Capítulo 18
Esa tarde fui directamente a casa de tía B. No paré en la tienda de la señora Lemon porque temía que, si me retrasaba, Sarah estuviera esperándome fuera para matarme.
Emma abrió la puerta.
—Buenos días, Dig —me saludó, y me dio uno de sus abrazos de persona famosa. Emma y yo vamos a ser famosas cuando seamos mayores, por eso tenemos que practicar nuestros abrazos—. ¿Cómo estás, querido? —preguntó con un tono engreído.
—Estoy absolutamente destrozado, querida Dag —respondí—. He pasado todo el día de compras. ¡Mis pobres piernas se van a convertir en muñones y se me parte la cabeza!
—Lo que tú necesitas es un masaje indio en la cabeza, querido Dig —dijo Emma—, y yo soy la persona indicada para dártelo —y antes de que pueda soltar mi mochila, Emma hunde sus dedos en mi pelo y lo empieza a alborotar todo.
—¡Basta! —dice la tía B apareciendo en el pasillo—. Ahora tenemos que hacer la comida, chicas. ¡Hale, hale!
De comer había un pollo salteado que la tía B había preparado ese mismo día en la carnicería. Le encantaba su nuevo trabajo, y nos contó con detalle cómo hacer salchichas y morcilla de sangre de cerdo seca. Emma me puso una cara rara cuando la tía B fue a la puerta para abrir a Sally, pero el pollo salteado, que yo me estaba encargando de remover, olía riquísimo.
Emmett estaba con Sally y los dos tuvieron que poner la mesa. La tía B separó un poco de pollo salteado para Conor. Fue la mejor comida que he tenido en siglos… ¡Y pensar que la mayor parte la había hecho yo! Puede que sea jefe de cocina cuando crezca…, una cocinera famosa.
Todos lavamos los platos juntos mientras Conor comía. Había traído con él una gran bolsa de equipo de fútbol.
—¿Qué hay en esa bolsa? —le preguntó la tía B.
—Todas las camisetas sucias del equipo de fútbol —le dijo él—. Me toca a mí lavarlas.
Luego nos sentamos a hacer los deberes, lo cual era una buena cosa, porque yo tenía un montón, y también líneas que escribir para la señorita Hardy, pero apenas había empezado cuando sonó el timbre de la puerta.
¡Era papá! No parecía muy contento… pero nunca parece contento estos días.
—Bueno, en pie los tres —ordenó—. Nos vamos.
—¿Qué? —dijo Sally—. Es demasiado temprano. ¡Nunca volvemos a casa a esta hora!
—Bueno, hoy sí lo haremos, Sally. Despídete de tus primos, da las gracias a tu tía B y sube al coche.
—¿Qué prisa hay, Paul? —preguntó la tía B a papá—. Horace puede llevar a los niños a casa más tarde.
—Gracias, pero no, Betty —le dijo papá—. Estos niños vuelven a casa ahora mismo. La maestra de Mimi me llamó para que fuera a hablar con ella, y después de verla hice también una visita a los profesores de Sally y de Conor y estoy horrorizado por lo que me han dicho… todos ellos —sonaba muy enfadado.
Conor puso la cabeza entre las manos y gruñó. Sally cerró los ojos con fuerza y apretó los labios, y yo me puse roja por debajo de la piel.
—De acuerdo, niños —dijo la tía B con un tono de voz sorprendentemente suave—, recoged vuestras cosas y nos veremos la próxima semana. Vamos, hale, hale —y me ayudó a guardar los libros en la mochila y me dio un apretón secreto en el hombro.
Realmente me hubiera gustado quedarme en casa de la tía B, pero papá estaba allí de pie con cara de pocos amigos, sacudiendo las llaves del coche.