Nadia Hope.
Ese nombre está marcado a fuego en el corazón de David.
La conoció cuando iniciaba el tercer curso de Secundaria, al estar sentada junto a él. En principio, no le llamó la atención. «Una chica guapa y estúpida, como todas las demás», pensó.
Pero no era así.
Ella le saludó.
―Hola.
―Hola ―respondió David, sin mucho ánimo.
―¿Qué es eso? ―le dijo, señalando un libro que había dejado en la mesa.
―Nada, tonterías mías ―respondió el chico. Su autoestima brillaba por su ausencia.
― ¿De qué trata? ―miró el libro.
―«Rimas y leyendas», de Bécquer. Poesía, hecha para idiotas desgraciados como yo ―aclaró.
― Me lo leí hace tiempo. Me gustó.
―¿En serio? ―David ignoraba que existieran chicas medianamente cultas sobre la faz de la tierra, a excepción de Mary Shelley, claro.
―Sí.
―¿Cómo te llamas?
―Nadia.
―Bonito nombre, ¿Sabes lo que significa?
―Pues claro ―la chica sonrió, deslumbrándole―. Esperanza.
―En ruso.
―Sí ―dijo ella.
―Yo soy David.
―Es la primera vez que veo a un chico como tú.
―¿Qué quieres decir? ―preguntó él, que lamía el alma y el cuerpo de la chica con los ojos.
―Pensaba que los chicos sólo pensaban en fútbol, coches y tías facilonas.
―Yo debo ser un error de fábrica ―dijo David, bajando la cabeza. Era muy vergonzoso, por entonces―. Supongo que hay de todo en esta vida.
Así empezaron a hablar. Pronto Nadia contagió a David su gran pasión: la guitarra eléctrica. El chico empezó a tocar dicho instrumento con la única intención de impresionarla. Soñaba con poder plantarse delante de ella y tocar la Marcha Turca de Mozart a toda velocidad, dejándola perpleja. La de tonterías que se hacen por amor…
La descripción de Nadia nunca podrá ser objetiva en boca de David, pero podríamos destacar que era una chica esbelta, aunque no atlética, de pelo largo y rubio (el cual, como buena rockera, no se cortaba casi nunca), de piel clarísima que solía tender al color rojo cuando se acaloraba. Expresión de decepción en el rostro y ojos verdes.
Su padre era médico y había nacido en Inglaterra, y su madre era catalana. Ambos vivían en Barcelona desde hacía veinte años. Era una chica silenciosa, pero de voz dulce y palabras sinceras cuando hablaba..
No se preocupaba en absoluto de sus estudios, su sueño era poder vivir de la música y triunfar en el salvaje mundo del rock. En vez de prestar atención en clase, dibujaba… Cuando se despistaba, parecía que estaba en otro mundo.
En pocos días, David cayó enamorado de ella.
Fue la primera vez que sintió algo tan profundo por otra persona y, como suele suceder a estas edades, comenzó a obsesionarse malsanamente. Le costaba dormir y se sentía incómodo y confuso en su presencia.
Padeció los típicos síntomas de enamoramiento: dolor de estómago, ver a la otra persona en cámara lenta, cambios de humor repentinos…
Pero pronto comprendió que jamás sería suya, que había otro. Aun así, no perdió la esperanza.
Intentó cortejarla por todos los medios que un adolescente trastornado puede usar, pero ella lo veía como un amigo, sólo como un buen amigo.
«Sólo amigos». Ésas son las dos palabras que a nadie le gusta oír…
Un 3 de Junio, dos años después de haber compartido su vida como amigos y miembros de la misma banda de rock alternativo (la cual no avanzaba debido a la poca organización de sus miembros), decidió sincerarse con ella y decirle de una maldita vez que la amaba y que le ponía enfermo verla en manos de otros chicos, la mayoría de los cuales eran crueles y estúpidos, aunque guapos.
Se dirigió a la casa de Nadia, que se encontraba en pleno centro de la ciudad. Mientras subía a través del ascensor, muerto de nerviosismo, pensaba en que ella jamás le querría y que seguramente le rechazaría de una patada. Era muy pesimista.
Le sorprendió que la puerta del piso estuviera entreabierta.
Entró.
Reinaba un silencio sepulcral.
―¡Hola! ―dijo David, que no entendía nada―. ¿Hay alguien?
Al no haber respuesta, entró en el salón de la casa y casi se resbaló con un líquido que bañaba el suelo.
Sangre.
Los padres de Nadia estaban muertos. El progenitor se había desangrado encima del sofá y presentaba un tiro en el pecho. La madre lo había pasado peor, ya que un tiro en la barriga le había hecho sufrir más tiempo, adoptando una pose de dolor sobre la alfombra en la cual yacía su cadáver.
David, incapaz de pensar nada, corrió hacia la habitación de Nadia, rezando a Dios y a Lucifer para que estuviera bien. De poco sirvieron las plegarias…
Le habían golpeado en la cara varias veces, provocando la aparición de exagerados moratones.
Su cuerpo sin vida se apoyaba en una pared, empapado en sangre que brotaba de su bello abdomen. Sus ojos miraban al infinito, tristes, fríos…
… muertos.
David se acercó a ella y la abrazó, mientras sus ojos soltaban ríos de lágrimas que le erosionaron la piel. Nunca en su vida lloró de esa manera..
Pegado al cuerpo frío y ensangrentado de Nadia, le contó entre delirios lo mucho que la amaba y lo estúpido que había sido por no decírselo antes. Besó sus labios fríos y se quedó junto a ella hasta que la policía vino a retirar el cuerpo.
Nunca se encontró a los asesinos…