5

LA IMAGEN NO ES DE ORIGEN QUÍMICO

El caso es que, por si la confusión de los científicos era poca, en los últimos análisis ópticos del lienzo, los investigadores observaron otro sorprendente detalle:

Mientras la imagen del rostro está en negativo, los hilillos de sangre aparecen en positivo. Algo así como si la sangre se hubiera pegado por contacto a la tela, mientras que el rostro solamente ha dejado su huella.

Pero, al conocer este punto, recordé las palabras del joven capitán de la NASA, Eric Jumper:

«… Una hipotética acción química o bacteriológica queda excluida en la formación de la imagen en el lienzo. Es decir, hay que descartar la formación de las huellas por contacto».

No acababa de entender. Allí, en mi opinión, existía una contradicción. Si la imagen era el misterioso producto de una radiación o energía, ¿Cómo demonios se habían formado los reguerillos y manchas de sangre? Porque aquello eran rastros de sangre… ¿O no?

Veamos las pruebas y opiniones de los más célebres especialistas en sangre.

Con la colaboración de unas religiosas especializadas, se sacaron algunos cortísimos hilos de lienzo. Y los profesores Giorgio Frache, de la Universidad de Módena, la profesora Eugenia M. Rizzatti y el profesor Emilio Mari, ambos ayudantes de cátedra, sometieron a pruebas hematoscópicas diez de estos hilillos. Sus resultados fueron negativos: ninguna de sus reacciones químicas acusó la presencia de sangre.

Lejos de desanimarse, con un aumento de 285 diámetros, examinaron las fibras, iluminadas con luz ultravioleta para descubrir alguna fluorescencia, característica de todos los derivados de la hemoglobina. Resultado, igualmente negativo.

Se efectuó también una reacción con «benzidina». No se produjo transformación alguna del color. Resultado negativo.

Además, un examen microespectroscópico, a la búsqueda del hemocromógeno. Resultado netamente negativo.

Cromatografía de estratos ultradelgados. Negativo.

Resumiendo: las huellas parecen haber correspondido en su momento a regueros, heridas y plastones de sangre. Sin embargo —y después de minuciosos análisis (incluso con microscopios electrónicos)—, no aparece el menor rastro orgánico de sangre.

¿Cómo entender semejante laberinto?

Quizá la respuesta la apuntó el mencionado doctor Frache:

«Si las proteínas específicas de la sangre y de su correspondiente pigmentación son sometidas, por diversas causas, a procesos de desnaturalización, pueden perder las características que nos suelen permitir identificarlas».

En otras palabras: donde realmente hubo sangre, ya no la hay, aunque —por una razón que todavía ignoramos— ha quedado la señal.

Una teoría que concuerda con los últimos hallazgos de la NASA y que ha terminado por «fundir» los «circuitos» mentales de muchos científicos…

El 11 de octubre de 1978, la prensa italiana desplegaba los siguientes titulares:

«Clamorosa revelación: la huella de la Sábana de Turín no es de origen químico».

El experimento fue realizado por un equipo de más de cincuenta científicos —italianos y norteamericanos—, directamente sobre el lienzo.

Este descubrimiento entrañaba una enorme importancia, porque desmoronaba la vieja teoría de la formación de las huellas partiendo de la reacción química ocurrida entre la mirra, el áloe y el sudor del cuerpo del hombre crucificado.

Pero veamos con detalle el experimento efectuado por los científicos.

Tras haber sido examinado con diversos sistemas, el lienzo fue explorado con un haz de rayos X, de modulaciones guiadas. Se trata, en la práctica, de un aparato bastante similar a aquel que se utiliza en Medicina para las radiografías del cuerpo humano, con la diferencia de que las imágenes —una vez recogidas en una placa fotográfica— se visualizan en un monitor especial de televisión.

La experiencia duró tres horas.

Las primeras imágenes mostraron los granitos de polvo depositados en el tejido. El polvo está constituido por microcristales, opacos a los rayos X.

Sucesivamente, los científicos han logrado «opaquizar» las manchas de sangre impresas en la sarga.

En los monitores han ido apareciendo más tarde halos indistintos, que los investigadores —por medio de las computadoras— han identificado muy pronto como los restos del agua utilizada para apagar el incendio que se produjo en Chambéry en 1535. El agua contiene sales disueltas, que han permanecido en el tejido de lino cuando aquélla se evaporó.

Y ya en este punto han empezado a obtenerse resultados prácticos. Pese a las diversas variaciones en la modulación de los rayos X, ya no han surgido otras huellas. De la imagen del cuerpo propiamente dicha, no hubo forma de deducir un solo rastro orgánico o inorgánico. Ni una señal. Ni una mancha.

¿Cuál era la explicación?

Sólo una. La huella de la Sábana no es de origen químico. La imagen no se ha formado sobre el tejido por una trasposición de la materia. Así, no pudo formarse por un acontecimiento externo, como hubiera podido provocar la pintura. Tampoco —aseguraron los científicos— es resultado de una reacción química…

Esta última tesis había sido hasta ese momento, tal y como señalaba anteriormente, la «explicación» total a la formación de las huellas del lienzo de Turín.

El primer científico que estudió la génesis de las huellas de carácter fotográficamente negativo fue el biólogo doctor Paul Vignon, adjunto del profesor de la Sorbona, Yves Delage, académico de Francia. Estudiando las propiedades químicas del áloe constató que éste se oxidaba fácilmente en presencia de sustancias alcalinas, produciéndose en esa reacción una materia pardusca que penetraba con facilidad en las fibras de un tejido, adhiriéndose tenazmente a él. ¿Y qué reactivos alcalinos había en el cadáver de Jesús de Nazaret?

Emanaciones amoniacales —concluyó Vignon— provenientes del sudor y, sobre todo, de la sangre, líquidos orgánicos ambos que contienen urea y, por tanto, amoníaco en estado potencial.

El doctor Vignon aplicó telas empapadas de áloe en solución oleosa a moldes de yeso humedecidos con una solución de carbonato de amonio, y obtuvo así improntas que presentaban cierta analogía con las de la Síndone.

Vignon dio el nombre de proceso vaporigráfico a este procedimiento para obtener imágenes negativas. La inevitable objeción a esta hipótesis fue la de que la difusión de los vapores no es ortogonal[2]. Los gases amoniacales no se habrían elevado en ángulo recto, sino que se habrían difundido en todas las direcciones. Y esto, por muy quieta que hubiera estado la atmósfera de la gruta…

Además —objeta el doctor Dezani, de la Universidad de Turín—, para obtener una figura tan uniforme como la que se conserva en la Sábana, se precisaría una emanación regular de amoníaco, que biológicamente es difícil de explicar. En efecto, la distribución de las glándulas sudoríporas no es uniforme en el cuerpo humano, como tampoco lo es su actividad, ni la composición del líquido secretado.

Más aún, «el sudor de sangre de Jesús en Getsemaní y camino del Calvario debió de quedar absorbido por la túnica, por lo que respecta a la hipótesis de Vignon», prosigue el doctor Dezani.

Finalmente, «el sudor del crucificado expuesto desnudo al sol y al aire durante varias horas hubo de evaporarse, cristalizándose la urea». Es decir, pasando ésta a un estado físico en el que resultaría difícil el proceso de fermentación.

Éste se verifica fácilmente a una temperatura superior a los 20 grados. En cambio, lo hace lentamente, a temperaturas inferiores. Y hemos de recordar que la muerte de Cristo se produjo, según parece, en abril, en las horas próximas al atardecer y a una altitud, respecto al mar, similar a la de Madrid. Es decir, por debajo de los citados 20 grados.

Pero antes de pasar al excepcional capítulo de la misteriosa radiación que tuvo lugar en la oscura gruta donde reposaba aquel cadáver, quiero exponer los resultados de las averiguaciones de los médicos sobre las torturas y muerte del llamado Jesús de Nazaret. «Detalles» escalofriantes que sólo hemos podido conocer ahora, estudiando el lienzo de Turín.

Un capítulo que me ha llenado de horror y de asombro…