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EPÍLOGO
Terminé el libro y se lo di a leer a mi director espiritual el padre Fornell S. J. Pasados unos días le pregunté:
—Padre, ¿qué le ha parecido el libro?
—No está mal, pero lo encuentro incompleto. Hablas mucho de la corrupción de los poderosos y casi nada de la de los desgraciados que si no son corruptos es porque no se les ha presentado la ocasión, no porque sean más honrados que los otros. Una vez encontré una pintada en la puerta de un retrete: «El que no roba es porque no puede». Aristóteles no lo hubiera explicado mejor. La corrupción, correlato de la avaricia/codicia española, es ya sistémica, es un mal social imposible de erradicar. El robo se ha banalizado: el ciudadano que puede vive en la economía sumergida, trabaja con dinero negro y evita pagar el IVA. Somos una sociedad corrupta que reelige a políticos manifiestamente corruptos.
—Quizá en mi inconsciente no he querido enemistarme con el lector defraudador —reconocí.
—Además, en tu libro echo a faltar los tres principales negocios en los que se manifiesta la avaricia/codicia en todo su esplendor: el petróleo, las armas y la droga, que a su vez incluye las legales, farmacéuticas, y las ilegales, el narcotráfico.
—Lo sé, padre —reconocí—, pero esta omisión ha sido enteramente voluntaria: es que la luz del entendimiento me hace ser muy comedido.
—Eso es de García Lorca.
—Sí, padre, pero también la Biblia dice: «La prudencia es fuente de vida para el que la tiene». (Proverbios 16, 22). Por eso, padre, porque quiero alargar mi vida, me he guardado de mencionar en este libro los negocios de algún comisionista realmente importante que ha cimentado su avaricia/codicia traficando con petróleo o con armas.
El padre Fornell S. J. sonrió mefistofélico antes de proseguir.
—Me estoy acordando de una cita de Mateo, 10, 16: «Mira que te envío como a oveja en medio de lobos; por tanto, sé astuto como la serpiente y cándido como la paloma».
—Pues eso, padre.
FIN