XXII

 

Antes de iniciar lo que Bertone Berchasse llamaba la segunda fase de su plan, pidió al profesor Claude Lousteau que pusiera al día al informático y al ex seminarista sobre lo concerniente al llamado Secretum Templi (por mucho que Adrián ya había oído hablar bastante de ello a Prudencio Cotarelo y al marqués de Oriol), de donde derivaba tal secreto y su vinculación a la Orden del Temple.

--Tiene la palabra el profesor Lousteau –enfatizó el modisto.

Los cuatro estaban sentados cerca del pórtico del palacio, al socaire de los grandes olmos que le daban sombra. El profesor se tomó su tiempo antes de comenzar a hablar, mirando como en la ribera del lago jugaba Djali persiguiendo a una mariposa.

--Los templarios y su secreto… --suspiró al cabo con acento misterioso y la mirada perdida en la lejanía.

Se acarició la barba entrecana, luego se quitó las gafas redondas, frotó las lentes con parsimonia de viejo catedrático, exhalándoles vaho y sacando brillo a la lente con un pañuelo no muy limpio que se había extraído del bolsillo de su desgastada chaqueta. Cuando hubo completado aquella especie de ritual previo a su disertación académica, retomó el interrumpido discurso:

--Los templarios… Un tema de locos o de charlatanes, pero también un misterio desde la misma formación de esa orden militar y religiosa. La cosa no la entiende nadie; veamos: nueve caballeros franceses de la nobleza, encabezados por un tal Hugues de Payns, se marchan en 1104 a Tierra Santa con la extraña idea de fundar una orden de caballería y proteger a los peregrinos que van a Jerusalén. Pero dejando aparte que nadie les ha pedido que les proteja, ¿cómo se supone van a hacer tal cosa unos pocos caballeros en medio de los peligros que asolan los caminos de aquellas lejanas tierras abandonadas de la mano de Dios y en esa época tan turbia? Porque hay que señalar que pasan varios años antes de que los primeros nueve fundadores admitan a nuevos miembros en su incipiente orden, eso además de que en lugar de vigilar y custodiar, lo que hacen en realidad es refugiarse en una zona donde antiguamente estaban construidas las caballerizas del Templo de Salomón (por eso más tarde se les llamaría templarios), y de ese lugar sólo sale al cabo de cuatro años uno de ellos, Hugues de Champaña, que toma a toda prisa el camino hacia Francia. Una vez allí se entrevista con el abad de Citeaux, el cisterciense Etienne de Harding, y tras ello vuelve de regreso de Tierra Santa. Lo que hablan entre los dos nadie lo sabe, pero lo cierto es que el abad se encierra desde entonces con sus monjes a estudiar ciertos documentos escritos en hebreo o arameo que le ha entregado el templario traídos de Tierra Santa. Sin embargo, esto es un poco raro, porque los cistercienses no habían sido fundados para realizar labores de estudio, eso ya lo hacían los de Cluny y los Benedictinos, que poseían las más grandes bibliotecas de la Edad Media en sus monasterios. Pero es que, ¡ojo!, no perdamos de vista que los cistercienses se habían creado en oposición a esos ricos, engreídos y vanidosos de su custodia del saber y de sus riquezas, que eran los benedictinos y clunyacienses. El creador del Císter es el monje Bernardo de Clarivaux, que en principio decide fundar la nueva orden monástica para que sea una congregación humilde y pobre; y precisamente como símbolo de oposición a los ricos y poderosos frailes de Cluny (siempre de hábito negro), Bernardo viste a sus monjes de blanco. Y atención al detalle, porque precisamente de blanco iba a ser luego el uniforme de la Orden del Temple, para la que además, poco después, Bernardo de Clarivaux diseñó una estricta regla monástica basada en la Orden de San Benito, el enigmático santo italiano, pues además, el lema de los templarios: Non nobis Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloria, había sido en realidad extraída de los escritos de San Benito.

“Bueno, como ven, un cúmulo de detalles que finalmente desembocan en el repentino y vertiginoso despegue de la Orden del Temple, sin que se sepa muy bien a qué achacarlo, aunque la hipótesis histórica oficial de su enriquecimiento fabuloso se fundamenta en los abundantes legados y donaciones que recibieron de muchos nobles, gentilhombres e incluso reyes. El caso es que hacia el año 1260 la Orden tenía ya más de 20.000 miembros y poseía 9.000 castillos, extensas propiedades, casas, conventos, granjas…,  y numerosas encomiendas o capitanías en Tierra Santa y Europa, con capítulos en Trípoli, Antioquía, Francia, Inglaterra, Aragón, Portugal y Hungría, entre otros países. Además, de pronto les despierta un extraño interés cultural y se dedican a reunir los distintos saberes y conocimientos de su época, como el sufismo, los cultos esenios, el gnosticismo, la alquimia, la cábala judía y la mitología nórdica. Son monjes y a la vez guerreros; superficial y aparentemente cumplían con las estrictas normas monásticas por las que se regían, pero en secreto se habían alejado de la ortodoxia católica, y se dice que practicaban secretos rituales iniciáticos. Exteriormente, la Orden del Temple, además de un ejército colonial, al modo de la Legión Extranjera, era también un gigantesco trust, una sociedad económica internacional que acuñaba su propia moneda y emitía letras de cambio. Y además o a pesar de todo ello, alentaron el comercio en toda Europa, levantaron y protegieron numerosas vías de comunicación terrestres y marítimas, financiaron e inspiraron las grandes catedrales góticas, crearon puertos para su numerosa flota, mientras su influencia política crecía en todas partes. No es raro que con todo ello tardaran poco en levantar las envidias de otros estamentos más poderosos que ellos: la Corona y la Iglesia.

“En 1312 el papa Clemente V, a instancias del rey de Francia Felipe IV El Hermoso propone en el Concilio de Vienne-en-Dauphiné la abolición del Temple por sospechas de herejía. El rey había dictado la orden de detención de todos los templarios de Francia el 13 de octubre de 1307. El último gran maestre, Jacques de Molay, moría quemado vivo en la hoguera de los inquisidores el 18 de marzo de 1314, después de una pantomima de juicio irregular y amañado, y tras proclamar inútilmente la inocencia de la Orden. Al final sólo cabe preguntarse qué es lo que habían encontrado esos nueve primeros caballeros en las ruinas del Templo de Salomón; y en fin, no creo que tenga que explicar lo evidente: está claro que Bernardo de Clarivaux, un visionario en su época, conoce algo que hay oculto allí, pero él solo no puede ir y ponerse a rebuscar por entre los cascotes del demolido Templo, entre otras cosas porque quizá los de Cluny también van buscando lo mismo, y hacer eso les pondría sobre la misma pista. ¿Qué hace? Pues lo dicho, se inventa una especie de Legión Extranjera, tan alocada y suicida como caballeresca y sincrética, el Temple, que se convierte en el brazo armado de su proyecto.

“Pero antes de que todo se venga abajo, en 1308, cuatro años antes de que el rey Felipe y el Papa Clemente se alíen para defenestrar la Orden, la flota de barcos templarios que tenían como base principal el puerto de La Rochelle, se hace a la mar y literalmente desaparece, nadie los vuelve a ver jamás. Se sabe que de ese puerto situado en la costa atlántica francesa, partían en el siglo XIV seis grandes rutas comerciales de navegación, además de una séptima ruta secreta que iba en dirección a América, mucho antes de que nadie conociera la existencia de aquellas lejanas tierras. Esa es al menos la versión heterodoxa más conocida. Creo que habrán oído ustedes esa hipótesis de que los templarios explotaban las minas de plata de Argentina, y que de hecho casi toda la plata que circulaba en la Edad Media provenía del nuevo continente, porque entonces ese material era muy escaso en Europa. Así que ciertos autores afirman en consecuencia que Cristóbal Colón, a cuyas manos fue a parar cierta documentación de la Orden, sabía de antemano la existencia del continente americano, y que quizá su proyecto encubierto era llegar a aquellas tierras y reanudar la explotación de las minas de metal precioso. Pero a mí no me parece verosímil tal versión.

El profesor, llegado a este punto, hizo un alto para contemplar el rostro interesado de sus interlocutores, luego dejó que ese breve espacio de pausa avivara aún más el ascua por saber a dónde quería llegar con todo aquello, y continuó:

         --En mi opinión, los templarios, y luego Colón, buscaban el Secretum Templi, o dicho con otras palabras, el oculto nombre de Dios... Tal como lo indica en el texto del Obeliscum: Así encontrarás, oh viajero intrépido, el verdadero rostro de Dios.

--¡Cágate ya, qué fuerte! Así que eso es el dichoso Secretum –interrumpió con alborozo infantil Treky.

Por su parte, el profesor se quedó mirándole como preguntándose qué clase de elemento era aquel con tan curiosas expresiones tan poco escolásticas.

--Claro –siguió como si no le hubieran interrumpido--, porque pongámonos por un momento en la piel de las gentes de aquella época. ¿Qué es lo más importante para ellos, aparte de la supervivencia diaria? ¿Qué sustenta y da sentido a la dura existencia del ser humano de la Edad Media? Dios, évidemment.  El Templo de Salomón, por lo demás rey nigromante, cabalístico y versado en magia, ha sucumbido a los ejércitos turcos y sarracenos, y con la destrucción de tal prodigio de arquitectura iniciática y sagrada se han perdido los más profundos secretos que contenía, como el Arca de la Alianza, que según la Biblia albergaba en su interior las Tablas de la Ley, algo así, si me permiten la comparación y la posible irreverencia, como las claves del programa informático divino…, el software de Dios.

--¡Joder, cómo mola, el software de Dios; la hostia! --interrumpió de nuevo Treky exultante.

--Sí –continuó Lousteau--, pero eso del Arca de la Alianza o incluso el gran tesoro del Templo no son más que cachivaches, ferralla simbólica, ars magna antigua comparada con la verdadera verdad del asunto; porque de lo que se trata, y para eso se construyó el Templo a requerimiento y bajo las precisas indicaciones del mismísimo Dios, es de abrir una línea de comunicación directa con Él; sería de ser posible, algo alucinante para el ser humano, pues qué podría ya preocuparle al hombre si estuviera en comunicación con su todopoderoso Creador.

“Pero de repente, todo se pierde, llegan los pueblos bárbaros, lo arrasan todo y los artilugios, los documentos y protocolos para establecer contacto con el Supremo Hacedor desaparecen. El hombre se sume de nuevo en las tinieblas; al mismo tiempo que todos emprenden de forma oculta la búsqueda frenética de aquellas claves para restablecer por su cuenta la comunicación con Dios. Es lo que intentan algunos con la Torre de Babel. ¿Y qué buscan?, se preguntarán ustedes. Pues el nombre, la palabra, el nomen, el Verbo que designa la naturaleza, la esencia de Dios, el mantra divino, el texto, la fórmula, el sonido, el anagrama, el jeroglífico, el idioma, la letra, el código… por el cual al aplicarlo, inscribirlo, nombrarlo, descifrarlo, conocerlo…, Dios se manifieste de nuevo al hombre y satisfaga todos sus deseos.

“Pues bien, no creo que les resulte muy difícil comprender que entre las ruinas del Templo de Salomón, quizá en sus ocultos pasadizos subterráneos, por los que han estado varios años rebuscando los templarios sin que nadie les moleste, pueda haberse escondido tal enormidad de secreto, quizá inscrito en piedra, o en un pergamino, seguramente reproducido en clave mediante complejas formulaciones simbólicas para que si algún profano no iniciado lo encuentra no pueda desentrañarlo. Resumiendo, parece que los templarios, con la ayuda de Bernardo de Clarivaux, encuentran tan anhelado tesoro. ¿Y qué es?, se estarán preguntando.

--Eso, ¿qué es? –preguntó Treky impaciente.

--Desde luego no algo tan material y simple como la existencia de nuevas tierras por conquistar hacia el Poniente, por mucho oro y plata que haya en ellas. Ya lo he dicho, se trata de la forma práctica y real de entablar contacto directo con Dios, más aún, de poder estar ante Él, o con Él. Si los templarios construyen una flota de tales proporciones y realizan tantos viajes clandestinos hacia mares incógnitos no es, pienso yo, ni por negocios ni por placer, sino por algo más grande.

--Pero no puede negarse que América estaba allí, con sus minas de oro y plata; y si no puede probarse que los templarios arribaran a esas tierras, Colón sí lo hizo –observó Adrián, que ya había escuchado aquella misma historia en boca del marqués de Oriol.

--Es cierto, pero más bien lo que sucedió es que los barcos templarios, navegando en busca del Secretum Templi, se tropezaron con el continente, y de paso, mientras seguían investigando pacientemente el enorme secreto que tenían en su poder, aprovecharon para incrementar su riqueza terrenal.

--Claro, porque aunque uno se dedique a buscar a Dios, unas pelillas nunca vienen mal… –intervino Treky.

--Pero a todo esto, ¿qué piensa usted realmente que es el Secretum?, porque, y perdone, yo no me creo eso de que es Dios… --objetó Adrián.

--Bueno, puede que me haya acalorado un poco en mis interpretaciones…  --admitió Lousteau, al mismo tiempo que echaba un reojo a la cabra--, más bien sería, opino yo, algo así como el lugar y el modo en que se manifiesta Dios teóricamente. En mi opinión el Secretum Templi podría aludir al punto geográfico conocido como antimeridiano o meridiano 180, teniendo en cuenta que se comienza el cómputo desde el meridiano cero, que como saben, actualmente está situado en Greenwich. Por eso lo creo que buscaban los templarios al echarse a la mar, era la zona propicia para que se manifestase sobre ellos el Secretum.

--¿Y por qué se supone que se manifiesta ahí precisamente? --inquirió Adrián.

--Porque el antimeridiano de la Tierra, aparte de los Polos, a donde el hombre no puede llegar, reúne las mejores condiciones físicas para que se produzca el efecto.

--Perdone, pero creo que debería dar igual en un meridiano que en otro; desde el punto de vista geográfico todos son iguales, es decir, que como todos sabemos los meridianos y los paralelos no son más que líneas imaginarias que… --objetaba Adrián cuando fue interrumpido por el profesor.

--No, no, mi buen amigo; disculpe usted. No se deje llevar por esa lección escolar de enseñanza primaria, porque tal cosa no es cierta. Por el hecho de que usted no vea las corrientes eléctricas y magnéticas que envuelven la Tierra no significa que no existan.

--Pero los meridianos son delimitaciones establecidas por el ser humano, convencionalismos… --insistió Adrián.

--Mire usted, en 1269 un hombre llamado Petrus Peregrinus de Maricourt…

--Vaya nombrecito… --interrumpió Treky riéndose.

--Era su nombre latinizado. Peregrinus era en realidad un templario que se había pasado a la investigación científica, y además, otra coincidencia, era amigo de Roger Bacon, monje franciscano, y ya saben que los Franciscanos estaban cercanos al pensamiento gnóstico templario. Pero bien, a lo que vamos: Petrus Peregrinus hace un hallazgo que revoluciona los conocimientos de la época sobre el magnetismo. En su Epístola ad sigerum de foucaucourt militem de magnete escribe cómo un día, cogiendo en sus manos una piedra de magnetita que había tallado en forma esférica, comprueba cómo al aproximar una aguja metálica a la superficie del imán, ésta queda inmediatamente orientada por el efecto del magnetismo. Nada raro, por entonces ya se conocía esa propiedad de los metales, pues los musulmanes usaban un instrumento al que llamaban brújula, que al parecer lo habían traído desde China. Pero el caso es que Maricourt traza una línea sobre la esfera, hacia el lugar en que queda orientada la aguja, y luego repite la operación en distintos puntos de la piedra imán, y al final, uniendo todas las líneas, comprueba con sorpresa cómo dichas líneas confluyen todas en los polos segmentando la esfera en partes iguales, como gajos de naranja, o dicho de forma técnica, meridianos, distantes siempre unos de otros en igual proporción. Bien, pues esa misma propiedad que posee la pequeña esfera de magnetita la tiene la gran esfera que es nuestro planeta: las líneas del globo terráqueo no son tan imaginarias como usted cree. De hecho, la propia brújula registra esas disfunciones magnéticas según en el lugar del planeta donde se coloque, y ese es un efecto que saben bien los marinos, al conocer desde antiguo la diferencia que existe entre el valor de declinación magnética, que es la diferencia de ángulo entre el Norte magnético y el geográfico, y que se representa en las cartas de navegación mediante las denomiandas líneas isógonas, que representan puntos geográficos con igual declinación magnética. Pero como estaba explicando, el antimeridiano es la línea isógona de mayor influencia en la esfera, algo que cabe pensar lo sabían ya en el siglo XII los templarios, posiblemente gracias a lo que fuera que habían encontrado en el Templo de Salomón. Y hacia el antimeridiano es a donde se dirigían los buques templarios para hacer sus experimentos.

--¿Al meridiano 180?, eso queda en las antípodas, ¡menudo viaje! --indicó Adrián.

--Sí, pero además observe que se dirigían al “verdadero meridiano” 180, que desde luego no es el actual.

--¿Cómo es eso?

--Claro está, porque la determinación del actual meridiano cero es relativamente moderna, data de 1884. Se estableció a 18 grados al Oeste de Greenwich porque en el observatorio astronómico de ese lugar se habían hecho importantes descubrimientos astronómicos, y por otras razones...

--Ya entiendo –señaló Adrián--, entonces el auténtico meridiano cero es el que anteriormente pasaba por la isla canaria de El Hierro.

--Bueno, ese meridiano es uno de los más antiguos, en efecto, pero antes hubo muchos otros: en las Columnas de Hércules, o en Alejandría… Por ejemplo, Copérnico lo situaba en Fruemburgo, mientras que para otros debía situarse en Cádiz, Copenhague o Bolonia. Hasta que en 1634 el rey Luis XIII lo establece efectivamente en El Hierro, un lugar por cierto de los mas acertados, porque allí, como acabo de explicarles, la brújula sufre muy poca o ninguna variación con respecto al Norte real. Pero a finales del siglo XVII, el rey Luis XIV impone el meridiano cero en París, donde permaneció hasta que el Observatorio de Greenwich cobró fama internacional.

--¿Entonces cuál es el meridiano cero original o verdadero? --preguntó un poco confundido Adrián.

--Pues desde luego no es uno cualquiera elegido al azar por los caprichos cambiantes de reyes y gobernantes. Qué duda cabe de que el meridiano más importante es aquel que pasa por un sitio realmente importante, eso aparte de las consideraciones naturales de tipo magnético que les acabo de indicar. Y no hay lugar más importante en la Tierra que aquel donde el mismísimo Dios puso sus pies: el monte Sinaí, por cuya cima, exactamente, discurre el actual meridiano 34. Luego eso quiere decir, mediante un simple cálculo, que el antimeridiano, el lugar a donde esforzadamente navegaban los templarios para hacer sus experimentos sobre el Secretum, se encuentra en el meridiano 134, en algún lugar entre el mar del Japón y el Océano Indico.

 

Claude Lousteau hizo una pausa, mientras miraba de nuevo hacia la ribera del lago, donde a esta hora en que declinaba la tarde se alzaban jirones de vaho como si fuesen un aliento sutil de las aguas. Había contado todo aquello varias veces y ante diferentes interlocutores, y se le notaba un poco cansado de repetirlo. Sólo esperaba que aquella fuera la última ocasión en que tuviera que referirse a la teoría de unas investigaciones que habían durado toda su vida académica; mantenidas en secreto, a espaldas de los colegas y foros docentes y científicos oficiales, que hubieran rechazado su hipótesis por descabellada y visionaria.

La Iglesia le había escuchado con atención y había creído en su teoría; pero el experimento del Secretum Templi no se había podido llevar a cabo por falta de información, y él era el primer decepcionado. De repente, como caído del cielo, había aparecido aquel extravagante diseñador italiano y había puesto ante él la información que a la Iglesia le faltaba para completar el experimento: el velo de la Verónica, el Mandylión español.

Bertone Berchasse le había ofrecido entonces medios técnicos y una cantidad ingente, incluso indecente de dinero, por su colaboración científica, pero Lousteau la rechazó; sólo quería a cambio de prestar su ayuda poder participar de forma directa en el proyecto, mucho más aventurado y valiente que el de la Iglesia. Quería ver por sí mismo el presunto lugar en el océano, en un punto situado en medio de ninguna parte, hacia donde en 1308 había partido la flota templaria para no volver a aparecer jamás; quizá Loustau soñaba convertirse así en un nuevo Jasón y sus argonautas a la conquista del Vellocino de Oro.

Como el profesor no reanudara su disertación, absorto como estaba en tales pensamientos y en los alegres juegos de Djali, Berchasse le instó:

--Creo, profesor, que es hora de que nuestros amigos y yo conozcamos ahora más a fondo el contenido en clave del Mandylión y del Obeliscum. Usted ha tenido la oportunidad de ver ese manuscrito durante su estancia en Roma, ¿puede decirnos de manera sencilla si ciertamente es lo que andamos buscando, según su análisis inicial de ambas reliquias?

        --Eh…, sí –dijo Claude Lousteau regresando de su plácido éxtasis--. Por lo que he podido ver hasta ahora, el Obeliscum contiene un esquema en clave esotérica y una serie de anotaciones en griego antiguo y en latín sobre determinadas coordenadas, y lo que deduzco, una serie de detalles sobre la forma de navegar, rumbos, vientos, velocidades, orientaciones, derivaciones magnéticas, equinoccios, solsticios, cifras, fechas… para alcanzar el hipotético Secretum Templi… A todo eso hay que unir la enigmática inscripción que lleva el Mandylión que usted tiene en su poder: “Es necesario que yo descienda para que él ascienda”.

--¿Pero piensa usted que el Secretum es un lugar, una hipótesis teórica, o un símbolo religioso? --preguntó Adrián.

--Puede que sea todo eso y más, y usted como sacerdote o como teólogo quizá tenga algo que decir en ello. Yo sólo voy a tratar de descubrir cómo llegar hasta allí interpretando lo que vi en el pergamino y lo que está anotado en la reliquia.

--¡Pues adelante! –alentó Berchasse cual intrépido capitán.

--Verán, estoy ya harto de decir que en mi opinión Cristóbal Colón sabía lo del Secretum Templi, y conocía toda la información, o al menos buena parte de ella, justo la que ahora tenemos nosotros gracias a esta especie de manual de instrucciones en clave, si se me permite la irreverencia, que es el Mandylión. Sin embargo, a pesar de ello, Colón fracasó en su búsqueda, quizá porque cometió algún error y no siguió todas las indicaciones que los templarios habían dejado anotadas en el lienzo. Puede que no las comprendiera, o que con la precaria tecnología de entonces, el navegante no pudiera hacer coincidir y reunir la compleja cantidad de requisitos técnicos y conocimientos teóricos y cosmográficos necesarios para llegar hasta ese lugar del orbe. En principio creo que Colón acierta al navegar hacia Occidente, puesto que de lo que se trata básicamente es de contrarrestar la velocidad de rotación de la Tierra mediante la velocidad del barco, ya que como saben, si el planeta gira en sentido contrario a las agujas del reloj, es obvio que si nosotros pudiéramos hacerlo a la inversa, a la misma velocidad y de forma fluida y continuada o sea, en el mar, no nos moveríamos del sitio, es decir, estaríamos así en un punto concreto en algún lugar de la superficie marina. La Tierra giraría sobre su eje, pero nosotros no lo haríamos con ella.

--Pero no creo que existiera barco en la antigüedad capaz de desarrollar tal velocidad para contrarestar la rotación de la Tierra –objetó Adrián.

--Bueno, una respuesta a ese inconveniente es que, depende de la ruta que se elija, o sea, del paralelo que se siga en el rumbo hacia el Oeste. Si lo piensa, los paralelos son circunferencias, y siendo la mayor de todas el Ecuador, van estrechándose conforme se aproximan a los Polos. La velocidad de un barco que pretenda circundar el círculo de un paralelo en cierta cantidad de tiempo, puede ser menor cuanto más cerca de los polos de la Tierra navegue, porque no todos los puntos de la Tierra se mueven a igual velocidad.

--Ah, ¿no?

--No; la Tierra gira sobre su eje dando una vuelta completa cada 24 horas, eso está claro, ¿no?

--Como el agua.

--Pues el planeta se mueve más despacio, tanto cuanto más cerca se esté de los polos, ya que la distancia al eje de rotación es menor. Los puntos más cercanos al eje de rotación tienen una menor velocidad tangencial, y aunque la distancia es más grande en el Ecuador, como la velocidad contribuye al cuadrado, resulta que la fuerza centrípeta se da en el Ecuador; o sea, que la gravedad experimentada por un cuerpo es mayor en el Polo que en el Ecuador. Y por otro lado este efecto se multiplica debido a que la Tierra está achatada por los polos, así que el radio ecuatorial es mayor que el polar, pues la mayor circunferencia de la Tierra, el Ecuador, mide unos 40.075 kilómetros, mientras que cualquier círculo máximo que pase por los polos mide unos 40.007 kilómetros. Obviamente, esto quiere decir que un navío tarda más en dar la vuelta a la Tierra si navega surcando un paralelo cercano al Ecuador que si lo hace por uno próximo a cualquiera de los hielos perpetuos, porque allá el círculo es más pequeño; de manera que para sostener ese giro constante de Oeste a Este, un barco navegando invertiría menos esfuerzo y tiempo en hacerlo por un determinado paralelo que por otro.

Adrián asintió admitiendo los argumentos del profesor, y éste siguió sus razonamientos:

--Primer problema resuelto. Ahora bien, el segundo inconveniente con el que nos tropezamos es más sutil. Porque si ustedes, por poner un ejemplo claro, quieren darle la vuelta a la Tierra siguiendo exactamente la línea del Ecuador, partirían bien, pero al poco se habrían salido y desviado de la senda marítima escogida, y por otro lado, si a pesar de todo siguieran obstinadamente el rumbo del Ecuador, nunca arribarían de todas formas al mismo punto de donde partieron una vez completada la circunferencia.

--¿Por qué, acaso el Ecuador no es un círculo perfecto? Al menos para los satélites artificiales geoestacionarios sí lo es --razonó Treky sin comprender, con la boca abierta como un pasmarote, y añadió-- ¿No es el radio de la Tierra una circunferencia perfecta?

--Es una circunferencia, sí, pero al estar el eje de rotación de la Tierra inclinado, tal como figura en esas esferas terráqueas escolares, si siguieras la ruta del Ecuador o de cualquier otro paralelo, habrías descrito un círculo perfecto, desde luego, pero en realidad en forma oblicua; habrías trazado sobre la esfera una especie de bucle, como el símbolo físico o matemático del infinito, habrías realizado una elipse con respecto al rumbo trazado. Así que para contrarrestar esa inclinación del eje de la Tierra con respecto al Sol tendríamos que ir derivando al mismo tiempo y corrigiendo la derrota que se origina conforme vamos avanzando en dirección contraria a la del planeta.

--Creo que sigo sin entender.

--Verás, en estricta teoría, si un barco se moviera en línea recta manteniendo el rumbo, se despegaría de la superficie de la Tierra. La fuerza centrífuga debido a la rotación, más la atracción de la gravedad es lo que hace que los objetos se desplacen en una trayectoria circular, de otro modo lo haría en línea recta y terminarían por despegarse de la superficie de la Tierra, y eso vale tanto para barcos, como para aviones y satélites.

--¿Entonces, como puede desplazarse sin cambiar de dirección y sin despegarse de la Tierra? --preguntó interesado Berchasse, como patrón del barco.

--Habría que hacerlo siguiendo un círculo máximo, concepto que, en una esfera, es equivalente al de una recta en un plano o en el espacio tridimensional. Un círculo máximo es como cuando partimos una naranja en dos mitades mediante un corte perfectamente recto, si ambas mitades son iguales, el borde del corte es un círculo máximo; si no lo son, ese borde es un círculo menor que los máximos, porque está más cerca de los polos. ¿Entienden ya?

--Pero dudo que eso fuera conocido en tiempo de los templarios… --indicó Adrián.

--Desde luego, estas y otras exigencias eran dificilísimas de cumplir en el siglo XIV o XV, y no sé cómo lo pudieron resolver. Pero sin embargo tales datos pueden hoy cumplimentarse en cuestión de minutos gracias a los sistemas GPS de navegación y orientación, que pueden conectar las mediciones de los satélites geoestacionarios con los sistemas electrónicos de navegación del barco y establecer la ruta automáticamente.

--¡Ah, pos claro, no hay problema, colegas, eso corre de mi cuenta! --exclamó contento Treky al ver que se le reconocía así su importancia como miembro del Proyecto.

--Bien –siguió el profesor--, pues de lo que se trata entonces es de buscar una zona en medio del mar, donde deben aunarse ciertas circunstancias naturales y geográficas para obtener determinados resultados que yo calificaría de metafísicos. La cosa en principio no parece tan difícil, puesto que disponemos ya de las coordenadas de longitud, el meridiano 134 actual, que es el antimeridiano a efectos de los navegantes templarios. Ahora hemos de determinar el paralelo o la latitud calculando el giro de la Tierra y la velocidad del barco hasta que ambos se contrarresten y la velocidad de ambos sea hipotéticamente cero. De esa forma alcanzaríamos un no movimiento constante, una especie de presente continuo donde no transcurriría el tiempo. Estimo, por los datos que recuerdo del Obeliscum y de otras fuentes, que si lo hiciéramos así se crearía una distorsión, una anomalía telúrica; en cierto modo, detendríamos el tiempo, o mejor dicho, el tiempo se detendría para los que se encuentran en ese momento en tal lugar.

--Perdón, pero eso de metafísica, anomalías telúricas y de detener el tiempo ya me suena un poco a ciencia ficción… –objetó Bertone Berchasse, que al oír aquello había comenzado a dudar del buen juicio de Claude Lousteau.

--Pues nada de eso, porque ¿qué cree si no que está investigando la Orden Estricta Observacia Templaria en los sótanos del Vaticano?

 

 

El erudito profesor Claude Lousteau abrumaba a sus contertulios con una cascada de conocimientos que los otros apenas podía seguir. Así ocurre con muchos profesores, que en lugar de hablar para el alumno, se ensimisman en su cultura y se hablan a sí mismos por el placer ególatra de escucharse. Como los socios del profesor habían puesto todos cara de perplejidad al escuchar el nombre de aquella sociedad templaria, Lousteau le explicaba ahora a los miembros de su reducida cátedra:

--Sí, no me miren con esa cara. En el Vaticano no todos son curas y obispos de la Santa Madre Iglesia. Para pocos es ya algo nuevo que la Curia vaticana está infectada por otras órdenes y sociedades más o menos secretas, entre ellas incluso la Masonería.

Adrián asintió levemente, pues había oído aquella hipótesis en más de una ocasión, aunque no terminaba de creerlo, pues tales cosas eran tabú en los Seminarios. Berchasse preguntó por su lado:

--¿Pero la Masonería y los curas no se han llevado siempre a matar?

--El asunto es muy sutil. Su pregunta es compleja, y por ello me veo obligado a ofrecerles una respuesta sencilla, y las respuestas sencillas corren el peligro de ser demasiado condensadas y parciales, sintéticas… –explicaba el profesor--. Escuchen, la Orden Estricta Observancia Templaria fue creada en Alemania en 1756 por el barón Von Hund Altengrotkau, teóricamente para resucitar la mística caballeresca de la desaparecida Orden del Temple, pero son muchos los que creen que en realidad Estricta Observancia había sido fundada en un tiempo indeterminado por un grupo de altos jerarcas jesuitas como un medio para pasar a la clandestinidad y llevar de forma oculta ciertos experimentos de tipo cosmológico que estaban realizando. El caso es que cuando aparece en escena, Estricta Observancia Templaria empieza a recoger a representantes de todo tipo de tendencias ocultistas y esotéricas, desde masones alemanes hasta franceses e ingleses. Todo cabe en esta nueva organización, incluso los protestantes. Entonces es cuando algunos comienzan a decir que la Orden se rije por doce Superiores Desconocidos. ¿Quizá se refieren a ese grupo de jesuitas que ha desertado de la Compañía? Nada se sabe con certeza. Aparentemente, quien gobierna la nueva orden es por aquella época Jean Baptiste Willermoz.

--¿Pero a qué se dedican? --preguntó Adrián, que no conocía aquellos datos, por otro lado le parecían relacionados con todo lo que le habían contado hacía poco el marqués de Oriol y Prudencio Cotarelo.

--Aparentemente la Estricta Observancia tiene como finalidad la reconstrucción de la Orden del Temple y la recuperación de su patrimonio material y espiritual, pero lo que hacen en 1782 es reconvertirse en una especie de mezcla de masonería cristiana que da con ello origen al llamado Rito Escocés Reformado, de gran inspiración neotemplaria. Como ven, existe una evidente conexión entre los Jesuitas y los movimientos neotemplarios.

--¿Y todavía existe esa orden?

--En estado puro, es decir, sin refundirse en otras logias masónicas, creo que únicamente pervive un pequeño grupo en Italia; me temo que formando parte de la Compañía de Jesús, sin que quizá los Jesuitas, al menos su jerarquía oficial, lo sepa.

--¿Entonces lo que buscan los Jesuitas, los que a usted le contrataron, es el tesoro templario? --preguntó Bertone Berchasse temiendo que otros se le estuvieran adelantando a su proyecto.

--Por lo que tuve ocasión de ver, trabajan en secreto en un programa informático y astrofísico de verificación de la posición del Sol, la Luna, los planetas y las estrellas fijas para saber desde qué lugar de la Tierra puede observarse mejor el cielo astrológico.

--¿Para qué? --preguntó Berchasse confirmando sus temores, ya que estaba comprobando como el plan de esa Estricta Observancia Templaria infiltrada por Jesuitas, o viceversa, se parecía extrañamente al suyo.

--Teóricamente para saber en qué órbita pueden colocar un satélite artificial que tenga cobertura mundial instantánea y a todas horas.

--¡¿Pero es que tienen también un satélite artificial?! ¡¿Y en el Vaticano?! --rugió Bertone Berchasse.

--Sí, pero de poco les está sirviendo de momento para sus planes. Como sin duda sebe nuestro amigo Treky –indicó Lousteau volviéndose hacia el joven hacker--, se necesitan varios satélites artificiales para ofrecer una cobertura global de todo el planeta, y aún así, no es posible nunca al cien por cien, porque los satélites tienen una amplia zona de sombra o algo así desde donde no son operativos.

         --Así es –corroboró Treky--, eso de cobertura total y full time es imposible, colegas. El satélite sólo emite su señal eficaz en TCA, o sea, time of closet approach, que viene a ser algo así como tiempo de mínima distancia o tiempo de máxima cercanía, que sólo ocurre en el momento en que el satélite pasa más cerca de una estación de seguimiento de tierra que coincida con el SSP o subsatellite point , el punto en la superficie de la Tierra que se encuentra directamente debajo del satélite, o sea, a ver si me explico, el punto en la superficie de la Tierra por donde pasa una línea imaginaria que une el satélite y el centro de masa de la tierra. Vale, pues esa zona en la órbita se denomina ventana de latitud. La ventana es la zona espacial de intersección entre círculos de contacto de dos estaciones terrestres, de manera que se hace posible la comunicación en tiempo real entre ambas estaciones a través del satélite, cuando el SSP pase a través de dicha ventana. No sé si me he explicao

--Más o menos… ¿Pero por qué no es posible la cobertura total del planeta por medio de una red suficiente de satélites, acaso no son precisamente geoestacionarios? --preguntó Adrián.

--Deja, yo se lo explico –indicó Lousteau, temiendo que Teky se volviera a enrollar con sus tecnicismos--. Al girar acompañando al planeta, igual que un satélite natural, los satélites artificiales están sujetos a los mismos efectos físicos que el resto de los astros, de modo que por ejemplo les repercute la gravedad de la Tierra y la Luna, y no digamos la influencia del Sol y sus efectos electromagnéticos sobre los paneles, las antenas y el módulo de emisión… En resumen, los satélites sufren variaciones en su trayectoria y recorrido que afectan a las emisiones, ya que están en constante movimiento y variación de posición a través del espacio. No olviden que la Tierra gira alrededor del Sol a 107.244 kilómetros por hora, y todo el Sistema Solar se mueve en la Vía Láctea a 777.600 kilómetros por hora, y que esa galaxia se desplaza por el espacio a 2.880.000 kilómetros por hora. Todas esas velocidades inciden en los satélites geoestacionarios de telecomunicaciones, y mantenerlos estables para emitir sin distorsión ni fallos es un problema para las empresas de telecomunicaciones, que se gastan un montón de dinero en ello. Pues bien, ese siniestro grupo jesuita o masónico, ha estado meses revisando viejos manuscritos astronómicos y astrológicos, y ha descubierto que los antiguos hablaban de la existencia de un punto telúrico, un axis mundi, desde donde se dominaría continuamente toda la bóveda celeste. Una especie de punto de mira de Dios. Y ahora, creen que pueden aplicar esos conocimientos astrológicos antiguos a la órbita de su satélite artificial de telecomunicaciones para hacerlo completamente global.

--¿Pero insisto, ¿de verdad la Iglesia posee un satélite artificial? --inquirió en tono molesto Berchasse, viendo que se le habían adelantado más de lo que pensaba.

--Por supuesto, ya se lo he dicho. Tiene uno, el ITS 601-AOR. Y no sé de qué se extraña tanto, no esperará que una empresa multinacional como la Iglesia Católica, dentro de un país tan poderoso como el Estado Vaticano, con el mayor banco privado del mundo, no se haya puesto al día de las nuevas tecnologías...

--¿Y para qué piensan utilizar concretamente el satélite? --preguntó Adrián.

--Teóricamente, y así lo proclaman, para descubrir a Dios en algún punto del universo. Como les he indicado, el satélite artificial del Vaticano está en manos de los Jesuitas, mejor dicho, del jefe de esa Orden entre jesuita y templaria, monseñor Anselmo Manzini, que es un arzobispo con mucha influencia en la Curia.

--¿Y desde dónde controlan el satélite? --el modisto italiano se revolvía nervioso.

--Lo hacen desde un lugar secreto y subterráneo en algún punto del subsuelo de la Basílica de San Pedro. Como usted sabe, yo estuve allí y lo he visto, pero no puedo precisar dónde está ni por donde se accede; me condujeron allí con los ojos vendados.

--¿Pero en realidad para qué cree usted que quieren el satélite? --abordó de nuevo Adrián.

--Si insiste en preguntármelo…, por lo que vi allí abajo y le escuché a los técnicos que estaban trabajando en el proyecto, creo que ese satélite forma parte de un plan a gran escala para crear una red de cobertura global en torno a la Tierra y dominar todas las comunicaciones del planeta, compitiendo así con otras empresas, como Microsoft y su proyecto de Internet en el Espacio.

--¡¿Qué?! --exclamó acalorado Berchasse.

--Como sin duda saben, Bill Gates planea hacerse con el control global de la Red, pero va retrasado en su proyecto; todavía no ha lanzado los satélites necesarios, porque espera el permiso para utilizar viejos misiles rusos desechados y con las cabezas nucleares desactivadas. Creo que estarán ustedes informados de que debido al pulso anti-trust que mantiene Gates con el Gobierno de los Estados Unidos, el Pentágono pretende frenar la expansión de Microsoft, porque comienza a temer que controle en masa las telecomunicaciones planetarias, y por eso el Gobierno ha primado en secreto a la Iglesia Católica, mejor dicho, a ese grupo jesuítico-templario en concreto, en su proyecto de expansión espacial, y le ha ayudando en secreto a poner en órbita su satélite a cambio de una colaboración que sin duda se traduce en términos de un acuerdo de espionaje informático y acciones de información o desinformación conjuntas, que es el nuevo campo de batalla de las naciones ultradesarrolladas.

--No sabía nada de todo eso –indicó Adrián abiertamente sorprendido.

         --Pos así es, tío –intervino Treky--. Tal como cuenta el profe, Microsoft quiere poner en órbita baja na menos que 300 satélites artificiales para que la red global Internet sea practicable desde cualquier lugar del mundo a una velocidad dos mil veces superior a la que alcanza ahora. Pa lanzar los satélites al espacio, al Bill Gates se le ha ocurrío usar misiles rusos SS-18 disparados desde una plataforma en medio del mar. Pero el gobierno americano no se lo ha permitío hasta ahora, por el rollo ese anti-trust.

         --Y aprovechando eso, la orden jesuita-templaria pretende tomarle la delantera a Gates –completó Claude Lousteau.

--Maquiavélico --calificó Berchasse con asombro, pues él creía hasta ahora que si el Vaticano iba también tras el Mandylión era únicamente para hacerse con el tesoro templario.

--Creo que esos jesuitas neotemplarios –añadía el profesor-- quieren utilizar la Red Internet para crear un sistema de telecomunicación digital desde el Vaticano, que por medio de los ordenadores de todo el mundo controle a la personas en sus múltiples ámbitos de la vida cotidiana: la economía, la sanidad, la seguridad, el ocio... Después de todo, no hay que olvidarse de que uno de los cometidos místicos que asumió la Estricta Observancia Templaria cuando se creó es fundar la Jerusalén Celeste, o sea, el reino de Dios en el espacio, o lo que viene a ser lo mismo, el hiperespacio.

--¡Increíble!, ¿es eso cierto? --Adrián estaba estupefacto por esas revelaciones sobre la Iglesia Católica.

--Tan cierto como que ya hace años están trabajando en secreto en un programa informático para que sus satélites se muevan por el espacio sin nefastas interferencias con la gravedad del Sol, la Luna o de los otros planetas, de forma que tengan más duración y eficacia, pues no sé si sabrá que un satélite tiene una vida limitada a unos quince años como máximo.

--¿Pero para qué quería entonces esa orden jesuita, masónica o lo que sea el Obeliscum, si esa reliquia pertenece al pasado, y ellos trabajan con tecnología de futuro? --preguntó Bertone Berchasse.

--Porque ya se lo he dicho, en el manuscrito se explica una posición geoestacionaria en algún lugar de la superficie de la Tierra, desde donde la conexión con todos los satélites artificiales lanzados al espacio sería la mejor, porque tal lugar geográfico o físico carecería de toda interferencia planetaria, sería el prototipo ideal de puesto de mando para controlar toda la red de satélites, ya que éstos no quedarían nunca en zona de sombra, debido a que en ese hipotético lugar no discurriría teóricamente el tiempo ni el espacio.

--Entonces, lo que insinúa es que ese punto físico teórico consiste en que si todas las condiciones en las que estamos trabajando se cumplen, encontraríamos en el mapa un lugar donde desaparezca el tiempo…  –indicó Berchasse emocionado por la idea.

--Incluso podríamos desde ese punto contemplar el ayer…

--¿Pero qué se gana con eso si por ejemplo el día de ayer fue el peor o más aburrido de nuestra vida? --preguntó Adrián en tono incrédulo.

--Con la explicación de ese efecto no me referiría sólo a un día, sino que, de dominarse correctamente el sistema, debería servir para escoger el momento que se quisiera, y tal momento bien podría ser el Secretum Templi, al que, en mi opinión, se dirigían los templarios cuando partieron hacia allí sus naves.

--Bien, ¿entonces que necesitamos para reproducir nosotros el mismo efecto, o lugar, o lo que sea? --preguntó Berchasse impaciente.

--Es teóricamente evidente. Si nos encontrásemos en el antimeridiano, pongamos por ejemplo un lunes, moviéndonos a la misma velocidad que la rotación de la Tierra pero en sentido contrario: si mirásemos hacia Occidente sería el medio día o la media noche menos pocos instantes antes de la jornada (lunes) en la que estamos, y si mirásemos a Oriente sería el medio día o la media noche pero del domingo.

--¡Qué bien, siempre en domingo! --jaleó Treky.

--Ya saben que si se viaja hacia Occidente se gana un día y que si se hace hacia Oriente se pierde; eso es lo que le sucedió a Elcano y a su tripulación cuando dio la vuelta al mundo, y también a Phileas Fogg cuando completó su viaje alrededor del mundo según la novela de Julio Verne “Viaje al mundo en 80 días”. Cuando el célebre marino Juan Sebastián Elcano regresó al punto de partida era un día más tarde de lo que habían calculado, y cuando Fogg volvió a Londrés, era un día antes de lo previsto, lo que le permitió ganar su apuesta tras pensar que la había perdido. Y por cierto, ¿a dónde creen ustedes que se dirigía la expedición de Magallanes y Elcano? ¿No se habrán creído que tal viaje descomunal y falto de toda lógica era para alcanzar la tierra de las especias? Ëvidemment, lo que buscaban era el Secretum Templi, el que no había hallado Cristóbal Colón; aunque Magallanes y Elcano se acercaron bastante más. Así, pues, volviendo a esa zona hipotética del planeta, de darse todas estas condiciones, estaríamos en un presente perpetuo, donde si mirásemos al Oeste veríamos el futuro, hacia al Este veríamos el pasado y si lo hiciéramos hacia arriba, justo por encima de nuestras cabezas… --Lousteau mantuvo un silencio expectante unos segundos, y al cabo añadió--: tendríamos ante nuestros ojos el Secretum, una especie de cara oculta de la Tierra. Y yo no soy quien para afirmarlo o negarlo, pero los antiguos supondrían que estaban en ese momento en teórico contacto con Dios.

--Yo no tengo ningún inconveniente en creerlo así, por algo soy agnóstico –afirmó Bertone Berchasse con una extraña mezcla de ironía y seriedad que sin embargo no admitía dudas--, siempre que en ese lugar encontremos los barcos con el oro templario; por eso me he propuesto fletar una expedición con mi propio yate para averiguarlo en primera persona. ¡Y les invito a ustedes –sentenciaba pretenciosamente-- a acompañarme en esta conquista de un nuevo mundo en los albores del tercer milenio, y…

--Perdón que interrumpa –atajó Lousteau--, pero es necesario que les aclare que todavía hay de momento una zona oscura en el plan para completar el Proyecto.

--¿A qué se refiere? --inquirió Berchasse molesto por ver como el profesor, como un aguafiestas, rompía la solemnidad del momento.

--Todo lo que les he explicado es así en teoría, pero la cosa no es tan simple…

--No, por cierto –abordó Adrián, que habia estado meditando para sí los datos expuestos hasta entonces--, porque ahora que lo pienso, si nos movemos en el mar en dirección a Occidente a la velocidad que sea, antes o después tropezaríamos con tierra firme, que es seguramente lo que le pasó también a Colón. Y para no topar con ninguna tierra, deberíamos navegar zinzagüeando entre los continentes, con lo cual ya no nos regiríamos por las coordenadas marcadas en el Obeliscum, sino de forma aleatoria o circunstancial.

--Efectivamente, es una deducción certera y no falta de lógica; y esa es una de las mayores dificultades del plan que me inquietan, porque además de localizar las coordenadas de longitud y latitud y de mantener la velocidad adecuada, habríamos de movernos de manera que evitásemos las tierras que se interponen en la ruta sin perder por ello el resto de condiciones físicas.

--¿Y ha pensado ya cómo resolver ese pequeño problema? --preguntó de nuevo Berchasse, incómodo por tanta dilación técnica.

--Es algo en lo que todavía estoy meditando, aunque podría ser… Creo que a priori una solución podría consistir en que nos convirtamos, es decir, me refiero al barco donde naveguemos, en una especie de péndulo que oscile isocrónicamente de arriba abajo verticalmente por el antimeridiano, en un ir y venir continuo teniendo como tope las tierras situadas más al Norte y más al Sur de nuestra ruta.

--¿Y así hasta el fin de los tiempos? --preguntó Adrián irónico sin aceptar la hipótesis.

--Pues no sé, supongo que hasta encontrar el día y la hora en que se produzca el encuentro con el Secretum… --indicó el profesor en tono de incertidumbre.

--Pero entonces de todas formas chocaríamos con las tierras que se interponen al Norte y al Sur a lo largo de ese meridiano en concreto… --objetó Adrián poco convencido por la nueva idea esgrimida por Lousteau.

--Vaya, es cierto que la cosa no era tan sencilla –admitió con aire pesaroso el modisto italiano, pero recuperándose de inmediato añadió para evitar dar muestras de flaqueza ante su equipo--; aún así confío en que entre todos ustedes encuentren una solución. Pero bueno –dijo poniéndose de pie, pues además ya hacía rato que el sol se había ocultado, tornándose fresco el ambiente--, ahora propongo que interrumpamos aquí nuestra primera sesión de trabajo y vayamos a cenar. La búsqueda del oro templario y de Dios no es asunto fútil, y requiere una cierta dignidad de gesto y estilo –y mientras lo decía hizo en el aire un alado ademán amanerado con su colorido foulard.

 

 

 

 

Secretum templi
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