§

Capítulo 20

 



–Regresa a la anterior –pidió Bernstein al hombre que, a través de un control remoto, manejaba la presentación. En la pantalla de la pizarra electrónica aparecía la foto de una mujer de mediana edad, piel blanca, cabello oscuro y lentes de sol, fotografiada a distancia mientras caminaba por el boulevard de Sabana Grande.

–¿Carlos, dices que no hemos logrado averiguar nada de ella? –preguntó al hombre que manipulaba el equipo de proyección.

–Nada. Sin familia, amigos, ni internet. Continúa siendo un misterio –respondió el hombre.

–No podemos correr riesgos. Colócala en la lista de los que debemos descartar. Siguiente –dijo el abogado.

–Jurado potencial número 29. Reinaldo Correa. Treinta y  ocho años. Cirujano Plástico. Exitoso. Casado, tres hijos –recitó Carlos, mientras consultaba sus notas.

–Me gusta –dijo el abogado. Habían visto cada fotografía al menos cinco veces. La actividad en Bernstein, Silva & Asociados había sido intensa desde que recibieron la lista con las cincuenta y seis personas citadas a comparecer en el tribunal como posibles jurados.

Como sólo contaban con cuatro días para su evaluación, incorporó tres nuevos investigadores al caso, y tuvo que contratar los servicios freelance de otros cuatro, de forma que cada uno evaluara a ocho de los posibles candidatos. Costaría más dinero a Petersen, pero era demasiado importante para dejarlo pasar. Los jurados decidirían la suerte de su hijo, y el blindarse con un jurado favorable era el primer paso hacia una sentencia absolutoria. Dio orden de que exprimieran las vidas de estos cincuenta y seis ciudadanos de a pie, estudiasen sus actividades y hurgasen lo más que pudiesen. Evaluaban desde hacía varias horas a cada candidato, según los resultados presentados por los investigadores. Cuatro habían muerto, cinco estaban fuera del país, tres más se habían mudado y no podían ejercer funciones de jurado al vivir en otro municipio; siete no habían podido ser localizados, y cinco estaban fuera de los límites de edad, lo que dejaba un total de treinta y dos perfiles a evaluar.

Según la nueva ley, cada una de las partes tenía la potestad de recusar sin explicación a seis personas. El jurado final quedaría conformado por nueve ciudadanos más dos suplentes. Bernstein sabía que la Fiscalía no investigaría a los jurados. Aparte de sentirse confiados, no contaban con los recursos para hacerlo, lo cual los dejaba en desventaja. Tenían que esforzarse en obtener el jurado ideal, según el perfil psicológico que habían establecido.

–Jurado potencial número 30. Imelda Contreras. Cuarenta y cuatro años. Profesora de Educación Artística. Viuda, sin hijos. Quedó inválida en un accidente automovilístico hace doce años.

–Elimínala. Los minusválidos tienden a simpatizar con los más débiles. Siguiente –dijo Bernstein.

De los treinta y dos aspirantes, dieciocho eran hombres. Como había mencionado, era preferible evitar a las mujeres, porque al estar presente la violación, podrían inclinarse hacia la acusación. Sin embargo, el abogado simpatizaba con la potencial 31. Esposa de un médico, pertenecía a una ONG pro derechos humanos. Pensó que podría identificarse con Christian si sabían canalizar el temor de que su esposo se viese involucrado en una situación similar.

Una vez analizados los aspirantes, quedaron diez que no querían como jurados bajo ningún concepto. Sólo podían vetar a seis, así que, en el peor de los casos, tendrían que lidiar con cuatro. Dio órdenes de que se ahondara en la investigación de esos diez en las pocas horas que quedaban antes de presentarse en el tribunal. Si los abogados de cualquiera de las partes, mostraban al juez de la causa que una persona podría atentar contra la transparencia del juicio, éste tenía la potestad de eliminarlo de la lista sin contabilizar un veto a la parte que impulsara la moción. Un sólo jurado con ideas propias podía contaminar al resto.



A partir de las ocho de la mañana comenzaron a llegar al tribunal los convocados como jurados potenciales. La citación formal era para las ocho y treinta, poco a poco se fueron incorporando. El secretario chequeaba citaciones y credenciales, mientras alimentaba un computador con la información. Treinta y cinco minutos después de las ocho, treinta y cuatro personas se habían registrado. Procedió a un sorteo y dio a cada uno un número que lo identificaría durante el proceso. Imprimió dos copias de la lista de asistentes y las entregó, una al doctor Camilo Bernstein, representante de la defensa y otra al abogado Paulo Aristigueta, en nombre de la Fiscalía.

Según los cálculos del bufete, solamente tres personas habían faltado al compromiso. Revisaron la lista a ver si alguno de los diez candidatos que deseaban excluir había fallado, pero todos se encontraban en la sala. El alguacil repartió un cuestionario a cada uno, con preguntas como: “¿Conoció usted a Corina Salgado?”, “¿Tiene algún familiar que haya sido asesinado o violado?”, “¿Piensa que Christian Petersen es culpable de los cargos que se le imputan?”, entre otras. Los convocados se dedicaron a llenar el cuestionario y el funcionario hizo fotocopias de sus respuestas, las cuales entregó a las partes para su análisis.

–¡De pie! –dijo el alguacil, un hombre mayor, que más bien parecía un esbirro de la extinguida Seguridad Nacional. Eran las diez de la mañana, hora fijada para el inicio del proceso. Todos los presentes se levantaron.

–Su Señoría, doctora Irina Naranjo –anunció el alguacil.

Por una puerta situada a la izquierda del tribunal, ingresó una mujer vistiendo toga y se dirigió al estrado. Se trataba de una sala auxiliar, con seis filas de diez sillas cada una; dos mesas, situadas a izquierda y derecha del estrado servían para alojar a los abogados que llevaban el caso. En la de la izquierda se encontraba el doctor Bernstein con tres de sus asistentes. A la derecha, los representantes de la Fiscalía, el doctor Paulo Aristigueta y el doctor Kevin Guevara. Otros dos alguaciles se encontraban en la sala, vistiendo chaquetas negras con letras amarillas en la espalda que decían Poder Judicial.

La juez Naranjo tenía una amplia trayectoria, la defensa estaba contenta con su designación como juez de la causa. Era considerada una mujer íntegra, y no presentaba mancha alguna en su expediente. La doctora dio una rápida bienvenida a los asistentes, e hizo una breve exposición del caso para informar a los potenciales jurados. Comenzó preguntando si entre los seleccionados había personas menores de veinticinco o mayores de sesenta y cinco años, a lo que cinco levantaron sus manos y fueron excusados. A continuación preguntó si había personas con impedimentos físicos que le dificultaran cumplir con sus funciones. Dos manos se levantaron, y la doctora les pidió que se acercaran al estrado. El primero era un hombre que sufría de insuficiencia renal y tenía que ser sometido diariamente a diálisis, la segunda, una mujer que mostró un certificado médico donde constaba que sufría de una hernia discal. La doctora excusó a ambos.

Quedaban veintisiete candidatos, de los cuales nueve conformarían el jurado que decidiría la suerte de Christian Petersen ante los cargos de Homicidio en Primer Grado y Violación. Era una audiencia a puertas cerradas; sólo los candidatos a jurados y los abogados de ambas partes se encontraban presentes. Los jurados potenciales habían sido seleccionados mediante un sorteo de la base de datos del Registro Electoral.

La juez preguntó a ambas partes si estaban listas para iniciar el proceso de selección, y tanto Bernstein como Aristigueta asintieron. Habló a los candidatos acerca de su deber cívico para con el proceso en el que estaban actuando y a continuación, explicó la mecánica del proceso de selección: iría nombrando a cada uno de los candidatos en orden numérico. Cada una de las partes tenía derecho a recusar a seis participantes sin dar explicaciones. Preguntaría alternadamente a la defensa y a la acusación si estaban de acuerdo con la integración del candidato al jurado final.

En caso de que alguno recusara, le sería deducida una de sus oportunidades hasta llegar a cero. Si había una razón de peso por la cual una de las partes pensaba que un candidato debería ser eliminado, podrían hacérselo saber, y ella tomaría la decisión final. El conteo de recusaciones permanecería inalterado si el individuo quedaba excluido.

–Candidato número 1 –comenzó la juez–. ¿La defensa está de acuerdo? –Bernstein aceptó.

Se trataba del señor Robert Díaz, técnico automotor.

La Fiscalía no puso objeciones.

–Candidato número 2. ¿Lo acepta la Fiscalía?

Aristigueta aceptó.

–¿Está de acuerdo la defensa? –preguntó la juez.

–La defensa recusa al candidato, Su Señoría –contestó el abogado; se trataba de Imelda Contreras.

La juez acotó que le restaban cinco recusaciones.

Aceptaron a los candidatos 3 y 4. La Fiscalía recusó al 5 y la defensa al 6. Cuando llegaron al séptimo, el doctor Bernstein pidió a la juez que lo eliminara, había contestado en el cuestionario que creía que Petersen había cometido el delito, argumentando que estaba prejuiciado. La juez aceptó el alegato.

La defensa tuvo que recusar a los candidatos 8 y 9, ya que pertenecían a la lista de los diez. Sólo le restaban dos oportunidades, y todavía quedaban seis personas de la lista. Ambas partes aceptaron al 10. La Fiscalía recusó al 11, el cirujano plástico. Era uno de los preferidos por Bernstein, pero Aristigueta no era tan tonto como para dejarlo pasar. Estuvieron de acuerdo con el 12, que se convertía en el quinto jurado seleccionado.

Los fiscales observaban a Bernstein. Sabían que se había preparado, y debía conocer la historia de muchos –si es que no de todos los candidatos–. Por ello, cada vez que la juez mencionaba un nuevo número, trataban de observar la reacción del equipo de la defensa. Ya Bernstein había alertado a su equipo de la situación, por lo que lucían impasibles ante los anuncios de la juez. Cuando llegaron al 13, Bernstein decidió jugarse una carta. No lo quería, pero no quería quemar en el hombre, Ascanio Torrealba, uno de los dos cartuchos que le quedaban.

Le tocaba el primer turno a la Fiscalía, y cuando la juez lo anunció, Bernstein hizo un gesto de asentimiento casi imperceptible a uno de sus asistentes. Aristigueta, quien lo observaba de reojo, decidió recusarlo. Se acababa de anotar una pequeña victoria, pero no lo demostró. El candidato 14 era la mujer cuya trayectoria no había podido ser descifrada por los investigadores de la defensa. Bernstein trató de convencer a la juez de que la eliminara, aduciendo ambigüedad en las respuestas del cuestionario, pero la juez declaró sin lugar la moción. Lo pensó –sólo le quedaban dos recusaciones– y al final tuvo que inclinarse por pedir su exclusión.

Todavía quedaban cuatro personas en la lista de diez, y solo podía eliminar a una. Pidió a la juez un breve receso, y ésta, viendo que faltaban diez minutos para mediodía, decretó la hora del almuerzo. Reanudarían a la una y treinta.  



El proceso continuó después de almuerzo. El candidato 15 se convirtió en el sexto miembro del jurado, la Fiscalía recusó a los candidatos 16 y 17. La esposa del doctor,  que era la candidata número 18, la cual Bernstein temía que fuese recusada por la Fiscalía, se convirtió en el séptimo jurado. La juez, quien había estudiado los cuestionarios durante el almuerzo decidió excusar a los candidatos 19 y 20. El número 19 era otro de los favoritos de la defensa, pero Camilo estuvo de acuerdo en que sus respuestas no fueron consistentes. La Fiscalía recusó al 21 –otro buen candidato según la defensa– y así se quedó sin vetos. Bernstein estaba ante un dilema. Faltaban dos candidatos por elegir, y por una jugada del azar, los números 22 y 23 estaban dentro de su lista de indeseados. Esto quería decir que tendría que aceptar a uno de ellos. Finalmente recusó al 23, así los candidatos 22 y 24 completaron la nómina. Esperaba que el número 22 no se convirtiese en un problema. Los candidatos 25 y 26 fueron seleccionados como suplentes. La juez dio por concluida la audiencia y convocó al tribunal para el  día siguiente a las nueve de la mañana cuando comenzaría el juicio y los abogados presentarían sus alegatos iniciales. 



De regreso en el bufete, Bernstein reunió al equipo. Al día siguiente se daría inicio al juicio más sonado de los últimos tiempos. Aparte de toda la cobertura que había recibido el caso, pasaría a la historia como el primer litigio con jurados en el país, lo que suponía un gran avance en la administración de justicia en Venezuela, que siempre ha sido tan cuestionada. Le preocupaba que la opinión pública ya prácticamente hubiese condenado a Petersen, pero esperaba dar vuelta a esta situación.

–Nuestra defensa es menos sólida de lo que la voy a hacer lucir. El plan trazado conjuntamente con Kreinter, posiblemente nos dé una ventaja inicial, pero la Fiscalía se nos va a echar encima. Aristigueta es un hombre muy preparado– dijo el abogado, caminando impaciente. –Pienso que podré establecer duda razonable, pero necesito algo que nos permita exponer una teoría sólida acerca de quién, y por qué, se incriminaría a Petersen. ¿Alguien está tras alguna pista? –preguntó mientras observaba a los miembros de su equipo– ¿Silva? –Ernesto, quien había estado trabajando arduamente sobre la teoría conspiratoria, dijo:

–Nada concreto. Hay que hacer tiempo, algo conseguiré. Ramón López, el de los lentes de pasta, intervino:

–Logré dar con el hombre que facilitó la adopción. No quería colaborar, pero al ofrecerle una gratificación, hizo memoria. Resultó tener archivos de todas sus transacciones –dijo López, haciendo signos de comillas con sus dedos al pronunciar la palabra–. Tengo el nombre de la madre, estoy tratando de localizarla en Barquisimeto donde vive hace cuatro años.

–Tiempo no tenemos, así que les agradezco que aceleren las investigaciones –dijo el abogado.

–Tengo los estados de cuenta telefónicos de los últimos tres años de Petersen y Salgado que prueban que nunca fue establecida comunicación entre ellos, al menos por esa vía –intervino otro de los investigadores. Continuaron discutiendo los detalles del caso hasta bien entrada la noche.

 
ADN Fatal
titlepage.xhtml
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_000.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_001.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_002.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_003.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_004.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_005.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_006.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_007.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_008.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_009.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_010.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_011.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_012.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_013.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_014.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_015.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_016.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_017.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_018.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_019.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_020.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_021.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_022.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_023.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_024.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_025.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_026.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_027.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_028.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_029.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_030.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_031.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_032.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_033.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_034.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_035.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_036.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_037.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_038.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_039.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_040.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_041.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_042.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_043.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_044.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_045.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_046.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_047.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_048.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_049.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_050.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_051.html
CR!9TSA6AFZ0H01H018K6TMFN66FZZD_split_052.html