Capítulo 6

Naturalmente, los cometas más espectaculares son los de órbita muy larga que se acercan al Sol sólo una vez cada tantos miles de años. Al contar con tan escasas ocasiones de perder parte de su materia, desarrollan una coma muy amplia y una cola larga y vistosa cuando se aproximan al Sol. A veces a estos se les llama «cometas nuevos» porque apenas han tenido ocasión de sufrir modificaciones y porque, cuando se acercan al Sol, es probable que sea la primera vez que se les observe científicamente.

En el siglo XIX recorrió nuestro cielo cierta cantidad de estos cometas nuevos.

En 1811, por ejemplo, apareció un cometa enorme con una cola que tendría unos 160 millones de kilómetros de longitud (más de la distancia que hay entre el Sol y la Tierra). Fue visible durante año y medio y se mantuvo muy brillante durante muchas semanas. Casualmente, la cosecha portuguesa de oporto fue muy buena mientras el cometa estuvo en el cielo. El cometa no tuvo en realidad ninguna relación con el vino, pero durante más de medio siglo se anunció y vendió como «la cosecha del cometa».

En siglos anteriores un cometa tan llamativo habría enloquecido a Europa con augurios de catástrofes y no cabe duda de que muchos se pusieron francamente enfermos. A Napoleón, al parecer, no le preocupó gran cosa. Fue una lástima porque apenas desapareció el cometa, invadió Rusia; como se sabe, esta campaña terminó en un desastre total y preparó el camino de su derrumbe definitivo.

En 1843 apareció otro cometa que probablemente fue más brillante incluso que el de 1811, pero por su posición apenas fue visible en Europa. Su cola era recta y delgada y abarcaba la cuarta parte del cielo.

El Gran Cometa de marzo de 1843, que aquí vemos sobre París, era un «rasante», giró alrededor del Sol a una velocidad de 2 045 000 km/h y pasó a 129 000 km de la superficie solar.

El cometa de 1843 fue notable porque su perihelio estuvo muy cerca del Sol. En su punto más próximo, el cometa Halley está a 88,5 millones de km del Sol, mientras que el cometa Encke está sólo a 49 millones. El cometa de 1843, sin embargo, estuvo sólo a 800 000 km del centro del Sol al alcanzar su perihelio. Pasó nada más que a 130 000 km, aproximadamente, de la superficie solar. Cuanto más cerca está un objeto que gira alrededor del Sol, más aprisa se mueve; el cometa de 1843 recorrió a tal velocidad su perihelio que hizo tres cuartas partes de su vuelta en torno del Sol en menos de un día, ya que se desplazaba a una velocidad de unos 550 kilómetros por segundo. Esta velocidad le ayudó a sobrevivir al encuentro.

El cometa de 1843 pertenece a una categoría conocida por «cometas rasantes al Sol»; el Halley no pertenece a esta categoría. Si perteneciera, un par de revoluciones bastaría para evaporarlo hasta quedar con el núcleo rocoso al desnudo o incluso se desintegraría.

En junio de 1858 el astrónomo italiano Giovanni Donati localizó un cometa que se volvería muy brillante y dejaría tras de sí una cola de polvo y un par de estelas gaseosas más finas.

El 2 de junio de 1858 el astrónomo italiano Giovanni Battista Donati (1826-1873) localizó un cometa que desde entonces se llama cometa Donati. Fue el tercer cometa nuevo del siglo. Más importante que su brillo, sin embargo, fue el hecho de que tuviera varias colas y que estas cambiasen de forma de vez en cuando. También se le apreciaron mutaciones en la coma.

La observación del cometa Donati puso de manifiesto que a medida que se calentaba la superficie se liberaban burbujas gaseosas. Esto no es sorprendente según las modernas hipótesis sobre la estructura cometaria. Está dentro de lo probable que las acumulaciones de materia rocosa encierren pedazos de hielo. Cuando el hielo se evapora, el vapor acaba por reventar la prisión rocosa en una explosión que puede ser la causa de la coma y la cola. Estas explosiones tienen el mismo efecto que los cohetes y empujan al cometa hacia delante, hacia atrás y hacia los lados. Seguramente les modifican un tanto la órbita incluso cuando no hay planetas lo bastante próximos para atraerles de manera apreciable. Por este motivo, aun cuando se hayan calculado todas las influencias planetarias posibles, es muy probable que el cometa alcance su perihelio un poco antes o un poco después de lo previsto.

Donati fue el primero en obtener el espectro de un cometa, en 1864; es decir, el primero que pudo analizar la longitud de onda de la luz que emitía. El espectro tenía líneas oscuras, puntos que no irradiaban ninguna luz de aquella longitud de onda concreta. Tales líneas indicaban que determinadas sustancias que rodeaban el cometa habían absorbido luz, y por la situación de las líneas oscuras se puede saber la naturaleza química de las sustancias en cuestión. En 1868, el astrónomo inglés William Huggins (1824-1910) identificó algunas de las sustancias de la coma. Este fue el primer paso hacia la teoría de la estructura cometaria que Whipple desarrollaría más de ochenta años después.

Mientras tanto, en 1861, aparecía un cuarto cometa nuevo. Se detectó primero bien al sur del hemisferio meridional, pero los australianos que lo vieron no tenían ningún medio para comunicarse con Europa ni con los Estados Unidos, salvo la navegación. Cuando la noticia llegó a su destino, el cometa había alcanzado la zona orbital visible desde el hemisferio norte, de modo que irrumpió en la vida de europeos y norteamericanos sin avisar. Al igual que el cometa Donati, el de 1861 estaba dotado de una cola de estructura compleja y cambiante.

Era un cometa de aspecto particularmente grande, ya que se acercó de manera inusitada a la Tierra. Su mayor aproximación fue de 17 millones y medio de km., menos de la mitad de la distancia mínima que nos separa de Venus, el planeta más cercano a nosotros. Alrededor del 30 de junio, la cola del cometa barrió la Tierra y como era de esperar no ocurrió nada anómalo, ya que una cola cometaria, a pesar de su imponente aspecto, es muy inconsistente. Hubo muchos norteamericanos, sin embargo, que luego insistieron en que el cometa de 1861 lo había enviado Dios como advertencia de las futuras matanzas que originaría la guerra de Secesión (como si por aquel entonces hubiese hecho falta un cometa para prever la tragedia).

El quinto y último cometa nuevo del siglo XIX apareció en 1882. Mientras seguía su curso desprendió un pequeño fragmento que fue reduciéndose hasta desaparecer: otra muestra de la fragilidad de los cometas. El cometa de 1882 siguió la misma órbita que el de 1843 y era asimismo un «rasante al Sol». No obstante no pudo tratarse del mismo cometa, ya que era imposible que el de 1843 volviese al cabo de sólo 39 años.

El Gran Cometa de 1860-61, que aquí vemos, tenía una cola impresionante que barrio la Tierra (sin ninguna consecuencia perceptible) a fines de junio de aquel año. En los Estados Unidos se lo interpretó como una predicción de las matanzas de la guerra de secesión.

Hoy sabemos que hay toda una familia de rasantes al Sol que siguen la misma órbita. Puede que se trate de trozos de un solo gran cometa que se fragmentó hace muchos miles de años al pasar muy cerca del Sol. Los fragmentos estarían volviendo por turno, los unos más aprisa que los otros, a consecuencia de los efectos explosivos en la superficie del cometa.

El astrónomo escocés David Gill (1843-1914), que trabajaba en un observatorio de Sudáfrica, fotografió el cometa de 1882; fue la primera fotografía de un cometa que se obtuvo. En 1894, el astrónomo estadounidense Edward Emerson Barnard (1857-1923) hizo una foto telescópica de un sector del cielo y descubrió en él un cometa desconocido. A partir de entonces han ido aumentando los descubrimientos por medio de la fotografía y disminuyendo los realizados mediante la observación visual (con o sin telescopio). Gracias a la fotografía y otras técnicas avanzadas, en la actualidad se descubren entre diez y treinta cometas al año.

Los cinco cometas nuevos del siglo XIX, que se dejaron ver en el espacio de 71 años, tenían todos un período de miles de años, quizá de muchos miles. El instante de estas enormes órbitas durante el que se les pudo ver, era demasiado breve en todos los casos para calcular con seguridad el tiempo de revolución completa. Y así como no había forma entonces de predecir su aparición, tampoco hay en la actualidad ninguna forma de predecir, ni aproximadamente, el momento en que reaparecerán.

El Gran Cometa de septiembre de 1882, otro «rasante al Sol», brilló de modo muy llamativo durante el eclipse del 17 de mayo de ese año.

En el siglo que ha transcurrido desde 1882 no ha habido ningún otro cometa nuevo de especie tan vistosa: ni uno solo. El cometa más brillante que se ha visto en el cielo del hemisferio norte, después de 1882, apareció en 1910, pero se trataba en realidad de nuestro viejo amigo, el Halley, que nos hacía su tercera visita desde que Halley averiguase su órbita.

Claro que esta vez, con ayuda de telescopios y fotografías, se pudo apreciar mucho antes de que se le pudiera contemplar a simple vista, y fue perceptible asimismo mucho después de ello.

Se le fotografió por primera vez el 11 de septiembre de 1909 y se le siguió fotográficamente hasta el 1 de julio de 1911, cuando ya había rebasado la órbita de Júpiter.

El cometa Halley alcanzó su perihelio el 20 de abril de 1910 y lo hizo con tres días de retraso sobre lo previsto, a pesar de que se habían tenido en cuenta todos los efectos gravitacionales posibles. Es indudable que esta tardanza se debió al efecto tipo cohete originado por el explosivo calentamiento de su superficie.

Incluso en fecha tan actual como 1910 se desató un pánico cometario en toda regla, ya que pareció muy probable que la Tierra cruzase la cola del cometa. Aunque los astrónomos aseguraron al mundo que aquello no iba a provocar ningún efecto (como tampoco había provocado ninguno en el caso del cometa del 1861), muchas personas estaban convencidas de que aquello iba a ser el fin de la vida terrestre si es que no iba a ser el fin del planeta mismo. Algunos comerciantes sin escrúpulos ganaron mucho dinero vendiendo «pastillas contra el cometa» que anunciaban como antídoto contra los gases venenosos que se creía iba a liberar en la atmósfera la cola del Halley.

No hace falta decir que dicha cola no produjo el menor efecto sobre la Tierra ni sobre ninguna de las especies vivas que esta contiene.

En 1910 Mark Twain agonizaba. Cuando quienes estaban con él le dieron ánimos, Twain negó con la cabeza.

—He venido con el cometa —dijo— y tendré que irme con él.

Murió el 21 de abril, un día después de que el cometa alcanzase su perihelio.