El cuchillo de la ambición

La tierra es de los fuertes, de los dueños de los grandes ejércitos y armadas, de los que blanden el garrote económico. Todas las ocasiones y todos los momentos le parecieron buenos a Heredia para ejercitar su ambición e intentar sus planes. Heredia fue esa cosa un tanto despreciada por nuestros novelistas: un fulgurante trepador, un genio de la doble casaca, un hombre de negocios puro… Cuando la mayoría de los comerciantes malagueños colaboraban con los franceses, se unió a los resistentes, pero guardando prudente silencio sobre los motivos que le impulsaban a ello. Cuando la guerra concluyó y comenzaron las luchas entre absolutistas y liberales, se mantuvo al margen de utopías y metáforas, lejos de las telarañas políticas que envolvían y asfixiaban a militares y hombres de letras en conjuras y covachuelas, sin malquistarse jamás con unos ni con otros, sin menospreciar jamás a los vencidos por la consideración de que un día pudieran ser vencedores.

Lo importante era no estar allí, no dejarse arrastrar por las mudanzas, no tomar partido entre los partidos, moverse siempre en la penumbra. Durante los años de la primera reacción fernandina, mientras se conspira y se intriga contra el rey y sus reaccionarios secuaces, mientras se fusila y en las alturas se habla de la soberanía del pueblo y los derechos del trono, Heredia resbala abajo, bien contactado con los ministerios, sólo interesado en generosos permisos y licencias para su casa de comercio. Cuando desaparece el entusiasmo por el regreso del rey y comienzan a respirarse aires de revolución -en palacio se vive en plena corrupción; el tesoro está exhausto; el ejército, desnudo y hambriento; los caminos, infestados de bandidos y guerrilleros…-, Heredia abre, pero muy discretamente, la bolsa para Riego.

En 1820, como el personaje de Galdós, puede decir (La segunda Casaca, Episodios Nacionales): ¿Un estallido? ¿Una revolución?…

Pues qué, ¿lo dudas?… Por mi parte, no moveré la mano para impulsarla, ni tampoco para contenerla. Soy agente de negocios. Yo no soy hombre político. Si los grandes errores cometidos traen una conmoción popular, casi, casi… les está bien merecido. Lo que ahora me inquieta es que cuando esa revolución venga (y ten por seguro que vendrá) no me incluya a mí entre los absolutistas rabiosos… ¡Pues no faltaba mas! Yo no soy amigo del despotismo puro. Yo he aconsejado la templanza…

Heredia se define liberal tras el pronunciamiento de Riego, pero ese liberalismo excluye lo quimérico, el trágala y lo dogmático; es moderado y amargo -como demostrará mucho más tarde, durante las febriles agitaciones de 1836, huyendo momentáneamente de Málaga- y no se ciega al vencido, pues cegarse es obturar futuros. Hay que ser hombre de negocios, y serlo absolutamente. Tres años después, con los ejércitos del duque de Angulema listos para cruzar los Pirineos y los liberales encastillados en sus luchas intestinas, le encontramos vestido con la otra casaca, contribuyendo, otra vez refugiado en la penumbra, a la caída de los héroes del Trágala. Es ahora importante que la reacción que se avecina («y ten por seguro que triunfará»: la Península ardía de un extremo a otro; las partidas absolutistas brotaban como del fondo de la tierra, armadas y equipadas) no le sorprenda entre los exaltados de la Constitución ni entre los uniformados de la Milicia Nacional.

¿Liberal, absolutista? ¿Moderno, reaccionario? Tan sólo hombre de negocios, maestro en el arte danzante, facultad que impidió que se ahogara en el remolino de las luchas políticas y le permitió obtener grandes favores y licencias. Heredia se hizo con las contratas para suministrar tabaco negro del Brasil a las provincias interiores o el gran beneficio de comerciar con las rebeldes colonias americanas utilizando navíos de países neutrales (evitando así los ataques de los insurrectos), un permiso que se oponía a la letra de la ley, pero que un informe favorable de la Contaduría General de Indias allanó para el bien relacionado empresario.

La fragata Ana, el bergantín Livallon y el buque Courier de Gran Bretaña, los barcos norteamericanos Unión y Lucies, los daneses Sirene y Perla, el sueco Carlomagno, la fragata Jefferson, el bergantín Walter y quizá algún navío más del que no se tiene noticia zarparon de Málaga a las costas de América entre 1818 y 1823, cargados de vino, aguardiente, pasas, aceitunas, aceite, azafrán, paños de la Real Fábrica de Guadalajara… y proporcionando a Heredia sustanciales beneficios. Lograba, de esta manera acuática, escapar de la crisis comercial que desde finales del siglo XVIII azotaba Málaga, cuya prosperidad se había visto ensombrecida con las guerras inglesas, el desastre de Trafalgar, la ocupación francesa y la insurrección de las colonias americanas.

Tanta fue la libertad con que Heredia contó para comerciar con América, que un funcionario de la Secretaría de Hacienda escribía en 1819 que el empresario podría estar enviando expediciones hasta el infinito. Tiempo después, la misma licencia indignaba al irritado burócrata que escribe esto:

… el expresado Heredia ha ganado cantidades considerables con los permisos que se le han concedido para hacer expediciones a América en buques extranjeros… fueron concedidos después del Real Decreto de 30 de mayo de 1817, cuyo artículo 54 expresa que no se darán privilegios de comercio bajo ningún pretexto ni para la Península ni para América, artículo que jamás se hizo presente en las notas vergonzosas y parciales en que las más de las veces se apoyaba la concesión de tan escandalosas gracias.

Ligero en un arte que tantos vuelos exigía, en 1823 Heredia se ha convertido en la figura más importante del tráfico marítimo español. La época del huérfano arribista ha terminado. Tiene una esposa y una familia. Es dueño de la casa de comercio más rentable de Andalucía. Es el hombre más rico y respetado de Málaga. Ha ganado tentáculos y reconocimientos en la corte… Comienza la era del moderno e influyente empresario. En 1825 obtendrá una contrata para abastecer los presidios africanos. Cuando en 1828 se redacte el arancel, reglamento e instrucción relativo al comercio con América, será uno de los hombres de negocios consultados. Meses después, entre los barcos que restablecen oficialmente el comercio con las antiguas y perdidas colonias, están los primeros buques de Heredia.

Los perdedores de la historia de España
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