Capítulo 11
Nunca ha comenzado nada
Solo faltaba un día para la carrera. Elena se colocaba un traje de baño mientras no podía evitar pensar en Derek. Ya no valía la pena ocultárselo a sí misma, engañarse. Ya no había marcha atrás desde que comenzó a sentir más que una atracción por él. Ayer, por la noche lo supo.
Cuando se despertó de una horrible pesadilla sudando, lo primero que su mente registró para volver a la calma fue pensar en esos hermosos ojos azules. No podía resistirse a sus sentimientos. Se había enamorado por completo de Derek, como nunca antes lo había hecho. Si pensaba que había querido demasiado a Thomas, entonces, lo que sentía ahora era tan fuerte que no podía imaginarse una vida sin él, al menos, sin que doliera. No podía creer cómo se había metido en su corazón tan profundamente en tan poco tiempo, era impensable. Pero ahora comprobaba que había ciertas excepciones.
Derek se había metido en su piel y ahora no había forma de sacárselo, solo esperaba que él no convirtiera en pedacitos su corazón si le dijera que solo la veía como una amiga. Sin embargo, trató de convencerse de que él también sentía lo mismo.
Sentía cómo la miraba cuando él creía que estaba distraída. También la forma de sonreírle y cómo el brillo llegaba a sus ojos cuando ella se acercaba. Y también... cómo la había contemplado dormir y el dolor en su rostro cuando ella estuvo recostada en esa camilla después de su accidente. Ahí se dio cuenta de lo que Derek sentía. No podía equivocarse.
Con el corazón hecho un nudo salió del baño envuelta en una toalla. Había ido a la casa de Manón, donde su amiga vivía con sus tíos. Ella la había invitado, ya que Elena quería relajarse para la carrera que cada minuto se acercaba más. Su casa era hermosa; al parecer, Manón tenía una familia reconocida y adinerada en París.
Bajó las escaleras en forma de caracol y atravesó la planta baja sintiendo el piso frío de mármol bajo sus pies descalzos. Ya en el patio trasero de la casa vio a Ian y a Manón riendo junto a la alberca. A Elena no le gustaba nadar, por más extraño que pareciese. Desde que había estado a punto de ahogarse hacía dos años le tenía fobia a las profundidades. Pero Manón y Ian habían insistido en que nadara con ellos. Y que ellos la ayudarían a superarlo.
Llegó hasta su amiga, aunque con precaución de no acercarse a Ian; él sería capaz de lanzarla al agua sin importar lo que Elena sintiera.
—Qué bonito cuerpo tienes, Elena —la elogió Manón con una sonrisa.
Elena frunció los labios. No sabía si reír o ponerse a llorar. Lo decía Manón, que era demasiado hermosa.
—Tú estás mucho mejor —contestó Elena admirándola.
El traje de baño que llevaba la rubia era de un exquisito color naranja. En cambio, Elena llevaba uno de color azul marino. Elena sentía que tenía un cuerpo normal, aunque tenía que admitir que era afortunada. Era delgada sin exagerar y tenía unas curvas de las que pensaba que era lo único de las que podía presumir. Sus pechos nunca habían sido tan grandes. Pero se sentía bien consigo misma.
Y qué decir de Manón, tenía el cuerpo perfecto.
—¡Chicas! Vamos a nadar ya —reprochó Ian ya listo para echarse un clavado.
Manón y Elena saltaron —con alaridos— cuando el agua las salpicó. Ian comenzó a nadar sin prestarles más atención.
Manón extrajo un protector solar de su bolsa y cuando terminó de aplicárselo se lo pasó a Elena.
—Tú primero —dijo Manón indicándole a Elena que se tirara al agua.
La chica tragó saliva, sus piernas casi comenzaban a temblar. Negó con la cabeza.
—Mejor después de ti —señaló. Manón se cruzó de brazos.
—Mejor las dos juntas. Vamos, Elena ¿Si no, para qué te cambiaste?
Elena soltó un suspiro y asintió con inseguridad. Era una ridiculez, pero no podía evitarlo. Sin embargo, a ella, antes de casi ahogarse, le encantaba nadar y quería volver a sentirse libre dentro del agua, por lo que se armó de valor.
La francesa aplaudió y las dos se acercaron al borde de la alberca. Manón le dijo que sería mejor si se echara un clavado ya que, por el contrario, nunca se animaría. Elena, testaruda, decidió sentarse en el borde mientras Manón ya estaba en el agua.
Ian le envió una mirada traviesa a Elena.
—Vamos, pequeño monstruo —le dijo como le decía en broma—. ¿No quieres que vaya por ti, verdad? —preguntó amenazándola.
Entonces Ian, al ver que su amiga no tenía la más mínima intención, comenzó a nadar hacia fuera de la alberca.
Elena al ver sus intenciones se levantó y comenzó a alejarse, aunque no fue lo suficientemente rápida, ya que sintió unos brazos rodeándole la cintura y de pronto estaba en el aire. Elena soltó un grito al tiempo que se sumergía en el agua. Su corazón se disparó y su cerebro comenzó a reproducir la misma sensación que sintió cuando le faltaba el aire.
—¡Manón! —gritó desesperada. Entonces escuchó una risita detrás de su oído y sintió unas manos sosteniéndola de los brazos, que la ayudaban a flotar. Cerró los ojos y comprendió que no se estaba ahogando.
—Tienes que enfrentarlo, así nunca vencerás tus miedos —increpó Ian cuando ella abrió los ojos.
Manón estaba en frente de Elena —flotando— con una sonrisa.
—Lo hiciste. ¿Viste? No fue tan difícil —apuntó la rubia.
Elena asintió y entonces se sintió en calma. Miró de reojo a Ian que seguía sosteniéndola como a una bebé.
—Ian, ya puedes soltarme —pidió.
Elena dejó de sentir su tacto y se dio cuenta de que aún podía flotar. Entonces se atrevió a comenzar a nadar, como siempre lo había hecho de niña. Al ver que podía hacerlo sin miedo, sonrió con alegría.
Se pasaron la tarde entre risas y juegos, hasta que los tres amigos terminaron extenuados. Elena seguía sorprendiéndose de la confianza que le tenía Ian a Manón cuando no podía decir lo mismo sobre Chloe. Chloe y Ian no se llevaban especialmente bien. Y Elena había sabido lidiar con eso, mas ahora con Manón junto con ellos, era mucho más divertido.
Después de un rato, las chicas se envolvieron con sus toallas y comenzaron a caminar hacia el interior de la casa. Ian había subido a darse una ducha y cambiarse, ya que Tom lo había llamado para verlo. Sí, Ian era todo un enamoradizo.
—¿Quieres jugo de naranja? —preguntó Manón sirviendo en los dos vasos de vidrio. Elena asintió y le dio un sorbo. Después su estómago gruñó de hambre. Las dos se rieron al escuchar el sonido.
—¿Y si preparamos algo? —preguntó Elena.
Manón esbozó una mueca.
—No soy buena en la cocina. Mi tío Alaric es el que se encarga de las comidas — confesó Manón con vergüenza.
Elena soltó una carcajada.
—Yo tampoco soy muy buena, no te preocupes. Mira, intentemos hacer algo comestible al menos.
Las dos se dispusieron a hacer unos bocadillos y el resultado final, para la sorpresa de ambas, sabía delicioso. Ian ya no pudo disfrutar de la comida, ya que había salido por su cita.
Después de haber terminado de comer, las chicas decidieron mirar una película. Aunque para decepción de las dos, se había vuelto tremendamente aburrida. Entonces Derek volvió a los pensamientos de Elena y supo que quería contárselo a alguien; y esa era Manón. Ian no se encontraba y a Chloe no podía decírselo. Porque sería contarle desde el principio y eso incluiría que había vuelto a subirse en motos de carreras, y encima, inscribirse en una carrera de ellas.
—¿Me podrías dar un consejo? —preguntó Elena acurrucándose en el sofá.
Manón, al otro lado la miró con intriga y asintió centrando su atención en Elena. La película apestaba.
—¿Qué pasa?
Al ver la mirada de Elena, Manón sabía a qué se refería.
—¿Es sobre él?
Elena asintió tragando saliva.
—Bueno... —comenzó a murmurar Elena—. Tenías razón cuando mencionaste que estaba enamorada.
Manón abrió los ojos como platos esbozando una sonrisa. La rubia nunca se equivocaba.
—No quería ver que Derek es mucho más que un simple amigo e instructor para mí. Mira, nunca he sentido esto por nadie. Bueno, sí, pero no de la misma forma. Con él es...
–Como tu alma gemela —declaró Manón completando la frase.
Elena esbozó una mueca y asintió con un suspiro.
—Puede ser, pero el que yo esté enamorada no es el problema. El problema es que no sé si él siente lo mismo y, peor, si solo me ve como una amiga.
Manón se llevó un dedo a la barbilla.
—Fácil, la única manera de sacarte de dudas es decirle lo que sientes.
—Eso es lo que quiero hacer, pero no sé si pueda soportar que él me rechace — manifestó Elena de pronto con miedo.
Manón se acercó a ella y le tomó la mano reconfortándola.
—Hazlo, Elena, muchas veces es mejor confesar lo que llevamos dentro. Tal vez él también sienta algo por ti y todavía no se atreve a decírtelo...
Esas palabras bastaron para que Elena se decidiera, aunque tal vez solo la motivaron. Se despidió de su amiga Manón, a la que ya le estaba comenzando a tomar mucho cariño, y llegó a su departamento por la noche. Al parecer Chloe no había llegado todavía; revisó su celular y abrió el mensaje que le había llegado una hora antes.
¡Elena! Tu hermano me invitó a cenar y es probable que no llegue hasta media noche, no me esperes.
Elena sacudió la cabeza. Ojalá ya los dos se pusieran de acuerdo con lo que sentían por el otro. A ella le gustaría verlos juntos, hacían muy bonita pareja. Eran tal para cual. Con un bostezo, Elena se desvistió y se metió bajo las sábanas. Esperaba el día con ansias para el torneo y también sentía un miedo que no podía ignorar. Le confesaría a Derek su amor por él. Se había lanzado al precipicio, no había marcha atrás.
Derek pasó a recogerla como habían acordado. Elena se mordía las uñas de los nervios que llevaba encima. Tenía que quedar en primer lugar fuera como fuera. Derek la miró de reojo y esbozó una sonrisa. Él adoraba cómo se veía Elena cuando lucía preocupada.
Derek detuvo sus pensamientos y desvió la vista, no podía encariñarse ahora con ella porque... ese día se acabaría todo. Y al siguiente día regresaría Candice.
—Tranquila, Elena, relájate —dijo Derek a la vez que encendía la música. La música de Queen comenzó a llenar el automóvil.
—¿Crees que de verdad pueda hacerlo? —preguntó Elena mirando su perfil. No podía apartar la mirada de él, lo deseaba tanto...
—Puedes hacer lo que quieras —susurró Derek aparcando la camioneta en el estacionamiento. Apagó el motor y se volvió hacia ella. Elena se dio cuenta de la forma melancólica con la que la miraba, aunque no se preocupó por ello, tal vez eran los nervios que la hacían pensar demasiado.
—El día en que tuviste ese accidente, en realidad me ganaste. Lo que te dije, sobre que te había dado ventaja, era mentira. Entonces, si me puedes ganar a mí, puedes ganar esta carrera, seguro —confesó él.
Elena lo miraba embobada con los labios entreabiertos y el ambiente se había vuelto denso.
Qué bueno que todavía Derek no se había quitado el cinturón, porque de otra forma, él ya se hubiera lanzado sobre Elena; era como una droga que cada vez le costaba más abstenerse.
—Bien, puedo hacerlo —admitió Elena sacándolos de su pequeño trance. Bajaron de la camioneta y Derek bajó la gran moto de la cajuela. Llegaron hasta donde estaban los demás participantes. En total solo eran ocho. Y ella era la única mujer. Algunos la miraban con diversión y otros, con desdén.
—Solo faltan unos minutos para que empiece —le avisó Derek pasándole el casco.
Elena lo tomó y antes de ocultar su rostro les lanzó una sonrisa de suficiencia a los chicos que la miraban riéndose y después una mirada rápida a Derek. Él, aunque nunca lo admitiría, estaba muerto de miedo por ella. Las imágenes del accidente de la chica no se habían borrado de su cabeza todavía. Y no quería que Elena volviera a pasar por lo mismo. Elena bajó el plástico que le cubría el rostro y pudo respirar el aire fresco.
Los chicos que estaban al lado de ella, la señalaron y volvieron a reírse a carcajadas.
—Se reirán más cuando yo gane esta carrera —gruñó con la mirada envenenada.
—Déjalos, ya se acostumbraran a que una mujer les patee el trasero —dijo Derek divertido.
Elena sonrío con más ganas, los nervios se habían ido por completo. Ahora solo quería ganar ya esa carrera.
Una muchacha anunció que todos los participantes tomaran su lugar, ya que la carrera estaba por comenzar. Cuando Elena estuvo montada en la moto, Derek se acercó a ella una vez más aprovechando el último minuto que todavía quedaba.
—Puedes hacerlo, Elena, no mires hacia atrás, recuérdalo. Y por favor, ten mucho cuidado. —Se inquietó Derek. Esos chicos serían capaces de hacer trampa y derribarla. Pero si eso llegara a suceder... No, no podía siquiera imaginarlo.
Elena con una sensación de calidez en su pecho, le dedicó su sonrisa más sincera.
—Gracias, Derek, no te defraudaré —dijo ella.
El muchacho asintió y se alejó con la mandíbula apretada.
—Buena suerte —le deseó antes de que el pitido oficial hiciera que todos los participantes pusieran en marcha sus motores.
Derek vio a lo lejos que Elena había tomado buena ventaja junto a otro que estaba igualándola.
El aire cortaba su rostro con furia. No se concentró en nada más, no dejo que nada la distrajese. No miraba hacia atrás y en cada metro que avanzaba se imaginaba la meta. Escuchó un motor cerca de ella y fue cuando se decidió a aumentar la velocidad. Sentía una adrenalina arrebatadora. Supo controlar la moto en las curvas que le siguieron y cuando ya podía ver la meta, aumentó la velocidad hasta el tope. No escuchaba otro motor lo suficientemente cerca de ella. Los había dejado atrás.
Cuando fue la primera en traspasar la línea amarilla sobre la carretera, supo que había ganado. Bajó la velocidad unos metros más adelante y detuvo la motocicleta. Se quitó el casco con una gran sonrisa y lo primero que vio fue el rostro de Derek, que estaba entre orgulloso y sorprendido.
—Woow, eso fue, ¿cómo decirlo?, impresionante. No pudiste haberlos dejado más atrás —la elogió.
Ella saltó de la moto y se abalanzó sobre Derek, que se había puesto rígido al sentirla, mas ahora la envolvía entre sus brazos. Elena le estaba dando un abrazo y comprendió que eso era lo más cerca que habían estado nunca.
Antes de que Elena se separara, él no pudo evitar inhalar su aroma.
—Gané, Derek, no puedo creerlo.
—Pues créelo, porque aquí solo hay una ganadora y esa eres tú.
Se quedaron unos minutos más para la premiación y para recoger el trofeo, que era una buena suma de dinero. El cielo tronó sobre sus cabezas y pronto la lluvia comenzó a caer sobre la ciudad. Derek tomó la mano de Elena y corrieron hacia la camioneta, ella se subió al asiento del copiloto después de que él subiera la moto en la parte de atrás. Ya dentro del calor de la camioneta se rieron como dos buenos amigos.
Derek se sentía feliz por ella, pero entonces un pensamiento ensombreció su felicidad. No podía seguir viendo a Elena después de mañana, lo había prometido. Encendió el motor y salió del estacionamiento. La muchacha lo miraba con cautela, de pronto él se había puesto serio. Sus cambios de humor la confundían.
Pero entonces ella se dio cuenta de algo más importante. Estaba lloviendo y su instructor estaba conduciendo con demasiada calma. Derek sintió la mirada de ella sobre él.
—¿Qué pasa?
—¿Cómo que qué pasa? Estás manejando en la lluvia —observó Elena sorprendida.
Los ojos del hombre chispearon y miró perplejo a través de los cristales. Tenía razón, y ni siquiera él se había dado cuenta. Después de unos cortos minutos logró estacionar la camioneta frente al departamento de la chica.
Esbozó una sonrisa.
—Creo que ya lo he superado —susurró Derek todavía sin poder asimilarlo. Cuando él estaba manejando en lo único que podía pensar era en Elena, tanto, que se había olvidado de sus propios miedos. Entonces se dio cuenta de que ella —indirectamente— lo había ayudado.
—Eso es... —comenzó Elena sin encontrar las palabras correctas—. Lo hiciste muy fácil. Es más, creo que si no te lo hubiera dicho, no te hubieras dado cuenta.
—Gracias Elena. Tú haces que pueda sentir una calma que no consigo con nadie —dijo Derek sin pensar. Pero al ver el brillo en los ojos de Elena, comprendió el significado de sus palabras. Era inevitable, cuando estaba junto a ella no pensaba con claridad.
Los colores subieron a las mejillas de la castaña, que se había quedado muda. Entonces recordó las palabras de Manón y lo que había decidido hacer. Confesarle lo que sentía, pero ahora la cobardía se había apoderado de ella. Soltó el aire de sus pulmones.
—Gracias por esto, Derek, sin ti no lo hubiera logrado —reconoció ella deseando bajar del auto. No podía soportar estar tan cerca de él sin poder decirle lo que sentía. Los ojos azules del muchacho se oscurecieron al contemplarla. Ese era el final. Después desaparecería de la vida de Elena así, tan de repente, como había entrado en ella.
—Gracias a ti, Elena —admitió él—, “por hacerme sentir más vivo”, completó en su fuero interno.
Elena sin arriesgarse a decir lo que sentía, bajó del auto sin mirar atrás. Pero al cerrar la puerta y al comenzar a caminar encontró una piedra en su camino que hizo que resbalara y cayera sobre la acera. Soltó un alarido antes de que unos brazos la estuvieran ayudando a levantarse. Derek la sujetaba con sus brazos.
—Ten más cuidado —susurró él con la voz ronca.
Entonces a ella no le importó que estuvieran bajo la lluvia, tampoco le importó qué pudiera pensar Derek. Y tampoco si él no sentía lo mismo.
Sin pensarlo más, Elena pasó las manos detrás del cuello de él y sus bocas se unieron. Una corriente eléctrica sacudió su cuerpo en cuanto se tocaron. Los labios de Derek que al principio estaban tan rígidos como una piedra por la sorpresa, le devolvieron el beso a Elena con fervor. Sus besos se sentían calientes y suaves y su aliento embriagador la hacía ver luces. Sus labios quemaban; su sangre hervía, rápido y frenéticamente. Todo eso sintió Elena en solo unos segundos.
Cuando ella quiso profundizar el beso, sintió las manos fuertes de Derek detenerla de los hombros. Él la alejó con gentileza pero con firmeza. Elena sintió su rechazo —pesado y amargo— sobre ella. Se había arriesgado y eso era lo que conseguía.
Elena miraba hacia abajo y no se atrevía a levantar la mirada —la lluvia seguía empapándolos—. No pudo evitar que sus ojos se crisparan; ella había esperado otra cosa, algo diferente. Esperaba que él se dejara llevar y que le confesara que también sentía lo mismo por ella. Ahora sentía decepción. Era una estúpida.
—Lo siento... —susurró Elena.
Bajo sus pestañas vio cómo Derek apretaba los puños con fuerza. Pero ahora no importaba. Tenía que decirle lo que sentía, tenía que darle una explicación por la forma en que lo había besado.
—Derek, yo... —levantó la mirada con los ojos llorosos; la expresión de Derek era desesperada y angustiada, como si estuviera librando una lucha dentro de él—. Me enamoré de ti... ¡Y perdóname! Sé que no puedo obligarte a sentir lo mismo por mí, pero lo que yo siento no puedo cambiarlo.
Derek negó con la cabeza con el corazón encogido. Elena se había enamorado de él, y él... Cuando sintió sus labios se había sentido el hombre más feliz del mundo.
—Elena, no es eso...
Ella lo miró con una pequeña esperanza. ¿Estaba diciendo que también sentía algo por ella?
—¿Entonces, qué? No tienes que mentir, solo dime lo que sientes. Solo dime que no estás enamorado de mí —la voz de ella se quebró. Derek la miró conteniendo las ganas que tenía de poseerla.
—Elena, no sabes lo que provocas en mí y te puedo decir algo: nadie, maldita sea, me ha hecho sentir lo que tú has logrado... Pero...
Un nudo se formó en la garganta de Derek. Elena se mantenía esperando su respuesta abrazándose con sus propios brazos.
—Elena, estoy casado.
Y esas palabras bastaron para destruirla. Era peor que si le hubiera dicho que no sentía nada por ella o que la odiaba. Pero no, la había golpeado cruelmente, sin piedad. Los ojos de Elena se llenaron de lágrimas. Sus ilusiones con él ahora mismo no valían nada. Pero eso no respondía a su pregunta. Ella aún quería pensar que él la quería, de alguna forma. Al menos ese sería su único consuelo.
—Perdóname, por favor, no debí habértelo ocultado; ahora sé que me odiarás. Pero... no podemos seguir viéndonos. Mi esposa llegará y yo no puedo seguir viéndote más —sentenció él con la voz seca, vacía.
—¿Entonces, por qué? ¿Por qué dejaste que me ilusionara contigo? —preguntó ella con la voz rota. Elena se abrazó con más fuerza, porque sentía que las piernas le comenzaban a fallar.
—No sé qué me has hecho, Elena, pero no te lo dije porque... También te quiero —respondió él confirmando las sospechas de la chica.
—No puedes decirme que estás casado y al mismo tiempo que sientes algo por mí, eso es muy cruel, Derek, no lo hagas —rogó Elena con los ojos cristalizados.
Él se odio en ese momento por hacerla llorar, por haberla ilusionado; él se había esforzado en ser frío con ella, pero había fallado y ese era el resultado. Y lo peor era que él también había caído. Porque quería a esa chiquilla, era ridículo engañarse a sí mismo. Lo mejor para los dos era que nunca volvieran a verse. Lo mejor para él y para ella. Para que Derek no cometiera una estupidez y lastimara a la persona que estaba por llegar. Y Elena, para no lastimarse aún más.
—No podemos seguir viéndonos... —farfulló él sin emoción.
Elena cerró los ojos. Comprendió que nunca se había sentido tan deshecha como ahora lo estaba. Era cierto. Lo suyo jamás podría lograrse. Era prohibido. Y ella tenía que aceptar eso, aunque aún su corazón se esforzara por hallar un pretexto para no alejarse de él. Comprendió que quizás Derek la quería, pero jamás, como seguro amaba a su esposa. Y ella no quería sufrir.
—Entonces, aquí termina todo —susurró Elena con la voz rota. Una risa resonó en su subconsciente: ”nunca ha comenzado nada”.
—Perdóname, Elena... —volvió a repetir él con dolor.
¿Pero qué pasaba? ¿Por qué le provocaba tanto dolor no volver a verla? Entonces, supo que de verdad la quería, que esa chiquilla había logrado colarse en su corazón. Y también comprendió que debía olvidarla.
—Si es así, hasta nunca, Derek —soltó ella y se dio la vuelta para correr hacia su departamento sintiendo las lágrimas amontonarse en sus ojos y deslizarse desesperadas por sus mejillas.
Él había lastimado sin piedad a su corazón y todavía más al saber que él sentía algo por ella. Pero no lo suficiente para preferirla más que a su esposa. ¿Por qué se había tenido que enamorar de él? Pero no era su culpa, ella no sabía que era un amor prohibido. Se había enamorado a ciegas y ahora pagaba las consecuencias.
Derek sintió que sus ojos escocían queriendo soltar todo lo que experimentaba en su interior. No había tenido otra elección. Eso era lo mejor. Para no lastimar a Elena, ni tampoco a Candice. Se sentía inmensamente culpable; pero el que ella se hubiera enamorado de él, eso no lo había decidido. Y que él lograra quererla, tampoco.
Él había hecho lo mejor para no abrir más heridas. Pero...
¿Por qué sentía ganas de llorar?