Se puede hacer mal.., y quedar muy bien
Esta reflexión conviene inculcarla de modo especial al que tiene que hablar en público por primera vez y, lógicamente, está asustado por temor a hacerlo mal. No tema, puede hacerlo pésimamente desde un punto de vista técnico y sin embargo arrebatar al auditorio. Deseo mostrarle esa posibilidad.
Para que resulte evidente voy a contarle dos actuaciones «arrebatadoras», de dos personas de talento a las que admiro mucho, a quienes probablemente usted conoce, y... que espero me perdonen utilizarlas como modelo de «hacerlo mal y quedar bien».
El primero es una demostración perfecta de cómo hacerlo rematadamente mal y «quedarse» con el auditorio. Usted tiene pánico de levantarse al final de un banquete, y que sólo se le ocurra: «Miren, yo no sé decir una palabra en público..., pero quiero dar las gracias, muchas gracias.»
¿Le parece un drama? ¿Cree que ha hecho el ridículo? Está equivocado, es una actuación que se suele acoger con simpatía.
Es casi exactamente lo que le ocurrió al protagonista de mi primer relato, y ¡en qué circunstancias!
El protagonista de esta anécdota es el gran pintor Antonio López García, «Antoñito López».
Todos los españoles aficionados al arte sentimos una especie de veneración por este gran pintor y escultor contemporáneo. Puede que algún lector no interesado por la pintura carezca de referencias. Es muy difícil precisar si un artista es el más importante de una generación. Antoñito López es sin duda uno de los más interesantes y, como orientación, diré que es el español cuyas obras de arte se pagan a más alto precio en el mercado mundial. Para la “Europalia” de Bélgica en 1985-1986 le dedicaron en Bruselas todo un museo para su gran exposición antológica. Con este pretexto el diario ABC de Madrid le rindió el homenaje de entregarle el ABC de Oro. Antonio estaba preocupado porque es muy tímido, no había pronunciado un discurso en su vida, y esa noche tendría que hacerlo ante un auditorio de superprofesionales.
Las entregas del ABC de Oro tienen empaque y son muy solemnes. Se realizan en la gran biblioteca del periódico, donde instalan una mesa en forma de U y brindan el homenaje algunas de las figuras más brillantes de la vida intelectual española. Cuando una persona elocuente siente verdadero entusiasmo por el homenajeado, su brindis suele quedar rotundo. Así ocurrió aquella noche con varios oradores.
Puede imaginarse la creciente congoja de Antonio López al acercarse el momento en que tenía que contestar a aquella serie de intervenciones, algunas francamente impresionantes. Llegado su turno, se puso en pie, nos miró con cierta ansiedad y dijo algo así: «Señores..., soy muy tímido... Yo pinto, no sé hablar... Lo único que puedo decir es gracias..., de verdad, ¡muchas gracias!»
—¿Nada más?
Nada más. Ya ve, lo mismo que usted tiene tanto miedo de que le ocurra. No le hacía falta al pintor decir más.
Le dimos una gran ovación y quedamos más conmovidos de lo habitual y muy impresionados «por lo bien que ha estado Antoñito». Ejemplo óptimo de quedar bien haciéndolo teóricamente mal.
—De nuevo no juega limpio. Pone como ejemplo un gran artista, idolatrado por los entendidos que estaban dispuestos a perdonarle todo.
No había nada que perdonar. Estuvo perfecto. Dijo cuanto tenía que decir. La prueba es que recuerdo sus palabras y he olvidado por completo las brillantes intervenciones de los restantes oradores de aquella noche (entre las que he olvidado está la mía). Si Antonio hubiese intentado competir con nosotros, es cuando «se lo habríamos perdonado», pero por supuesto habría sido el peor de toda la velada. ¿Para qué? Quedó mucho mejor tal como lo hizo. En realidad es tan astuto, que empiezo a dudar de si no es tan tímido como simula, y lo ha convertido en un truco.
El segundo ejemplo es mucho más probable que lo conozca, pero a lo mejor nunca se lo ha planteado tal como se lo voy a exponer.
Se trata de >mi viejo amigo Luis Escobar, marqués de las Marismas del Guadalquivir. El marquesado lo menciono deliberadamente: Luis Escobar despierta tales simpatías entre casi todos sus compatriotas, que hasta en los círculos «progresistas» le aguantan que sea marqués. Los mismos que regatean dar a otros tratamiento, cuando Luis responde a la pregunta «¿De parte de quién?», «De parte de Luis Escobar», suelen contestar con una sonrisa: «¡Hombre, señor marqués...!»
Es un fenómeno psicosocial muy curioso, que merecería análisis más profundo. De momento nos basta destacar que la clave fundamental está en que Luis Escobar es un genio de la naturalidad. Con todos se porta de la misma forma, con el limpiabotas, el arzobispo, el premio Nobel, el del sindicato o el del reparto del pan, le da igual. En la vida real, en la escena y en la pantalla. A todos se ofrece con naturalidad, tal como es, incluidos los defectos..., entre ellos los de pronunciación. Me gustaría presentárselo a los autores de esos manuales que exigen para hablar en público colocación de la voz, dicción perfecta, articulación nítida. Con sus limitaciones en todos estos terrenos es una de las figuras favoritas de nuestro público.
Hace unos meses Luis Escobar cargaba con la delicada misión de presentar un nuevo libro de un conocido escritor amigo suyo. En un salón enorme, abarrotado de público comenzó por decir: «Señores, tengo que decirles dos cosas: la primera es que lo voy a hacer muy mal, porque es la primera vez en mi vida que presento un libro...» Con la carcajada que siguió a tan peregrina afirmación ya había ganado al público. Luego contó lo que le vino en gana, hizo reír a todos, incluido el autor del libro, emocionó y levantó una ovación de campeonato.
—Me parece que usted no juega limpio. Nos pone como ejemplo de novato a un profesional.
No lo presento como novicio, nos interesa como muestra de triunfo en un acto público, pese a no cumplir las reglas convencionales, y a no reunir ciertas condiciones de voz, articulación, etcétera. Es el motivo de que le recomiende (contra lo que dicen otros tratados), que se lance a hablar ya, sin esperar a cumplir esos requisitos.
—Continúo sin estar conforme. Luis Escobar, es un actor de gran talento.
Vamos por partes, pues el caso se presta a cierta confusión. Indiscutible que Luis Escobar tiene un gran talento. Lo ha demostrado a lo largo de toda su vida. Su inteligencia y esfuerzo le proporcionaron fama y prestigio dentro de los círculos profesionales; en cambio, hasta recientemente no obtuvo popularidad.
Es importante la distinción entre fama y popularidad, que no tienen por qué ir unidas. Fama es el reconocimiento de la excelencia de una persona en su profesión o arte. Popularidad es la aceptación y aplauso que uno tiene en el pueblo; así lo dice el diccionario. Ya que usted parece decidido a emprender una serie de actuaciones públicas, conviene que tenga muy claro cuál de los dos resultados le interesa, porque en esta vida, si uno se empeña acaba obteniendo lo que desea; así que no hay que equivocarse de meta.
Volvamos al ejemplo Escobar. Precisamente cené con él hace poco tiempo y me comentaba: «Es curioso que en una época tardía de mi vida he ganado algo de dinero y mucha popularidad, ejerciendo una profesión para la que no creía servir, la de actor.»
Como Escobar era un extraordinario director de actores, es extraño que creyese no poseer cualidades para el oficio. La explicación está en que desde un punto de vista técnico, le faltan algunas. Tampoco ha intentado adquirirlas.
Cuando Berlanga le ofreció un papel de protagonista en una película importante, La escopeta nacional, con un reparto de grandes actores, Luis, ¡afortunadamente!, no fue capaz de resistir la tentación y aceptó.
—Oiga, ¿no estamos dando demasiadas vueltas a su amigo Escobar?
No, porque dudo que exista otro ejemplo tan claro para el público español de lo que quiero resaltar: para captar el favor ajeno, no existe ninguna cualidad tan importante como la naturalidad. Fíjese en que Escobar se las arregló como pudo portándose en escena exactamente igual que en la vida cotidiana: con naturalidad, SIENDO ÉL MISMO. Si escrutamos en alguna otra de sus restantes actuaciones en teatro, cine o anuncios de televisión, es fácil percibir que el secreto está en portarse en escena tal como lo haría si se encontrase en las circunstancias del personaje que representa.
Por supuesto no es la técnica que usan Robert de Niro y otros colosos de la actuación, pero es exactamente lo que tiene que hacer usted. Ponerse en las circunstancias del individuo que representa: un señor que tiene que dar las gracias en un banquete, el que expone un informe, el que hace una interpelación en el Senado, el ponente en un congreso o en una junta, el que debe manifestar algo en una asamblea, etc. Usted «representa» ahora ese papel. Hágalo con sus propias características, SEA USTED MISMO dando las gracias, exponiendo el informe, etc., con sus mismas cualidades y defectos, con naturalidad, con sencillez. No imite a otro. Es la regla de oro.