CAPÍTULO 1.

 

 

 

Veinte años después de la tragedia ocurrida en la plaza de Riotinto, aquella fatídica tarde del cuatro de febrero de 1888, aún resonaban los ecos silenciosos de los disparos de los soldados y los gritos ahogados de cientos de hombres, mujeres y niños. Nicolás Espinosa hacía mucho tiempo que se había desligado por completo de las minas, aun así, no pasaba un solo día sin que las últimas palabras de su padre resonaran en su cabeza:

–“…arderás en el infierno, nada en el mundo podrá compensar la sangre que se ha derramado por tu culpa…”

Desde que se enclaustrara en aquella casa, se había vuelto temeroso de que las palabras de su padre se hicieran realidad. Tan sólo salía de la casona para acudir a misa, poco más. Todos los días rezaba y pedía perdón. Pese a todo, eran muchas las noches que se despertaba sobresaltado y sudoriento en la soledad de su habitación.

El Marqués de Valencina y de las Navas de Monteolivos había sufragado los gastos de la reconstrucción de la iglesia que fue uno de los edificios más afectados por la riada de 1888, junto a la placa que había en honor a su abuelo, desde principios del siglo XIX, colocaron otra con su nombre. Había ordenado que se erigiera una gran cruz de madera en lo alto del Monte Perejil, en recuerdo de las víctimas de aquella tarde. Todos los días había flores nuevas a sus pies. Durante la última década parecía que la tragedia se había ensañado con aquellas tierras escondidas en el último rincón del mundo. La riada se llevó por delante la vida de muchos vecinos, la masacre de Riotinto dejó cerradas para siempre las puertas de muchas otras casas, las epidemias de cólera en 1898 y de tifus en 1899 y 1900 redujeron considerablemente la población de Valencina,... Nicolás Espinosa había contribuido económicamente a la ampliación del cementerio de la villa, en poco más de diez años había más vecinos enterrados en el nuevo cementerio que los que quedaron con vida después de la oleada de tragedias y epidemias que habían asolado a la región. De no haber sido por la llegada de cientos, de miles de hombres que acudieron a la llamada de las minas, a buen seguro que muchas de las poblaciones de la comarca hubieran quedado despobladas por completo.

La situación en las minas no había mejorado pese a la sangre que se había derramado. Desde 1888 apenas había habido conflictos, parecía que aún resonaban los ecos de aquellos disparos a quemarropa. No obstante, la llegada de sangre nueva comenzó a notarse a partir de 1900.

Nicolás Espinosa se había deshecho para entonces del paquete de acciones que tenía de la Riotinto Company Limited, se las había vendido a la familia Rothschild, que se había convertido en la accionista mayoritaria de la compañía minera. Parte del dinero obtenido por la venta de las acciones lo había invertido en la compra de tierras. No había ni una sola familia en la villa que no tuviera alguno de sus miembros trabajando para el marqués. Los salarios en el campo no eran los mismos que se ofrecían en las minas, pero nunca faltaban jornales.

Su desvinculación con las minas le dejaba mucho tiempo libre, tiempo que empleaba en cultivar sus relaciones sociales, su círculo de amistades incluía a lo más granado de la sociedad onubense y no tardaron mucho en tentarlo para que hiciera carrera política.

–…ya nada le impide llegar a Madrid, tal y como hiciera su padre… –le decía Francisco Javier Sánchez Dalp, uno de los caciques de mayor influencia de Aracena con el que el había intimado en los últimos años y que estaba al frente del Distrito de Aracena

–Ya tuve lo mío con la política don Francisco, es hora de que corra sangre nueva –contestaba invariablemente Espinosa ante las insinuaciones de Sánchez Dalp y del mismo Manuel de Burgos y Mazo que había llegado a la Jefatura del Partido Conservador de Huelva.

–…es desde la política desde donde puede hacer más por los suyos –le insistían uno y otro–, además, es gente como usted la que tiene que tomar las riendas de la provincia, las minas se están infestando de socialistas y de revolucionarios, ahora están callados pero en cuanto reúnan los apoyos necesarios se harán notar…

Espinosa no cedía, no quería saber nada de política. Aunque ello no impedía que se implicara en los asuntos cotidianos. En los primeros años del nuevo siglo había conseguido ciertos logros y privilegios para la villa, era una forma de reconciliarse con sus vecinos y purgar la culpa que sentía cada noche. Después de adecentar la iglesia y ampliar el cementerio, se volcó en la construcción de un nuevo mercado y en la pavimentación de las principales calles. Cualquier medida que se quisiera tomar por los representantes de los vecinos era previamente consultada con el marqués. No en vano, la intermediación de Espinosa fue trascendental para que Valencina fuera una de las primeras villas de la comarca en disponer de alumbrado eléctrico.

Pasaron los años y, con el paso del tiempo y la llegada de sangre nueva a las minas, pocos eran los que relacionaban a Nicolás Espinosa con Riotinto y, menos aún, con la tragedia ocurrida en 1888. Los recién llegados tan sólo veían en el marqués a un benefactor, un hombre poderoso e influyente, que estaba haciendo por aquella villa más de lo que nadie había hecho nunca.

Que Espinosa permaneciera al margen de Riotinto no era óbice para que no estuviera al corriente de todo lo que allí acontecía. Resultaba imposible permanecer ajeno, todo el mundo en la provincia parecía estar al tanto de lo que sucedía en las minas. Por su condición social, acudía a muchas fiestas de las que se celebraban en la comarca y donde acudía lo más selecto de la provincia. Rara era la ocasión en la que la Riotinto Company Limited no salía a relucir en alguna conversación. Nicolás Espinosa reconocía que William Rich, el director general que estaba al frente de las minas cuando sucedió la tragedia de 1888, año al que todos conocían como “el año de los tiros”, había actuado con cautela después de lo ocurrido, pero también con mucha eficacia: se habían puesto en marcha nuevas explotaciones, se había avanzado en todo lo que se refería a minería subterránea, se había comenzado a utilizar el proceso de cementación natural que terminaría sustituyendo definitivamente al tradicional sistema de calcinaciones al aire libre, se estaba experimentando con nuevos hornos. Por iniciativa del presidente se habían construido casinos en algunas villas, con la intención de ofrecer cierto recreo a los trabajadores. La Riotinto Company era la comidilla de cada reunión. Así fue como el marqués tuvo conocimiento de la huelga ocurrida en 1900 y de cómo los ideales socialistas y anarquistas echaban raíces entre la clase obrera.

En una fiesta celebrada en Huelva, Nicolás Espinosa recibió la noticia de que la última telera fue apagada en 1907, para entonces la cúpula directiva de la compañía inglesa no tenía nada que ver con la que Espinosa había dejado a su marcha. La familia Rothschild había nombrado a Charles Fielding presidente de la Riotinto Company Limited, el cargo de director general recaía en Carlyle. La política de ambos había sido más severa que la de sus predecesores y las protestas obreras habían ido en aumento desde que el nuevo director de las minas comenzara con su política de represión y despidos. En lo que se llevaba de siglo, raro había sido el mes en el que no había un conato de huelga en alguno de los departamentos de las minas como consecuencia de las continuas protestas de los obreros.

La política iniciada por Rich se vio interrumpida en 1900 cuando, tanto el nuevo presidente como el nuevo director coincidieron en que sus predecesores habían sido benevolentes en exceso con los obreros de las minas.

– ¡Pero qué se ha creído esta gente, las condiciones laborales en Riotinto son la envidia de cualquier mina del país! Durante los últimos diez años se ha tratado a estos hombres como si fueran críos… ¡esto no es ninguna escuela! A partir de ahora cada reivindicación que se pida será estudiada con detalle, cada mejora vendrá acompañada de sudor y esfuerzo, de sangre si es preciso, ya está bien de pedir sin ofrecer nada a cambio…

Con el paso de los meses el descontento fue en aumento. Desde que llegaron a Riotinto se mostraron menos flexibles ante las peticiones de los trabajadores y su nueva política fue origen de numerosas protestas y conflictos laborales que provocaron numerosas huelgas.

La situación laboral en Riotinto era el tema habitual de conversación en los casinos de la comarca. Espinosa había acudido a Zalamea para tratar algunos asuntos y fue en el casino donde lo pusieron al corriente de las últimas noticias:

–Carlyle fue sustituido a primeros de año. No obstante, no parece que los mineros hayan salido ganando con el cambio, el nuevo director general parece aún menos dispuesto a escuchar sus peticiones, es un tipo raro ese hombre…

Una tarde calurosa para comienzos de aquel año de 1908, a la vuelta de la misa, una sirvienta recibió nerviosa al marqués.

–Buenas tardes señor Espinosa, un señor le está esperando en su despacho. Es un inglés, ya le dijimos que usted tardaría en volver, aún así, insistió y hace más de una hora que lo está esperando.

Espinosa se mostró extrañado, ¿qué hacía un inglés en su casa? Hacía más de veinte años que no tenía nada que ver con las minas, probablemente no conociera a nadie de los que quedaba en ellas. Cuando entró en el despacho no encontró a nadie, escuchó cierto ruido en el patio de la casa y, apenas salió, se encontró con un hombre de complexión fuerte, bien peinado y con un bigote bien recortado. Iba bien vestido, con un traje de color gris, llevaba un revólver en el cinturón. Lo miró fijamente, sus ojos eran profundos, como un abismo y su mirada estaba llena de fuerza y personalidad.

– ¡Señor Espinosa! –se dirigió cortés, con voz firme hacia el marqués–. Encantado de conocerle. Mi nombre es Walter Browning, soy el nuevo director de las Minas de Riotinto…