Copos de nieve y semillas de mostaza

Los milagros no tienen por qué ser espectaculares, y pueden ocurrir en los lugares más inverosímiles. A veces son tan insignificantes que no los vemos. En ocasiones los milagros son tímidos. Te rozan la manga, se posan en tus pestañas. Esperan a que los veas y entonces se derriten. Hay muchas cosas que empiezan siendo pequeñas. Es una buena forma de empezar porque así nadie se fija en ti. Sólo eres una cosita que va por ahí sin meterse con nadie. Y entonces creces.

Los copos de nieve nacen en lo más alto del cielo. Son tan ligeros que cuando descienden sobre la tierra lo hacen de forma oblicua. Pero los copos encuentran a otros copos y entonces se pegan unos a otros. Si se juntan suficientes copos, forman torbellinos y empiezan a revolotear. Si revolotean lo suficiente, pueden derribar postes de vallas, árboles, personas, una casa.

Las semillas de mostaza son las semillas más pequeñas que existen, pero, una vez que han crecido, los pájaros celestiales se instalan en sus ramas. Un grano de arena se convierte en una perla, y algunas plegarias empiezan con muy poco o con nada; porque si hay suficiente cantidad de algo, empieza a crecer, y si hay más que suficiente puede pasar algo muy grande, que ya estaba allí desde el principio aunque no se notara.

¿Qué se produce primero, la plegaria o las partículas? ¿Cómo puede la cosa más pequeña convertirse en la más grande? ¿Cómo puede volverse inevitable algo que habría podido impedirse? ¿Y algo que nunca creíste que tuviera importancia, tener la máxima importancia? Quizá porque los milagros funcionan mejor con cosas normales y corrientes, cuanto más normales mejor. Quizá porque empiezan con cachivaches. Cuanto mayores sean los cachivaches, mayor será el milagro.