15

 

 

Cuando Rowan regresó al campamento no la miró y Jura se puso rígida, como si la indiferencia de él fuese una agresión física. Cuando finalmente se acostó para dormir, todo su cuerpo estaba dolorido. Sus pensamientos agitados le impidieron dormir, por esa causa permaneció despierta mientras los demás dormían y fue ella quien los vio llegar. En un primer momento creyó estar soñando, pues las personas parecían sombras y no seres de carne y hueso. Además, se movían en absoluto silencio en medio de la penumbra, como los peces en el agua.

Con ojos incrédulos vio que una de las pequeñas siluetas, vestida con ropas oscuras, amordazaba a Daire. Pero antes de que pudiera incorporarse para protestar, algo cayó sobre su cabeza y no vio nada más.

Cuando despertó le dolían la cabeza y la espalda. Antes de abrir los ojos trató de mover las manos, pero no pudo.

—¡Jura! ¡Jura!

Jura abrió penosamente los ojos y miró a Cilean. Estaban en la parte posterior del carromato, debajo de un armazón de madera sobre bolsas de cereales y algo duro que parecían piedras.

—Jura, ¿te encuentras bien? — murmuró Cilean

Jura trató de sentarse, pero tenía las manos atadas a la espalda, junto con sus tobillos.

—Sí— alcanzó a musitar— . ¿Dónde estamos? ¿Quién nos ha capturado? ¿Dónde están los demás?—  Hizo mueca cuando el carro pasó sobre un pozo del terreno y lo que estaba en la bolsa golpeó su espalda.

—No lo sé — dijo Cilean— . Estaba dormida y, cuando desperté, me encontré aquí.

Jura forcejeó para liberarse de sus ataduras

—Debo salvar a Rowan — dijo— . Tratará de con vencerlos con palabras y lo matarán.

Cilean esbozó una sonrisa. .

—Creo que ahora deberíamos preocupamos por nosotras. Si nos han hecho prisioneras, también deben haber capturado a los otros. Oigo el sonido de otros carros. Creo que deberíamos dormir y tratar de no gastar energías

Jura tuvo dificultad para dormir porque estaba preocupada por Rowan... y los demás, se dijo a sí misma. Rogó a Dios que lo protegiera. "Es muy pronto para que muera”, pensó. Debía concluir su tarea. Y la necesitaba p a que lo protegiese. Podría perder nuevamente la confianza, ¿quién estaría allí para ayudarlo?

Finalmente se durmió, pero soñó que Rowan moría y, en el sueño, tuvo la certeza de que ella era culpable de su muerte, porque nunca le había dicho que lo amaba.

El carromato se detuvo abruptamente y Jura despertó.

Unas manos ásperas tomaron sus tobillos y la arrastraron fuera del carro. La cabeza de Jura se golpeó contra las duras bolsas. Otras manos la desataron y pudo ponerse de pie.

.

"Son los ulten", pensó al ver al pequeño hombre delgado  que estaba frente a ella, y recordó todas las historias horribles que sabía acerca de ellos. Eran historias que se y se contaban alrededor del fuego en noches frías y tormentosas. Los padres amenazaban a sus niños con los ulten cuando se comportaban mal.

En realidad, nadie sabía mucho sobre ellos, excepto que eran sumamente sucios, arteros, ladrones y que carecían de todo sentido del honor. A lo largo de los siglos las demás tribus habían tratado de ignorar a los ulten. Vivían en las cimas de las montañas del noreste de Lanconia y nadie tenía deseos de conocer su ciudad.

Pero circulaban rumores sobre ella. Cuando Jura era pequeña, un anciano, a quien le faltaban un brazo y un ojo, había dicho que los ulten lo habían capturado y había mencionado una ciudad de riquezas fabulosas. Todos habían reído y él se había ocultado en un rincón para embriagarse

Días después había desaparecido y nadie volvió a verlo.

Ahora, Jura miraba fijamente el sucio rostro de su secuestrador, semioculto debajo de la capucha de una capa.

El anciano le ofreció una taza llena de líquido y un trozo de pan duro. Jura los tomó y, mientras el anciano sacaba a Cilean del carro, miró a su alrededor. Había cuatro carromatos más. Alrededor de ellos se movían en silencio otras siluetas encapuchadas, pero no sacaron prisioneros de los, y carros.

A Jura se le hizo un nudo en la garganta.

—¿Dónde están los demás? — preguntó al hombre.

Nadie respondió, pero desde las sombras surgió otra figura que abofeteó a Jura en la boca. Era evidente que debía permanecer callada. Comió el pan, bebió la cerveza rancia y luego ella y Cilean recibieron permiso para orinar entre los árboles. Después, fueron introducidas nuevamente en el carro.

.El movimiento de los carros parecía eterno y los días transcurrieron confusamente. Durante el viaje, que duró tres días, se detuvieron dos veces por día y Jura y Cilean recibían magras raciones y disponían de un breve momento para sus necesidades fisiológicas. Luego eran nuevamente maniatadas y colocadas en los carros.

Después del primer día, Jura y Cilean se hablaron poco. El hambre, la fatiga y el sufrimiento eran casi intolerables. Jura estaba acosada por los remordimientos. Si tan sólo hubiese tenido tiempo para explicar a Rowan el significado de sus palabras. Si hubiera podido decide que no soportaba la idea de que él muriese.

Quizá debió abrazarlo cuando él lloró. Quizás hubiera sido mejor. Si tan sólo...

—¿Crees que han matado a los hombres? — murmuró Cilean. Estaba demacrada; su aspecto era lamentable.

Jura no pudo responder.

—Sin duda necesitan esclavas — dijo Cilean— . Brita era demasiado vieja para eso, de modo que nos capturaron a nosotras.

Jura tragó saliva, pero no pudo hablar.

—Sí — dijo Cilean, respondiendo su propia pregunta— . Creo que han matado a los hombres. Ellos hubieran tratado de rescatarnos y estos ulten no podrían luchar contra nuestros hombres.

Cilean aguardó la respuesta de Jura, pero no la hubo. Entonces prosiguió.

—No oímos a los ulten cuando entraron en el campamento. Tampoco los fearen los oyeron. — — Cerró los ojos— .

Brocain declarará la guerra a los iriales en cuanto se entere de la muerte de su hijo. ¿Y quién liderará a los iriales, ahora que Rowan y Geralt han... desaparecido?

Jura cerró los ojos e imaginó a Rowan, recordando sus cabellos rubios. Recordó su sonrisa. Recordó cómo le había hecho cosquillas la noche que pasaron en la tienda de campaña.

—Ya no podremos unir las tribus — dijo Cilean— . Los vatell seguramente han perdido a Brita. El hermano de Yaine está muerto y el hijo de Brocain también. — — Cilean también tragó saliva— . Y nuestro rey ha muerto.

 — Basta — ordenó Jura. No puedo soportarlo más. Cilean la miró asombrada.

—¿Es el sufrimiento lo que te toma tan extraña? ¿Es la muerte de Rowan la que...?

—Basta, por favor — murmuró Jura.

Cilean calló durante un instante.

—Debemos mantenemos fuertes — dijo, tratándose que Jura pensase en el presente— . Debemos tratar de huir y regresar a casa. Debemos decir al resto de los lanconianos qué ha sucedido. Nos uniremos con las otras tribus para matar a los ulten. Vengaremos la muerte de Rowan... — Se interrumpió al ver que Jura se había echado a llorar.

Jura trató de dormir, pero no pudo. Las horas se deslizaban penosamente y se dedicó a recordar todos los momentos que había pasado junto a Rowan. Recordó cómo había reaccionado cuando se vieron por primera vez y cómo se había enfadado al enterarse de quién era él. Se había sentido traicionada, como si él le hubiera mentido y hubiera jugado con sus sentimientos.

Y había tenido miedo. Odiaba admitido, pero la fuerza  de sus sentimientos hacia él la asustaba. Temía seguido y traicionara su patria, traicionando todo aquello en lo que creía.

—Oh, Rowan! — murmuró en la oscuridad, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas— . Si tan sólo hubiera podido decírtelo.

Cuando comenzó el cuarto día los carromatos se detuvieron y Jura oyó que se movían personas en tomo a ellos.

Cilean abrió los ojos y miró a Jura. Cilean luchaba contra  el miedo, pero Jura parecía haber renunciado a la lucha. No sabían qué planes tenían los ulten respecto a ellas. No sabían si morirían o serían convertidas en esclavas, y a Jura no parecía importarle.

—Pronto huiremos — le dijo Cilean, tratando de convencerse a sí misma— . Quizá podamos pedir un rescate.

Jura no respondió.

Luego dejaron de hablar, pues fueron sacadas del carromato. De pie, a la luz del sol, Cilean trató de adaptar sus ojos a la luminosidad. Entonces vio algo que la sorprendió. De acuerdo con el aspecto de los ulten que había visto, imaginaba que su ciudad sería sucia y pobre, un sitio sórdido, en el que los ulten ociosos y embriagados yacerían tendidos en las calles. Pero el espectáculo que contempló la dejó boquiabierta.

Estaban en el interior de una ciudad amurallada, de edificios prolijos y limpios. Había senderos de piedra muy bien cuidados y no se veían cerdos ni perros corriendo por ellos. En la planta baja de las casas había tiendas. La gente iba y venía. Eran personas limpias y lujosamente vestidas.  En realidad, todas esas personas eran de sexo femenino. Había mujeres adultas y unas cuantas niñas.

—¿Dónde están los hombres? — murmuró Cilean a Jura.

Jura no respondió y uno de los sucios guardianes le dio un empujón y señaló las bolsas que estaban dentro del carromato. Jura comprobó que la guardiana era una mujer, una mujer pequeña, que tenía unos treinta centímetros menos de estatura que ella y era sumamente delgada, casi frágil.

—¿ Qué han hecho con nuestros hombres? –preguntó Jura, dando sus primeras señales de vida.

—Están muertos — dijo la mujer ulten, hablando un irial defectuoso— . Aquí no queremos hombres. — Empujó a Jura y a Cilean para que avanzaran.

Jura y Cilean estaban débiles después de tantos días de inactividad y comida escasa, de modo que sacaron lentamente las bolsas que había en el interior de los cuatro carros y las apilaron dentro de un largo edificio de piedra. Mientras ellas trabajaban, otras mujeres ulten se detenían a contemplarlas, hablando entre sí en su extraño idioma gutural.

Cilean miró con furia a dos mujeres que las señalaban, meneando la cabeza.

. — Me siento como un buey que está siendo juzgado por su fuerza — dijo Cilean a Jura. No dijo nada más, porque una de las mujeres acercó un látigo a su rostro de manera muy elocuente.

Tardaron casi todo el día en vaciar los carros. Exhaustas, Jura y Cilean fueron conducidas hasta un pequeño edificio de piedra, en el que sólo había dos catres. El edificio estaba rodeado por una docena de pequeñas mujeres ulten.

—Jura — murmuró Cilean desde su catre. Jura resopló.

—Debemos tratar de huir — dijo Cilean— . Debemos regresar a casa. Debemos explicar a nuestra gente qué ha ocurrido, antes de que estalle una guerra. Debemos ver a Yaine y... Jura, ¿me estás escuchando? No sé cómo podremos huir y estoy demasiado fatigada para pensar.

—¿Para qué deseas ver a Yaine?

—Para proseguir la tarea comenzada por Rowan –dijo ella como si Jura debiera saberlo— . Debemos hallar la manera de unir a las tribus. Aunque sea para que los iriales podamos matar a estos ulten que nos atacaron y dieron muerte al rey de Lanconia.

Ante el asombro de Cilean, Jura se echó a llorar. Cilean no supo qué hacer. Los lanconianos no solían llorar. Se volvió y trató de dormir. Quizás al día siguiente pudiera hablar con Jura sobre la posibilidad de huir.

Jura también trató de dormir, pero no podía dejar de llorar. Lanconia ya no le importaba; Geralt tampoco; el hermano de Yaine o el hijo de Brocain no importaban. Sólo le importaba haber perdido al hombre que amaba.

—y ni siquiera pude hablar con él — murmuró en la oscuridad— . Oh, Dios, si tuviera otra oportunidad. Sería una verdadera esposa. — Se durmió llorando.

 

La risa de Geralt atravesó el aire y retumbó contra los muros de mármol blanco del palacio ulten. Las tres hermosas mujeres que estaban con él sonrieron encantadas al contemplar el tablero de ébano y marfil.

—Has ganado una vez más, maestro — dijo una de ellas seductoramente— . ¿A quién de nosotras escoges esta noche?

—A todas — dijo Geralt, riendo— . O quizás esta noche elija a otras tres.

—Somos tuyas — dijo la segunda mujer.

El hermoso y lujoso palacio de Ulten era el producto de siglos de "préstamos". El mármol iba camino de una catedral inglesa, cuando los ulten atacaron silenciosamente durante la noche, matando a los mercaderes que lo transportaban y a sus custodios. Luego habían llevado las carretillas llenas de mármol a través de las montañas, hacia sus ciudades. Incluso habían tomado en "préstamo" a los albañiles, haciéndolos trabajar hasta que murieron, arrojando luego sus cuerpos montaña abajo.

La enorme habitación, estrecha, alta y larga, tenía muros de mármol blanco con vetas y por doquier había pruebas de la habilidad de los ulten para "tomar prestado". Ellos eran los que recogían los despojos de las batallas. Cuando los participantes lloraban a sus muertos, los ulten se llevaban todo cuanto pudiera serles útil. Eran como hormigas, capaces de acarrear grandes pesos. Invadían las ciudades sin que los habitantes lo notaran.

y llevaban cuanto podían a su rey y a su ciudad. El palacio estaba lleno de riquezas antiguas: hermosas espadas, escudos, tapices, cientos de almohadones bordados, tazas de oro (que no combinaban entre sí), platos, candelabros, cuchillos de mesa. Había pocos muebles, pues era difícil transportarlos sin llamar la atención, pero había algunas mesas bajas y largas, cubiertas por bellos manteles de hilo irlandés. Los invitados se instalaban sobre los almohadones y contemplaban a las mujeres que caminaban silenciosamente por la habitación, calzadas con chinelas de suela blanda, atendiendo diligentemente a los hombres. Los tres fearen estaban juntos en un extremo de la habitación y fruncían levemente el ceño, con gesto de desaprobación. Ignoraban a las diez mujeres que estaban cerca de ellos y comían frugalmente.

Geralt se recostó contra los almohadones, mientras una mujer lo abanicaba, otra sostenía sus pies sobre su regazo, otra dos masajeaban sus pantorrillas y otra pelaba almendras para que él las comiera. Otras cuatro mujeres estaban cerca de él, por si a Geralt se le antojaba alguna otra cosa. Su rostro expresaba una felicidad sublime.

Daire estaba en otro lugar de la habitación, conversando animadamente con una bellísima mujer, y aparentemente se divertía mucho.

Rowan, en cambio, estaba de pie junto a las ventanas del lado este de la estancia contemplando a las personas que se hallaban en las calles y mirando los edificios de la ciudad amurallada.

Daire se excusó con la mujer que estaba a su lado y fue junto a Rowan.

—¿Aún estás preocupado por Jura? — preguntó.

Rowan continuó mirando por la ventana, sin responder. — Dijeron que las habían dejado allí — dijo Daire, con el tono de quien repite algo por centésima vez— . Los ulten no matan. Son capaces de robar cualquier cosa, incluso al rey de Lanconia si lo desean, pero no son asesinos. Nos drogaron, nos secuestraron y dejaron allí a las mujeres. ¿Por qué no les crees? Ya ves que no necesitan mujeres. Daire sonrió a la hermosa mujer que lo aguardaba frente a la mesa— . Sólo desean hombres. — No podía dejar de sonreír— . Debemos darles lo que desean de nosotros y marchamos. Quizá podamos llevamos a algunas de estas mujeres.

Rowan lo miró con frialdad.

—Te han seducido.

Los ojos de Daire brillaron.

—Una o dos veces.

Rowan volvió a mirar por la ventana.

—No confío en ese hombre, Marek — dijo, refiriéndose al que se hacía llamar rey de los ulten— . Y no me agrada ser un prisionero, aunque las cadenas sean de seda.

—Has dicho que deseabas unir las tribus. ¿Qué mejor entonces que...?

—¿Que acostamos con sus mujeres? — preguntó Rowan, frunciendo el ceño— . Creo que sirvo para algo más que para ser utilizado como semental. — Se volvió y Daire se encogió de hombros y regresó a la mesa.

Rowan siguió mirando por la ventana, maldiciendo su impotencia. ¿Cómo luchar contra esas mujeres, tan hermosas y pequeñas? Seis días atrás había despertado en la parte posterior de un carromato tapizado de seda, con un agudo dolor de cabeza. Había abierto con el hombro la puerta cerrada con llave y el carromato se había detenido. Seis bonitas y menudas mujeres le habían rogado que no se enfadara. La furia de Rowan se había apaciguado un tanto cuando vio que los otros hombres estaban ilesos, pero recrudeció cuando no vio aparecer a Jura, ni a Cilean ni a Brita. Las mujeres ulten le habían dicho que las habían dejado en el campamento.

Tardaron casi un día en regresar allí y Rowan comprobó que estaba vacío, como si las mujeres iriales y Brita hubieran empaquetado y se hubieran marchado. Pero Rowan no estaba convencido. No le agradó haber sido drogado y encerrado en un carro. Dijo que iría en busca de las mujeres.

Las mujeres ulten se echaron a llorar. Dijeron a Rowan que harían cualquier cosa si volvía con ellas. Dijeron que estaban enteradas de su deseo de unir a toda Lanconia, pero sabían que no incluiría a los ulten, porque todos los odiaban y aseguraron que ellos lo necesitaban más que cualquier otra tribu. Afirmaron que enviarían un mensaje a los iriales si Rowan las acompañaba.

Rowan el rey y Rowan el hombre entraron en conflicto. Como rey deseaba conocer a esa tribu esquiva, pero como hombre, deseaba recuperar a Jura. Durante el largo viaje, Daire le había dicho que Jura había ido a su encuentro después de la muerte de Keon y Rowan imaginó que lo había visto llorar. Sabía que los lanconianos no lloraban.

Pero Jura, una lanconiana, lo había visto llorar y no se había burlado de él ni se había enfadado. Por el contrario, lo había impulsado a creer nuevamente en sí mismo.

Pero él no había percibido su intención. Su sensación de fracaso le había llevado a encolerizarse con ella. Rowan la añoraba y deseaba ir en su busca, pero Geralt le había gritado, diciendo que si los ulten los necesitaban, debían acompañar a las mujeres ulten. Rowan dijo que Geralt sólo pensaba en el sexo y habían estado a punto de reñir. Daire había intervenido y sus serenos consejos habían logrado que Rowan el rey prevaleciera sobre Rowan el hombre. Daire dijo que estaban cerca de la ciudad de Yaine y que seguramente Jura y Cilean llevarían a Brita hasta allí y que no necesitaban a Rowan. Además, Rowan no deseaba ofender a los ulten, pues quizá no tendría otra oportunidad de introducirse en su recoleta ciudad montañosa de forma pacífica.

Con renuencia, Rowan acompañó a las mujeres ulten. Durante los días siguientes, él, que era el único hombre que hablaba el idioma ulten, habló con las mujeres. Le disgustó la promiscuidad en que vivían y, si hubiera estado en Inglaterra, hubiera prohibido a sus hombres que alternaran con ellas. Pero los fearen, Geralt e incluso Daire, dormían cada noche con una mujer distinta.

Mientras los demás retozaban en medio de los arbustos, Rowan conversó con dos mujeres que en ese momento estaban desocupadas y ellas le informaron sobre la triste y reciente historia de los ulten.

Quince años atrás, todos los habitantes de los aislados pueblos ulten habían contraído una extraña fiebre, que se decía que provenía de Oriente. Las mujeres se recuperaron rápidamente, pero los hombres murieron por centenares. Cuando la fiebre pasó, sólo sobrevivió un cuarto de la población masculina y, hacia fines del año siguiente, se descubrió que esos hombres sólo podían engendrar mujeres. De modo que hacía ya muchos años que la ciudad ulten era una ciudad de mujeres.

—¿Por qué no acudisteis a las otras tribus para pedir hombres? — preguntó Rowan— . Seguramente hubieran venido.

—El rey Marek lo prohibió — respondió una de las mujeres.

Rowan imaginó que los hombres ulten que habían sobrevivido estarían encantados de tener una ciudad nena de mujeres; cualquiera de ellas estaría dispuesta a acostarse con ellos para poder tener niños.

Cuando llegaron a la ciudad, los temores de Rowan se vieron confirmados, al ver a Marek, un hombre anciano, obeso y desdentado, rodeado por hermosas mujeres jóvenes. Rowan se maldijo a sí mismo por haber creído en las palabras de las mujeres, cuando afirmaron que sólo lo deseaban para tener niños y para unirse a las otras tribus. Quizá las mujeres lo creyeran, pero el viejo Marek no tenía la menor intención de compartir su harén con ellos. Rowan pensó que quizá Marek deseaba que los extranjeros dejaran a algunas mujeres encinta. Luego ordenaría que matasen a Rowan y a los demás.

Si Jura hubiese estado con ellos, su escepticismo y cinismo le hubieran obligado a reflexionar antes de seguir a las mujeres ulten. Se maldijo por ser un tonto... tal como afirmaba Jura. Los hombres que estaban con él sólo pensaban en todas las mujeres con las que podían acostarse, pero Rowan veía más allá. ¿ Qué harían con ellos cuando ya no fuesen útiles? Rowan debía urdir un plan para huir, porque comprendió que sus hombres no podrían vivir tranquilos. A Marek no le agradaría que fuera de su territorio se supiera que los ulten eran una población de mujeres, que vivían junto a un palacio que contenía enormes riquezas. Marek se había esforzado mucho para que todos creyesen que los ulten eran muy pobres. Cuando una mujer ulten atravesaba la frontera, se vestía con harapos sucios. Nadie deseaba seguida para conocer su ciudad. Indudablemente, Marek deseaba que todo continuase igual y, por lo tanto, no permitiría que Rowan y sus hombres saliesen vivos de allí.

 

Rowan continuó mirando por la ventana y, cuanto más pensaba, más se preocupaba. ¿Qué habían hecho conjura? ¿Por qué había sido él tan confiado? ¿Por qué había creído en las lágrimas de unas mujeres bonitas? Si hubiese sido drogado y encerrado en un carro por hombres y él hubiera descubierto que las mujeres no estaban con ellos, Rowan hubiese desenvainado su espada, hubiera mutilado a unos cuantos y les hubiese obligado a decide qué habían hecho con Jura, Cilean y Brita. Pero había seguido dócilmente a las mujeres ulten, abandonando a Jura a su suerte.

Eso, en el mejor de los casos, pensó Rowan con tristeza. Tal vez las ulten habían matado a las mujeres. A diferencia de Daire, Rowan creía que las ulten eran capaces de hacer cosas más graves que robar. Deseaban tener hijos varones; por eso capturaron un rey y un par de príncipes que servirían como sementales. Tomaban todo aquello que deseaban.

Su rostro se tomó tenso. Pensó que ofrecería esas mujeres a los hombres zernas. Esas diablesas no podrían manipular fácilmente a los hombres de Brocain.

Mientras rumiaba esos pensamientos, oyó ruidos en la calle, debajo de la ventana. El alboroto provenía de un edificio un tanto alejado, pero pudo verlo. Una de las pequeñas mujeres ulten agitó un látigo y lo dejó caer sobre una persona, semioculta por el edificio.

Rowan contempló la escena y vio que de las sombras emergía una tercera mujer, alta y con los cabellos oscuros recogidos en una trenza. Esa mujer saltó sobre la que sostenía el látigo.

—¡Jura! — murmuró Rowan, a punto de saltar por la ventana para correr junto a ella, pero un resto de sensatez lo obligó a permanecer donde estaba. Con el corazón acelerado y la angustia pintada en el rostro, contempló en silencio cómo una docena de mujeres ulten atacaba a Jura, haciéndola caer al suelo. Un momento después los ulten se llevaron a Jura y a Cilean y ya no pudo verlas.

Rowan se asomó a la ventana, aspirando bocanadas de aire para serenarse. Esa gente era más traicionera de lo que pensaba, y él, que era un tonto, había caído en sus garras.

Decidió que esa noche escaparía y hallaría a Jura. Además, debía tramar un plan para que todos pudieran salir sanos y salvos de la tierra de los ulten.