26

 

 

Daniel observó que Violet se ponía rígida y que desaparecía la satisfacción que iluminaba sus ojos.

—¿Qué quieres decir con que le has encontrado?

—Debería decir que le he encontrado… más o menos. Lo cierto es que estaba seguro de que al investigar descubriría que había muerto, como tú suponías, pero está vivo… en alguna parte de París. Dar con él tiene su aquel, porque es escurridizo como una anguila, pero lo conseguiremos. También he indagado sobre tu matrimonio con él. —Se esforzó por controlar su voz—. Fue legal, Vi.

Todavía seguís casados; él no le ha puesto fin.

Violet dejó caer los hombros.

—¿No?

—He puesto a mis abogados a trabajar en ello; quiero que descubran la mejor manera de liberarte.

Ella cerró los ojos por un momento, como si luchara contra algo en su interior. Cuando los abrió de nuevo tenía la cara pálida bajo el ala del gracioso sombrerito negro.

—Jacobi es católico —señaló ella—. No creo que se muestre de acuerdo con un divorcio o una anulación, sean cuales sean las circunstancias. Quizá debería olvidarme de que existe y punto. Hace tiempo que dejé de pensar en él, ya no tiene poder para molestarme.

—Tienes que librarte de él —afirmó él con contundencia—. Pensaba que querías hacerlo.

—Y quiero hacerlo. —Él percibió en sus ojos un estremecimiento de miedo, como si recordara el dolor—.

Pero si hay que luchar… Ahora no soy lo suficientemente fuerte para enfrentarme a nada. Apenas he recuperado el resuello durante los últimos días.

—Violet… —Daniel le rodeó la cintura con un brazo y la ayudó a bajar del caballo con suavidad—. Ven, será mejor que hablemos abajo.

Ella aterrizó con un leve golpe y él la siguió. Medusa se movió en busca de hierba, pero él sabía que no se alejaría demasiado. Era un animal tranquilo y le gustaba su box caliente en los establos, estar con el resto de los caballos; jamás se había escapado.

—No quiero volver a ver a Jacobi —aseguró ella con firmeza—. Nunca.

Él se quitó el sombrero y lo dejó caer en un lugar seco del suelo, permitiendo que la brisa le enredara el pelo corto.

—No es necesario que le veas. Solo quiero liberarte de él. No me detendré hasta que lo consiga.

Ella comenzó a pasearse, pero le fallaron las rodillas. Él la sostuvo y la obligó a girarse.

—Eres una mujer fuerte, cariño. —Buscó las horquillas que sujetaban el sombrero en su lugar y las aflojó para quitárselo antes de dejarlo caer junto al suyo—. Puedes superar esto también.

Ella alzó la cabeza. Tenía una mirada penetrante, sin lágrimas.

—No sé lo que haré si le veo. He intentando entenderlo, he intentando explicarme por qué me hizo eso, pero no lo he conseguido. Quería y admiraba a Jacobi…

Habría hecho cualquier cosa por él, y a cambio, me destrozó la vida. Sigue destrozándomela.

Y era verdad, ¡maldito hombre!

—Jacobi no es más que un cabrón egoísta que te utilizó para librarse de sus apuros, no es discutible. Optó por no hacer frente a las consecuencias de sus actos, ya que podía ofrecer a una chica para que lo hiciera por él.

He conocido antes a hombres como él, uno de ellos estuvo a punto de matarme. No merece tu comprensión.

Violet arqueó las cejas.

—¿Qué ocurrió? ¿Cómo es que casi te mataron?

—Es otra de mis angustiosas aventuras. Resulta que casi me echan la culpa del asesinato de un hombre cuando lo cometió un amigo. Cuando llegaron los hermanos y amigos de la víctima, mi amigo no estaba allí, pero yo sí… Él les había dicho que fui yo quien lo asesiné. Por suerte, llevaba encima una navaja y soy muy ágil. Me largué de allí, de ese país, de esa parte del mundo.

—¡Santo Dios, Daniel!

Ella tenía los ojos muy abiertos por la preocupación.

—Fue hace mucho tiempo —aseguró meneando la cabeza—. Aprendí la lección, ¿de acuerdo?

Violet jadeó.

—Me alegra saber que saliste con vida. Te habría perdido incluso antes de conocerte.

La ansiedad que transmitía su mirada le satisfizo.

Violet comenzaba a preocuparse por él y eso le calentaba más que el fuego más ardiente.

—Aquí estoy. Eso quiere decir que logré escapar; estoy aquí contigo.

—Y Jacobi va a conseguir que te pierda. —Volvió a mirarle con tristeza—. Por fin he encontrado la posibilidad de ser feliz por poco que dure, y él me impide disfrutarla.

—No va a durar mucho. —La estrechó contra su pecho—. Te lo prometo. Yo también soy un cabrón egoísta.

Ella se aferró a las solapas de su chaqueta.

—Dices que soy valiente, pero no lo soy. No quiero perder lo poco que he encontrado.

—¿Poco? Intentas provocarme, ¿verdad? —Él depositó un beso en la punta de su fría nariz—. Te he dicho que pensaba enseñarte la vida, y lo haré. Llevar mi automóvil a las carreras es solo una excusa para regresar a Francia. Vendrás conmigo. No pienso andar escondiéndome en un hotelucho de tres al cuarto mientras doy caza al que pronto será tu ex marido. Nos dedicaremos a probar el vehículo durante el día y por la noche te enseñaré qué supone ser la mujer de Daniel Mackenzie. Voy a hacerte la corte de tal manera que serás tú misma la que empuje a mis abogados hacia Jacobi.

Un destello de su espíritu habitual brilló en los ojos de Violet. Él se sintió feliz, odiaba verla rendida.

—Soy capaz de eso, ¿verdad? —preguntó ella.

—Claro que sí, cariño. Dentro de unos días terminaremos el automóvil y luego partiremos hacia las carreras de París.

Ella apretó las solapas con fuerza.

—No sé… Pensaba que tendría más tiempo para pensar sobre todo esto.

Él dominó su tono.

—Ya lo sé. Sin embargo, créeme, es mejor enfrentarse a las adversidades de cara, con violencia incluso, y luego seguir con la vida. Retrasarlo y cuestionarse, esperar y preocuparse… es matador para ti.

Ella le miró.

—¿Te ha ocurrido a ti también?

—Cuando era un niño pensaba que tenía la culpa de la muerte de mi madre. Me carcomían las preguntas…

¿Qué había hecho para que ella quisiera matarme?

Guardaba en mi interior mucho resentimiento hacia mi padre por no contarme cómo había muerto exactamente.

Ahora sé que debería haber aclarado todo esto con él hace mucho tiempo. No entendí que mi padre estaba tan herido por todo esto como yo, que se culpaba de lo ocurrido.

Desperdiciamos mucho tiempo.

Ella asintió con la cabeza sin responder. No era necesario que hablara. Le entendía.

El viento se deslizó entre ellos con sus helados dedos. En medio de aquella gelidez, Violet era una fuente de calor, suavidad para su dureza. La estrechó con más fuerza y le separó los labios con un beso.

Ella sabía a invierno y al viento que los envolvía.

Violet se relajó bajo sus manos y se apoyó contra él como si buscara refugio al frío.

Cuando él interrumpió el beso, todavía vio miedo en sus ojos. El instinto de Violet era huir. Había sido así cómo había sobrevivido siempre, pero él sabía que ahora, por el contrario, solo sobreviviría si dejaba de correr.

Le acarició la mejilla.

—Estaré a tu lado, cariño. A cada paso del camino.

Ella se estremeció.

—Me da miedo regresar allí. No quiero hacerlo.

—No vas a regresar allí. Ahora mismo estás hundida en el fango; esta será la manera de salir y seguir adelante.

Para vencer a Jacobi hay que avanzar, nunca retroceder.

Ella tragó saliva. El pánico que brillaba en sus ojos se moderó cuando ella trató de controlarlo.

—Me consideras más fuerte de lo que soy en realidad.

—Eres más fuerte de lo que crees. —Él la acercó poniéndole las manos en los codos—. No te preocupes, cariño. Estaré a tu lado para asegurarme de que no te caes.

Ella suavizó la mirada y él se apresuró a besarla otra vez.

Marte eligió ese momento para regresar y comenzar a dar vueltas entre sus piernas. Él perdió el equilibrio y ella se rio.

—¡Maldito perro! —gruñó él.

—Hace frío —dijo ella—. Creo que quiere que nos movamos.

—Sí, bueno, déjame ir a buscar el caballo. No te rías. Si se ha largado al establo tenemos por delante una buena caminata.

Pero Medusa no se había marchado. Él se subió a la silla y luego le tendió la mano a ella para ayudarla a subir y colocarse delante. Ella se mostró sorprendida cuando él no regresó a la casa, sino que siguió la lección a caballo, estrechándola con fuerza entre sus brazos sin dejarla caer.

Los días antes de su marcha a París transcurrieron con rapidez. Violet permanecía despierta en la cama durante la última noche en Berkshire, cómodamente acurrucada bajo las mantas en la caliente habitación.

Su desvelo era consecuencia del miedo, no de la incomodidad. El viejo pánico se abría paso en su interior.

Para Daniel resultaba fácil decir que debía enfrentarse a Jacobi y a sus temores, pero era ella la que debería ser fuerte cuando llegara el momento.

No entendía por qué razón no podían encargarse de todo Daniel y sus abogados. Ella podía limitarse a firmar los documentos pertinentes en una oficina de Londres, ¿verdad?

Pero Daniel se mantuvo inflexible. Ella le acompañaría a París. Se enfrentaría a Jacobi y le despreciaría, luego ganarían la carrera.

Se estremeció. Si volvía a ver a Jacobi, no sabía lo que haría. Es posible que se viera dominada por uno de sus ataques de pánico. Podría huir mientras él se reía. O

todavía peor, podría llegar a sentir lástima por él y perdonarle. Jacobi había sacado ventaja de esa baza de la misma manera que de los poderes de su madre. Podría aprovecharse de su silencio.

Daniel no permitiría que ocurriera. Estaría allí, asegurándose de que todo salía bien. Él deseaba que ella se enfrentara a Jacobi siendo Violet, la mujer, no una chica aterrada.

«Estaré a tu lado, cariño. A cada paso del camino».

¿Y entonces qué? ¿Qué querría de ella después? ¿Que fuera su amante? ¿Su esposa?

Ella dudaba mucho que el duque de Kilmorgan, Hart Mackenzie, con aquellos ojos de halcón y su mirada penetrante, permitiera que su sobrino se casara con una embaucadora de la peor calaña, de los bajos fondos de Southwark. Daniel estaba en la línea de sucesión del ducado; si bien ocupaba una posición por detrás de los dos hijos de Hart y de Cameron. Pero podían suceder tragedias, como que toda la familia fuera víctima de la enfermedad o de un accidente. Era posible que Daniel acabara siendo duque antes de saber qué había ocurrido.

Los Mackenzie podían aceptar que estuviera con ella si solo se trataba del simple señor Daniel Mackenzie, pero quizá no la recibieran con tantas ansias si existía la posibilidad de que acabara siendo la duquesa de Kilmorgan.

Rodó sobre sí misma y volvió a apartar las sábanas con los pies. La casa estaba en silencio, aunque los niños se habían acostado tarde. Al saber que ellos dos se irían al día siguiente, no quisieron ir pronto a la cama.

Echaría de menos todo aquello.

Se incorporó, cogió las cerillas y encendió la vela que había en un candelabro en la mesilla. Al día siguiente abandonaría el refugio que suponía aquel hogar para enfrentarse de nuevo al mundo exterior… Pero el mundo era un lugar peligroso.

«Es mejor enfrentarse a las adversidades de cara, con violencia incluso, y luego seguir con la vida —había dicho Daniel aquel día cuando la ayudó a bajar de Medusa—. Retrasarlo y cuestionarse, esperar y preocuparse… es matador para ti».

Y tenía razón, y no solo respecto a hacer frente al pasado. También debía enfrentarse al presente.

Se puso las zapatillas, abrió la puerta de su habitación y se aventuró por el pasillo. Casi pisó a Venus, que jadeaba ante ella, golpeando el suelo con la cola.

Shhh… —Se llevó el dedo a los labios al tiempo que se inclinaba, haciendo que la trenza le cayera sobre el hombro, para acariciar al perro. Venus bostezó y se levantó para seguirla.

La casa estaba distribuida en dos largas alas. El ancho pasillo de la planta superior recorría una de ellas desde el descansillo de las escaleras. Medio tramo de escalera más arriba se encontraba el pasillo que recorría la otra. Ella había sido acomodada en el ala de invitados, las habitaciones de Daniel se encontraban en la otra.

Sabía exactamente cuál era, porque se había encargado de ello.

Subió el tramo de escaleras en silencio, con aquella única vela iluminando el camino. Sabía también que uno de los escalones de la mitad rechinaba, así que lo evitó.

Venus la siguió y sus pezuñas resonaron cuando las alfombras dejaron paso al suelo de madera. Al otro lado de la puerta de Daniel, la perra se sentó sobre sus cuartos traseros y la miró con impaciencia, meneando la cola.

—Tengo que entrar sola —susurró. Podía resultar ridículo explicar aquello a un perro, pero se sentía obligada. Venus la miró como si la entendiera.

Abrió la puerta y entró. La perra suspiró como si se sintiera abandonada y se tumbó en el pasillo cuando ella cerró la puerta.

La habitación de Daniel era grande y oscura; el fuego que chisporroteaba tras la reja no era tan alto como el que acababa de dejar en su cuarto. Las llamas oscilantes mostraban una enorme cama de postes contra una pared con un montón de mantas encima. Desde aquel revoltijo llegaba un ronquido característico.

No pudo reprimir una sonrisa, aunque sus labios estaban rígidos por el miedo. Se obligó a avanzar con cuidado para no tropezar con el borde de la alfombra, con una bota caída u otro perro…Utilizó toda su experiencia en las sesiones de espiritismo de su madre para moverse a través de la oscuridad y llegar hasta la cama.

Alzó la vela. Sintió un momento de pánico por si acaso había entrado en la habitación equivocada, hasta que la luz cayó sobre el rostro de Daniel.

Él había pateado las sábanas y su torso quedaba expuesto. Aunque se había puesto una camisa de dormir, en algún momento de la noche se la había quitado y lanzado al suelo. El resto de las mantas estaban amontonadas sobre sus piernas, cubriéndole también las caderas.

El rostro de Daniel mostraba ya la sombra de la barba y el pelo se aplastaba contra la almohada. Tenía los ojos cerrados, los labios abiertos y roncaba.

Lo contempló, incapaz de moverse. Daniel era un hermoso espécimen masculino de carne y hueso.

Musculoso, como fruto de su atlética y alocada vida. No podía compararlo con un dios porque era muy humano; Daniel pertenecía a la Tierra y ella se alegraba de que fuera así.

Una gota de cera de la vela salpicó la sábana. Violet la apagó de un soplido y la dejó en la mesilla antes de inclinarse para sacudir a Daniel por el hombro.

Él emitió un gruñido pero no despertó. Volvió a moverle. Trató de decir su nombre, pero no fue capaz de emitir ningún sonido.

De repente, una mano caliente le apresó la muñeca.

Daniel gruñó de nuevo al tiempo que entreabría los ojos; el destello color ámbar fue visible bajo la luz del fuego.

Mmm… Qué sueño tan agradable. —El gruñido acabó convirtiéndose en un ronroneo. Aunque sonrió, no le soltó la mano—. Y se mantiene aunque esté despierto.

—Dan… —Su nombre se le quedó enganchado en la garganta.

Daniel aflojó los dedos y se puso la otra mano bajo la cabeza.

—¿Eres sonámbula o realmente se trata de un sueño?

Ella tragó saliva, pero tenía la boca demasiado seca y tosió. Él no la apremió. Su agarre se había convertido en una caricia y le rozaba el interior de la muñeca con la punta de los dedos.

—Daniel, quiero ser tu amante —se obligó a decir.

—No se me había ocurrido que hubieras venido aquí a estas horas de la noche a discutir de finanzas. —Arqueó las cejas—. No has venido por eso, ¿verdad?

—No estoy para bromas. —Apenas lograba respirar.

Daniel le acarició otra vez y su contacto resultó ardiente.

—No puedo evitarlo. Soy muy malo. —A pesar de sus palabras audaces, en sus ojos brillaba la precaución.

—Yo también soy mala —aseguró ella—. Deseo esto. Me da miedo, pero quiero estar contigo. —«Por si acaso no tengo otra oportunidad»—. Quiero ser tu amante de verdad.

Sintió otra caricia al tiempo que notó que él hinchaba el pecho.

—¿Estás segura?

—Segurísima. —Ella sabía que debería hacer algún gesto seductor, como sentarse sobre el borde de la cama, tocarle, coquetear con él… Lo que fuera, menos seguir allí, rígida, como una estatua—. Por favor, Daniel. Antes de que me arrepienta.

Él la estudió durante un buen rato sin dejar de rozarle la muñeca.

—Si fuera un hombre más fuerte, te enviaría de vuelta a tu habitación. Protegería tu virtud por tu bien… y el mío.

—Daniel la soltó, alargó el brazo y tomó entre sus dedos el lazo del camisón para hacer que ella se inclinara hacia abajo—. Pero no lo soy.