La voz atardecida

Lo malo es el plural, nosotros somos unos asesinos o unos asesinados, vosotros sois unos asesinos o unos asesinados, ellos son unos asesinos o unos asesinados. Lo malo es que resulta fácil fabricar caínes, basta con vaciarles la cabeza de razón y llenársela de aire ilusionado, de aire histórico. Lo advierte Camus en sus dietarios: el hombre es capaz de creer que está construyendo el paraíso cuando en realidad se está destruyendo a si mismo. Lo malo es que los caínes no perdonan al que condena los mesianismos, que la memoria da lastre y aplomo al sentimiento. Éste es el drama de Lucia, haberlo dicho ya todo contra las espadas refulgentes durante los años republicanos, haber volcado por completo lo que pesaba tanto en el pasado de las derechas españolas, y luego ver que todo se había quedado dentro con sus negras presencias, insistentes, doliendo. El drama de Lucia es que fue derechista y a la vez no colaboró en la sublevación armada de 1936. Las llamas llevaron en su torbellino furioso los despojos de su desalojada historia y todo cuanto le rodeó se volvió hostil.

En el verano de 1936 condena la rebelión, pero su pasado de diputado cedista y el desorden revolucionario, que cubre y ampara la satisfacción de los más impacientes rencores, disuelve esta declaración y prolonga el insomnio sufrido tras el asesinato de Calvo Sotelo. Huye, busca refugio, vive escondido, denuncian su paradero, es detenido, lo encarcelan. Después, las preguntas del fiscal republicano le obligan a planear bruscamente sobre la tela de araña que prende su vida, haciéndole recomponer día a día los restos del naufragio que fue el ensayo democrático de 1931. Desde luego ya ha oído o sabe de los fusilamientos y los horrores de toda clase cometidos en la zona republicana y sólo espera la victoria de los rebeldes, cuyas salvajadas tal vez desconoce, a cuyos caudillos quizá idealiza. Pero ¿a quién no le impiden ver sus propios lutos los lutos ajenos? ¿Qué hombre es lo bastante fuerte como para rechazar la posibilidad de la esperanza? Lo único que pasa por su mente por aquellos días de 1937 es un pensamiento de doble dirección, difícil de entender para los radicales de uno y otro bando: por un lado, dejar claro que de ningún modo ha contribuido en la trama militar y que siempre ha sido leal a la República; por otro, quedar al margen de una República que ya no es la legalidad republicana que siempre ha defendido desde la tribuna y la prensa, quedar al margen de un imaginario que puede condenarle y atraparle para siempre en el caso de que ganen la guerra las tropas del general Franco, como desea íntimamente. Tal vez de ahí su interés en permanecer en prisión, más segura que la calle, mientras la instrucción del sumario avanza morosamente. También estas palabras que escribe a su esposa:

«No creo que varíe mi situación, ni lo deseo. Pero la sola posibilidad, me hace vivir en la inquietud que ya puedes suponer.»

Vagabundo en medio de la histeria colectiva y la borrachera de la revolución, para un hombre como él la cárcel puede ser un refugio: comunistas, socialistas, anarquistas… van destrozando a los insurrectos, toda la calle vibra de indignación ante esos desalmados que quieren sumir a la España democrática y popular en un infierno de terror, ¡no pasarán!, ¡viva el Frente Popular!, ¡viva la República! La gente abdica de sus conciencias y se adapta a la conciencia común con demasiada rapidez, comparsas en el coro que pide armas, armas, armas… En las páginas del diario que escribe al iniciarse 1938, Lucia desliza la vida secreta de la Modelo de Barcelona, a cuyas celdas políticas le han trasladado desde Valencia. Lucia observa y escucha, toma nota y escribe tal vez con el objeto de guardar un hilo de memoria, de enmarcar los días y noches pasados en prisión, o tal vez porque la escritura persiste como un resto del pasado en medio de la desposesión y la violencia, escribe, escribe mientras el reloj pone en el aire siniestro su tic tac, mientras se da cuenta de que quizá muera antes que él, de que quizá continúe latiendo para nadie. Recoge los pensamientos que se extravían, los hechos que se retuercen y confunden, ejecuciones, se llevan a los internacionales, motín de presos anarquistas y del POUM, pisadas que se detienen, llaves que tintinean, un chirrido, un rectángulo de luz que cae sobre el suelo, «24, viernes. Ejec.», la anticipación levantando el miedo hasta que no se puede tener más, hasta que no se es un hombre que tiene miedo sino un miedo convertido en hombre, bombardeos, los aviones rebeldes sobrevolando los cielos de Barcelona como un viento ¿glorioso?, sí, glorioso, porque entre las ruinas algo inconcreto, algo borroso todavía, aviva la esperanza, porque también es posible ganar la alegría bajo un cielo sombrío: «Queridísima Maruja: feliz año nuevo y haga Dios que en él podamos todos, sanos y salvos, volver a reunirnos y reconstruir nuestro hogar, al que, como ya otras veces he dicho, pienso dedicar todos los años de vida que me resten.»

El 18 de enero de 1939, Lucia interrumpe su diario. Las tropas rebeldes acechan entonces Barcelona. Lo que vive ahora, durante sus últimos días de cautiverio republicano, se conoce, y sólo a medias, por lo que contó él y por diversas fuentes complementarias. Se sabe, por ejemplo, que la madrugada del 25 de enero Lucia y otros presos de derechas fueron liberados por un joven diplomático vestido de Guardia de Asalto. Se sabe que, en plena desbandada, los agentes del Servicio de Inteligencia Militar planeaban sacar de las cárceles, para llevárselos al golfo de Rosas, a los presos políticos más identificados con el bando rebelde. Se sabe que acudieron a la Modelo y a la Prisión Provisional del Estado y que sólo encontraron caos y desorganización. Se sabe que, tras su liberación, Lucia y el resto de los presos aprovecharon la noche y la confusión para salir de Barcelona y buscar refugio en los montes, y que allí esperaron la entrada de las tropas franquistas. Se ignora el miedo, la lentitud con que los acontecimientos se dilatan, sometidos a una expectativa insaciable, tensa, que estira hasta lo insufrible los minutos y las horas. Se ignoran las palabras que entre ellos se cruzaron, si las hubo. Se sabe, sí, la impresión de movimiento irreal que dejaron tales hechos en Lucia:

«A las tres salíamos y a la cuatro estaba el SIM a por nosotros para llevarnos al campo de concentración del golfo de Rosas. Todo parece un sueño.»

Los perdedores de la historia de España
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