CAPÍTULO 3.
David Forbes, ingeniero asesor de la Riotinto Company Limited para asuntos de minería, presentó su primer informe acerca de la reorganización que exigían las minas a finales de mayo de 1873. George Barclay Bruce, uno de los mejores ingenieros de la época, presentó su proyecto para la construcción del ferrocarril a principios del mes de junio. Fueron dos meses de intenso trabajo para los ingenieros que estaban a las órdenes de Bruce. Las obras se iniciaron el once de junio, apenas seis semanas después de constituirse la Riotinto Company, tal era la premura que exigía su construcción. Con la intención de ganar tiempo, las obras se iniciaron en cinco puntos diferentes. Thomas Gibson fue el ingeniero director del proyecto, el responsable de llevar al terreno el diseño de Bruce. Como buen ingeniero que era, sabía que antes o después se encontraría con problemas que no reflejaban los planos. La construcción del ferrocarril era una obra colosal, los primeros kilómetros no plantearon demasiadas dificultades pero, a medida que se alejaban de la costa, la construcción se complicaba. Junto a Gibson trabajaban un buen puñado de personal cualificado, españoles, ingleses, escoceses y alemanes ponían todo su conocimiento y entusiasmo a favor de la compañía. Bartolomé García de la Cierva era uno de ellos.
El diseño del ferrocarril discurría paralelo al curso del río Tinto, aún así hubo que transportar ingentes cantidades de escorias desde las propias minas para utilizarlas de balasto para los raíles. Los derrumbamientos y la orografía propia del terreno puso a prueba la pericia del equipo de ingenieros, cuanto más se acercaban a las minas, mayor era el número de problemas a los que tenían que hacer frente. Y no sólo eran problemas técnicos, los terratenientes de Zalamea no terminaban de ver con buenos ojos la llegada del ferrocarril y hacían todo cuanto estaba en sus manos para boicotear las obras.
Finalmente las obras se dieron por finalizadas el 28 de julio de 1875, un periodo sorprendentemente corto, teniendo en cuenta la envergadura del proyecto. Habían tardado poco más de dos años en construir un total de 84 kilómetros de vías férreas que conectaban el pueblo minero con el muelle de Huelva. La orografía de la provincia había obligado a la construcción de ocho puentes y de cinco túneles, se edificaron un total de doce estaciones a lo largo de la vía para regular el tráfico de mercancías.
Desde que se iniciaron las obras, Bartolomé apenas había tenido tiempo para ir a Valencina. En las pocas ocasiones que había coincidido con su hermano, el ambiente seguía enrarecido, aún guardaba un sabor amargo del último encuentro que habían tenido. Habían pasado ya más de tres meses de aquello pero no se veían desde entonces. Para la inauguración de la línea férrea, la Compañía había organizado una celebración, Bartolomé confiaba en que su hermano acudiría a la fiesta y aclarar así, los últimos malentendidos que habían tenido.
–…tenía mucho jaleo en la villa. Según me explicó, habían acudido unos tratantes con los que había negociado unas ventas importantes en la última feria de ganado de Aracena –lo disculpó Emilio Sancha, que había acudido al acto en compañía de Thomas Parker.
Bartolomé no pareció quedar muy satisfecho con las explicaciones de Sancha. La última vez que vio a su hermano lo sintió lleno de resentimiento, recordaba cada una de sus palabras cargadas de ira.
Todo ocurrió cuando acudió a la romería que se celebraba en honor a la patrona de Valencina. Cuando llegó, no tardó en contagiarse del entusiasmo de los vecinos y el ambiente festivo que reinaba entre ellos. Disfrutó como hacía tiempo que no lo hacía y bebió más de lo que estaba acostumbrado. A última hora de la tarde algunos vecinos se animaron y comenzaron a cantar, muchos se sumaron al baile, Bartolomé entre ellos. Estaba bailando con Virginia, la prometida de Santiago, cuando éste llegó al lugar y malinterpretó las risas de los bailarines. Santiago empujó bruscamente a su hermano separándolo de la muchacha, todos los presentes se asombraron por lo violento de las formas y, más aún, por sus palabras, llenas de reproches:
– ¿Pero quién te has creído que eres para volver aquí después de tanto tiempo y actuar como si no hubiera pasado nada desde que te fuiste? ¡Pobrecito, el hijo pródigo!
Bartolomé fue el primer sorprendido por su actitud y sus palabras, no tardó en comprobar que, aunque se notaba el efecto del alcohol, aquellas palabras estaban bien arraigadas en lo más profundo del corazón de su hermano.
–…me robaste la infancia y la juventud, yo hice todo lo que estuvo en mi mano para que tú pudieras estudiar, ¿quién se hizo cargo de las tierras, del ganado? ¡Hasta las minas de la familia fueron entonces responsabilidad mía mientras tú estudiabas y padre estaba en Riotinto! Y todo para nada, padre sólo tenía ojos para ti, para su niño ingeniero, ni una sola vez llegó a reconocerme nada. Y ahora… ¡ahora tú vuelves a estas tierras para sacarnos de la miseria! ¡Resulta que tú y esos malditos ingleses pretendéis ser los salvadores de esta pobre gente que se gana el pan honradamente con el sudor de su frente! Y no te basta con eso, no, después de habérmelo quitado todo ahora te veo coqueteando con mi prometida, ¿qué más quieres de mí, Bartolomé?, ¡ya me lo quitaste todo…!
Bartolomé no supo qué contestar. Todos los presentes guardaron silencio. Ni tan siquiera Virginia, su prometida, consiguió calmar a Santiago que, avergonzado, decidió marcharse.
Desde entonces no se veían y aunque Emilio Sancha había actuado como intermediario para aclarar lo sucedido, Santiago hacía todo lo posible por evitarlo. Bartolomé necesitaba hablar con su hermano, era la única familia que le quedaba, no quería que la herida se hiciera cada día más grande. Faltaban pocos días para el aniversario de la muerte de su padre, Bartolomé sabía dónde encontrarlo.
No se equivocó, aquel 20 de junio de 1875 Santiago García de la Cierva estaba en el cementerio de Valencina del Odiel rezando ante la tumba de su padre. Se sobresaltó al sentir una mano en su hombro.
–Buenos días Santiago.
–Buenos días Bartolomé –contestó sin volverse siquiera.
Tras el saludo, los dos guardaron silencio, hombro con hombro, cada uno le hablaba a su padre como si éste pudiera escucharlos. Comieron juntos, en la vieja casa que la familia había reconstruido a finales del siglo anterior y de la que Bartolomé apenas guardaba algún vago recuerdo. Los dos se sentían incómodos. Tenían muchas cosas de las que hablar, aún así decidieron no hurgar en las heridas. Hay cosas que se solucionan con miradas y gestos, llevaban la misma sangre, tan sólo se tenían el uno al otro. Decidieron hablar de cosas banales, ya selladas las heridas.
–…este año, la cabaña ganadera ha resultado excepcional, cerré buenos tratos en la feria del mes pasado…
– ¿Y qué pasó con los molinos Santiago? –se interesó Bartolomé–. ¿No funciona ninguno?
Santiago frunció el ceño, hacía muchos años que aquellos molinos habían dejado de funcionar. Ambos rieron, aquella pregunta era una prueba más de lo poco que Bartolomé se había preocupado por los negocios de la familia durante toda su vida. Bartolomé se sonrojó pero Santiago no le dio mayor importancia.
–Hace mucho que no funcionan, ya en vida de padre quedaron parados, yo no podía atenderlos y tampoco rentaban nada, son molinos muy pequeños, los vecinos prefieren vender el grano sin moler a otros comerciantes. No, no merece la pena perder tiempo y dinero en esos viejos molinos.
Bartolomé escuchaba con interés las explicaciones de su hermano sin atreverse a cuestionar las decisiones que había tomado en su ausencia. No se sentía con derecho alguno para hacerlo.
–Y ahora Bartolomé, una vez finalizadas las obras del ferrocarril, ¿qué vas a hacer? ¿Te vas a marchar de nuevo? –preguntó Santiago. En su voz había una mezcla confusa de sentimientos. Estaba casi seguro de que partiría de nuevo y lo volvería a dejar sólo. Un ingeniero no podía permitirse el lujo de tener una residencia estable, su casa estaría donde lo reclamara un proyecto y su proyecto en Riotinto parecía haber concluido.
–No Santiago, no me iré, la Compañía me ha ofrecido seguir trabajando en Riotinto, en el diseño y la construcción de los ramales secundarios. Tienen la intención de poner en funcionamiento varias minas a cielo abierto, necesitan que el ferrocarril llegue lo más cerca posible de las zonas de extracción.
–Ya…
– ¿Te das cuenta Santiago? Gracias a la llegada de los ingleses todos los proyectos que tenía padre se van a convertir en realidad, las minas serán fuente de riqueza y prosperidad para la provincia entera, y no sólo te hablo de los trabajos que, de forma directa, van a crearse, cada día llega gente nueva a pedir trabajo, ¿sabes lo que eso significa? ¡Se necesitará más de todo para cubrir las necesidades de una población creciente! ¡Más carpinteros y constructores, más tenderos y curtidores, más agricultores y ganaderos, más taberneros, más herreros…! ¡Yo mismo voy a formar parte del engranaje de esta industria que padre soñó en su momento!
Santiago permaneció callado, su silencio contrastaba con el entusiasmo de su hermano. Su punto de vista respecto a las minas difería mucho del que su padre tenía y del que defendía su hermano. Ya había tenido alguna que otra reunión con los caciques de Zalamea y estaba al tanto de que el desarrollo minero no sería compatible con el desarrollo agrícola y ganadero, pilares en los que se basaba la economía de la mayor parte de la población.
–… ¡más allá aún que lo que padre vaticinara Santiago! –continuaba, exultante, Bartolomé–. El verdadero negocio de las minas será el aprovechamiento del ácido sulfúrico, un producto vital para el desarrollo de cualquier industria. Las piritas que estos cerros esconden contienen tal cantidad de azufre en su composición que son las más ricas conocidas hasta ahora. El mismo señor Matheson ya lo dijo en alguna ocasión: “El grado de civilización de un país viene dado por la utilización que hace del ácido sulfúrico”. ¡El azufre es el futuro del mundo! ¡Haremos de Huelva el principal productor de azufre a nivel mundial!
– ¿Y que pasará con los humos Bartolomé? ¿Realmente crees de corazón que era eso lo que quería padre para esta tierra y su gente? Esos humos están acabando con toda la vegetación, no hay nadie que sea capaz de cultivar algo en dos millas a la redonda de esas teleras, los pastos tampoco se dan igual con lo que los ganaderos también nos vemos afectados, se están contaminando los cursos de agua, están desapareciendo las piezas de caza,… y eso que el material que se está calcinando hoy no tiene nada que ver con la cantidad que la Compañía pretende tratar ¿no es así? Según tengo entendido, tus amigos ingleses tienen la intención de producir más de medio millón de toneladas de cobre al año para que su inversión les resulte rentable. ¿Cuánto material tienen que tratar para alcanzar esos niveles de producción Bartolomé? La comarca minera se convertirá en un auténtico infierno.
Aquellas palabras cayeron como un jarro de agua fría. Confiaba que su hermano se alegraría ante las expectativas que ofrecían las minas. No quiso entrar en una nueva discusión con él pero, durante el viaje de vuelta a Riotinto, no dejó de darle vueltas a las preocupaciones que asediaban a su hermano.
Sabía que algunos terratenientes de la región habían protestado por el sistema de calcinación al aire libre que se venía utilizando en las minas desde hacía muchos años, no sólo en Riotinto, sino también en otras explotaciones de la comarca. Con la llegada de los ingleses las protestas se multiplicaron, y fueron muchos los propietarios que exageraban los daños ocasionados por los humos para obtener así una indemnización por parte de la Compañía que cubría con creces lo que sus tierras podrían haber producido. Bartolomé también sospechaba que eran los grandes terratenientes de Zalamea los que estaban detrás de todo y que, lo que verdaderamente movía a aquellos caciques, no era el daño que los humos ocasionaban o pudieran ocasionar, sino el hecho de que la llegada de los ingleses y otros industriales de la minería, que se habían extendido por la provincia, hacía peligrar la situación privilegiada que venían disfrutando desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, su hermano era diferente, él no buscaba indemnización alguna, su preocupación parecía sincera, quizás no había evaluado con el detalle preciso las consecuencias que el crecimiento de la industria minera podría traer consigo. En cualquier caso ya era tarde para dar marcha atrás, las explotaciones a cielo abierto estaban produciendo ingentes cantidades de material. El material más rico en cobre era transportado hasta Huelva y desde allí era embarcado con destino a las islas británicas, donde era adecuadamente tratado. Por el contrario, el material con menor proporción de cobre, era directamente calcinado en las minas, se acopiaban en unos montículos a los que llamaban teleras, por recordarles a una típica pieza de pan de la comarca. Cada telera podía contener hasta cuatro mil quintales de mineral, para el proceso de encendido se precisaba una gran cantidad de ramaje y madera, lo que condujo a una tala abusiva del arbolado circundante. En poco tiempo, los montes vecinos, ricos en encinas y monte bajo quedaron convertidos en desierto y desolación. Una vez iniciado el proceso de tostación, las teleras se mantenían encendidas durante cinco o seis meses, hasta que el combustible era completamente consumido a compuestos de cobre y de hierro más solubles en agua que eran posteriormente recuperados. Con la tostación se había quemado la mayor parte del azufre que contenía el material extraído y había sido liberado a la atmósfera en forma de unos humos sulfurosos que se habían convertido en la principal controversia entre los vecinos de las villas cercanas. Bartolomé estaba al corriente de la envergadura del proyecto que la Riotinto Company Limited tenía, sabía que sólo sería cuestión de tiempo que los campos de teleras se multiplicasen y sus humos afectarían cada vez a una mayor extensión. ¿Realmente convertirían aquellos montes verdes y aquellas dehesas en el infierno que su hermano decía? A Bartolomé le costaba creerlo, de lo que estaba convencido era de que, entre los mineros y los terratenientes, el conflicto resurgiría, como siempre había ocurrido en la historia de aquellas minas.