sentidos.

Tal vez pasaron minutos u horas para Elena, no lo sabía. Sentía los párpados pesados y percibía que estaba recostada sobre una superficie suave. Cuando pudo abrir bien los ojos se alarmó de inmediato al ver que se encontraba en el interior de una casa, muy grande. ¿Qué le había pasado? ¿Dónde se hallaba? Apenas notaba lo adolorido que estaba su cuerpo, el miedo se había apoderado de ella. Como un remolino se levantó del sofá, pero perdió el equilibrio y casi se encuentra con el suelo, de nuevo.

No obstante, unos brazos desconocidos la sostuvieron. Con el corazón martillando dentro de su pecho a una velocidad impresionante, levantó la vista y se quedó petrificada. Se encontró con unos ojos azules —con tonalidad oscura—, que podrían ser los más hermosos que había visto, pero en ese instante no quería distraerse. El que la sostenía era un muchacho de gran atractivo con expresión un poco preocupada.

Elena soltó un grito y se zafó de su agarre. ¿Ese hombre la había secuestrado?

—Hey... ¿Estás bien? —la voz aterciopelada del desconocido la desconcertó.

Sin molestarse en contestar, ella rebuscó con la mirada la puerta de salida con desesperación, pero esta estaba detrás del muchacho.

—¿Por qué me tienes aquí? ¡Déjame salir! —exigió Elena con la voz temblorosa. El hombre no se acercaba y mantenía las manos al frente.

—Tranquila, niña, no te estoy secuestrando —informó él con una sonrisa burlona.

Elena contuvo el aliento al contemplarlo. ¿Por qué demonios tenía que ser tan guapo? ¿Era para distraer?

—¿Qué hago aquí?

Él cruzó los brazos con las comisuras de los labios un poco curvadas; claramente se estaba divirtiendo. Elena seguía sintiendo el miedo dentro de sus venas, pero ya había logrado tranquilizarse un poco. Por lo que el dolor de su cuerpo se empezó a hacer más notorio, cada vez más. Aunque solo eran pequeñas molestias —que más tarde serían algunos moretones—, podía soportarlas.

—No te estoy secuestrando, ni robando, ni nada por el estilo. Sufriste un pequeño accidente en tu moto; iba saliendo de mi casa justo en el momento... Yo solo pude traerte aquí, te desmayaste.

La respuesta del extraño la tomó por sorpresa, apretó los ojos recordando lo que había sucedido y, entonces, las imágenes nebulosas volaron a su cerebro: recordaba sentir el viento gélido, pero... ¿cuánto tiempo había permanecido inconsciente en la casa de un desconocido? La chica se puso en estado de alerta.

—¿Qué hora es? ¿Por qué no llamaste a una ambulancia? —cuestionó Elena con precaución a la espera del ataque. Mientras tanto, con la mirada seguía buscando un escape. Pero ninguna ventana era lo suficientemente grande y la única salida más cercana estaba detrás de él.

—Tal vez porque no fue algo muy alarmante. En realidad solo has estado unos minutos así, no te inquietes —dijo el hombre con voz amable. Su voz aterciopelada le daba una confianza indescriptible a Elena, aun cuando todo indicaba que él era el malo del cuento.

—Bien, te agradezco la ayuda, pero déjame salir ahora —exigió Elena tratando de sonar firme. Todavía no estaba del todo segura de quién se trataba, no podía confiar en él.

El rostro hermoso del desconocido levantó las cejas con diversión, pero haciendo caso de su orden, caminó hasta la entrada principal y la abrió. La muchacha caminó con cuidado y pudo ver el exterior; comprobó que no estaba muy lejos de la universidad, al menos.

Sin esperar más, Elena cruzó la puerta al mismo tiempo que él. Los ojos se le salieron de las órbitas cuando vio su moto en un rincón del jardín, con varios rasguños visibles. Y entonces todo llegó a su cabeza de golpe. ¡El examen!

—Tengo que irme Elena volteó a mirarlo—. Gracias.

Pero él no estaba dispuesto a dejarla ir, con sutileza la tomó del brazo negando con la cabeza.

—No puedo dejar que te marches así, muchacha; al menos deja que te lleve a donde quiera que vayas.

Elena apretó los labios. ¿Era necesario? No. ¿Ella quería mirarlo por un rato más? Tal vez...

Elena vio de reojo al desconocido que la miraba de una forma extraña, pero a la vez excitante. Él le tendía su mochila, ella la tomó mientras lo pensaba.

Si quería llegar temprano a la universidad, tendría que ir a toda velocidad y, después de lo que acababa de sucederle, no era una opción muy viable. Miró el reloj que traía puesto en la muñeca. Tenía cinco minutos para llegar. Además, después podría regresar por la moto.

Y si llegaba tarde, no solo perdería el examen, pondría en riesgo el semestre. Estaba por graduarse.

—Creo que sí… ¿Podrías llevarme a mi universidad? —preguntó Elena a ese desconocido con voz segura. Lo que nunca imaginó que iba a hacer.

—Por supuesto.

El hombre de ojos azules —de color de un atardecer de mar—, y cabello negro como el azabache esbozó una sonrisa antes de invitarla a subirse en su camioneta. Elena lo siguió, él le abrió la puerta del copiloto y la chica sonrió con timidez.

A la castaña se le formó un nudo en el estómago al subirse al vehículo, pero ya era demasiado tarde; la camioneta —una Chevrolet negra— se puso en marcha. Elena le dijo la dirección con el pecho apretado de la adrenalina que sentía. La emoción y el miedo se mezclaban en su interior. Sin duda, ella recordaría siempre ese momento, tan fuera de lo común en su vida diaria.

Él estaba concentrado en la carretera, mas cuando creía que la muchacha no se daba cuenta, la miraba por el rabillo del ojo. Por alguna razón esa linda chiquilla le provocaba un exquisito misterio.

Elena, por su parte, intentaba todo el camino no mirarlo con la boca abierta. El hombre era de gran atractivo. Su complexión era dura, un poco tosca, pero al mismo tiempo desgarbado; su mandíbula cuadrada llamaba a sus dedos a acariciarla y qué decir de su pecho que se adhería muy bien a su camisa negra, y sus hombros...

Ella cerró los ojos con fuerza esperando borrar sus pensamientos pocos decentes. Pero era inevitable. Todo él destilaba fiereza, misterio y peligro. Y a ella le encantaba eso.

El conductor se aclaró la garganta.

—Y bien... —titubeó él haciendo una pequeña pausa antes de proseguir—. No me has dicho tu nombre —cuestionó. La castaña se lamió los labios antes de contestar.

—Elena —contestó.

Él asintió levemente.

—Lindo nombre, Elena —declaró con una leve sonrisa.

El corazón de la chica tartamudeó dentro de su pecho. ¿Pero qué diablos? ¿Por qué del miedo había pasado al nerviosismo?

—¿Cuántos años tienes? —siguió interrogando el desconocido mientras se iban acercando cada vez más a la universidad. Elena tardó unos segundos en contestar. ¿Era seguro decirle la verdad? No, pero lo estaba haciendo. Parecía que las palabras salían de su boca antes de pensarlas.

—Veintitrés —contestó encogiéndose de hombros.

Él frunció los labios y una sonrisa apareció en las comisuras de su boca. Eso sí, digna para ser capturada por fotógrafos.

—Interesante —admitió él suspirando.

El hombre tan solo le llevaba cinco años de diferencia. No comprendió por qué se sintió aliviado, de repente, ante su respuesta. Un momento antes había pensado que esa chiquilla era apenas una adolescente. Su rostro y su cuerpo eran sensuales e inocentes al mismo tiempo.

La camioneta aparcó en el estacionamiento, cerca de la entrada. Elena tomó su mochila y comenzó a abrir la puerta dispuesta a salir de ahí —bastante acalorada—, pero de pronto el muchacho atrapó una de sus manos. Una corriente eléctrica recorrió los cuerpos de ambos por la fracción de segundo que duró ese contacto; ella retiró su mano sobresaltada.

—Lo siento —él se disculpó.

Elena asintió mirándolo con detenimiento. Podía jurar que él también había sentido ese fuego al tocarse. Sus ojos azules llenaban toda su vista al hablar.

—Siento haberte hecho pasar un mal momento; no pretendía asustarte, solo quería ayudarte… —confesó él con sinceridad—. ¿Estás segura de que te sientes bien? —añadió mirándola preocupado.

Por un momento su voz la llenó de confianza. Sus ojos reflejaban que él no era malo, ni mucho menos.

Por fin Elena pudo sacar una sonrisa. Si el joven en verdad había querido ayudarla, debía agradecerle; no estaba de más.

—Estoy perfecta. No te preocupes, muchas gracias —dijo Elena con un hilo de voz.

Ella misma se sentía fuera de lugar, debía bajar ya, pero inconscientemente quería permanecer dentro de la camioneta más tiempo. Con un suspiro se resignó.

Estaba por abrir la puerta cuando él volvió a hablar.

—Por cierto, tu moto se quedó en mi casa, ¿quieres que yo...?

—Demonios, lo olvidaba... ¿Qué te parece si hoy en la tarde voy a recogerla? —lo interrumpió.

Él sacudió la cabeza y esbozó una mueca. Buscaba una excusa para volverla a ver, esa era la verdad.

—No, mejor dame tu número de teléfono y tu dirección, y yo voy a dejártela ¿te parece? —sugirió el joven con una sonrisa arrebatadora.

Sin razón alguna, Elena sintió la sangre subir por sus mejillas. Era una auténtica locura darle su teléfono y dirección a ese desconocido, pero en realidad la impresión controlaba sus emociones. Y para qué autoengañarse, quería verlo de nuevo.

—Está bien, supongo —aceptó Elena encantada.

Le dio la información sin titubear. Él asintió sin quitar su hermosa sonrisa y le dio un apretón de manos, que de nuevo hizo que se estremecieran de pies a cabeza. La muchacha salió de su estado de trance y bajó con torpeza de la camioneta. Y sin más, comenzó a alejarse.

Mientras Elena caminaba hacia el campus fue consciente de una sonrisa tonta en los labios que no quería desaparecer. No podía quitarse de la cabeza aquellos ojos azules y esa mirada tan penetrante.

No podía quejarse, después de todo.