Capítulo 24

De camino al colegio la tía M nos pidió que escribiéramos los nombres (y los números de teléfono y direcciones si los sabíamos) de los amigos de Sally. Claro que Conor no sabía ninguno de los nombres y yo solamente sabía muy pocos. Sally se junta con amigos nuevos desde que mamá murió y la verdad es que ellos no hablan mucho cuando me los encuentro. No hacen más que quedarse ahí de pie con pinta de aburrirse y masticando chicle, y a veces fumando.

—Van todos de negro —dijo Conor—. Son góticos, o algo así. ¿Cómo se llama esa que tiene un pendiente en la lengua, Mimi?

Yo a esa la conocía porque era la hermana de Sarah. Daba miedo, pero parecía más agradable que la matona de su hermana.

—Se llama Tara Sinclair. Conozco a su hermana. Vive en 56 Byside Close. Pero eso es lo único que sé —le dije a tía M, pero ella dijo que estaba bien. Tara sabría el nombre de las otras amigas.

—Deberíamos quedarnos en casa y ayudar a buscar a Sally —dijo Conor.

—Si hay noticias os lo haremos saber —respondió la tía M, en realidad sin contestarle a él—. No tiene sentido que todo el mundo haga una montaña de un grano de arena —dijo sonriendo, y apretó la rodilla de Conor.

Eso era típico de la tía M. Si estuvieras en un barco que se hunde, tipo Titanic, diría algo que te haría sonreír y te distraería del problema.

—Muchas cosas peores que Sally yéndose a pasear por unas horas han pasado en «Sureños», ¿verdad, Mimi?

Yo sabía que estaba tratando de animarme… y me hacía sentir mejor cuando decía cosas así.

Dejó primero a Conor. Yo llegaba tarde otra vez, así que la tía M entró en el colegio conmigo y habló junto a la puerta con la señorita Hardy durante unos diez minutos. Cuando entró, la señorita Hardy simplemente me sonrió y no dijo nada…, pero pude ver a Sarah mirándola con los ojos afinados y supe que tendría problemas en el recreo.

Sin embargo, a la hora del recreo la señorita Hardy me pidió que me quedara. Cuando todo el mundo había salido, me llamó para que fuera a su mesa.

Yo pensé que sabía para qué era.

—Intenté hacer mis deberes, señorita Hardy —solté de golpe—. Estaba en medio de un problema de matemáticas cuando la señora Lemon tocó el timbre…

—¡Chist! —dijo la señorita Hardy con voz amable—. No es de eso de lo que quería hablar contigo, Mimi.

—¡Oh! —dije yo, pero podía sentir ese estúpido bulto en la garganta y sabía que si decía cualquier cosa me pondría a llorar.

—Llora si tienes ganas —dijo la señorita Hardy, con una voz tan suave que lo siguiente que hice fue abrazarla y llorar y llorar, y ella me mecía suavemente adelante y atrás y susurraba—: ¡Chist! Ya está, ya está.

Al final dejé de llorar. Mi cara estaba toda mojada y llena de mocos. La señorita Hardy me dio un pañuelo de papel y yo me soné la nariz como una sirena.

—Mimi —dijo la señorita Hardy con su tono de voz normal—, no te preocupes por tus deberes hasta que aparezca tu hermana. Ya verás, probablemente ahora mismo ya esté en casa tomando el té —acabó con una sonrisa—. Ahora corre, antes de que te pierdas todo el recreo —y me echó de la habitación.