Capítulo 11
De hecho en un día pueden pasar un montón de cosas malas… ¡Demasiadas para un capítulo!
Décima cosa mala: La cena. Normalmente no me importa que la pizza esté o no quemada porque no me la suelo comer, pero hoy tenía hambre porque no había chucherías ni pasteles que comer en mi cena y aquello era como masticar un neumático.
Sally también tenía hambre y seguía enfadada con papá por lo de esta mañana.
—Esto es horrible —le dijo—. ¡Una porquería incomible asquerosa, repugnante, inmunda y tóxica! ¿No puedes cocinar a tus hijos otra cosa que no sea pizza? ¡Y ni siquiera puedes cocinar la pizza como es debido! ¡Te odio! —Y tiró el resto de la pizza a la basura (lo cual fue una pena, porque Bengala la habría disfrutado). Luego salió corriendo de la cocina y se metió en su cuarto dando un portazo tan fuerte que los cuadros de las paredes temblaron.
Lloró durante horas y horas. Tuve que poner la tele a todo volumen para no oírla. Me gustaría que mami estuviera aquí.
Papá estaba preocupado también. Se quedó sentado en su silla y no dijo nada, pero tenía la frente toda arrugada y los ojos negros y los labios apretados. Y continuaba suspirando.
Conor desapareció en su habitación y comenzó a aporrear la batería.
Undécima cosa mala: La casa está muy desordenada porque la tía B no viene a ordenarla. Los boles y platos del desayuno están todavía sucios y parece haber un montón de ropa perdida y zapatos por el suelo. Las cortinas de la mayoría de las habitaciones no se han abierto. Nuestra casa se está convirtiendo en un basurero.
Duodécima cosa mala: Sonó el timbre. Mona y Brian estaban de pie ante la puerta cuando la abrí. Son nuestros vecinos y son gente muy simpática, pero, como diría la abuela, son muy reservados, así que no sabemos mucho de ellos… excepto en verano cuando están fuera en el jardín haciendo barbacoas. Tienen un bebé que se llama Barry.
—Hola, Mimi —dice Mona—. ¿Puedo hablar con tu padre, por favor? —Tenía la cara muy roja. Mona es el tipo de mujer que se sonroja todo el tiempo.
Me quedé de pie detrás de papá cuando él vino a la puerta.
—Hola, Paul —dijo Brian (Paul es el nombre de papá).
—Hola, Brian. Hola, Mona —dijo papá—. ¿Qué puedo hacer por vosotros?
—Bueno —empezó a decir Brian—, no sé por dónde empezar, pero…
—Sabemos lo difícil que deben de ser para ti las cosas desde que Rosa… ya sabes… falleció, pero… —Y ahora Mona estaba todavía más roja y se miraba los zapatos.
—Es solo que… —intervino Brian.
—¡No podemos dormir! —Soltó Mona.
—Y Barry tampoco puede dormir —dijo Brian—. ¡Y esto tiene que parar!
—¿El qué tiene que parar? —preguntó papá con pinta de estar desconcertado…, pero yo sabía de qué estaban hablando.
—¡El escándalo! —dijo Mona—. El horrible escándalo que hay todas las noches… La televisión a todo volumen, la música a todo volumen y, lo peor de todo, la batería… sonando y sonando casi toda la noche y todas las noches. ¡Bang bang bang bang sonando y sonando! —Mona tenía la cara realmente muy roja.
Brian asentía una y otra vez y miraba muy serio.
—¡Oh! —dijo papá. Y entonces se quedó ahí de pie y se puso a escuchar. Y desde luego la tele rugía en el salón y Conor estaba enloquecido con la batería y Sally había decidido poner su música… a todo volumen. La casa sonaba como un carnaval.
Papá inclinó la cabeza a un lado como un pájaro que trata de oír gusanos.
—Es ruidoso, ¿verdad? —dijo, como si estuviera notando el ruido por primera vez.
—¡Sí! —dijeron Mona y Brian a la vez.
Ahora fue papá el que se puso rojo.
—Lo siento mucho —dijo—. ¿En qué he estado pensando? ¡Este ruido es terrible! ¿Por qué no lo mencionasteis antes? Me siento tan avergonzado… ¡Esto va a parar inmediatamente, no os preocupéis! De veras que lo siento.
—Gracias, gracias —murmuraron Mona y Brian a la vez mientras se alejaban de la puerta.
Papá dio la vuelta sobre sus tobillos, fue al salón y apagó la tele. Luego se dirigió directamente al piso de arriba, entró en la habitación de Sally y dio un tirón al enchufe de los altavoces de su iPod. La siguiente parada fue la habitación de Conor… Se quedó boquiabierto cuando papá le arrancó los palillos de las manos y se marchó por las escaleras, con el cuello tan rojo como un tomate.
Ahí es cuando decidí irme a la cama. Doce cosas malas en un solo día son suficientes. Me metí el pulgar en la boca y le dije a la foto de mamá que no iba a hablarle porque era culpa suya por dejarse atropellar en la bici y dejarnos solos para que nos arreglemos por nuestra cuenta.