29.          Aurora

 

Aurora entró en el edificio donde estaba su apartamento lamentando encontrarse con su vecina, una anciana extremadamente chismosa. Aurora le puso cara de “Hoy no tengo ganas de hablar”, pero la señora no sucumbió y la hizo detenerse, para después comentar maliciosamente:

Debe de ser muy agradable para usted vivir con alguien. Como siempre digo, no es bueno que una jovencita viva sola, aunque claro, sería mejor que el dueño del apartamento no se entere o le subirá el alquiler...

¿Qué le hace pensar que vivo con alguien?

No lo pienso, querida, es que lo he visto con mis propios ojos.

Movida por un presentimiento, Aurora bajó unos peldaños y musitó:

¿Qué es lo que ha visto?

Un hombre vestido de negro, con el cabello echado hacia atrás y unas botas con espuelas ha entrado en tu apartamento hace media hora, utilizando una llave que he supuesto le habías dado tú. Pero niña, estás pálida, ¿Es que me he equivocado al no decirle nada?

Aurora, totalmente descompuesta, no contestó y se limitó a decir:

Usted no me ha visto y tampoco a ese hombre. Y créame, lo hago por su bien.

Después, y sin dar tiempo a que la señora reaccionara, salió a la calle y se metió en un bar semivacío que había delante de su portería. Su móvil se había quedado sin batería y el bar carecía de teléfono público, pero ante la mirada desesperada de Aurora el camarero la dejó telefonear. Con manos temblorosas marcó el número de Aiden, maldiciendo que saltara el contestador. Repitió la operación con Gabriel, pero también saltó el contestador, así que dejó un mensaje:

Estoy en el bar que hay delante de mi casa. Hay un hombre en mi apartamento y sospecho que es el mismo tipo que me que encontré en el parque, el que me quitó la lista de las profesoras.

Aurora notó que su voz se le helaba en la garganta cuando vio al sujeto salir por la puerta y dirigir la mirada penetrante hacia el bar. De pronto Aurora recordó, al tiempo que una risa histérica la invadía, que desde su apartamento se podía ver la calle perfectamente y que aquel tipo debía haber estado vigilando desde la ventana. Soltó el teléfono y preguntó con un hilo de voz al camarero:

¿Hay alguna salida por atrás? Ese hombre que cruza la calle me persigue.

No, pero puedes esconderte en la trastienda —contestó el camarero comprensivamente, observando como ella temblaba.

Ella asintió agradecida y se dirigió a la trastienda. En una de las esquinas había un montón de cajas apiladas y se hizo un hueco detrás de ellas. Con la respiración entrecortada escuchó la conversación que llegaba del bar. El tipo del parque se había acercado a la barra y el camarero le saludó con parsimonia:

Buenas tardes, ¿puedo ayudarle?

¿Dónde está la chica? —preguntó a su vez el hombre en tono gélido.

¿Qué chica? Tengo muchas clientas.

La pelirroja. La he visto entrar con mis propios ojos.

Y ha entrado —afirmó el camarero, sin mostrar vacilación en su voz —. Pero ha salido enseguida, solo quería telefonear.

El caso es que esa chica es mi hermana, y últimamente ha estado muy deprimida. No queremos que haga ninguna tontería y por eso es mejor que me diga a dónde ha ido, porque estoy segura de que no ha salido de aquí.

Lo siento, no puedo ayudarle —contestó el camarero en el mismo tono, aunque algo más tenso.

Una risa cruel se dejó oír por todo el bar y el tipo espetó:

¿Sabes lo que se siente cuando te disparan a un pulmón y te vas desangrando lentamente?

¡No!

El grito de Aurora paralizó el disparo y el hombre entró rápidamente en la trastienda. Ella se retorció detrás de las cajas, y él gritó:

Sal de ahí. Si me haces que tenga que buscarte será todavía peor para ti.

Aurora notó que su cara se le empapaba por las lágrimas incontenibles que fluían de sus ojos y se pegó más contra la pared. De pronto, vio la sombra del sujeto acercándose hacia ella. Se acurrucó aún más y cerró los ojos temiendo lo peor, para abrirlos un segundo después al oír la sirena de un coche de policía. El tipo salió corriendo sin detenerse a buscar a Aurora y esta se quedó quieta, paralizada de terror como estaba. El camarero vino en su busca al tiempo que un par de policías corrían detrás del asesino. Le preguntaron algo, pero no podía contestar, era como si sus cuerdas vocales se hubieran quedado paralizadas. Intentó levantarse, pero sus piernas tampoco parecían responder, así que el camarero la ayudó y la sostuvo, hasta acompañarla a una de las mesas del bar. El camarero abrió una botella y se sirvió una copa, ofreciendo otra a Aurora que esta rechazó. Pasado un tiempo que se les hizo interminable y en el cuál tácitamente ninguno de los dos dijo nada, se empezaron a escuchar más sirenas de la policía. Aurora miró instintivamente a la puerta y vio entrar a Gabriel. Tenía el semblante pálido y preocupado y lo primero que hizo cuando la vio fue abrazarla y decirle:

Estás bien, cariño. Y no dejaremos que nadie te haga daño.

Aiden entró poco después seguido por unos policías. Con voz ronca les explicó:

Estamos acordonando la zona. No entiendo absolutamente nada de lo que está pasando, pero ese tipo no se nos va a escapar. Es mejor que no estéis en la calle, así que quiero que vayáis al apartamento de Ben. Aquí están las llaves.

¿Por qué no podemos ir a nuestro apartamento? —le preguntó Gabriel.

Porque no sabemos si ese tipo conoce nuestra dirección y no quiero correr más riesgos. Ya lo he estropeado bastante.

Aiden, no es culpa tuya —se apresuró a decir Aurora.

Casi has muerto porque te dije que no tenías que preocuparte… —le recordó él —. Y ahora, marcharos y si surge algún problema, llamadme. Yo os diré algo en cuanto averigüe que sucede

 

La pareja salió del bar y se subió a la moto de Gabriel. Ninguno de los dos habló en todo el trayecto, pero Aurora agradeció las caricias tranquilizadoras que Gabriel le daba cuando se detenían en algún semáforo. Lo más ridículo de todo, pensó Aurora, era la calma de la ciudad. En su barrio unos policías se jugaban la vida corriendo detrás de un asesino que por pocos segundos no había terminado con ella; en otros el dolor vendría dado por cualquier otra situación que era importante por el mero hecho de que hacía sufrir a los que la vivían. Y, a pesar de todo ello, el paisaje nocturno de la ciudad era de paz y silencio únicamente roto por algunos regazados en la hora de volver a casa, los camiones de la basura y algunos gatos hambrientos. Aurora echó la cabeza hacia atrás intentando que su mente quedara en blanco y Gabriel paró la moto temiendo que se hubiera mareado. Ella denegó con la mirada y siguieron hasta la casa de Ben, situada dos manzanas más abajo. El apartamento, en su estructura, muy parecida a la de los dos hermanos, pero el desorden imperante demostraba claramente la falta de alguien tan ordenado como Aiden. Aurora apartó algunos periódicos y una bolsa semivacía de patatas fritas del sofá y se dejó caer en él. Gabriel le preguntó:

¿Cómo estás?

Aurora se encogió de hombros sin saber qué decir y él añadió solícito:

¿Quieres beber algo?

Sí, por favor, pero que no sea una copa de coñac. Eso fue lo que me ofreció el camarero.

Él sonrió y desapareció por el pasillo. Aurora, por hacer algo, tomó una de las carpetas que Ben tenía tiradas en el sofá y la abrió. Para su sorpresa descubrió que no había nada escrito, sino que cada hoja era un símbolo. Curiosa, los pasó hasta que llegó a uno que le resultó conocido. Lo observó más detenidamente y sintió que la sangre se le helaba en las venas. Con un hilillo de voz llamó:

¡Gabriel!

¿Qué sucede?

¿Conoces estos signos?

Él desvió la mirada y la reconvino diciendo

No deberías tocar eso. Aiden tiene la misma carpeta y es de un caso altamente secreto; una operación conjunta del FBI con la policía de Nueva York, por eso se conocen con Ben.

Pero yo conozco esos símbolos —protestó Aurora.

¿Qué estás diciendo?

Son los mismos símbolos que yo he visto en la agenda de mi profesora y en unos papeles que se le cayeron del bolso a la secretaria. En ambos casos los vi por accidente y las dos mujeres se apresuraron a guardarlos. ¿Crees que están relacionadas con el caso?

Gabriel se llevó las manos a la cabeza y contestó con voz queda:

No tengo ni la menor idea, y tampoco sé qué pensar. ¿Estás segura de lo que dices?

Totalmente —reiteró Aurora.

Bien, en ese caso voy a llamar a Aiden. Quién sabe si esta sea la pieza del rompecabezas que necesitábamos para colocar las demás.