CAPÍTULO 12.

 

 

 

Nicolás Espinosa había sido nombrado alcalde de Nerva en 1885 con el respaldo de la Riotinto Company Limited que se garantizaba así que las autoridades locales no le pondrían obstáculo alguno que pudiera afectar a sus intereses. La independencia de Nerva eximía a sus poderes públicos de rendir cuentas ante los zalameños, de este modo, no tendrían que justificar sus decisiones ante las presiones de los poderosos caciques que tantos problemas les estaban ocasionando.

Durante los primeros años el papel de Espinosa al frente de la corporación municipal fue meramente testimonial y la compañía minera no encontró ningún impedimento por parte de las autoridades locales y provinciales. Todo cambió cuando en 1887 algunos ayuntamientos de la provincia decidieron prohibir las calcinaciones. Todas las miradas recayeron en el alcalde de Nerva y en el de Riotinto que se negaban a prohibirlas excusándose en que no tenían potestad alguna para ello. Finalmente, y gracias a la intermediación de su padre, el gobernador de Huelva revocó la decisión de los ayuntamientos y todo parecía que volvía a la normalidad. Nada más lejos de la realidad.

Nicolás Espinosa compaginaba su puesto como alcalde con el de periodista en el diario “La Provincia” y con el de adjunto al jefe de personal en las minas de Riotinto. Era la forma que la Compañía tenía de reconocerle la labor que había estado realizando durante los últimos años. Su padre también había presionado para que le dieran algún cargo a su hijo dentro de la Compañía a cambio de interceder con el gobernador de la provincia para que dejara sin valor los acuerdos que habían adoptado los ayuntamientos en contra de las calcinaciones. Su actividad se había multiplicado durante aquel año de 1887. El tema de los humos se había convertido en un controvertido debate a nivel nacional y la imagen de la Compañía se había visto afectada por ello. Nicolás Espinosa se mostró más prolífico que nunca y desde su pluma nacieron ríos de tinta en defensa de las calcinaciones y lo que éstas significaban para el desarrollo industrial de la provincia de Huelva. Tuvo encarnizados debates con representantes de la liga antihumista y con importantes terratenientes, especialmente intenso fue el cruce de palabras con Thomas Parker, a quien llamaba, con tono despectivo, “el inglesito masón”.

La situación en las minas también era controvertida, raro era el mes en el que no tenía que hacer frente a algún conato de huelga. Las actividades clandestinas de Maximiliano Tornet estaban detrás de todas las reivindicaciones de los obreros. Y, aunque habían vetado la entrada del exiliado cubano a las instalaciones mineras, en más de una ocasión habían tenido que recurrir a la fuerza para expulsarlo de las minas. Sin embargo, hacía ya varias semanas que nadie tenía noticia alguna sobre el paradero del líder anarquista, cosa que, más que tranquilizar, preocupaba a Espinosa. ¿Qué estaría tramando aquel hombre? No tardaría mucho tiempo en descubrirlo.

Su padre, aquejado por problemas de salud se había retirado de la vida pública y de todo lo que tenía que ver con las minas. Se había trasladado a la vieja casona que tenían en Valencina y hasta allí acudía Nicolás cada vez que tenía que resolver algún problema.

–El gobierno ha publicado una Real Orden en la que revoca el decreto del Gobernador… autoriza a los ayuntamientos para que prohíban las calcinaciones si así lo creen conveniente. Raro es el día en el que no recibo la visita de algún cacique de las villas vecinas para que prohíba el uso de las teleras en Nerva…

–Todo lo que tienes se lo debes a la Compañía… –le recordaba su padre.

–Cada vez son más las villas de la comarca que se suman a la prohibición dentro de su término municipal. Sólo será cuestión de tiempo que tan sólo Nerva y Riotinto sean las únicas que permitan su uso.

–La Compañía no necesita más, puede prescindir de su uso en otras minas, pero no en Nerva. Mantente firme en tu postura. Llevas media vida defendiendo el uso de las calcinaciones, ¡ya sabrás cómo apañártelas! No olvides además que gran parte del patrimonio de la familia está invertido en acciones de la Riotinto Company. Si los ingleses no pueden seguir haciendo uso de las teleras, la Compañía irá a la ruina y con ella arrastrará a personas muy importantes de esta provincia. Pero nada de eso pasará mientras tú te mantengas firme en tu puesto como alcalde. Nadie puede obligarte a llevar a la miseria a tu pueblo… ¿qué tal van las cosas en las minas?

–Ese es otro asunto del que quería hablarle, padre. Las cosas no marchan tan bien como yo quisiera. Hasta Riotinto acudieron gente de mil lugares distintos, son gente desarraigada, raro es el día en el que no hay algún disturbio entre los obreros, pero eso es normal, dentro de lo que cabe. Lo que preocupa a los ingleses es que durante este último año las ideas anarquistas han proliferado entre los obreros, y no pasa un mes sin que los obreros amenacen a la Compañía con ponerse en huelga. Hasta ahora tales amenazas no fueron más que muestras de bravuconería, aunque últimamente la situación se está poniendo más seria…

Baltasar Espinosa escuchaba a su hijo con atención, en Riotinto siempre había habido problemas, al fin y al cabo había más de diez mil hombres trabajando, cada uno de su padre y de su madre.

–Imagino que estará usted al tanto de la aparición de Tornet. Cuando descubrimos lo que estaba tramando quizás fuera demasiado tarde, sus ideales anarquistas habían calado en muchos de los obreros y son numerosos los grupos que se han organizado para presentar una serie de reivindicaciones a la compañía para mejorar sus condiciones laborales. El caso es que ahora, los ingleses ya no son vistos como empresarios que les ofrecen a esos hombres una oportunidad única para tener un trabajo estable, con un salario digno, ahora los ingleses son vistos como colonos que tratan a los obreros como si fueran esclavos. Cada vez son más los que se suman a las protestas de unos pocos. La situación se nos ha escapado de las manos, algunos hombres han atentado contra algunos de los directivos, cada día aparecen pintadas de protestas y amenazas contra la compañía. El señor Osborne ha decidido aumentar el número de efectivos de seguridad. Según llegó a mis oídos los obreros se están organizando para una huelga masiva a principios del año próximo.

Esos energúmenos llegaron hasta la casa del mismísimo director general … yo había pensado padre que, dada cuenta la relación que usted mantuvo con las minas durante tanto tiempo, no sería descabellado pensar que algunos de esos salvajes se quisieran aprovechar del caos para zanjar alguna deuda que tengan pendiente con usted…

El marqués se sorprendió con la imaginación de su hijo, ¿Qué le iban a hacer a él?

–…no le hablo de los obreros, sino de gente que no consiguieron sus propósitos gracias a su participación en ciertos asuntos. Cuando el gobernador anuló las prohibiciones dictadas por algunos ayuntamientos, más de uno se sintió humillado y a nadie le pasó por alto que usted estaba relacionado de algún modo con todo aquello. Yo mismo llevo escolta desde hace un mes y mi implicación con la Compañía no ha trascendido tanto como la suya….

– ¿Qué es lo que quieres decirme Nicolás? ¿A dónde quieres ir a parar?

–Había pensado que no sería mala idea que se trasladara usted a la capital, al menos hasta que pase todo este asunto de las huelgas, además, el invierno está siendo muy duro, la casona esta vieja y no tiene las mismas comodidades que las casas que los ingleses han construido en la ciudad…

– ¿Me estás insinuando que me esconda, como si fuera una rata? –lo interrumpió Baltasar, mezcla de sorpresa e indignación–. ¿Acaso no sabes todavía quién es tu padre? ¡Soy el marqués de todas estas tierras! ¿Qué crees que pensarían de mí ciertos personajes de la comarca si huyera como un conejo ante la mínima amenaza de unos obreros?

– ¡No le pido que se esconda padre! ¡Nadie tiene por qué pensar que usted huye de nada! Simplemente se marcha a la capital como ya se marchó otros inviernos, volvería cuando el clima mejorase, nadie tiene por qué relacionar su partida con los disturbios que están por llegar… ¡piénselo padre! ¡Al menos permita que madre y hermana se vayan!, quizás algún desaprensivo piense que sean presas más fáciles que usted y quieran hacerle daño a través de ellas…

Nicolás Espinosa no logró convencer a su padre para que se marchara, y sólo tras mucho insistir, consiguió al menos, que permitiera que su madre y su hermana abandonaran la casona. Partirían a primeros de año, una vez pasadas las fiestas de la Natividad del Señor.

 

Nicolás Espinosa se cubría como podía de la intempestiva lluvia aquella fría mañana de primeros de enero. En la estación de Riotinto apenas había pasajeros, tan sólo unos administrativos de las oficinas que la Compañía tenía en Huelva, su hermana y su madre. Su padre no había acudido. Llevaba varios días lloviendo copiosamente pero aquella mañana parecía que el cielo entero se estaba cayendo. Apenas acababa de llegar al ayuntamiento, estaba completamente empapado cuando le dieron la trágica noticia:

– ¡Una desgracia señor Espinosa! ¡Una autentica desgracia! No creo que quede nadie con vida…

En un principio pensó que algún accidente había ocurrido en Riotinto, las tragedias eran relativamente frecuentes y raro era el mes en el que no había que lamentar pérdidas humanas: accidentes con los explosivos, desprendimientos, atropellos, aplastamientos,... En ocasiones la mina se convertía en una trampa mortal para unos hombres que se jugaban la vida cada vez que se adentraban en el corazón de aquella tierra. En cualquier caso nunca antes le habían dado la noticia con tal grado de dramatismo.

– ¿Qué ocurrió? –preguntó angustiado–. ¿Qué fue lo que pasó?

– ¡Fue el río, Don Nicolás! Las lluvias de los últimos días lo convirtieron en un auténtico monstruo, arrasó con todo cuanto encontró a su paso… –el hombre que le daba la trágica noticia dejó de hablar, sin encontrar las palabras adecuadas.

– ¿Qué fue lo que pasó? –volvió a preguntar Espinosa, contagiado por el nerviosismo.

–El río se llevó por delante el puente Salomón…

Nicolás Espinosa palideció, sin poder dar crédito a lo que aquel hombre decía. Había despedido a su madre y a su hermana hacía poco más de dos horas. Nunca nadie encontraría sus cuerpos. ¿Qué le diría a su padre?