CAPÍTULO XIV

A Brade le llevó un buen tiempo absorber todo el significado de aquello y la multiplicidad de las heridas lo entumecía.

Ahora seguir el trabajo de Ralph sería imposible. No habría un ensayo asombroso, ninguna contribución extraordinaria, nada con lo cual encandilar al departamento y al mundo químico externo. El Capitán Anson había tenido razón. Otto Ranke había tenido razón. Ël era quien había estado equivocado.

La llamada sobre la puerta se repitió tres veces antes de que la oyera. Cuando por fin gritó "Adelante" no ocurrió mucho, salvo un ruido inútil en el picaporte.

Brade se puso en pie para abrir la cerradura. Era como si se movieran los músculos de otra persona. En la mente no le quedaba sitio ni siquiera para preguntarse quién podría llamar a la puerta en domingo; ni para asombrarse de encontrar al detective Jack Doheny, con el traje azul oscuro con delgadas líneas blancas que llevaba la noche del jueves, cuando se había encontrado por primera vez sobre el cadáver de Ralph Neufeld.

Doheny miró como al azar a su alrededor y dijo:

—Espero que no le importe hablar un momento conmigo, profesor.

—Si lo desea —dijo Brade, sin sentir mayor emoción al respecto en aquel momento de frustración.

—Lo llamé a su casa pero su esposa dijo que había venido aquí. Así que me di una vuelta —volvió a mirar a su alrededor—. ¿Importa si fumo, profe?

—No, hágalo.

Doheny encendió con cuidado un cigarro y se sentó en una silla ante la silenciosa investigación de Brade. Se acercó un cenicero y dijo:

—Parece que los dos estamos haciendo un poquito de trabajo dominguero.

—¿Vino para hacer preguntas sobre Ralph Neufeld, o puedo ayudarlo en alguna otra cosa?

—Sí, es sobre el muchacho, profesor —dijo Doheny—. No me lo puedo sacar de la cabeza. Curioso. Algo no andaba bien desde el principio mismo.

—¿Qué fue lo que no anduvo bien desde el principio mismo? —preguntó Brade, con cautela.

—Bueno, vea, profe, yo no se nada sobre química. Nada. Así que la primera vez que estuve aquí me vi bastante perdido. Sin embargo, hace tanto que me dedico a lo mío que no puedo evitar la sensación de que algo no marcha aún cuando me diga: ojo, Jack, no estás en lo tuyo.

—No le entiendo.

—No es fácil de explicar. Fíjese en usted, por ejemple, profesor. Digamos que tiene un nuevo compuesto químico en un tubo de ensayo y se pregunta. ¿Qué puedo hacer? Apuesto que puede hacer algún tipo de suposición incluso antes de hacer algo, de ponerlo a prueba. Usted se dice, esto parece de los que explotan. O, ojo con éste, es de los venenosos; o éste se va a poner negro si le agrego un poco de esta materia que tenemos aquí.

—Por cierto —dijo Brade—, si conociera la fórmula estructural de un compuesto nuevo, podría hacer ciertas deducciones sobre sus propiedades.

—Y casi siempre daría en el clavo, ¿eh?

—Acertaría con frecuencia, supongo.

—Seguro. Llega con la experiencia. Una especie de sensación con respecto a las cosas que tal vez uno no pueda explicar a veces.

—Puede ser —dijo Brade, dudando.

—Correcto, profesor. Ahora bien, yo me pase veinticinco años trabajando con seres humanos, así como usted trabajó con cosas químicas. Tengo una educación sobre la gente que no se puede conseguir en la escuela. Puedo distinguir algo que no marcha en una persona así como usted puede captar algo raro en un compuesto químico. A veces sigo la huella equivocada, como puede pasarle a usted a veces con los compuestos, pero la mayor parte de las veces acierto, también como usted.

Brade sintió que su aprensión crecía, aunque mantenía la serenidad suficiente como para comprender que todo aquello debía estar planeado justamente para hacer que su aprensión creciera y nada más.

—¿A qué quiere llegar? —dijo, llanamente.

—Lo que estoy tratando de decir es que cuando hablé con usted el jueves, había algo que no funcionaba en usted.

—Ya lo creo. Nunca había visto en mi vida un cadáver y éste pertenecía a uno de mis discípulos. No las tenía todas conmigo.

—¿Ah, sí? Puedo comprenderlo, Profe En serio. Pero fíjese —Doheny se concentró lentamente en el cigarro, con chupadas metódicas, haciéndolo girar para asegurarse de que ardiera parejo— La química se parece mucho a la cocina, vea. Uno tiene ingredientes. Uno los mezcla y los calienta o hace lo que demonios (perdóneme) hagan ustedes con ellos. Tal vez la química sea más compleja, pero si uno piensa en una cocinera en una cocina, tiene una idea de un químico en un laboratorio. Ahora suponga que una cocinera está haciendo una torta. Necesita harina, leche, huevos, vainilla, bicarbonato, vaya a saber cuántas cosas. Las coloca todas sobre la mesa y empieza a echarlas y mezclarlas y lo que sea. Pero después dr usarlas, deja las cajas y las botellas sobre la mesa. Tal vez vuelva a poner la lcche en la heladera, pero no es probable que mueva la harina o la vainilla, digamos. Lo que no hace, es ir a la despensa a sacar la harina, echar un poco, volver a llevar la leche a la heladera, sacar el condimento, y así sucesivamente. ¿Estamos?

—Estamos, señor Doheny. ¿Pero, cómo se aplica en este caso?

—Bueno, su muchacjo estaba mezclando su propio tipo de torta y estaba echando —(Doheny le dio un vistazo a una tarjetita que sacó del bolsillo de la camisa)— acetato de sodio, sólo que sacó en cambio el cianuro de sodio. ¿Entonces por qué no estaba el frasco de cianuro en el banco de trabajo, cerca de él? ¿Por qué estaba otra vez en el estante?

—¿Qué importa dónde estuviera? —(Brade sabía que importaba, pero la cuestión era: ¿por que creía que importaba aquel hombre de pronto formidable, de rostro redondo y poco inteligente:)

—Tal vez no significara nada —dijo Doheny juiciosamente—. Podría ser, por ejemplo, que estuviera sobre el escritorio cerca de él y usted lo hubiera llevado otra vez al estante en forma automática cuando encontró el cadáver. Es decir... sin pensar. ¿lo hizo?

Brade olfateó una trampa. No se atrevió a mentir.

—No —dijo.

—O tal vez el chico fuera el tipo de persornaje que hace cosas demenciales. Tal vez echara un poco de polvo y caminara cinco metros para colocar otra vez el frasco en su lugar antes de seguir. Salvo que noté que tenía una jarrita vacía detrás de todos los recipientes de vidrio con los que trabajaba, y la jarra, o el matraz, o lo que fuese, tenía un poco de polvo adherido, así que él era del tipo que deja estar las cosas un poco. Así que entonces me pareció extraño.

Los labios delgado de Brade seguían apretados. No dijo nada.

—Así que me preocupó. Llevé el frasco de veneno del estante al lugar donde trabajaba el muchacho y realice algunos movimientos y pregunté: ¿Eh, profe, no ve algo raro en esto? Pensaba verificar y ver si usted captaba el mismo elemento extraño que yo. Me imaginé que usted diría: ¿eh, cómo es que el frasco estaba en el estante en vez de en lugar donde él trabajaba? Sólo que usted no lo hizo, profe. Parecía estar en blanco. Y entonces me dije: Jack, pasa algo raro con el profe. ¡Es demasiado inteligente para ser tan tonto! ¿Ve lo que quiero decir? Usted y los productos químicos; la gente y yo.

—Maldita sea, estaba trastornado —dijo Brade con furia—. No pensaba con claridad.

—No diré que no, profe. La cosa era bastante rara así que pensé en hacer unas cuantas preguntas antes de eliminarla. ¿Y sabe una cosa? Algunos me dijeron que esta materia, el acetato, era diferente al cianuro cuando uno hundía una cuchara en ella. ¿Es así, profesor?

Brade vaciló por segunda vez, y por segunda vez no vio ventajas en mentir.

—En cierto sentido, así es —dijo.

—Después algunas personas dijeron que este chico, Ralph, era un trabajador tan cuidadoso que no comprendían cómo pudo cometer semejante error. Siempre controlaba por partida doble, parece. ¿Correcto, profesor?

—Era un trabajador cuidadoso.

—Bueno, sabe profesor —la sonrisa cordial no abandonó la cara de Doheny~, ¿usted estaba tan trastornado que no me dijo ninguna de estas cosas? ¿No dijo ni una vez que era improbable confundir los frascos por uno u otro motivo? Más aún, desde entonces ha tenido dos días para serenarse y sigue sin haberme llamado ni una sola vez para decírme: eh, pensé en algo que olvidé decirle. Así que quizás mi primera sensación de algo extraño con respecto a usted tiene algún sentido.

—No mucho —dijo Brade, con repentina furia— salvo que no soy brillante en estas cosas. No soy un detective. Eso es todo.

Doheny asintió.

—Sí. Admito que no es mucha cosa... si se la toma aislada. Pero fíjese, otra vez. Tal vez usted estaba trastornado, y lo demás, pero con todo, allá estaba usted pidiendo la llave del chico para el laboratorio. Recuérdelo —

—Sí, lo recuerdo.

—Perfecto, ¿por qué la pidió? Podría haber llamado al día siguiente, o ido a la seccional a recogerla o dejar que la tuviéramos, dado que era probable que usted tuviera una. Pero me la pidió. ¿Por qué?

Brade se sentía violentado.

—Se me ocurrió, nada más. No había otro motivo. Se me ocurrió, nada más.

(Dios mío, pensó, Brade. Impotente, eso era todo. ¿En qué se estaba metiendo?)

Doheny alzó una mano regordeta.

Seguro, seguro. Tal vez eso lo explique. No digo que no. Sin embargo, pensé: ¿qué otra explicación podría haber? Ese es mi oficio, sabe, pensar en otras explicaciones. Tal vez usted estaba bastante ansioso de que nadie entrara al laboratorio sin que lo supiera. Tal vez le ponía nervioso que la policía tuviera la llave —la ceniza del cigarro ya era larga. La hizo caer con suavidad en el cenicero—. Me lo pregunté, nada más.

Brade comprendió que había cometido un error al saltearse el almuerzo. El estómago vacío y el olor del humo del cigarro se combinaban para darle un principio de descompostura y confundirle los pensamientos.

—Le aseguro que no tuve semejante intención —dijo.

—Pero pensé en verificarlo, profe. Y había bastantes cosas raras en usted, así que despues de irme, rondé un poco afuera. Se encendió la luz en el laboratorio del chico y así quedó durante un buen rato. Usted se fue una hora laga después que yo. Así que hice que los muchachos volvieran a traer la llave del chico y entré otra vez al laboratorio y, sabe, usted había estado trabajando. Había algunos compuestos químicos desparramados que antes no estaban y algunas jarritas de polvo.

Brade carraspeó con dificultad.

—Así que hice venir a uno de nuestros químicos —dijo Doheny—. Nosotros también tenemos químicos, profe. Le dio un vistazo al lugar y dijo que era posible que usted hubiera estado haciendo pruebas en busca de cianuro y se llevó un poco de lo que había en las jarritas al laboratorio policial y dice que eran acetato. Así que: ¿qué estaba haciendo en el laboratorio, profesor?

Brade no vio escapatoria. Con voz baja, firme, le contó a Doheny lo que había hecho en el laboratorio de Ralph la noche del jueves, acerca del único matraz de cianuro y sus compañeros de acetato, acerca del método de trabajo de Ralph.

—¿Y usted no nos lo contó? —dijo Doheny.

—Me temo que no.

—¿Por miedo a verse enredado en la madeja de un asesinato?

—Si se refiere a que pensé que la sospecha de asesinato podía ser dirigida a mí, está en lo cierto.

—Bueno, hizo lo que no debía. Hará que la sospecha sea más fuerte para un jurado.

—¿Por qué? —dijo Brade, acalorado—. Si yo fuera el asesino, no tendría quc verificar los matraces. Lo sabría.

—Si usted no fuera el asesino, ¿por qué iba a andarse con secretos? Eso es lo que se preguntaría el jurado. Mire una vez que uno empieza por no ser franco y sincero, ellos empiezan a preguntarse qué diablos hizo realmente en el laboratorio. Tal vez usted no este diciendo la verdad, ahora.

—Le juro que...

—No tiene que jurarme a mí. Ahórrelo para el juzgado si es que alguna vez le hace falta —le dio otro golpecito al cigarro y dijo—. El asunto es que usted pensó que era asesinato desde el principio.

—Asesinato o suicidio.

—¿Suicidio?

Usted pensó que podía ser suicidio. Al menos se corrió la voz de que estaba haciendo preguntas acerca del estado de ánimo de Ralph antes de su muerte.

—Me pregunto quién le dijo eso.

—¿lmporta?

—No. Sólo me preguntaba si me lo diría. Seguro, hice preguntas para cubrir el aspecto del suicidio, pero no creía mucho en eso. Por lo común un suicida deja notas.

—No hay ninguna ley que le obligue.

—Claro. Pero por lo común. El asunto es que por lo general un suicida siente lástima de sí mismo, sabe. Se imagina que una vez que haya muerto, toda la gente que fue desagradable con él se sentirá bastante mal y piensa que tal vez si tuvieran una oportunidad de hacer las cosas otra vez, serían amables con él. Un poco les mantiene el espíritu en alto. Ya sabe, pensar en lo miserable que se sentirán otras personas. Así que por lo general dejan una nota dirigida a quien desean asegurarse que se sienta especialmente miserable, por lo común la madre o la esposa. Ahora bien, cuando un suicida no deja una nota, significa que está bastante seguro de que la gente indicada sufrirá sin su ayuda. Por lo general no tienen tanta confianza, y yo, personalmente, nunca me crucé hasta ahora con un suicida sin una nota o algún tipo de mensaje. En el caso de este chico, no sólo no dejó nota, si es que era en verdad un suicida, sino que se tomó el trabajo de hacer que pareciera un accidente. ¿No lo cree, profesor?

—Sí —Brade quería asentir con eso.

—A veces los suicidas lo hacen. Por cuestión de seguros, pero el muchacho no estaba asegurado. Por una cuestión de deshonor familiar a causa de la religión, pero el chico sólo tenía a la madre y ninguno de los dos era muy religioso. Probé con otros enfoques que no funcionaron. Sencillamente no tenía sentido hacer que el suicidio pareciera accidente. Pero tenía mucho sentido hacer que un homicidio pareciera un accidente. Así que fue otro quien colocó el cianuro.

—¿Pero quién? —preguntó Brade.

—No tengo la seguridad —dijo Doheny—. Tal vez usted sí.

—Pero yo no tenía motivos —la mente de Brade había llegado a una especie de anestesia. Podía hablar sobre el tema sin dolor.

—Por otro lado, tal vez usted tenía motivo, profe. Preguntando como lo hice recogí algunas ideas. Por ejemplo, me enteré de que a usted no le estaba yendo muy bien en la facultad; de que tal vez usted esté en la pendiente. Yo no diría que es así; pero algunas personas hicieron fuertes insinuaciones en ese sentido. Además este muchacho, Ralph, no se llevaba muy bien con usted. Ahora bien, si su propio discípulo anda por ahí diciendo que usted no es gran cosa, podía darle el empujoncito extra para sacarlo del trabajo. Tal vez ahí esté el motivo para que usted cuidara de cerrarle la boca... en forma permanente.

Brade se sintió claramenre indignado. Era algo demasiado ridículo como para discutirlo

—Sea como sea —dijo—, señor Doheny, ahora he encontrado algo que vuelve muy lógica la teoría del suicidio y nos da un buen motivo para que Ralph haya tratado de que pareciera accidental —(por qué no, pensó. Después de todo podría ser así).

—¿Ah, si? Supongamos que me lo cuenta —Doheny no parecía impresionado.

—Es lo que pretendo hacer —Brade bajó la cabeza con tristeza hacia los cuadernos de investigación. La noche antes le había dicho a Ranke que sabía lo suficiente de química como para poder distinguir si el trabajo de Ralph marchaba bien. Hablaba en el ardor de la furia, pero podía haber sostenido aquella bravata. Al menos, podía comprender los resultados deducidos de los datos de Ralph y ver cómo se adaptaban a las teorías de Ralph. Sin embargo, había dado por sentada una cosa; algo que siempre daba por sentado: la integridad del investigador.

"Ralph Neufeld tenía ciertas teorías que estaba tratando de demostrar o refutar mediante ciertos experimentos —dijo Brade—. Si lograra demostrar las teorías, adquiriría renombre y tal vez un buen trabajo. Si no probaba las teorías, era posible que no consiguiera ni siquiera el título. ¿Entiende?

—Seguro.

—Ahora bien, esta mañana estuve revisando sus cuadernos de investigación y descubro que al principio el trabajo marchaba bastante mal. Él se puso más y más ansioso hasta que por último tomó medidas para asegurarse de que las teorías funcionaran. Empezó a falsificar las observaciones. Acomodaba con deliberación las mediciones para hacer que se adaptaran a las teorías.

—Como un empleado bancario que se vuelve deshonesto y arregla los libros para ocultarlo —dijo Doheny.

—Sí. Exactamente igual.

Doheny hizo una pausa y pensó un buen rato en el asunto.

—¿Lo juraría en la corte, profesor? —dijo.

Brade pensó en lo que había encontrado en los cuadernos, el repentino cambio a experimentos exitosos, los datos borrados. Pensó en cosas pequenas como el relato de Simpson sobre la furia de Ralph cuando su compañero de laboratorio se había acercado demasiado mientras Ralph asentaba los datos.

—Creo que lo haría —dijo—. Pero lo entiende, ¿verdad? Hasta el mismo fin, siguió fielmente con los experimentos como si algo dentro de él le obligara a simular que era un científico honesto aunque ya no lo era. Lo que estaba haciendo era terrible, terrible, y por último no pudo soportar su propio deshonor por más tiempo. Se mató.

—¿Pero por que iba a hacerlo parecer un accidente?

—Porque si fuese suicidio, la gente se preguntaría el porqué. Podían revisar sus cuadernos, enterarse de su deshonra. Si fuera un accidente, nadie buscaría morivos. Su memoria quedaría limpia.

—Pudo haber destruido los cuadernos.

—Tengo duplicados.

—¿No imaginaría que usted seguiría el trabajo y lo averiguaría, de todos modos?

—Tal vez no —dijo Brade, en voz baja—. Me creía poco capaz de seguir con este tipo de trabajo. Tal vez pensó que yo simplemente abandonaría el proyecto una vez que él desapareciera. ¿Lo ve, señor Doheny? ¿Ve cómo ahora encaja el suicidio?

Doheny se llevó la mano a la barbilla y la frotó con fuerza.

—Veo cómo encaja, profesor —dijo— pero no el suicidio. Lo que me contó puede ser su entierro. Le da a usted un motivo mejor para el asesinato que cualquiera de los que imaginé hasta ahora.