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Inglaterra, 1299
William de Bohun se hallaba oculto entre las sombras de los muros de piedra del castillo y contemplaba a su sobrino, que se encontraba sentado junto a la ventana. Rowan, de cabellos rubios que brillaban al sol, fruncía el ceño de su hermoso rostro al concentrarse en el estudio del manuscrito que tenía ante sí. William prefería no pensar cuánto había llegado a significar para él ese joven, a lo largo del tiempo. Rowan era el hijo que hubiera deseado tener.
Al mirar al joven apuesto, alto, de hombros anchos y caderas estrechas, volvió a preguntarse cómo un hombre feo y siniestro como Thal pudo haber engendrado a alguien como Rowan. Thal se hacía llamar rey de Lanconia, pero se vestía con pieles de animales, sus sucios cabellos le llegaban hasta los hombros y comía y hablaba como un bárbaro. A William le producía aversión y sólo toleraba su presencia en su casa porque se lo había pedido el rey Edward. William le había ofrecido su casa hospitalariamente y había ordenado a su mayordomo que organizara entretenimientos para aquel hombre vulgar y tosco, pero, personalmente, se había mantenido alejado de ese joven detestable.
Ahora, a William le asaltaban recuerdos angustiosos cuando miraba a Rowan. Cuando William estuvo ocupado, lejos del castillo, su querida y hermosa hermana Anne se había enamorado de ese hombre detestable. Cuando William se dio cuenta de lo ocurrido, Anne ya estaba tan hechizada por él que amenazaba con matarse si lo perdía. El estúpido rey bárbaro ni siquiera parecía darse cuenta de que Anne ponía en peligro su alma inmortal por el solo hecho de mencionar el suicidio.
Nada de cuanto William hubiera dicho, habría desanimado a Anne. William le decía que Thal era una persona repulsiva y Anne lo miraba como si fuera tonto.
—No es repulsivo para una mujer — había dicho ella, riendo de tal modo que William experimentaba náuseas al pensar que las manos de ese hombre untuoso y sombrío pudiesen tocar a Anne, tan rubia y esbelta.
Finalmente, el rey Edward había tomado una decisión por él. Había dicho que los lanconianos eran pocos pero feroces y que si su rey deseaba una esposa inglesa debía tenerla.
De modo que el rey Thal se casó con Anne, la hermosa hermana de William. Este se embriagó durante diez días, con la esperanza de que, cuando recobrara la sobriedad, descubriera que todo había sido producto de su imaginación. Pero cuando despertó de su estupor alcohólico vio a Thal, un poco más alto que su hermana, inclinado sobre ella, envolviendo su rubia belleza con su tenebroso cuerpo.
Nueve meses más tarde nació Rowan. Desde el primer momento, William había experimentado un extraordinario cariño por el pequeño. Aunque estaba casado, William no tenía hijos, pero anhelaba fervientemente un niño. Thal demostró una total indiferencia hacia el bebé.
—Bah, grita por un extremo y huele mal por el otro. Los niños son para las mujeres. Aguardaré hasta que se convierta en un hombre — había gruñido Thal, con su extraño acento inglés. Lo que más le interesaba era que Anne se repusiera rápidamente del parto para volver a acostarse con ella.
William consideraba a Rowan como si fuera suyo y pasaba largas horas haciendo juguetes para él, jugando con el niño y ayudándolo a caminar cuando dio sus primeros pasos. Rowan comenzó a convertirse en su razón para vivir.
Cuando el niño tenía poco más de un año, nació su hermana Lora. Como su hermano, era bonita y rubia y no parecía haber heredado nada de su moreno padre. Cuando Lora tenía cinco días de vida, Anne murió. Inmerso en su dolor, William sólo se preocupó por su propio sufrimiento. No percibió la pena ni la amargura de Thal. William sólo pensaba que Thal era la causa de la muerte de su adorada hermana. Le ordenó que se alejara de su casa.
Tristemente, Thal había dicho que al día siguiente se marcharía con sus hombres y sus hijos para regresar a Lanconia.
William no había comprendido el significado de las palabras de Thal, pero, cuando oyó ruidos en el patio de la planta baja, comprendió que Thal se llevaría a Rowan y al bebé. William enloqueció de furia. Normalmente era un hombre sensato, pero en ese momento actuó impulsado por la ira, el sufrimiento y el temor. Reunió a sus caballeros y atacó a Thal y a su guardia personal mientras dormían.
William nunca había visto luchar como lo hacían esos lanconianos. Los hombres de William eran mucho más numerosos, la proporción era de cuatro a uno, pero aun así, tres de ellos, incluido Thal, lograron huir.
La sangre manaba de las heridas que tenía en los brazos, las piernas y la mejilla derecha, pero Thal, de pie sobre el muro del castillo, iluminado por la rosada luz del amanecer, maldijo a William y a su progenie. Thal dijo que sabía que William deseaba apoderarse del príncipe Rowan, pero que jamás lo lograría. Rowan era un lanconiano, no un inglés, y algún día regresaría con su padre.
Luego Thal y sus hombres saltaron el muro y desaparecieron en el bosque.
Esa noche comenzaron las desventuras de William.
Su vida, que alguna vez había sido dorada, se tornó gris como el plomo. Un mes más tarde, su mujer había muerto de viruela, luego la enfermedad diezmó más de la mitad de los campesinos y no pudo efectuarse la cosecha. La nieve, que comenzó a caer prematuramente, arruinó los sembrados.
William volvió a casarse; esta vez lo hizo con una quinceañera rolliza y saludable, que resultó ser prolífera como un conejo. En el transcurso de cuatro años tuvieron cuatro hijos; cuando nació el cuarto, la madre murió.
William no se apenó mucho, pues había comprobado que su enamoramiento, basado en la atracción del cuerpo joven y hermoso de su mujer, ya había pasado, y que ella era una joven tonta y frívola, incapaz de ser su compañera. William se hizo cargo de sus cuatro hijos y de los dos niños de Anne. El contraste era total. Rowan y Lora eran altos y hermosos, de cabellos rubios. Eran inteligentes, siempre ansiosos por aprender; amables. Sus hijos, en cambio, eran tontos y torpes, hoscos y resentidos. Odiaban a Rowan y hacían a Lora objeto de sus bromas malévolas.
William sabía que era el castigo que recibía por lo que había hecho a Thal. Incluso comenzó a pensar que el fantasma de Anne se vengaba del ataque que había descargado sobre su marido.
Cuando Rowan tenía diez años, llegó al castillo de William un anciano de larga barba. Llevaba una corona de oro con cuatro rubíes y dijo llamarse Feilan. Era lanconiano y estaba allí para enseñar a Rowan los hábitos lanconianos.
William se dispuso a atravesarlo con su espada, pero Rowan se interpuso entre ambos. Era como si el niño hubiese sabido que ese hombre llegaría y lo hubiera estado aguardando.
—Soy el príncipe Rowan — dijo solemnemente. En ese instante, William supo que estaba a punto de perder lo que más amaba en el mundo y no podía hacer nada para impedirlo.
El anciano permaneció en el castillo; dormía en uno de los sótanos y, durante el día, estaba siempre junto a Rowan. Rowan siempre había sido un niño serio; había cumplido obedientemente las obligaciones impuestas por William, pero ahora su capacidad para el estudio parecía ilimitada. El anciano lanconiano enseñaba a Rowan en el aula y en el campo de adiestramiento. Al principio William puso objeciones porque, en su calidad de caballero, consideraba que los métodos de lucha lanconianos eran deshonrosos. Ni Rowan ni Feilan le prestaron atención y Rowan aprendió a pelear de pie, con la espada y la lanza, con un palo, con garrotes y, para horror de William, con los puños. Los caballeros sólo peleaban a caballo.
Rowan no fue criado como otros jóvenes aristócratas, sino que permaneció en el castillo de su tío y estudió con el lanconiano. Los hijos de William fueron marchándose uno a uno para vivir con otros caballeros y convertirse en sus escuderos. Regresaron después de ser armados caballeros, pero continuaron siendo hostiles a Rowan. Cuando se convirtieron en hombres, desafiaron a Rowan en un torneo, con la esperanza de vencerlo y ganarse la estima de su padre.
Rowan los batió fácilmente y luego retornó a sus estudios, imperturbable.
Los hijos de William protestaron por la presencia de su primo en la casa. Colocaban trampas debajo de la montura de Rowan, le robaban sus libros, se mofaban de él en presencia de extraños. Pero Rowan jamás se enfadaba, lo que enardecía aún más a sus toscos primos. La única oportunidad en que William vio enojado a Rowan fue cuando su hermana, Lora, pidió autorización para casarse con un barón que estaba de visita en casa de William. Rowan había dicho a Lora que era lanconiana y que debía aguardar a ser llamada desde su tierra natal. William estaba azorado, en parte por la explosión temperamental de Rowan, pero más aún por el hecho de que se refiriera a Lanconia como su "tierra natal". Se sintió traicionado, como si el joven no le retribuyera todo el amor que William le había ofrecido. William ayudó a Lora para que llevase a cabo sus planes matrimoniales. Pero, después de dos años de matrimonio, su marido murió y Lora regresó a la casa de su tío, con su pequeño hijo, Phillip. Rowan había sonreído y le había dado la bienvenida.
—Ahora estamos preparados — había dicho, rodeándola con el brazo y tomando a su pequeño sobrino.
En ese momento, William contemplaba a Rowan. Tenía veinticinco años y, durante ese tiempo, William había llegado a amarlo más que a sí mismo. Pero todo había concluido. Afuera aguardaban cien guerreros lanconianos; altos, morenos y llenos de cicatrices, sobre sus caballos de patas cortas y cuerpos anchos. Los hombres tenían una expresión hosca y estaban armados hasta los dientes. Obviamente, estaban preparados para la lucha. El que los lideraba se adelantó y anunció a William que estaban allí para llevarse a los hijos de Thal, ya que este estaba moribundo y Rowan debía convertirse en rey.
William hubiera deseado negarse y estaba dispuesto a luchar para retener a Rowan, pero el hijo mayor de William había apartado hacia un lado a su vacilante padre, dando la bienvenida a los lanconianos con los brazos abiertos. William supo reconocer su derrota. No se podía luchar por alguien que no deseaba permanecer allí.
Abatido, subió los escalones que llevaban a las habitaciones de Lora, donde se hallaba Rowan, estudiando junto a la ventana. Su tutor ya era muy anciano, pero cuando vio la expresión del rostro de William, se puso de pie dificultosamente y fue hacia donde estaba Rowan. Luego, lentamente, apoyó una rodilla en el suelo. Cuando Rowan miró a su viejo tutor comprendió.
— Viva el rey Rowan — dijo el anciano, inclinando la cabeza.
Rowan bajó solemnemente la suya y luego miró a Lora, que había interrumpido su labor de costura.
— Ha llegado el momento — dijo suavemente— . Debemos ir a casa.
William se alejó para que no vieran las lágrimas que asomaban a sus ojos.
Lanconia
Jura estaba de pie, inmóvil dentro del agua que llegaba hasta sus rodillas. Sostenía una lanza, aguardando el momento propicio para pescar un pez que nadaba lentamente en el agua. El sol que acababa de salir dibujaba el perfil de las montañas de Tamovia que estaban detrás de ella. Se había quitado los pantalones de su uniforme de guerrera y los había dejado en la orilla. Sólo llevaba la túnica suave y bordada con el emblema de su profesión, y sus piernas, a partir de los muslos, estaban desnudas. El agua estaba helada, pero ella estaba habituada al sufrimiento físico y, desde niña, le habían enseñado a ignorar el dolor.
Oyó pasos a su izquierda; eran pasos leves y por eso supo que se trataba de una mujer. No se movió, pero sus músculos se tornaron tensos, listos para saltar. Continuaba sosteniendo la lanza por encima de su hombro derecho, pero ahora se preparaba para girar sobre sí misma y arrojarla lanza hacia la intrusa.
Sonrió, sin mover apenas el rostro. Era Cilean, su maestra y amiga, que atravesaba el bosque, casi en silencio. Jura atrapó un pez gordo.
—¿Desayunarás conmigo, Cilean? — dijo en voz alta, quitando el pez de la punta de la lanza y caminando hacia la orilla. Jura medía un metro ochenta y su cuerpo estaba magníficamente modelado por el ejercicio.
Cilean salió de entre los árboles y sonrió, mirando a su amiga.
—Tu oído está tan afinado, como siempre. — Ella también llevaba los pantalones de la guerrera irial, suaves botas de cuero que llegaban hasta sus rodillas, sostenidas por jarreteras entrecruzadas desde el tobillo hasta la rodilla. Era tan alta como Jura; tenía piernas largas y delgadas, senos altos y firmes, una espalda flexible y erguida. Pero su rostro no era tan sorprendentemente hermoso como el de Jura. Además comenzaba a delatar sus veinticuatro años cuando estaba junto a Jura, que tenía dieciocho.
—El ha llegado — dijo Cilean suavemente. Jura, que estaba recogiendo pequeñas ramas para hacer fuego, tuvo apenas un gesto de vacilación.
—Jura — dijo Cilean con voz implorante— . Algún día deberás afrontado. — Hablaba el dialecto irial de Lanconia, una lengua de sonidos Suaves y eses arrastradas— . Será nuestro rey.
Jura se incorporó y se volvió para mirar a su amiga. Sus trenzas negras se movieron con ella y su hermoso rostro se llenó de furia.
—No es mi rey. Jamás lo será. Es inglés, no lanconiano. Su madre era una inglesa débil; todo el día sentada junto al fuego, cosiendo. Ni siquiera tuvo la fortaleza necesaria para dar muchos hijos a Thal. Nuestro verdadero reyes Geralt. Su madre era lanconiana.
Cilean había escuchado esas mismas palabras centenares de veces.
—Sí; Astrie era una mujer maravillosa y Geralt es un gran guerrero, pero no fue el hijo primogénito y Astrie no fue la esposa legal de Thal.
Jura se volvió, tratando de controlar su enojo. Entrenándose podía ser muy serena, podía mantener la calma aun cuando Cilean le tendiera trampas, como la de ordenar que cinco mujeres atacaran simultáneamente a Jura, pero había un tema respecto del cual Jura no podía controlar su furia ante la injusticia: Geralt. Años antes de que naciera Jura, el rey Thal había viajado a Inglaterra para tratar de celebrar una alianza con el rey de Inglaterra. En lugar de ocuparse del propósito de su viaje, había descuidado los asuntos de estado y había sido hechizado por una inglesa inútil e insulsa. Se había casado con ella y permanecido en Inglaterra durante dos años, engendrando dos raquíticos niños, demasiado débiles para regresar con él a Lanconia cuando murió su mujer.
La gente decía que Thal ya no fue el mismo después de volver de Inglaterra. Se negó a casarse con una mujer lanconiana, pero Se acostó ocasionalmente con la hermosa Astrie, de origen noble. Ella engendró a Geralt, un hijo que era todo cuanto un hombre puede desear, pero Thal continuaba lamentándose. Desesperada y tratando de forzarlo a que se casara con ella, Astrie solicitó permiso para casarse con Johst, el guardián de mayor confianza de Thal. Este se encogió de hombros y dio su consentimiento. Tres años después del nacimiento de Geralt, Astrie dio a luz una niña: Jura.
—Geralt tiene derecho a ser rey — repitió Jura, con voz más serena.
— Thal ha tomado una decisión. Si él desea que su hijo inglés sea rey, debemos acatar su decisión.
Jura quitaba las escamas del pescado con su cuchillo.
—Me han dicho que su piel y sus cabellos son blancos. Que es delgado y frágil como un tallo de trigo. También tiene una hermana. Seguramente llorará, añorando sus comodidades inglesas. ¿Cómo podremos respetar a un rey inglés que nada sabe de nosotros?
—Thal envió a Feilan para que lo instruyera. Hace ya muchos años de eso. Me han dicho que el hombre es un sabio.
—Bah, es poileno — dijo Jura desdeñas amen te, refiriéndose a otra tribu lanconiana. Los poilenos creían que podían ganar batallas con palabras. Los jóvenes eran formados en la lectura y la enseñanza libresca, no con espadas— . ¿ Cómo puede un poileno enseñar a un hombre a ser rey? Seguramente, Feilan le enseñó a leer y a relatar historias. ¿Qué sabe un poileno de la guerra? Cuándo los zernas ataquen nuestra ciudad, ¿nuestro nuevo rey les relatará cuentos de hadas hasta que caigan dormidos de sus caballos?
—Jura, eres injusta. No lo conocemos. Es el hijo de Thal y...
—También lo es Geralt — exclamó Jura, enfadada— .¿Acaso puede este inglés saber la mitad de lo qué sabe Geralt sobre Lanconia? — Señaló las montañas que se erguían hacia el norte, esas amadas montañas que durante siglos habían protegido a Lanconia de los invasores— . Ni siquiera conoce nuestras montañas — dijo, como si ello fuera el colmo de la desgracia.
— Tampoco me ha visto a mí — dijo Cilean suavemente.
Jura la miró, sorprendida. Mucho tiempo atrás, Thal había dicho que deseaba que su hijo Rowan se casase con Cilean.
— Thal debe haberlo olvidado. Lo dijo hace años. Eras tan sólo una niña.
—No, no lo ha olvidado. Esta mañana, cuando se enteró de que su hijo inglés estaba cerca del río Ciar, se reanimó y me llamó a su lado. Desea que Daire y yo lo recibamos.
—¿Daire? — dijo Jura. Luego sonrió al pensar en el alto y apuesto Daire, el hombre con quien habría de casarse, el hombre al que había amado desde la infancia.
Cilean miró a su amiga con fastidio. .
— ¿Sólo te preocupa el hombre al que amas? No te importa que me hayan ordenado casarme con un hombre del que dices que es débil y esmirriado...
—Lo lamento — dijo Jura, con sentimiento de culpa por pensar sólo en sí misma. Debía ser terrible casarse con alguien a quien una no conocía. La horrorizaba pensar que una mujer estuviera obligada a casarse con un hombre cuyos gestos y pensamientos le resultaban extraños y aborrecibles— . Discúlpame. ¿Realmente Thal desea que te cases con este... este...? — No hallaba la palabra adecuada para definir al extranjero.
—Dijo que lo había planeado desde siempre. — Cilean se sentó junto al pequeño fuego que Jura había encendido. Su expresión era de angustia— . Creo que Thal teme lo mismo que tú: que ese hijo suyo, al que no ha visto durante más de veinte años, sea como tú lo has descrito. Pero Thal está decidido. Cuanto más tratan de disuadirlo, más inflexible se toma.
—Comprendo — dijo Jura, pensativa. Miró un buen rato a Cilean. Quizá Thal no fuera tan tonto después de todo. Cilean era una mujer sensata e inteligente que ya había demostrado su valor en varios campos de batalla. Cilean sabía controlar sus emociones y, sobre todo, su paciencia, aun en las condiciones más adversas. Si ese príncipe inglés era tan débil como decían, la inteligencia y sabiduría de Cilean podrían evitar que Lanconia cayera bajo su dominio— . Quizás Lanconia tenga un rey malcriado inglés, pero tendrá una inteligente reina lanconiana.
— Gracias — dijo Cilean— . Sí, creo que lo mismo piensa Thal y su confianza me honra, pero yo...
—Tú deseas un hombre por esposo — dijo Jura compasivamente— . Deseas a alguien como Daire: alto, fuerte, vigoroso e inteligente, y...
Cilean rió.
—Sí, a ti, que eres mi amiga, puedo decírtelo. Por una parte me siento muy honrada, pero por la otra, pienso como cualquier mujer. ¿El inglés tiene realmente cabellos blancos? ¿Quién te lo ha dicho?
—Thal — respondió Jura— . Cuando estaba ebrio solía hablar de la mujer inglesa que desposó. En una ocasión lo hizo ante mi madre y mi padre la sacó de la habitación. — Jura apretó los labios, pero ello no empañó su belleza. Sus padres habían muerto cuando ella tenía cinco años y Thal la había criado, en esa gran fortaleza de piedra en la que vivía sin ninguna mujer. Cuando una lavandera impidió que Jura jugase con un hacha grande y afilada, temiendo que cortara sus pies, Thal despidió a la mujer.
—Eso nos demostró cómo había sido su vida en Inglaterra — dijo Jura. Cilean sabía que se refería también a Geralt, el hermanastro de Jura, y a Daire, que había sido criado con ellos.
—Jura — dijo Cilean bruscamente— , ¿comerás ese pescado o no? Apresúrate, así podrás ayudarme a decidir qué debo llevar para el viaje. ¿Supones que la hermana del hijo de Thal se vestirá de seda? ¿Será hermosísima? ¿Nos despreciará a las mujeres lanconianas, tal como lo hicieron esas mujeres galas hace dos años?
A Jura le brillaron los ojos.
—Si lo hace, haremos con ella lo que hicimos con esas mujeres — dijo con la boca llena.
— Eres malvada — dijo Cilean, riendo— . No podemos hacerle eso a la mujer que será mi cuñada.
—No poseo tantos escrúpulos. Debemos hacer planes para protegernos de su esnobismo inglés. Naturalmente, sólo bastará hacer intervenir a este Rowan en una batalla yeso acabará con él. ¿Crees que será de los que se sientan en sillas con almohadones de terciopelo y beben cerveza, contemplando la batalla desde lejos?
—Jura se puso de pie y arrojó tierra sobre el fuego con su pie. Luego se puso los pantalones y se ató las botas— . ¿Daire irá contigo?
—Sí — dijo Cilean, sonriendo— . Podrás sobrevivir sin su presencia durante unos días. Debemos recibir al inglés y escoltarlo hasta aquí. Creo que Thal teme un ataque de los zernas. — Los zernas eran la tribu más feroz de Lanconia. Eran tan proclives a la guerra como los poilenos a los libros. Los zernas atacaban a cualquiera en cualquier momento Y. lo que hacían con los cautivos parecía una auténtica pesadilla.
— Un irial no teme a un zerna — dijo Jura, enfadada, poniéndose de pie.
— Sí, pero este príncipe es inglés y el rey inglés considera que es rey de toda Lanconia.
Jura sonrió maliciosamente.
— Deberían inducirlo a presentarse ante Brocain, el rey de los zernas, para decirle que es su rey. Entonces ya no tendríamos problemas. Por lo menos, el hijo inglés de Thal estaría enterrado en tierra lanconiana. Juro que enterraríamos cada uno de los pedazos en que Brocain lo cortara.
Cilean rió.
—Ven, ayúdame a escoger lo que debo llevar. Saldremos dentro de una hora y debes despedirte de Daire.
— Eso me llevará mucho más de una hora — dijo Jura seductoramente, provocando la risa de Cilean.
— Quizá puedas prestarme a Daire alguna noche después de casarme con este desvaído inglés.
—Esa noche morirás — dijo Jura serenamente. Luego sonrió— . Roguemos para que Thal viva lo suficiente para ver a este inglés hijo suyo y comprenda el error que comete y pueda enmendarlo. Geralt será nuestro rey, tal como debe ser. Ven, corramos hasta los muros.