Capítulo 8

Sally no vino directamente a casa, así que me puse a leer su diario. Tenía que descubrir si ella sabe o no sabe que fui yo. Aún no estoy segura de si ella está segura o si solo está fingiendo que lo sabe para que yo caiga en la trampa y me delate. De eso no hay peligro…, tuve la extrema precaución de poner el diario exactamente donde lo encontré y de alisar la cama para que quedara tal y como la tía B la había dejado. Esto es lo que escribió ayer:

151 días

¿Qué hay, espía? ¿Esperando leer algo bueno hoy? ¿Esperando meter tu nariz de fisgona en algún secreto jugoso? Lamento decepcionarte, pero no contaré más secretos hasta que te cace y te dé tu merecido. No hay piedad para los espías furtivos.

La verdad es que no me gustó cómo sonaba eso.

Me gustaría tener el pelo tan negro como Mimi. El negro es el único color que quiero en mi vida. Me encanta ir a casa de la tía B y charlar con Emmett. La tía B tiene tanto estilo…, está siempre enfadada, y no es ninguna tonta. Cuando yo crezca seré como la tía B y todo el mundo me tendrá miedo. Nadie se atreverá a espiar mi diario. Ahora estoy muy enfadada y tengo mucho miedo a que me pillen si no paro, pero simplemente no puedo parar. Nadie me querría si lo supieran. Ojalá a papá le importara. ¿Por qué mamá no tuvo más cuidado con la bici? Odio mi vida. Adiós, espía.

Después de guardar el diario con supercuidado me cepillé el pelo frente al espejo de Sally. A Sally le encanta mi largo pelo liso y negro. Negro del todo. Pero yo lo odio. Quisiera tener un pelo rubio como el de Sally (su pelo debajo del tinte negro es rubio). Y me gustaría no tener ojos rasgados chinos, pero Orla dice que a ella le encantaría tener ojos chiquitos de chinita.

¿No sería guay que la gente pudiera intercambiar las partes del cuerpo? Te cambio mi nariz por tus orejas… o mi ombligo que sobresale por el tuyo que está metidito hacia dentro.

Decidí ahí mismo que nunca más volvería a leer el diario de Sally. ¿Pero de qué está asustada? ¿Y por qué está tan enfadada? ¡Yo odio el negro!

Tenía realmente muchas ganas de hablar con alguien sobre la señorita Dida y sus contracciones, pero papá estaba sentado mirando inexpresivamente la televisión. Si la hubiera apagado ni lo habría notado. Así que llamé a la abuela… ¡y ella estaba interesada!

Me hizo un montón de preguntas y me hizo repetirle el trozo en que le contaba que el señor Masters había entrado en pánico, y luego me hizo contar de nuevo la historia entera al abuelo, y al final estuvimos casi dos horas al teléfono, pero fue realmente una buena conversación.

—¿Se lo has contado a tu padre, Mimi? —preguntó la abuela al final. Le dije que no, que él no estaba de humor para eso, y ella me dijo que se lo pusiera al teléfono, así que le di el teléfono a papá y le dije que la abuela quería hablar con él.

Papá suspiró muy fuerte y cogió el teléfono. Ya entonces pude oír a la abuela hablando a papá con voz muy alta y enfadada. Papá solo repetía: «Sí, sí. Lo sé. Lo haré. Lo haré».

Cuando colgó el teléfono suspiró de nuevo, me cogió en brazos y me sentó en sus rodillas.

—Así que has tenido un día muy emocionante hoy en el colegio, ¿verdad? Bueno, quiero oír todos los detalles.

Cuando acabé de contarle toda la historia a papá, él se rio, y ha sido la primera vez que lo oigo reír desde que murió mamá. Luego me dio un gran abrazo y me dijo que me fuera a la cama.