Como el lector espabilado habrá deducido, yo soy Iván Montemayor.

Tengo que aclarar que muchos de los nombres que aparecen en esta historia han sido cambiados o modificados con la única intención de garantizar la intimidad y la seguridad de los implicados en los sucesos que he narrado.

Por supuesto, esta novela que ustedes han leído cuenta una historia real. Tan real como la vida misma. Pero por otra parte, me veo en la obligación de declarar que algunos sucesos han sido embellecidos con metáforas o símbolos, además de elementos cuyo origen se encuentra exclusivamente en mi humilde imaginación.

Las fuentes de las que me he servido para escribir este relato han sido la conversación que tuve en mi habitación de la Residencia de La Ciutadella con David, que ha sido complementado con posteriores entrevistas a Alicia, Flordeneu (que me dejó leer su informe sobre David), José e incluso Jean Pierre Martin. Conseguí hacerme pasar por un familiar suyo para visitarlo en la prisión y, la verdad, es que me explicó muchas más cosas de las que me esperaba.

Los poemas y escritos de David son una fiel transcripción de lo que estaba escrito a mano en el libro que me entregó, yo simplemente me he dedicado a distribuirlos en la historia en el orden que he querido para ser coherente con la cronología de la historia.

José, al que estoy muy agradecido, me hizo llegar todos los correos electrónicos referentes a los casos en que se había visto implicado David. Los he incluido intentando ser lo más fiel posible a los originales.

Más tarde, recibí un paquete en cuyo interior había una grabadora. Me lo había enviado Flordeneu, que según me contó lo recibió de David, quien le pidió expresamente que me lo hiciera llegar como pudiera. Creo que él me conoce lo suficiente como para sospechar que pensaba escribir un libro sobre todos los acontecimientos que había experimentado desde que llegó a ese edificio espectral del Barrio Gótico donde unos personajes que no tienen nada de serios investigan crímenes día y noche.

Como ya aclaraba antes, algunos detalles que se relatan son únicamente invención mía. Eso no quiere decir que la historia sea falsa, aunque yo tampoco puedo asegurar que sea cierta. El lector es libre de interpretar los hechos aquí contados como quiera.

Por último, siento decir que nunca he vuelto a saber nada de ese peculiar y loco detective de aspecto nervioso y ademán irónico. Si alguien lo reconoce o averigua algo de él, por favor le ruego que se ponga en contacto conmigo cuando antes mejor.

Supongo que aún todo el esfuerzo que he puesto en reflejar su personalidad, me he quedado corto y no he podido transmitir la atmósfera de misterio, seducción y fascinación que rodeaba a David Ibáñez. Cuando pienso en él, recuerdo siempre las últimas palabras que me dijo, unas palabras llenas de sencillez y sabiduría.

―Lo que tenga que ser, será.