17.          Aurora

 

Aurora se tomó un zumo de naranjas recién exprimido y se apoyó en la mesa de la cocina. Miró el reloj y observó agobiada que faltaba mucho para la cena. Podía haber repasado alguna asignatura, pero no tenía la concentración necesaria para ello. El teléfono sonó y mensaje se dejó oír por toda la habitación. Era una compañera, diciendo algo sobre unos apuntes que tenía que dejarle y recordándole que al día siguiente era el entierro de Christie. Aurora lo borró sin contemplaciones. No quería pensar en enterrar a su amiga, a una chica que apenas había empezado a vivir y que, como su hermano, un destino cruel le había arrebatado su futuro. El teléfono volvió a sonar un par de veces, eran compañeras que querían saber a qué hora iría al entierro. Aurora, nerviosa, silenció el móvil y comenzó a vestirse. La casa se le caía encima, así que daría un paseo por el parque hasta hacer tiempo para ir a casa de los dos hermanos. Desechó al instante el pensar en ninguno de ellos. Estar con Aiden había sido increíble, pero en la soledad de su habitación, las dudas volvían a hacer mella en ella. Más cuando recordaba lo que había sucedido en día de Navidad… Deseó intensamente poder hablar con Kendra, pero controló sus deseos de llamarla. Ella ya tenía bastante con la enfermedad de su padre como para que le agobiara con sus problemas. Se vistió rápidamente, tomó las llaves del apartamento y salió cerrando con un fuerte portazo. En el fondo Aurora lamentaba que aquella puerta pagara todos sus enfados, pero era mejor que atacara a un objeto inanimado que a alguien que pudiera defenderse.

El primer sitio al que se le ocurrió ir fue el parque colindante, pero este estaba totalmente tomado por una algarabía de niños chillando histéricamente mientras sus madres charlaban sentadas en los bancos, aparentemente inmunizadas al ruido salvaje de sus retoños. Aurora hizo un gesto de hastío y decidió que era mejor buscar otro emplazamiento en el que pasar las horas que le quedaban. Recordó que cerca del bar había una gran librería en la que nunca había tenido ocasión de entrar. Seguro que allí habría cientos de libros interesantes. Ávida, se dirigió a ella rápidamente.

La librería, perteneciente a una gran cadena, tenía un pequeño restaurante y un jardín donde sentarse a disfrutar de las novelas compradas. Tenía tres plantas y Aurora decidió que tenía tiempo suficiente para recorrerlas todas. Echó una rápida ojeada a la sección de novela y a la de oportunidades y se dirigió directamente a la sección de arte. Aquella cadena de librerías se caracterizaba por sus ofertas en este campo y lo que vio no la decepcionó. Dos libros de considerable tamaño en los que se resumía, con unas reproducciones inmejorables, la historia del impresionismo y sus principales representantes. Sintió la tentación de comprárselo, pero no lo hizo, no solo por ahorrar sino también porque en su diminuto apartamento no había espacio para ese tipo de libros.

¿Aurora?

La chica se giró asustada y se encontró con que Gabriel la miraba sorprendido. Su corazón dio un vuelco. Lo último que necesitaba ahora era estar a solas con él. Lo que había pasado con Aiden llevaba confundiéndola todo el día y ver a Gabriel complicaba todo aún más. No había mentido cuando le había dicho a Aiden que en sus brazos olvidaba completamente a su hermano y solo le deseaba a él, pero tener cerca a Gabriel le recordaba peligrosamente lo que este le hacía sentir. Con un hilo de voz preguntó:

¿Qué haces aquí?

¿Esa pregunta no tendría que hacerla yo? Este es mi barrio —bromeó él, intentando no darle importancia.

Ya, pero...

La idea de leer no va conmigo. ¿No es eso? —la interrumpió.

Yo no he dicho eso —se defendió Aurora.

No, pero lo has pensado. Quizá debería confesarte que una de mis máximas es aquella frase de Jeremy Collier que dice: “Los libros nos hacen llevaderos los momentos de soledad e impiden que seamos una carga para nosotros mismos —comentó Gabriel.

Está bien, aunque yo prefiero aquella que dice: “Los libros son las abejas que llevan el polen de una inteligencia a otra”—le contestó ella.

¿De J.Russell Lowell?

Ella asintió y él añadió en un tono aún más irónico:

¿Y qué me dices de aquella otra de William Styron que dice “Un gran libro debe darnos muchas experiencias y dejarnos algo cansados cuando lo terminamos, pues al leerlo hemos vivido varias vidas”?

Aurora no pudo evitar reír y preguntó con sorna:

¿Vamos a pasarnos el resto de la tarde hablando con citas?

No, además aún no me has contestado. ¿Qué haces aquí?

Pasar el tiempo —contestó con desinterés.

¿No has venido a comprar ningún libro?

No exactamente. Me gusta ver los libros de arte aunque no pueda comprarlos. ¿Y tú?

Me apetecía dar una vuelta.

Su rostro se contrajo. En realidad, llevaba todo el día intentando buscar excusas para no volver al apartamento, para no inspirar el olor al perfume de Aurora allí, para no recordar que había dormido con su hermano. Le había dicho a Aiden que estarían bien, pero ahora que la tenía delante se le antojaba mucho más difícil pensar en que apenas hacía unas horas hubiera estado en brazos de otro que no fuera él. Ella detectó su malestar y preguntó:

¿Fue bien ayer con el proveedor?

Sí, he regresado esta tarde —mintió Gabriel.

Se hizo un incómodo silencio y al final ella se atrevió a preguntar:

¿Te ha avisado Aiden de que hemos quedado esta noche antes de abrir el bar para cenar y comentar el caso?

El rostro de Gabriel no traslució ningún sentimiento, aunque una punzada de celos le atravesó el corazón. Por ello respondió:

Sí, pero aún falta mucho. ¿Quieres que nos sentemos en la cafetería y tomemos algo?

Aurora asintió con la cabeza y él se interesó:

¿Cuál es tu género de libro favorito?

Procuro leer un poco de todo. Christie, en cambio, era una enamorada de la novela romántica.

Al nombrar a su amiga sus ojos se nublaron. Gabriel, apreciando el cambio que se había producido en su expresión, intentó cambiar de tema comentando:

Hoy he leído una nueva cita. De V.S. Naipoul. Dice que “No se es uno mismo al nacer. Uno nace con un montón de expectativas encima, con un montón de ideas de otros. Y hay que abrirse camino a través de todo eso.” Me ha recordado a ti.

Aurora sonrió emocionada y sus miradas se entrelazaron, aunque el momento de intimidad se rompió por la llegada de la camarera. Ambos lo advirtieron, a pesar de que ninguno hizo comentarios al respecto; Aurora simulando que leía un periódico que había sobre la mesa y Gabriel quitándose una invisible mota de polvo. Ninguno de los dos engañó a la camarera.

 

 

Una hora más tarde ambos entraban en el apartamento con el grito de Gabriel “¡Huele a Lasaña!” mientras movía la nariz como si fuera un husmeador y Aurora reía. Aunque una parte de ella temía que fuera muy incómodo estar con ambos, Gabriel parecía empecinado en hacerla sonreír desde que habían salido de la cafetería y lo cierto es que lo había conseguido. Su complicidad hizo sospechar a Aiden, que se atrevió a preguntar:

¿Os habéis encontrado en las escaleras?

No exactamente, es una larga historia, así que pasemos de ella y centrémonos en la cena —contestó Gabriel mientras se dirigía al baño.

Aiden sintió una punzada de celos ante su vaga respuesta. No podía evitar que su hermano intentara estar con Aurora, pero la idea de que ella le aceptara le volvía loco. Por ello la miró interrogativamente y ella le aclaró con dulzura, temiendo que se hiciera una idea equivocada:

Nos encontramos por casualidad en la librería que hay cerca del bar. ¿Has averiguado algo más?

Nada que te pueda quitar el apetito, pero prefería que hablásemos después de la cena.

Como quieras —aceptó Aurora al tiempo que se quitaba la chaqueta—. Además, esa lasaña huele muy bien.

¿Y a qué esperamos? —contestó Aiden mientras la tomaba cariñosamente del brazo, bajo la mirada preocupada de Gabriel, que había salido del baño. En la librería había conseguido que ella sonriera y se pareciera más a la chica que había estado con él el día de Navidad. Pero cuando su hermano estaba cerca, temía que fuera él quien ganara irremediablemente la partida.

 

La cena transcurrió silenciosa. A pesar de que por separado los dos hermanos parecían hacer lo posible porque ella estuviera bien, había una tensión en el ambiente que hizo temer a Aurora que Gabriel supiera lo de su encuentro con Aiden. Sin embargo, este no hizo ningún comentario al respecto, pero los dos hermanos se miraban al uno al otro de una forma retadora a la que no estaba acostumbrada. Y eso era algo que ella odiaba. Por muy confuso que fuera todo, les amaba a los dos lo suficiente como para saber que no permitía que se pelearan por su causa. Tenía que encontrar la forma de romper con aquella situación, y tenía que hacerlo antes de dañar a alguien más que a ella misma.

Aiden la sacó de sus cavilaciones, indicándole que era hora de comenzar a hablar:

A raíz de tu comentario sobre la secretaria de la academia, Ben ha hecho algunas pesquisas bastante interesantes, aunque no lo suficiente como para servir de prueba.

¿De qué se trata? —le interrogó Aurora.

Poco después del tiempo estipulado por el forense para la muerte de tu amiga, la secretaria recibió una llamada de aquella localidad.

¿Habéis identificado la llamada? —preguntó Gabriel.

Corresponde a una cabina de teléfonos que hay dos calles más abajo de donde ocurrió el asesinato. Por desgracia eso no prueba nada.

¿Vais a interrogarla?

De momento preferimos ser cautos. Estamos convencidos que hay algo importante en este asunto y es mejor no estropear las cosas mientras continuamos con la investigación. Ben ha investigado sus cuentas bancarias y hay más de un millón de dólares no justificado. Y eso no es todo. Vive en una casa de su propiedad valorada en seiscientos mil dólares, que no puede permitirse con su salario declarado. Ben ha hablado con el antiguo propietario de la finca. Al parecer la secretaria le explicó que había obtenido el dinero en el bingo, pero no hay ningún casino de pueda certificar esa operación.

Eso es mucho dinero. No puede haberlo conseguido estafando a los alumnos —comentó Aurora.

Eso mismo hemos pensado nosotros. Creemos que el intento de estafa a tu amiga no fue sino una tontería de alguien que no sabe cuándo hay que pararse. Por eso es tan importante que nos sospeche nada y podamos seguir investigándola —insistió Aiden.

Por mí no te preocupes, no diré nada a nadie —le aseguró Aurora.

Bien. Hay algo más A la luz de las nuevas investigaciones, esto podría ser un caso para el FBI, así que hemos hablado con nuestros jefes y hemos acordado que Ben y yo trabajaremos juntos en el caso.

Pero dijiste que tenías un caso muy complicado propio… —protestó Aurora, temiendo estar complicando su vida laboral como ya hacía en lo personal.

No me importa un poco de trabajo extra. Te prometí que te ayudaría y es lo que voy a hacer.

Los ojos de Aurora se llenaron de gratitud casi tan rápido como los de Gabriel de frustración. Su hermano era demasiado perfecto… ¿Cómo se suponía que él iba a tener alguna posibilidad? Aiden sonrió bobaliconamente a Aurora y esta, sabiendo que no era el momento ni el lugar de derretirse por su actitud con ella, propuso:

Se está haciendo tarde, deberíamos bajar al bar.

¿Por qué no te tomas la noche libre? —propuso Gabriel.

Porque estoy bien y me sienta bien trabajar —denegó ella.

En ese caso, te acompaño.

Ella sonrió y girando el rostro hacia Aiden le dijo:

Gracias por la cena, te ha quedado estupenda. ¿Bajarás luego a tomarte una copa?

Él asintió, complacido de que se lo hubiera pedido. Gabriel apretó los puños sin atreverse a decir nada y se enfadó consigo mismo por no poder aceptar que Aurora acabaría con su hermano; porque contra antes lo asumiera, antes terminaría de hacerse daño a sí mismo.