El coño de alquiler

El coño de alquiler es un coño doblemente cálido, con ovarios como soles y un sistema de calefacción central. Sólo así se explica que pueda devolver a la vida a ese embrión que ha permanecido congelado durante años en el frigorífico de un laboratorio, entre otros embriones gemelos y un paquete de empanadillas de bonito. Los médicos del laboratorio freían las empanadillas en una sartén, para entretener las noches de guardia, y, a veces, por descuido, caía un embrión al aceite chisporroteante, y quedaba ya inutilizado para las manipulaciones genéticas. El coño de alquiler recibe los embriones que se salvaron del achicharramiento, esos embriones que se quedaron, de repente, huérfanos de útero, porque su verdadera madre padecía malformaciones o pereza o pavor al parto. El coño de alquiler recibe los embriones, recién salidos del tubo de ensayo o de la bolsa de empanadillas, humeantes de frío, y los ablanda con su temperatura de cincuenta grados centígrados, hasta hacerlos germinar, y los cocina a fuego lento durante nueve meses, y los sobredora, y los churrusca (luego, el niño nace moreno y con el pelo rizado). El coño de alquiler es un coño mercenario, pero por lo demás simpático, que trata a los embriones con un mimo que excede la maternidad adoptiva, y les ofrece su vivienda con manutención y radiadores incluidos en el precio. Tengo amigas que se ganan la vida como madres de alquiler (el trabajo no es una sinecura, se lo aseguro), amigas bondadosas que van regando el mundo de hijos anónimos y rejuveneciendo la población (sólo por ello, merecerían el aplauso de los gobiernos). Mis amigas las madres de alquiler no corren peligro de quedarse embarazadas, porque otros ya las embarazaron antes, y me abren su coño nodriza, alambicado de calores, como un invernadero para fetos. El coño de las madres de alquiler es un coño marsupial, un coño que transporta, por avenidas de silencio, a ese embrión que ya abulta bajo el vientre. El coño de las madres de alquiler, hospedería de hijos foráneos, anula con su calor el hielo de los frigoríficos, y con su olor de carne samaritana, el olor de las empanadillas que los médicos del laboratorio guardaban junto a los tubos de ensayo. Alguien debería erigir un monumento a estos coños redentores de una Europa vieja y emputecida, estos coños más valiosos aún que aquellas amas de cría que aportaban su leche al primogénito de la casa ducal, para que el niño no le mordiese los pezones a la señora duquesa. Las madres de alquiler, amas de cría de esta Europa cibernética que nos ha tocado en suerte, deberían recibir el homenaje de las naciones, pero aquí ya sólo se homenajea a los futbolistas que se retiran y a los secretarios de Estado, sobre todo si son apuestos y se han revolcado por el fondo de reptiles.