CAPÍTULO XVI
Brade le miró desanimado por completo.
—¿Está descartando el suicidio con tanta facilidad? He explicado por qué no había nota. ¿O tal vez no entiende el crimen enorme que es para un científico la falsificación de los datos experimentales?
Doheny parecía impermeable a la mirada quemante de Brade. Tendió la mane derecha.
—Oiga, ¿puedo darle un vistazo a uno de esos cuadernos?
Brade le alcanzó uno y Doheny lo hojeó con sobriedad. Sacudió la cabeza.
—Para mí no significa nada. ¿Pero usted puede revisarlos y ver que algo no está bien en las cifras?
—Por supuesto que puedo —dijo Brade.
—Bien, tiene la experiencia necesaria para hacerlo. Y yo tengo la experiencia necesaria para decir que algo no está bien con la teoría del suicidio. Fíjese, profe, según mi experiencia hay dos clases de personas que se ven relacionadas con la violencia. Una clase es la de los que se odian a sí mismos. Se imaginan que no valen nada. Nada que les ocurra es bueno. No tienen la menor habilidad. Si les pasa algo malo, y todo lo que les pasa es malo, es culpa de ellos. Usted puede acercarse a un tipo así y pegarle una patada en el traseró sin el menor motivo, y no se enfurecerán con usted. Se imaginarán quc tienen un trasero pateable y que es culpa de ellos si se lo patean. A veces estos tipos se sienten bien, tal vez alegres; pero es algo transitorio. Vuelven a caer en la melancolía.
—Maníacos deprcsivos —dijo Brade.
—¿Así los llaman ustedes? —dijo Doheny—. De todos modos, estos tipos pueden terminar violentamente. Son presa fácil para el suicidio Con ellos usted tiene que esconder los cuchillo y las sogas, o está frito. Ahora bien, del otro lado, tiene otra clase de tipo. Oiga, espero que esta charla de mercardo no le aburra —apagó el cigarro en el cenicero—. Me dejo llevar.Tal vez no le interese.
—Siga, por favor. Es evidente que el asunto me atañe de cerca.
—Está bien entonces. Tenemos esta otra clase, la clase de personas que odian al mundo entero. No a sí mismos, entiende, sólo a todos los demás. No puede ocurrir nada que no sea culpa de otro. Un tipo así puede hacer la imbecilidad más grande y estará seguro de que se debió a que algún otro estornudó a una cuadra de distancia. Podría patearlo a usted en el trasero, después iría a la policía porque usted tenía un libro en el bolsillo de atrás y le lastimó un dedo del pie. Más aún, está seguro de que alguien lo metió allí para él: todos complotan contra él; todos están de acuerdo para destriparlo.
—Paranoico —dijo Brade.
—Perfecto. Déle un nombre. Bueno, el chico muerto era de esta segunda clase. ¿Correcto?
—Supongo que lo era —dijo Brade, lentamente.
—Seguro que lo era. Ahora bien, esta clase de tipo nunca se mata porque nada es nunca culpa de él. Usted, profe, podría matarse si falseara los libros y lo abrumara la vergüenza. Este chico no. No se culparía a sí mismo. Sabría con seguridad que la culpa era de otro; lo habrían obligado a hacerlo, vea. Diría que no hacía más que protegerse; o tal vez salvar a la humanidad. No importa qué, esta clase de tipo no se mata; mata a otro o lo matan.
Brade tragó saliva con dificultad, porque Doheny, aunque no empleaba la terminología adecuada, parecía sin embargo estar en lo cierto.
—Ahora olvídese del suicidio y siga esto hasta el final —dijo Doheny—. Suponiendo que el muchacho no se hubiese hecho matar. Suponga que hubiera terminado con este asunto ¿Qué habría pasado?
—Podría haber sido atrapado por el profesor Ranke en los orales del doctorado... es decir, en los exámenes —dijo Brade.
—¿Y si este profesor no lo pescara?
—Bueno, es probable que Ranke no lo hiciera. Nadie pensaría en cuestionar las observaciones. Así que obtendría el título y publicaría un ensayo. Con el tiempo, sin embargo, cuando otros experimentadores trataran de confirmar sus resultados, se revelaría que todo estaba equivocado.
—¿Podrían discernir que él había trampeado?
—Estaría tan equivocado que podrían sospechar en ese sentido.
—¿Y qué significaría eso para usted, profe?
—No me haría ningún bien —murmuró Brade. ¿Por qué tratrar de negarlo?
—Tal vez le hiciera un buen daño.
—Bueno, sí.
—Tal vez algunas personas podrían llegar a pensar que usted lo ayudó en el fraude. ¿Es posible?
—Dudo que alguien llegara a pensar eso —dijo Brade, indignado, pero pensó en el rencor de Ranke y en lo que era capaz de provocar tal rencor.
Doheny le observó con calma.
—O tal vez sólo dijeran que el muchacho realizó las jugarretas bajo sus propias narices porque usted era demasiado idiota como para darse cuenta y el chico lo sabía.
Brade enrojeció y emitió un sonido inarticulado.
—Así que si usted descubrió la adulteraci6n el mes pasado, digamos, en vez de hoy...
—Lo descubrí hoy —dijo Brade.
—No estoy diciendo que no. Sólo estoy especulando. Si lo descubrió el mes pasado, tendría que haber detenido esto de algún modo y no podía limitarse a desenmascarar al muchacho, ¿verdad? Eso seguiría dejándolo a usted en el papel de tonto. Tal vez el único escape fuera disponer un accidente para el muchacho, librarse de los libros y enterrar todo el asunto.
—Hasta hoy, tenía todas las intenciones de seguir con el trabajo de él —dijo Brade—. Tengo testigos.
—Tal vez tenga testigos que le oyeron decir eso. ¿Pero va a seguir con su trabajo?
—Ahora no puedo.
—Y si yo no hubiera venido hoy aquí, ¿le habría contado a todos el motivo por el que no iba a seguirlo?
Brade apretó los labios.
—Ahora entiende lo que quiero decir acerca de tener un motivo condenadamente bueno —dijo Doheny—. Sólo está su palabra de que descubrió el fraude hoy.
—¿Me está arrestando? —dijo Brade, furioso.
—No.
—¿Por qué no, si tengo un motivo tan bueno?
Doheny sonrió.
—Aún no estoy convencido de que lo hizo, profe. Aún estoy tanteando el terreno. Pero lo cierto es que usted está en un aprieto, así que es mejor que me ayude, si quiere librarse de él. Por ejemplo, si usted no lo hizo, ¿quién lo hizo?
—No sé.
—¿No tiene sospechas? ¿Nadie con algún tipo de motivo?
—Bueno... no tengo ningún verdadero motivo para sospechar de alguien y el sólo hecho de repartir nombres sería deshonesto y... y cobarde.
Doheny se movió en su silla.
—Usted es un tipo fuera de lo común, profesor. Por lo general a la gente no le importa decir cosas desagradables sobre los demás. Todo lo que necesitan es una disculpa para poder ser ratas sin sentirse como ratas. ¿Sabe lo que quiero decir? Si pueden decirse a sí mismo que sólo están ayudando a resolver un crimen terrible, eso los disculpa. ¿Por qué usted es distinto?
—¿Tratar de desparramar sospechas me ayudará? ¿O me perjudicará? —dijo Brade.
La sonrisa de Doheny se amplió.
—Sabe, profe, se me ocurre que no confía en mí. Bueno, busquemos sospechosos posibles. Este fue un asesinato planeado con precisión, así que descartemos la legítima defensa y los impulsos. Bueno, que es lo qué hace que un tipo ejecute un asesinato en primer lugar. Podría ser el miedo. Como en su caso, por ejemplo, usted tendría miedo de lo que le pasaría a su repuración si salieran a la luz esos libros adulterados. O podría ser la codicia, sólo que el chico no tenía un centavo ni nadie se beneficia económicamente con su muerte salvo tal vez el empresario de pompas fúnebres. O podría ser amor u odio, que en lo que se refiere al asesinato son casi lo mismo. Bueno, parece que tenemos a una muchacha llamada Jean Makris que fue abandonada por Ralph y que se lo tomó a la tremenda.
—¿Quién se lo dijo? —Brade estaba sorprendido.
—Un par de personas, profesor. Se lo dije. Déle a una persona la idea de que está haciendo algo noble y le sorprenderá la cantidad de basura que puede desparramar, y con gusto, además. Bueno, esta Jean Makris, ¿tenía el conocimiento necesario como para manejar cosas químicas? Es sólo una secretaria, ¿correcto?
—Podía tener el conocimiento —dijo Brade, resistiéndose un poco— (¿estaba tratando de salvarse difamando a otra persona, como era obvio que Doheny lo esperaba?) —. En una universidad una secretaria recoge una buena cantidad de conocimiento empírico respecto al material con el que trabaja cotidianamente. Yo diría que sabía acerca del cianuro.
—Bien, es algo a tener en cuenta. Y no tenemos que preocupamos de coartadas, porque la colocación del cianuro podría haber sido llevada a cabo en cualquier momento en un período de días.
—Sí.
—Después está la otra muchacha que estaba teniendo un romance con él. Una de sus muchachas, en realidad.
—Mi único discípulo femenino. Me enteró de eso anteayer.
—¿No antes, profe? ¿Lo mantenían en secreto?
—Al parecer había cierto problema acerca de la aprobación de la madre del muchacho.
Doheny soltó una risita.
—Eso demuestra que los chicos no saben nada. La madre estaba enrerada. Fue la que me lo contó. Dijo que cuando una muchacha visita a un muchacho para hablar de química, tal vez se trate de química. Pero cuando lo visita una o dos veces por semana para hablar de química, no se trata de química.
—Por lo común el amor no es motivo de asesinato a menos que haya... una desavenencia: dijo Brade, vacilante.
—Lo primero que pensé, yo también —dijo Doheny—. La madre dice que no. Dice que el día antes a que ocurriera, estaban juntos y llevándose muy bien. Verifiqué también eso, sin embargo. Por ejemplo, acostumbraban sentarse en una heladería cercana a tomar helados o gaseusas. El que servía los conocí. Dice que alrededor de una semana antes del asesinato estuvieron en el negocio y se desarrolló una gran dispusta entre ellos, en susurros.
—Ajá —dijo Brade, con repentino interés.
—¿Suena prometedor, eh? Pero era sólo acerca del helado a pedir —el detective sonrió-El tipo del mostrador dice que cree que Ralph le estaba pidiendo a la chica que dejara de comer postres con muchas calorías.
—Ella está un poco excedida de peso —dijo Brade.
—Bueno, sin embargo la ganó. El empleado dijo que siguió insistiendo con el merengue, con verdadera excitación, y terminó tomando un helado con merengue de chocolate. Lo recuerda, porque le puso poco, para que ella no se odiara demasiado por la mañana. ¿Capta el sentido de esto?
—¿Tiene algún sentido?
—¡Claro! Cuando una pareja joven se acalora y se molesta por el tipo de helado que van a tomar, puede apostar que no están por separarse. Si él le estuviera dando calabazas (que es lo que tendría que haber hecho si es ella quien lo mató) no le importaría un rábano que se cargara con algunas calorías más. Así que calculo que la vieja dama tenía razón y que no se estaban por separar.
—Me suena poco convincente —dijo Brade—. Tal vez Ralph no hiciera más que aprovechar cualquier pretexto para empezar una disputa y librarse de ella.
—Oh, no es una evidencia jurídica —acordó Doheny de inmediato—, y no la he descartado por complete. Bueno, ¿a quién más tenemos, profesor?
Brade ya no pudo soportarlo. Estalló con súbita truculencia.
—Esto no le va a dar resultado, oficial.
—¿Qué?
—Sé a qué ha venido y no soy tan idiota como cree. Tiene teorías sobre mí pero ninguna de las que usted llama evidencias jurídicas. Cree que actuando de modo amistoso, fingiendo un exterior franco, podrá engañarme y hacerme cometer deslices.
—Se refiere a cosas como contarme que los libros estaban adulterados.
Brade enrojeció lentamente.
—Sí, algo de eso. Sólo que era la verdad y creía honestamente que daba pie a la teoría del suicidio. Tal vez no sea así. Pero no podrá sacarme nada que pruebe mi culpabilidad porque no soy culpable. No me importa que piense que soy culpable: es su oficio. Sí me importa que trate de conseguir pruebas de culpabilidad de este modo enmascarado.
De pronto hubo una expresión de absoluta gravedad en el rostro regordete del detective.
—Profesor, no me malinterprete —dijo—. Podría estar tratando de embaucarlo, seguro. Forma parte de mi oficio, también. Sin embargo, lo cierto es que no es así. Estoy de su lado, y le diré por qué, además. Si usted lo hizo, profe, mató a un chico joven para salvar su propia reputación de tipo con sesos. Se precisa ser un tipo especial para hacerlo: un tipo orgulloso de su cerebro, si capta lo que quiero decir. Un tipo que cree que nada debe interponerse para que los demás sepan lo inteligente que es, aunque él mismo tenga que decírselos; aunque tenga que hacérselos entender a golpes y tratarlos de ignorantes a todos. Ahora bien, profesor, yo hablé con usted el jueves a la noche. Le estaba hablando a un químico, a usted, y yo no sabía nada sobre química. Usted tuvo que explicarme un montón de cosas, y lo hizo sin hacerme sentir como un criminal o un tarado por no saber sin preparación lo que usted empleó veinte años en aprender. Un tipo que puede hablarle a un tipo lerdo como yo y no cree necesario hacerme sentir como un idiota no es la clase de tipo que mataría a alguien sólo para que la gente no sepa que es perfectamente inteligente
—Gracias —dijo Brade.
—Y por eso me gusta, además. Lo único —se puso en pie y se movió con gravedad hacia la puerta— es que a mí me pasa con la gente lo mismo que a usted con los compuestos químicos. Acierto la mayor parte de las veces, pero en ocasiones me equivoco. Bueno,y ahora dejo de molestarlo.
Alzó una mane a modo de despedida y partió, dejando a Brade que lo mirara irse, pensativo.
Su preocupación silenciosa persistió a través de la cena, que se desarrolló en un silencio casi total. Hasta Ginny estaba tranquila y fue enviada a la cama en lo que casi era un susurro.
Sólo más tarde, con el teleteatro del domingo en voz baja y Brade mirándolo sin verlo realmente, fue que Doris se sentó frenre a él y dijo:
—¿Pasó algo hoy que tengas que decirme?
Brade levantó la cabeza hacia ella con lentitud. Estaba un poco más pálida que de costumbre, pero parecía serena. Un rincón libre de su mente estaba sorprendido, lo había estado desde la noche anterior, de que ella no hubiese dicho nada sobre la gresca en lo de Littleby. Había esperado que Doris, de algún modo, se enfureciera de su tontería, le reprochara con amargura la temeridad de hacer un escándalo ante los ojos de Littleby en la casa de Littleby.
Pero no lo había hecho y ni siquiera ahora lo hizo. Entonces, con claridad y sin tratar de mitigarlos, Brade le contó los hechos del día, empezando con las revelaciones de Roberta, siguiendo con los cuadernos de Ralph y terminando con la conversación con Doheny.
Ella no dijo una palabra a través de todo el relato.
Y cuando hubo terminado, sólo preguntó:
—¿Qué harás ahora, Lou?
—Descubrir quién lo hizo... de algún modo.
—¿Crees que podrás?
—Debo hacerlo.
—Tú predijiste todo esto el jueves a la noche y yo te lo compliqué poniéndome furiosa —dijo—. Y ahora tengo mucho miedo, Lou.
Y en cierto modo porque estaba sentada allí, muy asustada, lo invadió la ternura y casi corrió hasta ella, hincándose junto a la silla.
—¿Por qué, Doris, por qué? Realmente no lo hice yo, sabes.
—Lo sé —la voz era apagada y confusa. No lo miraba—. ¿Pero que pasa si creen que lo hiciste?
—No lo harán —dijo—. No tengo miedo de eso.
Lo impactó con repentina fuerza que no se estaba limitando a consolarla. El temor que había sido tan agudo y penetrante tres noches atrás se había amortiguado hasta casi desaparecer, aunque el peligro de la situación había aumentado tanto.
Porque el peligro había aumentado tanto, había una extraña especie de perversidad en el asunto. La casi certeza de perder el trabajo lo había aliviado al quitarle el miedo crónico a perderlo; la realidad de la sospecha de asesinato lo había aliviado al quitarle el miedo crónico a que sospecharan de él.
—Es algo por lo que tendremos que pasar. Doris, y lo haremos —dijo—. No llores. Por favor no llores.
Le puso la mano bajo la barbilla y le alzó la cabeza.
—No me ayudarás llorando.
Doris parpadeó y sonrió apenas.
—El detective parece una persona muy agradable —dijo.
—No es como yo me imaginaba a los detectives, por cierto, y a veces es muy razonable. Lo divertido es que su buen juicio siempre me toma por sorpresa porque lo veo como el detective cómico de las películas.
—¿Preparo un trago para los dos? ¿Uno chico? —dijo Doris.
—Muy bien.
Doris volvió con los dos vasos y dijo con calma:
—Estuve pensando en lo que dijo el detective acerca del tipo de hombre que podría haber matado a Ralph; alguien orgulloso de su cerebro. ¿No es eso lo que dijo?
—Sí, y es una buena frase. Tendré que recordarla.
—¿No se adapta a Otto Ranke?
Brade asintió, preocupado.
—Sí. Pero en su caso no importa. Ranke no tenía reputación que perder ante el fraude de Ralph. Todo lo contrario. Se había comprometido a que Ralph estuviese equivocado. Lo último que querría sería ocultar el fraude de Ralph. No, querida, sólo mi reputación estaba en juego.
—¿Pero entonces quién? —dijo Doris, con una vocecita aguda.
Brade sostenía el vaso con firmeza en la mano y clavó los ojos en él.
—Bueno, sabes, he estado sentado aquí preguntándome sobre un pequeño detalle. Si le que Doheny me dijo era preciso, palabra por palabra, entonces creo que estoy empezando a tener una idea. Una palabra que empleó puede haber tenido un doble sentido, y no creo que Doheny se diera cuenta. No lo creo, en serio. ¡Una palabra!