18
Una perra a la luz de la luna
Zoë
Esta fiesta me ha hecho sentir desgraciada. He llorado un poco para mí misma en silencio y ahora estoy sentada en un sofá contemplando cómo baila la gente, pero sin verlos realmente.
Me siento terriblemente sola, como me ocurría en casa cuando estaba en mi cama, pero ahora no estoy en una cama, sino en una fiesta, y aquí puedo hacer lo que quiera, correr, saltar, bailar... Aun así, me siento desgraciada. Esta vida nueva no me gusta mucho. Las personas siempre me dicen cosas y esperan que yo les responda lo correcto, pero ¿cómo sé qué es lo correcto? No lo sé, así que contesto cualquier cosa, pero entonces ellas me miran como si fuera uno de esos perros que se mean encima de todo el mundo.
Ser una persona es mucho más que tener pulgares, ser alta y comer lo que quieres. Antes no lo sabía, pero ahora que lo sé, creo que no me gusta. Si me quedo como ser humano para siempre, no podré volver a husmear alrededor de una boca de incendios para enterarme de las últimas noticias caninas, no podré echarme largas siestas al sol ni salpicar de agua a toda la gente cuando estoy mojada. ¡Me encanta hacer eso!
Quiero volver a ser una perra.
Y quiero regresar a mi casa.
Entonces suspiro, miro alrededor y contemplo a los perros que están en la fiesta, pero ninguno me da una pista acerca de lo que tengo que hacer para volver a ser uno de ellos. Se los ve felices, ocupados en sus asuntos, y ni siquiera se dan cuenta de que estoy aquí. Probablemente, todas las personas de la fiesta querrían ser un perro. Los perros son los seres más afortunados del mundo, solo que yo antes no lo sabía.
Veo una ráfaga de color blanco y levanto la mirada. ¡Es Jessica con el doctor Max! Estoy tan contenta de verlos que una sonrisa ilumina mi cara y mi corazón enseguida se aligera.
Pero ellos no me ven y avanzan entre la multitud. Las mujeres con falda corta y tacones altos dejan de bailar y saludan a Max y él les devuelve el saludo, pero no se detiene a hablar con ellas, sino que se sienta en un sofá que es demasiado pequeño para todos nosotros. Jessica se sienta en el suelo a su lado. Una mujer con una fotografía de un perro de Terranova en su camisa se acerca a ellos y da unos golpecitos a Jessica en la cabeza.
—Creo que alguien está enamorado de ti —comenta la mujer mientras mira a Max y se ríe.
Jessica baja la mirada hacia sus patas, pero yo sé que está escuchando.
Max desliza la mano por debajo de la oreja de Jessica y ella se vuelve hacia él.
—Bueno, ¡qué remedio! ¡La verdad es que es una perra preciosa!
Jessica se queda boquiabierta. Parece avergonzada y el extremo de su cola se mueve de un lado a otro, como si se tratara de un pez. Si no fueran un hombre y una perra, estoy convencida de que se aparearían aquí mismo, pero no lo hacen. Esta vez no. La mujer le guiña un ojo a Max.
—Es como si comprendiera todo lo que decimos —comenta la mujer, lo que resulta divertido en muchos sentidos.
Yo deseo que Jessica y Max vengan aquí para que podamos acurrucarnos en el sofá como cachorrillos, pero no lo hacen. Me levanto y me dirijo hacia ellos, pero cuando Max me ve, se pone de pie y mira alrededor, como si estuviera a punto de irse. Yo grito: «¡Eh!», y le saludo con la mano, pero él se dirige hacia la puerta. Jessica me lanza una mirada furiosa y se va detrás de él.
Ahora me he quedado totalmente sola. Estoy en una fiesta y rodeada de gente que baila, pero estoy sola. Esta fiesta es la peor del mundo. Estoy lista para irme ahora mismo.
Entonces veo la mesa del rincón. ¡Está llena de comida! Nada tiene tan buen aspecto como lo que yo preparé en el restaurante por la mañana, pero me acerco de todas formas para verlo todo mejor. Las galletas son redondas, no en forma de hueso, pero tienen buen aspecto. Veo cosas crujientes, cosas grandes y bocaditos diminutos, del tamaño de una patita.
¡Y patatas fritas!
Jessica
Seguí a Max hasta la puerta. Él evitó, intencionadamente, a Zoë, lo que me dolió. Tenía que encontrar la forma de explicarle que no era yo la que le había hecho aquel desaire, que Jess no era ella misma y que yo no era Zoë.
Él introdujo un brazo en una de las mangas de su chaqueta y una sensación de pánico creció en mi pecho. Tenía que hacer algo, pero ¿qué?
Siguiendo un impulso, agarré con la boca la manga suelta de su chaqueta.
—¡Eh, Z, no es momento de jugar! —Se volvió hacia mí y me rascó el lomo—. Ya nos veremos en otro momento.
Yo no pensaba aceptar un no por respuesta, así que agarré bien la manga con los dientes y tiré de ella hacia la puerta.
—¡Vaya, así que tienes que salir! De acuerdo, esto es diferente.
Max sacó una correa del bolsillo de su chaqueta y la enganchó a mi collar. ¡Realmente, tenía una correa para cada ocasión!
Tiré de él hasta el exterior y después lo conduje alrededor de la casa y hasta la playa. Una luna redonda colgaba a media altura en el cielo y bañaba, con su pálida luz, los maderos y algas enmarañadas que señalaban la línea superior de la marea. Más abajo, había una larga extensión de arena húmeda. La playa contenía multitud de olores: olores salados, a podrido..., olores misteriosos que yo me moría de ganas de olfatear, pero me obligué a permanecer centrada. Mi objetivo era más importante que cualquier criatura marina en estado de descomposición.
Noté la sensación fresca y granulada de la arena en las almohadillas de mis patas y corrí hasta la franja húmeda. Entonces empecé a rascar la arena con mi pata derecha con gran concentración.
—Creí que tenías que hacer pís —comentó Max mientras comprobaba si había recibido algún mensaje en el móvil—. ¡Vamos, Z, no he venido aquí para ver cómo cavas hoyos en la arena!
Yo no le hice caso y seguí esforzándome. Cuando terminé, me senté, respiré hondo y contemplé el resultado de mi esfuerzo. ¡Era un inmenso borrón!
Mi estado de ánimo se desmoronó. ¡Nunca lo conseguiría!
—Muy bien, ¿ya has acabado? Estupendo, entonces vámonos.
Un momento. ¡Tenía una idea! Cerca de mí había un palo de unos veinte centímetros de largo. Tiré de la correa y alargué el cuello todo lo que pude hasta que lo alcancé, lo agarré con fuerza entre los dientes, me dirigí a una zona de arena uniforme y escribí:
«NO SOY ZOË.
»SOY...»
—¿Todavía no estás lista para irte, Z? Porque yo sí que lo estoy. Se está haciendo tarde. ¿Zoë, qué estás haciendo?
Me di cuenta de que me estaba observando y mi corazón se aceleró. Entonces escribí más deprisa y algunas letras me salieran mal. La jota me salió como una ele al revés y las eses, como zetas. Al final quedó así:
«NO SOY ZOË. SOY JEZZICA.»
Fatal. Me senté jadeando. Después de tanto escribir, me sentía cansada y deseé correr hasta el agua y hundir mis patas en el agua fresca, pero, en lugar de hacerlo, levanté la mirada hacia Max con el corazón esperanzado.
Él observó mi escritura con una expresión ceñuda en la cara. De repente, mi mente se llenó de dudas. Quizás aquello era demasiado para una persona normal. Seguramente, él no lo entendería y, aunque lo entendiera, pensaría que Zoë y yo éramos unos bichos raros. Había cometido un terrible error.
—Pero ¿qué demonios...? ¿Se trata de una especie de broma? ¿Un truco que Jessica te ha enseñado?
Yo giré la cabeza de un lado a otro con lentitud.
Max se echó a reír.
—¡Oh, mierda! ¿Qué me han echado en la cerveza? Debo de estar más borracho de lo que creía.
Se volvió para irse, pero yo hundí las patas en la arena y ladré hasta que él volvió a leer lo que yo había escrito. Max frunció el ceño.
—¡Menudo truco! Eres una perra muy lista. ¡Lástima que no sepas leer y escribir de verdad!
«¿Conque un reto, eh?» Volví a agarrar el palo con los dientes y escribí mientras respiraba con dificultad por el hocico:
«MAX ES UN VETERINARIO»
Max me miró con los ojos muy abiertos y, después, se dejó caer en la arena.
—Imposible. Es imposible que haya visto lo que acabo de ver.
Yo esperé sentada y en silencio.
—¿Puedes volver a hacerlo?
Yo cogí el palo y escribí:
«SÍ, EN CUALQUIER MOMENTO»
El palo empezaba a hacerme daño en la boca, pero no me importó. Toda mi atención estaba centrada en Max.
—¡Mierda! —Él exhaló un lento suspiro—. Yo, esto..., no sé qué decir. Esto es demasiado raro, pero acabo de verte escribir palabras de verdad. ¡Lo he visto! ¿Qué demonios pasa aquí?
Volví a agarrar el palo y me dirigí a una zona cercana a su pie.
«AYUDA», escribí.
—¡Dios mío!
Su expresión era dura, como si acabara de presenciar un accidente de circulación. ¿Había cometido un error compartiendo mi secreto con él? ¿Se trataba de una carga demasiado pesada?
Max levantó las manos en el aire.
—No, no puedo... No puedes pedirme que crea que...
Sacudió la cabeza, se levantó y se alejó por la playa. Yo contemplé cómo su silueta se hacía más y más pequeña mientras se alejaba de la resplandeciente casa de la fiesta, caminando con dificultad y con los hombros encorvados. Mi corazón latía suavemente, pero yo lo oía con claridad. La noche era tranquila. Y yo estaba terriblemente asustada. Cuando estuvo a unos cien metros de distancia, se detuvo y apoyó las manos en las caderas. Parecía que estuviera manteniendo una conversación consigo mismo. Si cerraba los ojos, podía oírlo susurrar. Entonces se inclinó, cogió una piedra y la lanzó al agua. La piedra derrapó por la superficie del agua levantando espuma y, después, se sumergió en las oscuras aguas.
Oí una leve maldición y Max regresó caminando trabajosamente. Mi corazón dio un brinco de alegría.
Cuando estaba a unos pasos de mí, se detuvo y me miró como si yo acabara de salir de una nave extraterrestre.
—Solo estoy aquí para satisfacer mi curiosidad científica, ¿de acuerdo? —declaró mientras levantaba una mano para indicarme que no saltara encima de él, lo lamiera ni pusiera a prueba su cordura—. Me odiaría a mí mismo para siempre si no averiguo algo más ahora que tengo la oportunidad. —Entonces carraspeó. Evidentemente, estaba nervioso—. ¿Tú eres Jessica?
Su voz sonó cautelosa, como si esperara equivocarse. Yo asentí con la cabeza.
—¿En serio?
Yo volví a asentir. Él se pasó la mano por la cara y por el cabello.
—Así que eres una persona.
Yo me quedé sentada y permanecí inmóvil.
—Eres una perra con el cerebro de una persona. ¿Es esto lo que me estás diciendo?
Yo asentí lentamente con la cabeza.
—No, no me lo creo. ¡Es imposible!
Volvió a alejarse, pero esta vez regresó después de dar, solo, unos cuantos pasos.
—¿En serio?
«Me temo que sí.»
—¿Pero cómo? ¿Cómo demonios ocurre algo así? ¿Es permanente o qué?
«Ojalá conociera las respuestas.» Yo me moví con inquietud.
—¿Cuándo ocurrió? Espera, ¿cuando fuiste a la clínica veterinaria eras tú misma?
Esta pregunta sí que podía responderla, así que asentí con la cabeza.
—Bueno, supongo que esto explica algunas cosas... Pensaba que Jess estaba actuando de una forma realmente extraña. Un poco infantil y alocada. ¡Vaya!
Yo esperaba que se diera cuenta de que el interés que Zoë mostró por Guy y por el tipo de la camiseta sin mangas era cosa de ella, no mía.
—¿Esto te había ocurrido en alguna otra ocasión?
«No.»
—Entonces es la primera vez. Bien. ¿Y cómo lo arreglarás? Bueno, ¿puedes arreglarlo? No me digas que te vas a quedar así para siempre.
Una sensación helada recorrió mi lomo. «Para siempre», no soportaba pensar en esta posibilidad. De repente deseé no habérselo contado. ¿Qué esperaba que hiciera él? ¿Consolarme? ¿Cómo podría consolarme sabiendo lo que ahora sabía? Probablemente, yo había arruinado nuestra amistad para siempre. Él nunca volvería a mirarme de la misma manera.
Pensé en Zoë y me la imaginé bailando como una loca en la fiesta. Ella se estaba divirtiendo de lo lindo, Max estaba a punto de irse a su casa para intentar olvidarse de mí y yo me quedaría sola. Sería la única que intentaría encontrar una solución, aunque no tenía ni idea de qué podía hacer. Me sentí más sola de lo que me había sentido nunca en mi cuerpo humano. ¿De qué me había quejado durante todos aquellos años mientras me consideraba una extraña en aquella ciudad? Nunca había sido una extraña tanto como en aquellos momentos.
El móvil de Max sonó y los dos nos sobresaltamos.
—Lo siento, se trata de un cliente —se disculpó él mientras leía el número—. Será mejor que responda. Podría tratarse de una urgencia.
Se alejó unos pasos dejándome a solas con mis pensamientos. Yo contemplé la arena, que a la luz del día tendría un tono pardo dorado, y sentí una punzada de dolor. Yo había visto la playa en mis días gloriosos, cuando el mundo brillaba, cuando la fluctuante agua se retiraba durante la marea baja y revelaba un mundo subacuático que era rico en colores. Yo había visto estrellas de mar de color naranja y morado intenso, plumas de mar de color zanahoria y anémonas que se abrían como rosas subacuáticas, pero mis ojos caninos no percibían los colores vivos. Para mí el mundo había decrecido en belleza y yo ni siquiera me había dado cuenta. ¿Qué otras partes de la existencia humana había perdido ya? Y lo que era todavía peor, ¿qué cosas había olvidado tan completamente que ni siquiera sabía que las echaba de menos?
Un terrible pensamiento acudió a mi mente: los perros no vivían mucho. ¿Qué dijo Kerrie cuando Jane Eyre murió? Dijo que los labradores solo vivían entre diez y doce años. Teniendo en cuenta que Zoë todavía era joven, ¿qué implicaba esto para mí?, ¿que, con suerte, me quedaban unos diez años de vida?
¡Diez años de vida! Me sentí demasiado mareada para permanecer de pie y tuve ganas de vomitar. ¡Diez miserables años!
Max finalizó la llamada y cerró el móvil.
—Lo siento mucho, Z..., Jessica. —Se estremeció. Sin duda al recordar la aterradora situación de la que yo acababa de hacerle partícipe—. Tengo que irme corriendo. Me ha llamado Carol Johnson. Su gran danés está hinchado. Si no voy pronto, podría morir. Es muy serio.
Ya se había vuelto hacia la carretera, cuando se detuvo y se volvió para mirarme.
—¡Ojalá pudiera ayudarte! —exclamó con fervor—. Lo digo en serio, pero no puedo. Soy un veterinario, no un mago.
Me di cuenta de que tenía razón y mi destrozado corazón sintió una punzada de dolor. Levanté una pata para despedirme de él y el guapo, encantador y heroico Max dio media vuelta y se alejó caminando con pesadez por la arena. Cuando llegó al final de la playa me saludó con la mano y después desapareció.
Mi estado de ánimo era lo bastante bajo para que deseara tumbarme y hundir la cabeza entre las patas, pero en lugar de quedarme allí, a la luz de la romántica luna y darle vueltas a todo lo que había perdido, caminé hacia la arena seca y me dirigí hacia mi casa.