Capítulo 4
La conmoción suscitada por la vuelta del cometa Halley en 1759 y la asunción de que los cometas tenían que ser miembros normales del sistema solar no redujeron el terror cometario. Millones de ignorantes y supersticiosos siguieron creyendo que los cometas predecían desastres (del mismo modo que creían mil otras tonterías) y siguen creyéndolo en la actualidad.
Además, al ya existente vino a añadirse otro motivo de pánico. Mientras que los planetas se movían según órbitas ligeramente elípticas, pero prácticamente inalterables y por completo separadas entre sí, no podía decirse lo mismo de los cometas.
Aunque los cometas sean miembros del sistema solar con órbita propia, acusadamente elíptica, dicha órbita se cruza con la de todos los planetas, incluida la Tierra. En realidad, se cruzaban en términos generales con la órbita de los planetas a mucha distancia de ellos, pero la atracción gravitacional de estos alteraba siempre un poco su ruta. ¿Y si una de estas alteraciones originaba una colisión entre un cometa y la Tierra?
En 1711, por ejemplo, un matemático inglés, William Whiston (1667-1752), publicó un libro en que quería demostrar que el cometa Halley tenía una órbita mayor de lo que Halley había supuesto, y que volvía a las proximidades de la Tierra no cada 75 años, sino cada 575 años. Siete regresos antes, en 2345 a. de C., se había acercado mucho a la Tierra (según él) y durante esta proximidad la fuerza de gravedad del cometa había originado grandes mareas, al tiempo que la cola, al entrar en la atmósfera terrestre, había originado lluvias prolongadas. Consecuencia directa de tal acontecimiento había sido el diluvio universal. Whiston auguraba que en el curso de un retorno futuro el cometa haría que la Tierra se acercase al Sol y pereciese abrasada.
En 1745 el naturalista francés Jorge L. L. de Buffon (1707-1788) formuló otra hipótesis, aunque menos apocalíptica, sobre las colisiones. Sugirió que hace unos 75 000 años un cometa habría chocado con el Sol. La materia que había rebotado en el astro rey se había hecho sólida y se había convertido en lo que hoy son los planetas, incluida la Tierra.
A consecuencia de especulaciones como estas, los que nunca se habían preocupado ni por asomo por las profecías tocantes a desgracias astrológicas comenzaron a preocuparse por las catástrofes físicas y la posibilidad de una colisión cometaria.
Las especulaciones de Whiston y Buffon son insostenibles por razones que se dirán más adelante. Pero, como explicaré en el último capítulo, cabe la posibilidad de que los cometas originen catástrofes en la Tierra y de que incluso lo hayan hecho ya en el pasado.
Tras la vuelta del cometa Halley, sin embargo, la mayor parte de los astrónomos no tuvo tiempo para preocuparse por las catástrofes posibles, pasadas o futuras. Lejos de ello, comenzaron a interesarse febrilmente en los cometas, ya que, de repente, se habían convertido en el tema astronómico de mayor actualidad.
Todos querían descubrir un cometa y, a ser posible, calcular su órbita y predecir su vuelta. Al fin y al cabo ya había buenos telescopios y se podía distinguir cometas demasiado apagados para ser observados a simple vista. Con ayuda de un telescopio se puede tener la absoluta seguridad de descubrir nuevos cometas con cierta frecuencia. En realidad casi todos son oscuros e inapreciables: pero un cometa es siempre un cometa.
Messier, el primer astrónomo profesional que vio la vuelta del Halley, se enfrascó totalmente en la búsqueda de un nuevo cometa. Era lo único que le interesaba en esta vida. Tras medio siglo de búsqueda descubrió 21 nuevos cometas y sufría unas rabietas de cuidado cada vez que otro astrónomo descubría uno antes que él. Cuando murió su mujer lamentó hondamente la pérdida, pero se guardó mucho de hablar de las angustias que le habían corroído en el velatorio por estar consumiendo allí un tiempo que habría podido dedicar a la búsqueda de más cometas.
Un grabador francés dotó de brazos al cometa para que destruyera al mundo en esta pesadilla de 1857 que representa el choque de un cometa con la Tierra.
En realidad, ninguno de los cometas de Messier resultó tener importancia por sí mismo, aunque entre todos contribuyeron a aclarar algunas cosas. Se hizo evidente, por ejemplo, que los cometas eran innumerables; lo que constituyó otro motivo para pensar que era ridículo considerarlos anuncios de hechos desgraciados o de cualquier otra especie. Con la cantidad de cometas que hay, el mundo ya estaría hecho cisco.
El asunto de calcular órbitas y predecir retornos resultó no ser tan fácil como se esperaba. Calcular la órbita de un cometa basándose en un solo paso por el cielo era muy difícil. Halley había tenido la suerte de trabajar con un cometa brillante, de manera que pudo rastrear sus anteriores apariciones, que estaban bien documentadas, y esto le aportó una cantidad extra de datos que le ayudaron mucho a la hora de calcular la órbita.
Los infinitos cometas oscuros con que trabajaron los astrónomos posteriores, sin embargo, no se habían observado anteriormente, que se supiera por lo menos, y las intentonas de descubrir órbitas basándose en un solo paso fracasaban.
El autor del grabado, para burlarse de la moda de buscar cometas que proliferó en el siglo XIX y comienzos del XX, simula aquí el «descubrimiento» de un cometa en 1906 desde el Observatorio de Greenwich. En primer plano varios rabinos consultan las profecías de la Biblia alusivas al tema.
Había transcurrido medio siglo desde el triunfal retorno del cometa Halley en 1759 y aún no se había podido determinar la órbita de ningún otro cometa. Desesperados, algunos astrónomos dijeron que el cometa Halley tenía que ser una excepción: que los demás cometas no tenían órbita elíptica y que por tanto visitaban el sistema solar una vez solamente.
En esta foto telescópica de 1908 vemos al cometa Morehouse como un cuerpo oscuro de cola larga e inconsistente.
Hubo una victoria parcial en 1770, sin embargo, cuando un astrónomo sueco, Anders Johan Lexell (1740-1784), observó un cometa oscuro. Se las apañó para averiguar su órbita y descubrir que era tan pequeña que el cometa volvía cada 5 o 6 años. Por desgracia, al cometa Lexell, como al final se le llamó, no se le volvió a ver tras aquel viaje alrededor del Sol.
En los años siguientes se fueron rastreando sus idas y venidas, antes y después de 1770, y se acabó descubriendo lo que había ocurrido. Al principio, la órbita del cometa Lexell había sido larga, pero en 1767 había pasado cerca de Júpiter y la fuerza de gravedad del planeta la había acortado a una duración de 5 o 6 años. Rodeó el Sol y volvió en 1776, pero era tan oscuro que al parecer nadie lo advirtió. Luego, en 1779, mientras se alejaba, volvió a pasar cerca de Júpiter y el planeta le cambió la órbita en una elipse tan chata y alargada que, de reaparecer, no era probable que pasase cerca de la Tierra. Incluso si volvía a vérsele, seguramente se le tomaría por otro cometa, ya que no habría manera de identificarlo con el Lexell.
Pero en 1802 cambiaron las cosas. El matemático alemán Carlos Federico Gauss (1777-1855) ideó un método matemático para deducir una órbita de tres observaciones lo bastante distanciadas entre sí. Con lo que el trabajo se facilitaba considerablemente.
Cuando en 1818, un astrónomo francés, Jean Louis Pons (1761-1831), descubrió otro cometa, el astrónomo alemán Johann Franz Encke (1791-1865), que había sido alumno de Gauss, se puso a calcular su órbita. Lo consiguió en 1819 y desde entonces se conoce al cometa con el nombre de cometa Encke. Descubrió que dicha órbita era pequeña y que daba una vuelta completa alrededor del Sol en sólo 3 años y un tercio. Es decir, que se trata de la órbita cometaria más pequeña que se conoce hasta hoy, y en los casi 40 retornos que ha efectuado desde 1819 se le ha podido observar en todas las ocasiones.
En 1910, un grupo de aldeanos chinos trata de asustar al cometa Halley con fuegos artificiales.
El cometa Encke no fue más que el segundo cometa cuya órbita se calculó y cuya vuelta pudo constatarse, ya que el cometa Halley fue el primero. Desde que se calculase la primera órbita cometaria pasaron 114 años sin que pudiera establecerse otra, pero a partir de entonces ya no hubo problemas. Ya se había determinado la órbita de muchos cometas; el mismo Encke averiguó no menos de 56 órbitas.
Los astrónomos creían por fin que todos los cometas formaban parte del sistema solar y que viajan en sendas órbitas que rodean el Sol en un tiempo más o menos largo.
Los cometas se pueden dividir en cometas «de periodo corto» y cometas «de periodo largo». Los de periodo corto ejecutan una revolución completa en menos de 200 años; el cometa Halley es de periodo corto.
Fotografía telescópica del cometa Halley en 1910, camino de su perihelio.
Los de periodo largo se desplazan en una órbita tan alargada que es extremadamente difícil calcularla basándose en el breve momento en que están cerca del Sol y durante el que pueden verse. Pueden tardar miles, cientos de miles y hasta millones de años en ejecutar una vuelta completa a lo largo de su órbita.
Es muy posible que a estos cometas, aun cuando por lo general sean muy brillantes y espectaculares, no lleguen a verlos dos veces los astrónomos. A fin de cuentas, la última vez que pasaron cerca de la Tierra no había aquí nadie para observarlos científicamente, ya que, en el mejor de los casos, nuestro planeta estaría poblado entonces por los primitivos antepasados de los actuales seres humanos. La próxima vez que aparezcan, ¿quién sabe el destino que habrá caído sobre la Humanidad y si quedará alguien sobre la superficie del planeta para observarlos?