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El segundo retrato de Alex Shimoff se divulgó en el telediario de las seis. Un locutor aburrido destacó el «abrigo de invierno» del sospechoso y su posible historial de «desarreglos de tiroides». Congelé la imagen. El retrato parecía vivo, con aquel rostro amplio e impasible.

Era el hombre al que había visto acurrucado en el cubículo del rincón en Bijou, a escasos centímetros de un grupo de madres y bebés.

—Parece vacío —dijo Robin—. Como si le faltara algo. O a lo mejor es que Shimoff no tenía suficiente material para trabajar.

—Sí tenía.

Me miró. Ya le había explicado parte de lo que me había contado Cahane. Lo dejó ahí.

Blanche nos estudió a los dos. Nos quedamos sentados.

—Once años —dijo Robin. Y abandonó la habitación.

* * *

Milo llevaba todo el día sin salir en el radar, pero me llamó una hora después de las noticias. Todas mis búsquedas con el nombre de Grant Huggler habían resultado infructuosas.

—¿Lo has visto? —preguntó—. Gran mejora, ¿no? Su Exaltación ha llamado a algunas puertas porque hay que remover la mierda para que no huela todavía peor. En cualquier caso, tenemos un buen retrato, hasta Shimoff está contento. Acaban de empezar a sonar los teléfonos, pero de momento llevamos menos llamadas que la primera vez, a lo mejor el público se ha cansado ya. Pero Moe ha pillado una que vale la pena comprobar. Una mujer que no ha querido identificarse dice que un tipo parecido al del retrato compró medicación para la tiroides con una receta en una clínica de Hollywood. Ha colgado cuando Reed le ha preguntado en cuál. Si era de Hollywood encaja con un tipo que vive en la calle y lo ubica en las cercanías de Lem Eccles. Todas las clínicas a las que ha llamado Petra están cerradas hasta mañana. Lo seguirá intentando y si Dios está generoso conseguiremos un nombre.

—Dios te ama —le dije—. El nombre es Grant Huggler.

—¿Qué?

Le resumí el encuentro con Cahane.

—¿Te lo ha dejado para que lo encontraras en el baño? ¿Qué pretendía, fingir que no es un delator?

—Lo ha dejado plegado, como un origami. Una pequeña producción para tomar distancia. Es un tipo complicado, dedica mucha energía a justificarse.

—¿Es de fiar?

—Yo me creo lo que me ha dicho.

—Grant Huggler. Si tenía once años hace un cuarto de siglo, ahora tiene treinta y seis, lo cual encaja con las descripciones de nuestros testigos. No habrá demasiada gente con ese nombre. Estoy buscando ahora mismo… Vaya, mira lo que hay por aquí: varón, caucásico, metro ochenta, ciento siete kilos, detenido hace cinco años en Morro Bay por allanamiento, posible intento de robo… Un despacho de un médico, lo cual encaja con la figura de un tipo de la calle con problemas psiquiátricos… Sin sentencia de cárcel, llegó a un acuerdo a cambio del tiempo que ya había pasado encerrado… Aquí hay un retrato. Pelo largo y barba desaliñada, pero la cara, detrás de todo ese pellejo, parece más bien rolliza… Esos ojos sí que son de loco. Muertos, como si estuviera contemplando el Gran Abismo.

—¿Ninguna detención antes de eso?

—No, nada más. No es mucho historial delictivo para alguien que ahora se ha convertido en un destripador en serie.

—Morro Bay no queda lejos de Atascadero —dije—, que es uno de los sitios a los que enviaron a pacientes peligrosos cuando se cerró el hospital de Ventura. Un primer delito hace cinco años podría significar que estuvo encerrado hasta entonces. En ese caso, se ha tirado veinte años de cárcel.

—Tiempo más que suficiente para rumiar.

—Y para fantasear.

—Y le darían medicación, ¿no?

—Es posible.

—Lo digo porque si lo que buscaba era droga quizá sea porque estaba enganchado a algo y pretendía robarlo en la oficina de un médico. Aunque al salir del hospital… ¿no lo enviarían a alguna clase de estructura ambulatoria donde pudiera obtener su dosis legalmente?

—Eso implica dar por hecho que él se presentaría —dije—. Y los pacientes que se enganchan a los psicotrópicos son escasos, sería más probable alguna droga recreativa. Apuesto algo a que no siguió con los cuidados que le recetaran, aunque sólo fuera para evitar los hospitales.

—Un poco de fobia a los médicos, ¿eh? Claro, si te rajan el cuello sin ningún motivo puede que te pase algo así… O sea que quizá pretendía conseguir algún medicamento para la tiroides porque odiaba las salas de espera.

—La ansiedad en entornos médicos explicaría que estuviera tan tenso en la sala de escáner de Glenda Usfel. Añadámosle una cierta irritabilidad hormonal, más el carácter agresivo de Usfel, y ya tenemos una situación volátil. Pero no tuvo una reacción impulsiva, sino al contrario. Se tomó su tiempo, planificó, acechó y pasó a la acción. Supongo que pasarte la mayor parte de la vida en un entorno altamente estructurado te aporta algo de paciencia y un interesante sentido de la concentración.

—Perdió un órgano sin tener por qué —dijo—. Hacerle eso a un niño… Qué barbaridad. Y ahora anda por ahí, dedicándose a su estilo particular de cirugía.

—Vengándose de viejos agravios y de algunos nuevos —dije—. Me encantaría saber el nombre del cirujano que lo operó. Cahane sólo recordaba que tenía la consulta en Camarillo.

—¿Otra víctima anterior a su llegada a Los Ángeles? No han aparecido casos similares en ningún sitio.

—Quien sí tuvo un final interesante fue el psicólogo que planificó la tiroidectomía. Cuando volvió Cahane lo primero que hizo fue despedirlo y al día siguiente cayó muerto en el aparcamiento del hospital. Aparentemente, de un infarto. ¿Te suena de algo?

—La esposa de Lem Eccles… Rosetta. Ah, joder. Entonces, ¿Eccles estaba loco, pero tenía razón?

—Hay algo más, grandullón. El nombre del psicólogo era Bernhard Shacker.

—¿Igual que el tipo que analizó a Vita para la Well-Start? ¿Qué diablos está pasando? ¿Alguna clase de suplantación?

—Tiene que ser algo así —dije—. El tipo con el que hablé yo estaba cerca de los cincuenta y el verdadero Shacker tenía ya ochenta cuando se desplomó. El verdadero Shacker era belga y el diploma que yo vi en la oficina era de una universidad belga. Cuando Shacker, o el tipo que se hace pasar por Shacker, vio que lo estaba mirando, hizo algún comentario sobre su fase católica. Manipular papeleo con el photoshop no es gran cosa.

—¿Un farsante que triunfa en Beverly Hills?

—Me pregunto si su transgresión no irá más allá de ejercer sin licencia. Porque planificar esos asesinatos sería mucho más fácil entre dos personas.

—¿De dónde has sacado eso?

—Del miedo que Eccles tenía de un guardia del Ventura. Huggler podría ser el típico solitario raro, pero eso no impide que alguien se ganara su confianza. Alguien a quien conoció mientras estaba en el Ventura.

—¿Otro lunático? —dijo—. ¿Que trabajaba como guardia? ¿Y ahora se hace pasar por loquero? Vaya por Dios.

—Para alguien que haya trabajado en las instalaciones de un psiquiátrico durante el tiempo suficiente para empaparse de la terminología, sería fácil fingir. Eccles estuvo en el hospital de Ventura al mismo tiempo que Huggler. A lo mejor en Cuidados Especializados, porque había tenido un comportamiento abiertamente agresivo con un juez. No hay razón para pensar que no siguió siendo igual de combativo y molesto que siempre. Eso lo puso a malas con algún guardia. Pero el guardia era demasiado listo para enfrentarse directamente con Eccles y se lo hizo pagar a su única visitante. Esa mujer a la que Eccles consideraba como su esposa. Así que efectivamente murió envenenada, y como salió bien librado, el guardia hizo lo mismo con Bernhard Shacker.

—Como te pongas a malas conmigo, la palmas —dijo Milo—. ¿Otro susceptible?

—Territorio común para afianzar una relación. Cahane dice que Huggler era cooperativo y obediente. Aun así, le supervisaban el tiempo libre. Por su propia seguridad. Eso quiere decir que siempre que salía de su cuarto iba un guardia con él. ¿Y si resulta que siempre era el mismo y acabaron estableciendo un vínculo? El tipo que ahora se hace pasar por Shacker tendría entonces unos veinte, la edad perfecta para convertirse en mentor de un adolescente aislado. El vínculo se solidificó para siempre cuando eliminó al tipo que le había robado un órgano vital a Huggler. Y el mismo vínculo pudo mantenerse con la fuerza suficiente para que el mentor se desplazara con Huggler en busca de un trabajo en Atascadero cuando a Huggler lo trasladaron allí.

—Y ahora viajan juntos.

—Al menos durante cinco años —dije—. Si es así, Huggler no duerme en la calle. Vive a salvo con la persona que se ha atribuido el papel de guardián. Quien a su vez se gana muy bien la vida en una oficina en Beverly Hills. Y quien podría estar mandando a Huggler a practicar su estilo particular de cirugía con quienes le han molestado alguna vez. El caso que discutir sería el de Vita. Huggler presenció su maltrato a la familia Banforth, pero yo no lo veo como alguien que persigue la verdad y la justicia. Más bien puede que ya estuviera en Bijou porque llevaba un tiempo siguiendo a Vita. Y la razón era que Vita ofendió al falso doctor Shacker. Lo sé porque él me explicó que Vita lo había llamado farsante, que nunca nadie lo había tratado así. Estaba molesto. Fue el único momento en que no mantuvo la guardia alta como profesional.

—Ella se portó de forma mezquina —dijo—. Ninguna piedad por parte de Pitty. Resistir.

Clic, clic.

—No hay ningún Shacker, ni ningún Pitty en los archivos, tampoco en la dirección de Tráfico… Sólo me sale la dirección del despacho en Bedford.

—Hagamos un plan esta noche y presentémonos allí mañana.

—Analicemos al analista —propuso—. Si tan peligroso es, tendríamos que ir con el ejército.

—Yo pensaba hablar con él, pero que estuvieras tú de refuerzo.

—¿Con qué excusa?

—¿Recuerda algo más de Vita? Si lo veo oportuno, hurgaré un poco más en el asunto del farsante. Si no, sacaré las víctimas adicionales y le preguntaré si tiene alguna teoría. Cuando consigues que la gente se ponga a hablar suele cometer algún error.

—Déjame llamar a Petra, a ver qué opina.

Al cabo de seis minutos:

—La pobre chiquilla estaba disfrutando de un poco de tiempo cara a cara con su tortolito en L’Oise de Brentwood. No queda lejos de tu casa. ¿Te importa acogernos allí dentro de, digamos, una hora?

—Ningún problema.

—Confírmalo con Robin.

—Le parecerá bien.

—¿Cómo lo sabes?

—Te adora.

—Extraña falta de gusto por su parte —dijo—. Una hora.