LOS APARECIDOS

Fue esta mañana misma,

en mitad de la calle.

Yo esperaba

con los demás, al borde de la señal de cruce,

y de pronto he sentido como un roce ligero,

como casi una súplica en la manga.

Luego,

mientras precipitadamente atravesaba,

la visión de unos ojos terribles, exhalados

yo no sé desde qué vacío doloroso.

Ocurre que esto sucede

demasiado a menudo.

Y sin embargo,

al menos en algunos de nosotros,

queda una estela de malestar furtivo,

un cierto sentimiento de culpabilidad.

Recuerdo

también, en una hermosa tarde

que regresaba a casa... Una mujer

se desplomó a mi lado replegándose

sobre sí misma, silenciosamente

y con una increíble lentitud —la tuve

por las axilas, un momento el rostro,

viejo, casi pegado al mío.

Luego, sin comprender aún,

incorporó unos ojos donde nada

se leía, sino la pura privación

que me daba las gracias.

Me volví

penosamente a verla calle abajo.

No sé cómo explicarlo, es

lo mismo que si todo,

lo mismo que si el mundo alrededor

estuviese parado

pero continuase en movimiento

cínicamente, como

si nada, como si nada fuese verdad.

Cada aparición

que pasa, cada cuerpo en pena

no anuncia muerte, dice que la muerte estaba

ya entre nosotros sin saberlo.

Vienen

de allá, del otro lado del fondo sulfuroso,

de las sordas

minas del hambre y de la multitud.

Y ni siquiera saben quien son:

desenterrados vivos.