CAPÍTULO 19

EL CASO DE LA ESCOPETA NACIONAL

Cuarenta años de propaganda franquista catequizaron a los españoles con la imagen de un Franco laborioso e incansable que pasaba las noches en vela, entregado a sus labores de gobierno, firme timonel de la nave de España, encerrado en su despacho, con aquella mesa invadida de carpetas y papeles que salía en los noticiarios. Franco trabajando por el bienestar de su pueblo: la lucecita de El Pardo que nunca se apaga.

La realidad era muy distinta como testimonia el jefe de su Casa Militar, su primo hermano y amigo de la infancia, el teniente general Franco Salgado-Araujo, familiarmente Pacón.

El primo Pacón, un hombre absolutamente devoto del Caudillo, comenzó en 1954 a escribir un diario[117] en el que encontramos noticias reveladoras: «[…] descontando los festivos, le quedarán para trabajar al Caudillo a lo sumo diez días del mes»[118]. «Con el Caudillo van a las cacerías varios ministros y subsecretarios […] las cacerías son pretexto para ir todos los amigos de los dueños que cotizan esto y además de aprovechar para hacer amistades, piden favores, exenciones de tributos, permisos de importación. A ellas acuden todos aquellos funcionarios de la fronda de la administración que convienen a los terratenientes dueños de los cotos de caza, con los cuales les conviene estar bien y demostrar su influencia en las alturas»[119].

«¿Quién tiene más interés en las cacerías del Caudillo? Los dueños de los cotos más o menos adictos a él. Su influencia […] queda por completo de manifiesto. Los diferentes inspectores de los muchos tributos que el anfitrión debe satisfacer están también invitados. Allí pueden ver que el Caudillo y su mujer van a hospedarse en su casa, que les hablan con confianza y que lo mismo hacen los ministros cazadores, que son el de agricultura (Cavestany) y el de comercio (Arburúa). De aquí salen grandes favores, permisos de importación, tractores, maquinarias agrícolas, etc., etc. A los ministros ni siquiera les queda tiempo para recibir visitas oficiales ni atender a los representantes de los altos intereses de la economía española»[120].

De la misma opinión era otro observador cercano a Franco, el doctor Vicente Gil: «Franco está rodeado de buitres y de crispines»[121].

¿Quiénes son los beneficiarios de esas cacerías? «Grandes terratenientes, negociantes, aristócratas que no transigen con el régimen, importadores estraperlistas, etc., etc»[122].

La práctica viene de antiguo y nació con la industrialización y bancarización de España: el amo del dinero soborna indirectamente a la persona de relevancia política otorgándole un asiento en el consejo de administración de la empresa donde no tiene otra cosa que hacer que cobrar la nómina y las dietas por asistencia a fin de mes. A cambio influirá en los poderes públicos para que favorezcan a la empresa.

¿Es una práctica corrupta? No es ilegal, puesto que el beneficiado no pertenece directamente al gobierno. Es solo familiar, amigo, o correligionario de otros que están en el gobierno.

«No conozco a un solo ministro de Franco, de la transición de UCD y del periodo socialista que no haya recibido al salir del gobierno un cargo importante en una empresa pública o privada»[123].

Una modalidad, especialmente repugnante, es la contraria: el cargo público favorece descaradamente a la empresa y cuando abandona su puesto en el gobierno la empresa recompensa los servicios pasados con una sinecura importante. Es lo que estamos viendo en la reciente España democrática.

Volviendo a los tiempos de Franco, durante años las cacerías del Régimen fueron un pretexto para que el gran pecado capital de la avaricia/codicia se enseñoreara en la gente que amasaba grandes fortunas a la sombra de Franco[124]. En las cacerías se cocían asuntos tan importantes que incluso personajes nada aficionados a la caza tenían que concurrir. El propio Fraga tuvo que comparecer disfrazado de cazador (incluso unos insólitos zahones le había endosado el avispado vendedor de la sección caza y pesca de El Corte Inglés) y como tirador primerizo se estrenó colocando una perdigonada en el augusto trasero de Carmen, la hija amada de Franco, el cual, enterado del incidente, comentó severamente:

—El que no sepa cazar que no venga.

La escopeta nacional, cacería de perdices en Santa Cruz de Mudela.

Volviendo a Manuel Arburúa de la Miyar, al hábil economista que fue ministro de Comercio entre los años 1951 y 1957 le cabe el mérito de haber suprimido las cartillas de racionamiento y el de haber casado a sus hijas con dos futuros relevantes ministros de España, Marcelino Oreja y José Lladó.

El paso de Arburúa por el cargo dejó una estela de generosidad consigo mismo y con sus amigos e incluso con simples conocidos. Franco estaba perfectamente informado de su prodigalidad, pero la consentía de buena gana porque admiraba la maestría de Arburúa para abrir mercados fuera de España y porque durante la guerra le había facilitado los documentos relativos al expolio de las reservas de oro del Banco de España.

En los cafés Roma y Manila, cercanos al Ministerio de Comercio, en la calle Serrano, se congregaban estraperlistas y traficantes que trapicheaban con permisos de importación de camiones[125].

El periodista (y notable sinvergüenza) César González Ruano fue a mendigarle alguna recompensa por los ditirambos que dedicaba al ministerio en sus columnas de prensa, y Arburúa se lo quitó de encima concediéndole la cédula de un permiso de importación para un coche.

—Pero, don Manuel, ¿a dónde voy yo con un coche si no tengo ni para comprar gasolina? —objetó el plumilla.

—Espabile, César. Antes de que salga del ministerio le habrán quitado de las manos ese permiso a cambio de una suma interesante.

Durante un tiempo cualquier coche de importación que se viera en las carreteras españolas recibía el gracioso apelativo de graciasmanolo.

—Me he comprado un graciasmanolo americano flamante —se ufanaba el estraperlista antes de encender el veguero, en la sobrecama, con la amante.

—A ver si me montas —decía ella, ilusionada.

—¿Otra vez? —replicaba el bestiajo—. Pero si acabo de montarte, jo, jo, jo.