Capítulo 27

Todo el mundo se volvió a mirarme cuando entré en la cocina. Estaban todos de pie o sentados igual que cuando había salido. Era como si se hubieran quedado congelados en el tiempo y ahora se pusieran de nuevo en marcha. La tía M me preguntó:

—¿Ya estás bien?

—Sally está bien —solté—. Dice que no llamemos a la policía.

Todos me miraron sorprendidos durante un momento y luego empezaron a hacer preguntas.

—¿Has hablado con ella? —preguntó papá precipitadamente.

—¿Dónde está? —dijo la abuela.

—¿Cómo sabes eso? —quiso saber la tía B.

—¡Dejad hablar a la niña! —les dijo el abuelo a todos.

Yo respiré profundamente. En realidad no quería explicar cómo lo sabía, así que dije:

—Me escribió una nota y dice que está bien y que no llamemos a la policía.

Creí que eso detendría las preguntas…, ¡pero solo empeoró las cosas!

—¿Qué nota?

—¿Dónde la encontraste?

—¿Qué decía la nota exactamente?

—¿Dice que va a volver?

El abuelo tuvo que salir de nuevo en mi rescate.

—Parad todos —dijo. Era curioso oír al abuelo dando órdenes, para variar—. Mimi nos dirá todo lo que sabe si le dais la oportunidad.

Y eso los hizo callar. Entonces papá me preguntó suavemente:

—¿Puedes mostrarnos la nota, Mimi?

Eso era precisamente lo que realmente no quería hacer.

—No —dije.

—¡Oh, por el amor de Dios! —Soltó la abuela—. ¡Su hermana se ha escapado de casa, estamos todos enfermos de preocupación y ella no quiere mostrarnos la maldita nota!

La abuela sonaba muy enfadada. Hablaba de mí como si yo no estuviera allí y eso no me gustaba nada. Sentí un nudo en la garganta.

Entonces papá me atrajo hacia él y me sentó en sus rodillas.

—¡Chitón! —le dijo a la abuela.

Yo pude ver que a la abuela eso no le gustó. Apretó los labios y parecía a punto de explotar. Entonces él me dijo:

—Ahora, cariño, ¿por qué no nos muestras la nota? ¿Sally te ha pedido que no lo hagas?

—Lo he leído en su diario —dije en voz baja, y tuve que mirarme los zapatos. Ahora era mi turno de sentirme avergonzada.

La tía M se agachó a mi lado y me cogió la mano. Yo no podía mirarla, pero había una sonrisa en su voz cuando hablaba.

—Bueno, es gracioso que Sally escriba un diario, porque la única persona que conozco que también lo hacía era tu madre, Rosa. Y eso lo sé, Mimi, ¡porque yo solía leerlo en secreto!

Casi no podía creerlo. La tía M leía el diario de mi madre. Como yo con Sally.

—Algún día te contaré lo que solía escribir —continuó la tía M.

—Mira, siento ser impaciente contigo —la interrumpió la abuela—, pero yo pienso que en estas circunstancias puedes mostrarnos el diario.

—No —dijo papá, y la abuela alzó los ojos al cielo—, no creo que a Sally le gustara que Mimi hiciera eso.

—¡Habrá que tener un poco de sentido común, por el amor de Dios! —Ahora la abuela estaba gritando—. Ya he perdido a una hija…, ¡no quiero perder a una nieta!

Y lo siguiente que ocurrió es que la abuela se puso a llorar en la cocina y el abuelo la abrazó y le susurraba cosas y chasqueaba la lengua.

—Sally va a estar bien, ya lo verás. Pronto estará en casa —le dio un pañuelo de papel. Papá me dijo—: Mimi, ¿puedes escribir el trozo dónde Sally dice que está bien? Eso no será entrometernos.

—Por favor, hazlo, Mimi —sollozó la abuela con una voz muy triste. Yo no dije nada. No hice más que escurrirme de las rodillas de papá y salir de la cocina para subir las escaleras hasta el cuarto de Sally y ponerme a escribir el trozo de diario que querían ver.