Capítulo 12
¿Corazón roto?
Ese día Elena no se sentía bien, no quería salir de su departamento. No quería ver a nadie. Incluso aunque ese día llegara Candice, a la cual no había visto desde hacía un año. Era lunes, mas no quería siquiera ir a la universidad. Tanto, que presentaría una receta clínica falsa para justificar su falta.
Chloe le había dejado un té en el buró, pensando que solo se sentía mal por alguna infección. En cambio, Elena a ella la veía radiante y feliz. Su amiga había comenzado algo con su hermano Jordan, y al parecer iba en serio. Chloe se despidió diciéndole que descansara y que la llamara por cualquier cosa. Elena asintió con una sonrisa triste.
¿Cómo se le llamaría a su enfermedad? ¿Corazón roto?
“Qué patético”, pensó. No comprendía por qué se sentía tan mal; sabía que se había enamorado de Derek, pero no con esa fuerza. Ahora se daba cuenta cuánto significaba él para ella. Una lágrima volvió a rodar por su mejilla al recordar sus palabras:
“Estoy casado, Elena”.
Y una mierda.
Cerró los ojos. Ya no quería soltar más lágrimas. No tenía sentido llorar por un hombre que estaba casado y, probablemente, muy enamorado de su esposa. Mas entonces pasaron por su mente todos esos momentos en los cuales hubiera jurado que él comenzaba a sentir algo por ella. Pero... tal vez solo estaba siendo amable y ella había confundido las cosas. No era culpa completa de Derek. Era también de ella por no poder controlar sus sentimientos, por enamorarse de un hombre que apenas conocía. En solo un mes le había robado el corazón. Ahora entendía que el tiempo no media la intensidad de los sentimientos.
Y ahora Elena tenía que ver cómo saldría de aquello. Sabía que dolería y que tal vez nunca lo olvidaría. Después de todo, Derek había llegado a su vida como un torbellino. A su rara y aburrida vida. Él le había dado color, él le había regresado las ilusiones del amor. Él la había hecho vivir en un mes mucho más de lo que hubiera vivido ella sola en un año.
Pero la castaña tenía que dejar atrás ese amor. Por un lado se sentía aliviada, ya no lo vería más, él se lo había confirmado. Derek lo había prometido, eso era lo mejor y sí que lo sería. Dicen que el tiempo cura las heridas y, entonces, Elena se aferraría al tiempo.
Aunque eso sí, ella no volvería a amar tan pronto. No volvería a caer en el mismo error. Sin embargo, dudaba que pudiera encontrar a alguien como Derek y amarlo como a él. Sonaba absurdo, pero algo en su corazón le decía que él era el amor de su vida y ningún otro.
Cuando veía sus ojos azules, se sentía en casa y la mujer más feliz del mundo; cuando estaba a su lado olvidaba todo lo demás, ya no importaba nada. Recordó aquella noche que durmió en su cama y cómo había deseado despertar todos los días junto a él. Otra lágrima se desbordó de sus ojos, que quitó con violencia.
Elena tragó saliva. Intentara lo que intentara, sintiera lo que sintiera, no podía amarlo; no podía amar a alguien prohibido. Lo que debía hacer era olvidarlo. Y lo intentaría, aunque en lo más profundo de su alma supo que jamás lo lograría por completo.
Porque nunca había amado tanto a alguien en su vida.
Su celular que estaba descansando en el buró vibró. La muchacha lo tomó para revisar el mensaje que acababa de llegar. Era Ian.
¿Elena? ¿Por qué no viniste a la universidad? Joder, qué tienes. En cinco minutos que acabe la clase, te marco.
Leer esas palabras de su amigo la hicieron sonreír, tenía a alguien que se preocupaba por ella como un padre. Y que fuera su mejor amigo, la alegró. Elena se dio cuenta de que, aunque no tenía suerte en el amor, tenía buenos amigos que se preocupaban por ella. Y eso lo agradecía mucho.
Ella no contestó el mensaje, porque de cualquier manera Ian en breve le llamaría. Reafirmando sus pensamientos, su celular comenzó a sonar. Descolgó rápidamente.
—Elena, dame una explicación del porqué no te has presentado, hoy teníamos una prueba importante —dijo su amigo preocupado. Ella apretó los labios.
—Ian... No me siento bien. Mira, ahora no te lo puedo explicar, pero no te preocupes. Estoy bien.
—No se por qué no le creo a tu “estoy bien”. Voy para allá.
—¡Estás loco! Por favor, no quiero ser la culpable de tus faltas —reaccionó Elena sintiéndose mal, pero su amigo ya había cortado la llamada.
Bufó exasperada. Además no quería que la viera tan deshecha, se veía patética llorando por un hombre que ni siquiera la correspondía. Y peor, que no la quería volver a ver. Casado.
Elena apretó los dientes y decidida se levantó de la cama. Basta de llorar. No podía quebrarse de esa forma, no por un hombre casado. No quería volver a verlo, no quería volver a saber nada de él. Se levantó y se dirigió al espejo. No le gustó su reflejo.
Tenía los ojos rojos e hinchados y las ojeras marcadas por no dormir. Además lucía más pálida de lo normal. Tomó un cepillo y se lo pasó por el pelo, tratando de aliñar su maraña de cabellos castaños. Se aplicó maquillaje para quitar ese horrible aspecto de su rostro, aunque su mirada seguía estando triste y denotaba su dolor.
Una expresión de sufrimiento surcó su rostro cuando recordó el beso que le había dado. Y también cuando Derek no negó que también la quería. Sabía que él sentía algo por ella, pero hubiera preferido no saberlo, solo la lastimaba más. Nunca la amaría como amaba a su esposa sin rostro. Estaba furiosa consigo misma. ¿Por qué siempre era ella la que lloraba más? ¿Por qué siempre era la que terminaba más enamorada? ¿Por qué?
Había sufrido una decepción con Thomas y también se había sentido triste. Incluso estuvo en un estado de depresión durante algunos pocos días. Y de repente tuvo miedo al recordar cómo había sufrido con Thomas; y en aquel entonces ni siquiera se sentía la mitad de herida de lo que estaba ahora. Comprendió que le sería mucho más difícil en esta ocasión porque lo había amado mucho más que a su antiguo novio. No había punto de comparación.
Escuchó el timbre retumbar en todo el departamento. Abrió la puerta y se encontró con Ian.
—¿Puedes decirme qué rayos pasa? —preguntó Ian tomándola de la mano. Los dos se sentaron en el pequeño sofá de la sala. Ian se percató de la mirada de su amiga, le había recordado cómo había estado hacía dos meses, pero ahora era diferente. No solo estaba herida, se veía terriblemente vacía. Como si le hubieran arrebatado todos sus sueños e ilusiones.
—Ian yo... —murmuró Elena mirándolo a través de sus espesas pestañas—. Otra vez volvieron a romperme el corazón y ahora sí estoy de acuerdo con que el amor es una estupidez —susurró luchando contra el agua de sus ojos.
Ian abrió los labios sin saber qué decir, pero una furia le recorrió el cuerpo. Odiaba ver a Elena así por culpa de un hombre que la hizo sufrir.
Ian tomó a su amiga de los hombros y la atrajo contra él. Ella tenía que desahogarse, lo necesitaba. Después ya hablaría de ello. Elena soltó todo lo que sentía abrazando a su mejor amigo. Le sorprendió cuánto había mojado la camisa de Ian al reincorporarse. ¿Tanto le había dolido esa pequeña ruptura?
“Entre más amas, más sufres. Por eso nunca te enamores”, recordó las palabras de su tía Betty, hermana de su madre. Y a la cual no veía desde hacía un año, cuando se mudó a México.
“Ojalá le hubiera hecho caso”, pensó Elena.
La muchacha alzó la mirada y se encontró con los ojos verdes de Ian.
—Ya sabes por quién fue... Al final no solo fue mi entrenador —admitió recordando todos esos días que parecían tan lejanos y a la vez tan cercanos—. ¿Recuerdas que me dijiste que le preguntara si estaba con alguien? Pues... No lo hice, creo que tenía miedo de que no estuviera soltero.
—Y terminó peor —afirmó Elena.
Su amigo le tomó la mano.
—Elena, él no merece tus lágrimas. Ningún hombre merece tus lágrimas; sé que es difícil, yo he pasado por esto y lo sabes. Pero aun así siempre busco seguir adelante porque, al final, todas las personas siempre se van.
Elena asintió con esperanza. Tenía razón, no tenía que sentirse tan perdida por perder a alguien. Aunque ese era siempre el problema de apegarse demasiado a una persona. Cuando se va, te sientes perdido.
—Lo haré, no me hundiré esta vez —dijo ella con determinación.
Ian le dedicó una sonrisa. Elena era fuerte, sabía que podía superarlo.
—Eso es, pequeño monstruo —la animó su amigo. Elena se levantó con una sonrisa inmensamente difícil de esbozar, pero tenía que intentarlo.
—Hoy llega Candice, ¿sabes? —comentó Elena cambiando de tema.
Se acercó al perchero y tomó su bolso y una chaqueta. De ninguna manera se iba a quedar encerrada, tenía que ir a la universidad. Para, al menos, no perder todo el día.
—Genial, quiero ver qué tan cambiada está. ¿Crees que al casarse la haya afectado de alguna forma? —preguntó Ian al mismo tiempo que Elena cerraba el departamento con seguro.
Caminaron hacia los elevadores.
—No creo, sigue siendo la loca hiperactiva pelirroja. Aunque aún me sorprende que esté casada; ella siempre decía que esas cosas no eran importantes y que la economía era mucho más transcendental ... y bla, bla, bla —la muchacha rio entre dientes.
—Bueno, ella se preocupa mucho por su futuro. Su esposo debe ser alguien importante —aventuró el muchacho cuando las puertas del elevador se abrieron.
Caminaron hasta el coche de Ian. La chica frunció los labios.
—Para que siga usando objetos caros, yo creo que sí —se rio Elena.
Ian encendió el auto y miró a Elena.
—¿Quieres ir a la universidad? Si quieres podemos ir a otra parte, un lugar más...
Elena negó con la cabeza.
—No, es demasiado perder un día completo.
Haciéndole caso, Ian condujo hasta la universidad. Para alivio de Elena el día resultó no ser tan apabullante, incluso tuvo una buena noticia. Caminaba con Manón a su lado mientras se dirigían a la otra clase, la última del día.
—Ya hablé con mi tío y al parecer dice que podemos empezar a practicar en el hospital donde trabaja. Habló con el director y dijo que podemos encargarnos en las horas libres que tenga mi tío. ¿Fantástico, no?
—Sí, de hecho, ¿cuándo comenzamos?
—Dice que puede ser desde mañana; será por las tardes, después de la universidad. Y lo mejor es que nos van a pagar, no es la gran cosa, pero es algo.
Elena esbozó una sonrisa. El dinero que había ganado en la carrera la había ayudado y con un dinero extra, sería mucho mejor. Además, también comenzaba a pensar en comprarse un coche.
Después de terminar el día en la universidad, Elena invitó a Manón para que conociera a Candice. Los chicos habían quedado en verse en un reconocido restaurante, como la pelirroja lo había querido. Luego de ser presentadas en el departamento, Manón y Chloe congeniaron muy bien.
Elena suspiró y comenzó a maquillarse frente al espejo. Los chicos y sus amigas estaban en la sala esperándola solo a ella. De pronto, alguien entró a su habitación, era Chloe. La rubia se acercó a ella con una mueca en los labios.
—Elena, ¿me puedes decir qué te pasa? Creo que un simple malestar no es lo que te sucede —le reprochó Chloe resentida.
La castaña era su mejor amiga y no entendía por qué no le contaba lo que le pasaba. Chloe la conocía demasiado, podía darse cuenta en su mirada que no estaba bien. Al menos, internamente.
Elena tragó saliva. No podía decirle que estuvo practicando con las motos y mucho menos que había entrado a una carrera, pero sí podía decirle que alguien le había roto el corazón otra vez; al menos, no había problema. Chloe nunca lo conocería.
—Chloe..., me siento mal por no habértelo dicho antes, pero en realidad no lo hacía porque en mis planes no estaba enamorarme. El muchacho que me auxilió en el accidente... Poco a poco empecé a conocerlo —comenzó a decir Elena omitiendo la parte donde entraban las motos—. Cuando llegaba tarde aquí, era porque salía con él.
Chloe se cruzó de brazos.
—¿Y por qué no me lo habías dicho? Sabía que estabas ilusionada con alguien, te conozco, Elena. Pero solo estaba esperando a que tú misma me lo dijeras.
Elena desvió la mirada. Le dolía mentirle a Chloe, pero ella misma le había prometido jamás volver a subirse en una moto de carrera, después del accidente de Gabriel.
—Lo siento, yo... —Elena bajó la mirada—. Solo quería conocerlo, quería que fuera mi amigo. Y estuve planeando presentártelo, pero nunca se dio la oportunidad. En realidad no quería adentrarlo tan pronto en mi vida, y que conociera a mi hermano y a mis amigos. Tenía miedo de volver a salir lastimada.
Hizo una pausa mirando a los ojos azules de Chloe. Su amiga rubia lucía más comprensiva y tenía una sonrisa triste enmarcada en los labios.
—Pero... De pronto comencé a sentir por él más que una simple amistad. Quise arriesgarme y le dije lo que sentía, pero… —se mordió el labio inferior—. No siente lo mismo que yo. Y es por eso que estoy así, otra vez —finalizó Elena con una sonrisa amarga.
Chloe dejó escapar un suspiro.
—Está bien, Elena, te perdono. Pero, por favor, no tengas miedo de decirme nada. Sabes que siempre te apoyaré, eres mi mejor amiga.
La chica se acercó a abrazar a su amiga.
—Lo siento, y también por estar así. Creo que lo quise mucho...
—Amas demasiado, Elena y, a veces, eso nos destruye —dijo la rubia.
Elena desvió la mirada sopesándolo.
—¿Tú estás muy enamorada de mi hermano? —le preguntó Elena.
Los ojos de Chloe inmediatamente brillaron al mencionar a Jordan.
—Con todo el corazón. Jordan prometió ya no hablarle a otras chicas y bueno. Yo confío en él, aunque a veces tengo miedo de que deje de quererme.
Elena sacudió la cabeza.
—Sé que mi hermano es un mujeriego, así siempre ha sido. Pero él de verdad te quiere, Chloe, solo que es muy estúpido para darse cuenta de que no sería nada sin ti.
—Bueno, basta de hablar de amor. Ya vayámonos, que Candice y su esposo, que muero por conocer, nos esperan.
Elena esbozó una sonrisa y salió de su habitación junto con ella.
Todos llegaron al restaurante donde habían acordado.
Jordan estaba demasiado ocupado haciéndole mimos a Chloe. Jason y Manón habían entablado conversación rápidamente y Elena había llamado a Ian para invitarlo, pero él se había negado por una comida que tenía con sus padres y no podía faltar.
—Dicen que están a unos cinco minutos del restaurante —anunció Chloe a todos. Por alguna razón, Elena sentía una opresión en el pecho que no la dejaba en paz. Decidió ir a tomar un poco de aire.
—Ahora vengo —le dijo la joven a Manón, antes de levantarse de la mesa. Elena entró al baño del restaurante y se quedó frente al espejo. Miró su reflejo y suspiró varias veces. No entendía qué le sucedía. Comprobó que su maquillaje estuviera bien y alisó el vestido casual que se había puesto. Este combinaba con sus ojos café y su piel pálida.
Después de lavarse las manos y secarlas con una toalla salió del baño. A lo lejos vislumbró que todos estaban de pie saludándose unos a otros. La cabellera rojiza de Candice sobresalía, aunque ella le daba la espalda. Elena esbozó una sonrisa. Un hombre más alto que su amiga le rodeaba la cintura y, al igual que la pelirroja, le daba la espalda, por lo que aún no veía su rostro.
Elena caminó hasta llegar a ellos y tocó el hombro de Candice, su amiga. Ella se volvió y sorprendida ahogó un grito y abrazó a Elena. La muchacha cerró los ojos, estaba feliz por verla de nuevo, al fin.
—¡Te extrañé demasiado, Elena! No tienes idea —exclamó Candice a la vez que su esposo se daba la vuelta hacia ellas—. Mira, te presento a mi esposo. Derek, ella es Elena, la amiga de la que tanto te he hablado.
Elena no podía respirar. Sus piernas comenzaron a temblar. Los ojos azules de Derek la taladraban con la mirada, con la misma sorpresa y confusión que ella.
Derek era el esposo de Candice, comprendió.