XXXV
Habían pasado varios meses. Adrián había cubierto las espectativas puestas en él por su director, Félix Bajona, y había sacado adelante el primer número de la revista on-line de información general. A Bajona incluso le había parecido “fenomenal” el nombre que Adrián había sugerido para la publicación en Red: El galeón de Teseo (http://www.galeon.com/teseo). “Cojonudo, hombre, fenomenal; pero si es que eres la rehostia. Uy, perdona chico, es que siempre se me olvida que eres medio cura”.
Por fin Adrián había dejado de ser un culo de mal asiento. Poco a poco parecía haber ido olvidando aquellos pensamientos metafísicos sobre Dios que le atormentaban desde que abandonara el Seminario, y se había plegado a una vida mucho más cotidiana y terrenal. Una vida que compartía con Natalia, pues a pesar de la diferencia de edad, la experiencia había demostrado que no podían vivir separados el uno del otro. Él le besaba con infinita delicadeza sus primorosos pies y ella le llamaba rayito de sol. En fin, así es el amor.
Un día, mientras estaba en su despacho preparando los contenidos del número dos de El galeón de Teseo, un compañero le anunció que tenía visita.
--¿Quién es?
--No sé, pregunta por el padre Adrián. Ya le he dicho que aquí no hay ningún padre, o sea, ningún padre cura, o como demonios se diga, pero como en la redacción el único Adrián eres tú…
--Está bien, hazle pasar.
El visitante entró con aspecto tímido al despacho. Adrián le tendió la mano y le indicó que se sentara. El hombre iba vestido con un traje gris oscuro antiguo de pata de gallo, con la tela gastada y casi deformado de tantas lavadas. La chaqueta llevaba pantuflos por detrás. El color grisáceo del traje se fundía casi sin solución de continuidad con la también gris camisa (de nylon y sin apresto), abrochada hasta el cuello, y la insulsa tonalidad se prolongaba, pasando por un mortecino rostro de ojeras grises, al gris cabello motejado de canas, más grises que blancas. Parecía un zonzorrión, el perfecto hombre de gris.
Y quizá por eso no fuera fácil calcular su edad. ¿Cuarenta? Bien podrían ser menos con otro traje algo más actual, y sobre todo, con una actitud menos… gris. El visitante, mirando inquieto a su alrededor tras unas gafas cuya montura negra (no todo iba a ser gris) semejaba a las sempiternas gafas de Woody Allen, mantenía casi todo el tiempo las manos entrelazadas en su regazo, sobre una carterita de plástico simil piel (por supuesto, gris), con cierre de cremallera que portaba consigo. Llevaba el cabello domeñado hacia atrás, como esos que se lo mojan con agua para peinarse, y olía a poco ventilado, como a las viejas bolas de alcanfor que ponían nuestras abuelas en los cajones de la ropa para evitar la polilla.
Sin embargo, a Adrián le pareció no obstante que aquel hombre disimulaba una rígida determinación personal tras su camuflaje gris y apocado. Ya había conocido gente así en el Seminario. Casi con toda seguridad, se dijo, se encontraba frente a un sacerdote, a pesar del disimulo de aquellas desgastadas y antiguas prendas de seglar.
--¿A qué debo su visita?, señor…
--Domingo, Domingo Betancort.
--Bien, usted dirá.
--He visto en Internet el número uno de su revista, El galeón de Teseo.
A Adrián se le hacía difícil imaginar a aquel hombre navegando por la Red, pero aún así, contestó:
--La revista no es mía, yo sólo la dirijo, pero disculpe, siga, siga…
--Bueno, le he traído algo, un escrito, no sé… un articulito…, quizá le sirva para el siguiente número.
--Casualmente estoy trabajando en ello.
--¿Ah, sí?, qué bien –el hombre de gris descorrió la cremallera de carterita y extrajo unas cuartillas escritas a mano con letra de notario, que es siempre inclinada hacia atrás y oronda, como un personaje que camina engreído de su propia condición. Adrián pensó al instante que hacía tiempo que no veía aquel formato de papel caido en desuso…, al menos desde los tiempos del Seminario.
--Tenga –le tendió el hombre de gris por encima de la mesa de escritorio. Adrián posó la vista en los papeles. Palideció en segundos.
“El secreto templario. Por Domingo Betancort (O.P.)
En el Archivo Nacional de Francia hay guardado un sello de los templarios que fue requisado al ser suprimida la Orden. Se encuentra estampado en lacre sobre una carta escrita por un tal Andrés de Coulours, preceptor del Temple que estaba destinado en la encomienda de los bosques de Othe. El sello contiene una extraña figura diabólica que algunos asocian con la palabra Baphomet, que surgió durante las sesiones de tortura de la Santa Inquisición a los templarios apresados.
“Cuando el viernes 13 de octubre de 1307 las tropas del rey de Francia arrestaron a toda la jerarquía templaria, irrumpiendo por la fuerza en la sede central del Temple en París, se encontraron con que ya no estaba allí el tesoro de la Orden. Antes de que los soldados del rey reaccionaran y cayeran en la cuenta, la flota templaria ya había soltado amarras desde el puerto de La Rochelle, en la costa Oeste de Francia, y nunca más se supo de ella. Se sabe que desde ese puerto partían siete grandes rutas de navegación que se dirigían a varios puntos estratégicos por toda Europa, donde el Temple tenía encomiendas o intereses comerciales: hacia Saint Vast la Houge Barfleur y la costa atlántica de Bretaña, hacia la bahía de Somme por Le Mans, Dreux, Les Andelys, Gournay y Abbeville; hacia las Ardenas por Angers, la región parisina y la alta Champagne; hacia Lorena por Pathenay, Chatellerault, Preully-en-Berry, Gien y Troyes; hacia Ginebra por el bajo Poitou, la Marca y Maconnais; hacia Valence del Rhone por el bajo Angoumois, Brive, Cantal y Le Puy y por último hacia Burdeos, ruta que sigue hasta el Atlántico y Narbona. La Rochelle era la puerta natural hacia el Atlántico, entonces considerado el fin de la Tierra conocida, Finis Terrae, un mar de leyendas y horrores, según los pocos navegantes que se habían aventurado en él.
“Así pues, todo parece indicar que los caballeros de la Orden del Temple conocían algún tipo de secreto sistema para la navegación, y gracias a él alcanzaron las costas del continente que hoy se llama América. Este secreto bien pudiera ser el llamado dentro de la Orden, Secretum Templi.
“La situación geográfica del continente americano era tan importante que fue guardada por un pequeño número de caballeros, una especie de logia secreta dentro de la misma Orden, desconocida incluso por el propio gran maestre, una hermandad que era llamada del Beauseant. Por eso, cuando el rey de Francia fue contra el Temple y consiguió que el Papa decretara su disolución, el destino oficial de la Orden terminó con la muerte en la hoguera de Jacques de Molay, su último mandatario, pero la sucesión permaneció en la sombra hasta hoy, y el Secretum Templi continúa siendo un misterio sin resolver.
“Mediante el uso de algún tipo de sistema de orientación en el mar, los Templarios tuvieron acceso a las costas de América, donde explotaban las minas de plata y oro, sin que en Europa nadie supiera de dónde sacaba la Orden tantas riquezas. La frecuencia de las expediciones era tal que los cartógrafos del Temple, los mejores de la época, consiguieron plasmar en mapas una buena parte del continente. Hoy se conservan esos mapas en varios lugares del mundo, como prueba de que los caballeros templarios fueron los primeros europeos en descubrir las lejanas tierras del oro y la plata allende los mares. En 1507 fue hallado en Alemania el llamado Mapamundi de Waldseemüller, una carta marina realizada antes de que Cristóbal Colón descubriera América en 1492, y en el que aparece dibujado todo el continente norteamericano de una forma casi exacta.
“Recientes investigaciones han concluido que Cristóbal Colón había entrado en contacto con la Orden de Cristo, heredera en Portugal de las posesiones del Temple. Los caballeros de Cristo, en realidad descendientes de los antiguos templarios, podrían haber tenido en sus manos parte del secreto que hacía posible la navegación hacia la terra incógnita. ¿Se trataba del Secretum Templi?. En España, el Temple se reconvirtió en la Orden de Santa María de Montesa. De esta forma, los dos reinos hermanos, España y Portugal, cuyos reyes se negaron a perseguir a los caballeros del Temple, como lo quería el rey de Francia y el Papa Clemente, se convirtieron en el seguro refugio de los templarios denostados. Los dos reinos, con gran tradición marinera, y cuyos puertos habían sido usados en secreto por el Temple para arribar con sus naves cargadas de oro y plata de América, iban a pugnar ahora, pasados los años desde la disolución total de los templarios, por utilizar su sistema oculto de navegación, con el fin de reanudar los viajes suspendidos con el continente americano. La casualidad quiso que un español, Cristóbal Colón, originario de Mallorca, y que vivía por aquel entonces en el reino de Portugal, tuviera acceso tal sistema. Porque fueron los caballeros de la Orden de Cristo los que revelaron los mapas y el sistema de navegación a Colón, y lo hicieron porque desde hacía años buscaban un audaz y experimentado marinero que comandara la expedición al lejano país del oro y la plata bajo el amparo de la Orden y la bandera portuguesa. Muchos se han preguntado desde entonces por qué si Cristóbal Colón tuvo acceso a antiguos mapas de la Orden del Temple en Portugal, y si los caballeros de Cristo le revelaron el sistema oculto de navegación, no emprendió el viaje desde allí hasta el Nuevo Mundo. La explicación propuesta es la siguiente: los templarios habían embarcado su hipotético Secretum Templi, desde el puerto francés de La Rochelle con destino a la Península Ibérica, donde se dividieron, dirigiéndose un grupo a Portugal y quedándose otro en el reino de Aragón. Esa separación, previamente diseñada por la hermandad del Beauseant, afectó también a la esencia del Secretum, de manera que una parte quedó en el reino de Valencia, en Montesa, y la otra viajó hasta Portugal, quedando así el oculto secreto repartido entre las dos órdenes herederas del Temple en la Península: la de Cristo y la de Montesa, al mismo tiempo custodios y rivales de la herencia templaria.
“Desde entonces, los caballeros de ambas órdenes rivalizaron por arrebatar una la parte del Secretum Templi que custodiaba la otra, olvidando así el mensaje de sus superiores de la hermandad del Beauseant, el deseo de que ambas no eran sino brazos del mismo cuerpo común, y que si habían dividido el Secretum, fue por la propia seguridad del misterioso elemento desconocido, en aquella época inestable. El mandato de la logia templaria del Beauseant era que ambos reinos, cuando se unificaran en un sólo imperio (ese era uno de los ideales templarios, la unión de los reinos occidentales de mayor poder en un sólo gobierno unificado bajo una misma corona), compartieran juntos el secreto de la navegación para conquistar las nuevas tierras más allá de los confines del Finis Terrae.
“Los superiores desconocidos de la Orden del Temple habían decidido que el elemento físico del Secretum Templi se quedara en Montesa, mientras que los documentos que contenían las explicaciones y otros detalles necesarios para activar su hipotético poder, serían custodiados en la fortaleza de Tomar, en Portugal, que había pertenecido al Temple. De esta forma, una vez tranquilizados los azarosos tiempos, ambas órdenes debían ponerse de acuerdo y reactivar el Secretum conjuntamente.
“No sucedió así, la avaricia, el afán de poder, la rivalidad humana, la envidia…, males eternos, hicieron que cada uno intentara por su cuenta lograr la parte del otro y usar el secreto templario en beneficio propio. A través de los años, las mil artimañas que usaron ambas órdenes (aquella rivalidad había trascendido a los propios reinos, y era algo así como una cuestión de Estado entre Castilla y Portugal) no dieron resultado, y cada parte conservaba en algún lugar semiolvidado su fracción del secreto.
“Pero los portugueses tuvieron finalmente una idea. Usarían un “Caballo de Troya”, un infiltrado que les permitiera introducirse en los círculos de la Orden de Montesa; y para ese cometido, lo mejor era contar con un español, alguien que no levantara sospechas. Cristóbal Colón, nacido en el reino de Aragón, fue ese infiltrado. Aunque la maniobra no les saldría bien, pues el marino iba a jugar a dos bandas.
“Para la Historia oficial es una incógnita sin resolver el motivo por el cual Colón se hizo con los mapas secretos del nuevo continente que habían dibujado los templarios, ni se conoce a ciencia cierta el por qué se pasó con ellos desde Portugal a España. Una posible explicación puede ser que Colón necesitaba para completar el sistema templario de la navegación la otra parte del Secretum, la que estaba oculta en el castillo de Montesa. Sin embargo, había otras razones de tipo político. La pujante Corona de Castilla (con los Reyes Católicos al frente), recién unificada con León, quería impedir que la vecina Portugal tuviera la supremacía de los mares, en especial del Atlántico. Los Reyes Isabel y Fernando tenían controlado al reino de Aragón mediante un tratado por el que los navíos aragoneses no podían rebasar el mar Mediterráneo, mientras que los barcos de Castilla y León, podían navegar por el mar de las Canarias (el Atlántico), aunque en el tratado marino no se especificaba ningún otro tipo de frontera o limitación (por eso, más tarde, las tres carabelas de Colón partieron oficialmente desde las Islas Canarias, cuyo mar “pertenecía” según dicho tratado, a la Corona de Castilla-León). Los Reyes Católicos querían ampliar su poderío marítimo y sojuzgar el de Portugal, de modo que cuando Cristóbal Colón se presentó ante ellos con un plan para llegar a un nuevo y rico continente más allá del Atlántico, y les mostró para convencerles los antiguos mapas templarios y seguramente también parte del sorprendente sistema de navegación que pensaba emplear para orientarse, Isabel y Fernando no dudaron en financiarle la expedición. Las razones estaban claras: si un español bajo su bandera conquistaba nuevas tierras inexploradas para la Corona castellana, podrían dar el golpe definitivo a la pujante supremacía marítima de Portugal, que se estaba haciendo con toda África, y erigirse además como uno de los reinos más poderosos de Occidente. Ante la generosidad de los reyes españoles y la buena acogida que obtuvo en especial de la reina Isabel, Cristóbal Colón, enviado como infiltrado a España por la Orden de Cristo, olvidó sus vínculos con sus antiguos hermanos y decidió apostar por sí mismo, presa de la ambición por alcanzar la gloria de ser el conquistador de un nuevo mundo y el almirante de un mar aún por explorar.
“Pero hay una clave histórica sin resolver: ¿Cómo había tenido acceso Colón a la otra parte del Secretum Templi, la que obraba en poder de Montesa, antes de conseguir el beneplácito y la financiación del viaje por parte de los Reyes Católicos? La versión más verosímil dice que, audaz y ambicioso, el marino aragonés repitió la estratagema, pero en sentido contrario. Se presentó ante los caballeros de la Orden de Montesa con alguno de los planos del nuevo continente cedidos por los caballeros de Cristo. Conocedor como seguramente era de todo el Secretum, a esas alturas más aún que los propios custodios, que tenían el legado templario más como una reliquia histórica que como algo útil, sorprendió al maestre de Montesa y a los enviados del rey de Aragón con la narración de la existencia de un nuevo mundo allende los mares, un mundo lleno de oro, plata y otras muchas riquezas. Y les habló de cómo él, un marino experimentado y bien documentado, podía encontrar esas ricas costas para ellos (es decir, para el reino de Aragón, rival de Castilla) si le facilitaban el acceso al viejo artilugio que aquellos misteriosos monjes templarios habían dejado olvidado en los sótanos del castillo de Montesa. A cambio les prometió que navegaría hacia las nuevas tierras como corsario en beneficio de Aragón. Esto bien podía ser así, porque, como se ha dicho, el reino de Aragón tenía prohibido merced a los Tratados marinos con Castilla, fletar embarcaciones más allá del Mediterráneo, por ello disponía de una flota ilegal y secreta de corsarios que, aunque no llevaban su bandera, eran marinos mercenarios a sueldo de la Corona de Aragón. Una de estas famosas bases de corsarios aragoneses estaba precisamente en Ibiza, donde hoy existe, en el puerto, un monumento dedicado a ellos, en memoria de los buenos servicios prestados. La ambición no tardó en aparecer entre los caballeros aragoneses, y la Orden de Montesa, ignorante de lo que hacía, le mostró al marino la parte del Secretum Templi que ellos custodiaban. Así, Cristóbal Colón, completó el presunto artefacto de la navegación y volvió con todo el proyecto memorizado al reino de Castilla, bajo cuya poderosa bandera, partió rumbo, desde Canarias, a las tierras del oro y la plata. Había engañado pérfidamente a los Caballeros de la orden de Cristo y a los de Montesa. Paro había buenas razones para ello: tenía un mundo que conquistar.
“¿Qué era el Secretum Templi?: Por lo poco que se conoce, el legado Templario era un complejo sistema cosmológico que entre otras cosas prácticas servía para orientarse en la navegación. Con él, cualquier costa, cualquier punto en medio del océano, podía ser localizado y conquistado, como habían hecho siglos atrás los templarios. Pero, ¿en qué consistía ese sistema? La hipótesis es la siguiente: en aquella época la navegación se confiaba a la brújula, al astrolabio, las estrellas y los pobres mapas o cartas de marear muy poco concretos. Como mucho, para encontrar un punto determinado en medio del mar, se contaba con la referencia de la latitud (la distancia de un punto respecto al Ecuador). La latitud, aunque de forma rudimentaria, podía ser calculada por los marinos de entonces, pero no así la longitud, y sin este parámetro, cualquier barco que partiese de un conocido puerto europeo, podía orientarse en medio del océano y alcanzar el punto deseado respecto a la latitud…, pero quizá a miles de kilómetros de distancia con respecto a su longitud. Era como viajar a ciegas, o casi. Por ello, las largas travesías marítimas en busca de nuevas tierras eran un riesgo, una auténtica aventura. Muchos partían y nunca regresaban. En esa época, los reinos de occidente pugnaban por saber cómo podía calcularse la longitud y combinarla con la latitud, porque ello haría la navegación un juego de niños. El primer reino que averiguara este detalle, alcanzaría nuevas tierras y las conquistaría en nombre propio, con todo su contenido; y por ello los reinos más marineros, como España, Francia y Portugal, hacían de la búsqueda de la longitud una cuestión de Estado al máximo nivel. Ofrecían grandes recompensas y títulos nobiliarios a quien aportara datos para navegar de meridiano a meridiano sin perder el rumbo. Por eso, los Reyes Católicos, al comprender que aquel marino que llegaba de Portugal portando asombrosos y detallados mapas que indicaban la existencia de un enorme continente más allá del Atlántico (la versión de que Colón buscaba un paso hacia las Indias Orientales navegando hacia el Oeste fue difundida como información falsa para no levantar sospechas ni expectativas entre la marinería que iba a ser enrolada) poseía la clave para conocer la longitud mediante un extraño y antiguo artefacto, no dudaron en concederle el ambicioso título de Almirante de la Mar Oceana, incluso antes de que lograra su objetivo. También consintieron en otra extraña petición del marino aragonés: que las velas de sus embarcaciones ostentaran el símbolo de una enorme cruz roja. ¿Cómo una señal, un salvoconducto para cuando encontrara a los templarios refugiados que pensaba hallar en el nuevo continente? ¿O acaso en realidad Colón era un neotemplario, quizá un descendiente, o el mismísimo gran maestre de la secreta hermandad templaria del Beauseant? Puede que la respuesta de todo esté en su mismo nombre. Cristóbal viene de Cristóforo, que a su vez viene de Christo-Ferens, que significa el portador de Cristo. Y éste precisamente era el título con que se designaba dentro de la Orden de Cristo al custodio del secreto templario. ”