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Capítulo 42
Las ironías de la vida habían salvado a Sonia Acevedo. Fueron los cuerpos de sus captores, actuando como escudos humanos, los que impidieron que su humanidad no quedase aplastada por las partes del vehículo, convertidas en un amasijo de metal y plástico a medida que daba vueltas sobre el pavimento.
¿Justicia divina?
Muy probable, sin restar crédito a los ingenieros que diseñan los vehículos teniendo como prioridad la integridad física de sus ocupantes en caso de colisión, aunque no sirvió de nada al último integrante de la pandilla de Scarecrow, todavía con vida al momento del impacto.
La serie de radiografías, tomografías y un sin fin de exámenes que le habían practicado, mostraban que, apartando una que otra cortada y magulladuras leves, Sonia no había sufrido ninguna lesión de cuidado. Tras curarle la herida del cuello –la cual no tenía nada que ver con el accidente– y las otras heridas menores, el médico residente quería dejarla en observación. La magnitud del volcamiento le hacía pensar que era necesario estar alerta en caso de algo que no se hubiese revelado en los estudios.
Pero la detective se sentía exultante, con nuevas fuerzas luego de su experiencia cercana a la muerte y no pensaba pasar el día postrada en una cama. Era mucho lo que había que hacer, sobre todo luego de que Ernesto la había puesto al tanto de lo ocurrido durante su reclusión.
Terca como era, todavía pensaba que había tiempo de detener a los bandidos que querían apropiarse del trabajo de Christian, incluso aunque éste hubiese decidido rendirse.
Porque ella no era de las que se rinden.
Además, ahora tenía un motivo personal.
Quería, más bien, necesitaba, verlos tras las rejas.
Contraviniendo todas las recomendaciones médicas, abandonaron el hospital pasados quince minutos de las siete de la mañana. Se dirigieron al hotel para tomar una ducha rápida y cambiarse de ropa.
Tanto Sonia como Ernesto estaban agotados, pero el flujo de la adrenalina en su organismo funcionaba como la mejor de las anfetaminas y ninguno de los dos pensaba en acostarse.
Silva pensó en llamar de nuevo a Bernstein, pero sus órdenes habían sido claras. Debían regresar de inmediato. Su cliente le había pedido que dejara las cosas hasta allí y para él eso era santa palabra. Preferían mentir por omisión, ya que a ninguno de los dos le parecía el mejor camino a seguir.
A las nueve de la mañana, Sonia se presentó en la residencia otoñal donde la señora McGregor había ingresado –hacía más de seis años– por voluntad propia. Le explicó que habían realizado muchos avances y que existían grandes probabilidades de que GenLabs estuviese implicado en la desaparición de Nicholas. La mujer se sorprendió al ver el estado de su cara, con las magulladuras y morados que exhibía. Sonia le explicó brevemente lo que le había ocurrido, por lo que era aún más importante detener a aquellos hombres.
Habían dado con el banco en donde su hijo había depositado lo que quería salvaguardar, por lo que necesitaban su colaboración para poder abrir la caja, ya que era poco probable que los dejaran hacerlo a ellos sin una autorización notariada; no querían involucrar a los cuerpos de seguridad aún, para poder cumplir la promesa que le hicieran, referente a que no saliese a la luz pública algo que pudiese perjudicar el nombre de su hijo. Ella se mostró más que dispuesta a acompañarle. Estaba segura de que nada traería más paz a su vida que averiguar por fin lo que había sucedido.
Se encontraron con Ernesto en la primera de las agencias que visitaron; no tuvieron suerte, al igual que en las dos siguientes, pero la cuarta resultó ser el lugar donde Nicholas McGregor había depositado aquello que tanto deseaba proteger. Luego de mostrarle al gerente de la agencia los documentos que probaban la muerte de McGregor, éste accedió a abrir los registros, explicando que el joven había autorizado a su madre a acceder a la caja de seguridad, lo cual les dio vía libre. Consiguieron un computador portátil, que la señora inmediatamente reconoció como el que su hijo utilizaba.
Abandonaron la agencia, rumbo a la oficina de Thomas, al cual tuvieron que sacar de la cama, agotado luego de la noche en vigilia. Pero era el lugar adecuado para analizar los contenidos del equipo; no sabían que podían encontrar allí y él era el más indicado para ayudarles en caso de que necesitasen algo.
Tan pronto encendieron el computador, con todas las miradas fijas en su pantalla, la verdad sobre Adam Kline comenzó a salir a la luz. McGregor había estado trabajando en un documento que, como confirmaba la mensajería instantánea entre los dos hombres, planeaba entregar a Robert Jr. Explicaba la presión que Adam había ejercido sobre él para obligarle a ceder las patentes bajo engaño, y solicitaba que se le otorgase el cuarenta por ciento de las acciones de la compañía, o se vería obligado a llevar el caso ante un tribunal competente para que sirviese de árbitro. Contenía suficientes documentos incriminatorios en contra de Kline, pero lo que más lo relacionaba con su extraña muerte, era una nota que había escrito, donde indicaba que el hombre le había citado la noche de su desaparición para “resolver las cosas de buena manera”. Decía que aunque tomaría precauciones, temía se tratase de otro de sus trucos, por lo que depositaría su equipo en una caja de seguridad.
Si bien esto no devolvía la vida a su hijo, la señora McGregor pareció rejuvenecer diez años cuando Sonia le explicó que había suficiente evidencia para condenar a Kline por su asesinato. La mujer les abrazó y les dijo que habían devuelto la paz a su vida. Le entregaron la llave, la cual volvió a guindar en su cuello.
Mientras Sonia la llevaba de vuelta a su residencia, Ernesto llamó a Bernstein. Lo que habían conseguido le daba un nuevo giro al caso.
–Sé lo que me dijiste, Camilo, pero tienes que hablar con los Petersen –dijo Silva, tratando de convencer a un dubitativo Bernstein.
–No sé si esto cambie algo, relaciona a Kline con la muerte de McGregor, pero no establece ningún vínculo con Petersen –replicó Berstein.
–Camilo, sabes tan bien como yo, que esto es obra de ese desgraciado, más claro no canta un gallo.
Bernstein hizo silencio al otro lado de la línea.
Sonia se comía las uñas esperando la respuesta.
–Está bien, déjame llamar a Arthur.
Sonia fue llamada a declarar respecto al incidente de la madrugada. Había mucho que explicar, sobre todo para Thomas. Sin embargo, gracias a sus contactos, pudo desviar la atención del caso hacia lo que habían conseguido en el computador de Kline. Roberts y su gente, junto a Dermott y los suyos habían sido detenidos, pero logró sacarlos bajo fianza luego de una convincente explicación.
Quedaba una compleja investigación por realizar, pero no era algo que preocupase a Thomas todavía. Llegado el momento, resolvería. Brad fue entregado a las autoridades, aunque muy probablemente cumpliría una condena menor. Thomas accedió a liberar a Kevin bajo la promesa del muchacho de rectificar su camino.
Silva se presentó en el hospital, donde Julio José había reaccionado muy bien y se recuperaba a buen ritmo. Le encontró caminando en el patio. Lo habían trasladado a otra habitación y gracias a la influencia de Thomas, su nombre había sido cambiado –una vez más– en los registros del hospital. No creían que su vida corriese todavía peligro, una vez eliminado el grupo de Scarecrow, quien había sido el encargado de eliminarlo.
Aunque sus médicos no querían darle el alta aún, Silva, tras explicarles la importancia de su presencia en el tribunal, los convenció de que le brindarían la asistencia médica adecuada, y tras hacerle firmar un documento donde liberaba al hospital de cualquier responsabilidad, le dejaron ir. Marcano era un hombre fuerte y Ernesto estaba seguro de que se terminaría de recuperar sin problemas. Por los momentos, era el único eslabón que podía detener una condena para Petersen, y eso, si Bernstein sabía jugar bien sus piezas.
Mientras Acevedo, Silva y Marcano volaban con destino a Caracas, la policía entraba en las oficinas de GenLabs para detener a Adam Kline por el asesinato de Nicholas McGregor; McNamara sonreía en su oficina disfrutando una copa de coñac. Una vez corroborada la implicación de Kline en la muerte del científico, información que obtuvo de Bernstein de primera mano, antes del arresto, el hombre había vendido en corto[1] dos millones de acciones de GenLabs a quince dólares y cincuenta céntimos.
Tan pronto se difundió la noticia del arresto de uno de los dueños de la compañía, sindicado de asesinato, las acciones cayeron en picada. Dos horas más tarde, cuando se encontraban en cincuenta céntimos, McNamara las recompró, quedándose con la diferencia de la operación, que ascendía a la cantidad de treinta millones de dólares.
No era su mayor éxito financiero, pero sí era el que más satisfacción le había dejado en la boca en toda su carrera. No sólo había hecho una buena fortuna en la operación, había ayudado a un amigo en el momento en que lo había necesitado, logrando en el camino desmantelar una banda criminal.
No es algo que se consigue todos los días.
Estaba seguro de que habría una investigación de la SEC[2], pero no tenía dudas de que saldría bien parado. No había infringido ninguna ley para obtener su beneficio, como ocurre en Wall Street con más frecuencia de la que debería. Las empresas públicas, aquellas cuyas acciones se cotizan en las bolsas de valores, tienen la obligación de hacer pública cualquier información que pueda tener consecuencias en el precio de la acción. Muchas veces, individuos con acceso a las mismas, hacen caso omiso a esta regla, transando ellos mismos para obtener un beneficio, aunque en la mayor parte de los casos venden esta información a precios muy altos a terceros que obtendrán la renta. En el caso de Genlabs, la información no se generó dentro de la empresa, McNamara la obtuvo como una deducción de lo que ocurriría una vez se desatase el escándalo.
Los mercados financieros suelen reaccionar con pánico ante cualquier eventualidad, que fue en lo que se apoyó. Estaba seguro de que al cabo de un tiempo prudencial las acciones se recuperarían.
Pero los treinta millones que abultaban su cuenta nadie se los quitaría. Era la pérdida de aquellos que fueron víctimas del miedo en el juego bursátil.
Bernstein le había comentado que todavía no estaba seguro si lograrían implicar a Genlabs en el caso Petersen, pero estaba confiado en que la mejor opción era llevar a Marcano ante el tribunal que seguía juicio a Petersen para que contase su historia. Conseguirían o bien una confesión de Kline, o alguna forma de probar que lo habían utilizado en su plan macabro, lo que al menos le liberaría del cargo por asesinato. Tendría que responder por el cargo de violación, pero Bernstein consideraba que había suficientes atenuantes para –en caso de que fuese condenado por ese delito– negociar una condena leve.
[1] Vender en corto es una estrategia utilizada cuando se sospecha que el precio de una acción va a bajar. Quien hace la operación, toma prestadas las acciones de un corredor, las vende en el mercado, con la esperanza de comprarlas luego a menor precio, quedándose con la diferencia
[2]Securities and Exchange Comission. Organismo que se encarga de velar por la integridad de las operaciones financieras. Entre otras cosas, combate lo que se conoce como Insider Trading, lo que ocurre cuando los operadores de acciones obtienen un beneficio derivado de la obtención ilegal de información de parte de las corporaciones, como en el famoso caso de Enron.