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UN «ASTRONAUTA» JUNTO AL SEPULCRO

Y vaya por delante que, en estos últimos capítulos, he vaciado mi corazón. Cuanto aquí escribo debe ser tomado —no me cansaré de repetirlo— como fruto de la inquietud de mi espíritu, de mis investigaciones y de mi creciente curiosidad por Jesús de Nazaret. Pero eso no me sitúa —ni mucho menos— en posesión de la Verdad…

Que mi intención sea honesta y limpia no significa que las «cosas» ocurrieran realmente como yo pueda dibujarlas aquí…

Lo único que puedo decir es que se trata de la verdad que yo siento.

Y metido de lleno en las investigaciones en torno a los descubrimientos de los científicos y expertos de la NASA sobre la llamada Sábana Santa de Turín, leí con profunda sorpresa el siguiente texto evangélico de san Mateo:

El sepulcro vacío. Mensaje del ángel.

Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran terremoto, pues el ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago, y su vestido, blanco como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: «Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba. Y ahora id en seguida a decir a los discípulos: Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. Ya os lo he dicho».

Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos.

Sin poder disimular mi emoción, consulté también este mismo pasaje en los restantes Evangelios. Y aunque aprecié algunas diferencias de forma, e incluso pequeñas contradicciones en cuanto al momento exacto de la aparición del «ángel» o de los «ángeles» —porque los evangelistas tampoco terminaron de ponerse de acuerdo en este detalle—, en esencia, los cuatro vienen a decir lo mismo: aquella madrugada, los «ángeles» —nuestros ya viejos amigos— bajaron junto al sepulcro y anunciaron a las mujeres que Jesús no estaba allí, que había resucitado.

Mateo, en mi opinión, se había destacado nuevamente como mejor «reportero» que sus compañeros. Daba una mayor riqueza de datos. Mejor «información».

Según cuenta san Mateo, «se produjo un gran terremoto, pues el ángel del Señor bajó del cielo».

¿Se trataba de un terremoto o movimiento sísmico, tal y como hoy lo interpretamos?

Aunque Jerusalén se levanta muy cerca de la faja sísmica que va desde la actual Turquía hacia el mar Rojo y los valles hendidos de África Oriental, lamiendo prácticamente la totalidad de la costa de Israel, delta del Nilo y costa de Arabia, los terremotos no son frecuentes ni importantes en dicha región. Desde 1456, por ejemplo, a nuestros días, Israel jamás ha engrosado la negra lista de los terremotos famosos.

Quiero decir con esto que si verdaderamente se hubiera registrado aquella madrugada una sacudida sísmica en Jerusalén y comarca, posiblemente nos habríamos encontrado con toda una constancia de tipo histórico. Flavio Josefo, por ejemplo, gran historiador del pueblo judío y que vivió del año 32 al 107 de nuestra Era, general de las huestes galileas en la guerra del 67 contra los romanos y que acompañó a Tito en la destrucción de Jerusalén, no hace la menor referencia a dicho terremoto.

Y Josefo, sin embargo, sí hace mención —y por tres veces en su libro Antigüedades judías— a la realidad histórica de Jesús…

Un seísmo en aquellos días de la Pascua, con miles de judíos apiñados en la ciudad santa, no habría pasado inadvertido, como no lo pasó, según parece, el que registran los evangelistas en plena crucifixión del Nazareno y que provocó algunas fisuras en las rocas. Suponiendo claro, que aquél fuera un movimiento telúrico…

Pero en aquella madrugada, todo fue distinto. El «terremoto» había sido provocado por algo muy diferente al choque de las placas tectónicas, hundimiento de fallas y demás causas naturales. El mismo Mateo nos da la explicación:

«… De pronto se produjo un gran terremoto, pues el ángel del Señor bajó del cielo».

Otro fenómeno harto frecuente y que se cuenta en la Biblia hasta la saciedad: «ángeles» del Señor, «nubes», «carros de fuego» o la «gloria de Yavé» que vuelan, se «posan sobre las montañas» o «abren las aguas», ante las miradas y los corazones atemorizados del pueblo hebreo, que sigue sin comprender.

Estas aproximaciones de las naves —y especialmente los aterrizajes— aparecen casi siempre rodeadas de estruendo, rayos, luz y «terremotos».

Pero ¿qué mejor forma de explicar —para un pueblo del siglo I— la toma de tierra de uno de estos objetos?

Pudiera ser también —siguiendo el texto que nos ocupa— que el descenso del llamado «ángel del Señor» fuera en realidad, no ya una nave, sino varios de sus tripulantes, provistos de un pequeño vehículo de transporte para muy cortas distancias. Incluso un solo «astronauta», con su correspondiente aparato auto-propulsor.

Por muy pequeño que fuera dicho vehículo de transporte para cortos trayectos, siempre dispondría de capacidad como para albergar a dos o tres «ángeles» o «astronautas».

Hoy, la Ufología rebosa de cientos o miles de testimonios «gemelos» a éste de Mateo.

No hace muchos meses —y lo describo en uno de mis últimos libros—, una especie de «cabina telefónica» (según relato de los testigos) fue vista cómo bajaba en un apartado solar de los extramuros de la ciudad vizcaína de Baracaldo. El extraño objeto desgajó en su toma de tierra la mitad de un árbol y quemó buena parte de la maleza donde llegó a posarse. De dicho «vehículo» salieron dos seres, de apariencia totalmente humana, que medían casi dos metros de altura y llevaban unos trajes muy ajustados al cuerpo y que brillaban como el aluminio…

Los testigos —a pesar de ser habitantes del siglo XX— se aterrorizaron…

También en tierra de Valladolid fue constatado uno de estos aterrizajes de un pequeño OVNI del que salió otro «piloto», que permaneció unos minutos contemplando un campo de alfalfa…

¿Y qué pensar de aquel avistamiento producido en una parcela de San Román de la Hornija, en el que una nave, también de reducidas dimensiones y con forma de cilindro, estuvo describiendo círculos en torno a un tractorista durante casi media hora?

En varios momentos —y según me contó su protagonista, Emiliano Velasco— el OVNI, que emitía un zumbido como el de mil moscardones, lanzó varios destellos de gran potencia, que le dejaron temporalmente ciego… Y aquella luz era blanca y potente como la de un flash.

Y así, cientos y cientos de casos.

¿Por qué extrañarnos entonces de que el «ángel del Señor» fuera en realidad un «ser del espacio», un «piloto» con su vehículo?

«Y acercándose —prosigue el evangelista—, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella».

En esa segunda «fase», después del descenso desde el cielo, el «ángel» o «tripulante» del vehículo tuvo que «acercarse» hasta la piedra que cerraba la gruta sepulcral. Y hacerla rodar. Por último —no sabemos por qué razón—, se sentó en ella.

Se me hace cuesta arriba creer que Jesús de Nazaret necesitase que le abrieran el sepulcro para poder salir de él. Si su nueva naturaleza tenía el carácter y el sello de «gloriosa», le resultaba más que cómodo atravesar hasta el plomo. ¿Por qué entonces la presencia del «ángel» para rodar la piedra de molino?

Quizá la explicación del «problema» no haya que buscarla en el resucitado, sino en los mortales: en los judíos, en las mujeres que estaban ya allí, al pie del sepulcro —estupefactas— o que venían de camino. Tal y como escribe san Marcos (16, 2-4), «y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro (las mujeres) y se decían unas a otras: "¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?"».

Era del todo inteligente que «alguien» abriera la puerta de la cueva de par en par y que comunicara a aquellas gentes, temerosas y sencillas, la «segunda buena nueva». Repito que estoy absolutamente convencido que —en el gran «plan» de la Redención— nada se dejó a la improvisación.

Aquella «magnificencia» —con «ángeles» y demás— estaba, por otra parte, más que justificada si tenemos en cuenta que el «plan» se había consumado y con total éxito. Nosotros, posiblemente, le hubiéramos dado más bombo y platillo…

Pero sigamos con el magnífico relato de san Mateo: «Su aspecto (el del "ángel") era como el del relámpago, y su vestido, blanco como la nieve».

En aquellos momentos —«cuando todavía estaba oscuro», dice san Juan—, cualquier vestimenta espacial hubiera brillado, reflejando quizá la luz de la nave, que no debía de hallarse muy lejos.

Entra dentro de lo posible también que el «astronauta» llevara algún mecanismo de iluminación, que fue lo que hizo decir al evangelista que «su aspecto era como el del relámpago, y su vestido, blanco como la nieve».

Si echamos un vistazo a las fotografías de los astronautas del proyecto Apolo, en la superficie de la Luna, notaremos que, efectivamente, sus trajes son blancos como la nieve. E incluso hasta brillantes cuando reflejan la luz solar…

Tampoco hay por qué eliminar la posibilidad de que sus vestimentas dispusieran de luz propia. Una técnica tan avanzada consigue eso y muchísimo más.

Pero no olvidemos que ni los judíos ni los romanos tenían la menor noción de lo que es una linterna o la corriente eléctrica o fotónica.

Y esto me trae a la memoria un hecho ocurrido a principios de este siglo de nuestros pecados, en un pequeño pueblo de la provincia de Zaragoza. Me lo relató mi suegro, el prestigioso abogado don Julio Forniés, hombre serio donde los haya.

El caso es que en aquellas fechas, las fuerzas vivas de la localidad maña tomaron la decisión de traer la luz eléctrica a la villa. Y llegó la luz. Pero, con tan mala fortuna, que el encendido de la flamante iluminación pública vino a coincidir con una de las mayores tormentas de la historia de la población.

Aquello indignó y sobrecogió —a partes iguales— hasta tal extremo que, los parroquianos, haciéndose con piedras, palos y otros objetos contundentes, la emprendieron con los faroles. Y cuentan las crónicas, que no dejaron «títere con cabeza»…

Y fue necesario un largo tiempo para demostrar a aquellos paisanos que la luz eléctrica no era cosa del demonio…

No es absurda, por tanto, la siguiente manifestación de san Mateo en la que comenta que «los guardias, atemorizados ante el "ángel", se pusieron a temblar y se quedaron como muertos».

Hoy, yo diría que casi el cien por cien de los testigos que afirma haber visto OVNIS y a sus tripulantes sufren esas crisis de miedo y confusión. Y es lógico.

Y aunque los guardias que Poncio Pilato había mandado situar frente al sepulcro eran profesionales de la guerra y legionarios con más «conchas» que un buen reportero de sucesos, el «espectáculo» —tan inesperado en aquella apacible noche de abril— tuvo que romper sus no muy sólidos esquemas mentales, hasta límites poco decorosos…

Si a esto unimos la profunda y arraigada superstición que nacía casi con cada ciudadano romano, las reacciones de la guardia quedan más que justificadas.

Pero hay más. Otro factor que no debemos pasar por alto. Mateo especifica que los soldados «se quedaron como muertos».

Esto se puede traducir como «paralizados» o «sin conocimiento». Pero esa paralización no podía ser provocada, única y exclusivamente, por el miedo. De haber sido así, alguno o la totalidad de los romanos habría terminado por huir del descampado.

Me inclino a pensar que la «paralización» en cuestión pudo obedecer a otras causas externas al propio temor de los soldados y que, como señalaba anteriormente, se repite con asiduidad en los casos actuales de «encuentros» cercanos con OVNIS.

No hace mucho, otro vecino de la zona minera de Gallarta, en las proximidades de Bilbao, y que presenció el descenso de una nave de unos 50 metros de diámetro, me contaba cómo se quedó «agarrotado» en el balcón de su casa, mientras el OVNI maniobraba a corta distancia de él. «Conforme se fue alejando —añadió—, pude recobrar el movimiento y me vi libre».

Otro piloto español quedó igualmente paralizado en una zona rural de Algeciras —cuando practicaba la caza— al llegar a las proximidades de un disco de gran luminosidad que se encontraba posado en una vaguada. «No podía moverme —me contó—. Veía y escuchaba, pero mi cuerpo no me obedecía. Y no pude andar hasta que el objeto aquel se elevó, perdiéndose en el horizonte».

Desde entonces, el piloto no ha logrado poner en marcha un reloj de pulsera, que quedó detenido en el instante mismo del avistamiento: las tres de la madrugada.

Un mínimo sentido de la seguridad por parte del «ángel» o «astronauta» habría hecho comprensible la paralización general de los tres o cuatro soldados que debían vigilar la puerta del sepulcro.

Esto, al menos, es lo que se desprende en la actualidad en multitud de casos OVNI.

Que los «ángeles» estuvieran dentro o fuera del sepulcro, eso no tiene ya demasiada importancia. Pudo ocurrir que descendieran primero junto a la cueva, hicieran rodar la losa, hablaran con las mujeres y, por último, se introdujeran en el sepulcro donde, por supuesto, ya no estaba Jesús. Así lo asegura el «ángel» al final de su mensaje a las mujeres.

Eso sí, curiosamente y como obedeciendo con total fidelidad un «plan» minuciosamente trazado, los citados «ángeles», o «enviados», o «astronautas» no tocaron ni manipularon el lienzo y el sudario que habían servido para envolver el cadáver de Jesús. Todo estaba en su lugar, tal y como poco después constataron los apóstoles al asomarse a la gruta.

En definitiva: que los «ángeles» sabían lo que se llevaban entre manos…