31.          Epílogo

 

Desde la marcha de Gabriel y Aurora, Aiden había estado actuando en piloto automático. Se pasaba el día trabajando en el caso y, aunque estaba agotado, al menos eso le impedía rendirse al dolor que sentía cada vez que pensaba en la lejanía de su hermano y de Aurora. Pero aquella noche Ben le había obligado a irse a casa, diciéndole que si continuaba de ese modo, terminaría por comenzar a cometer errores que en nada ayudarían a que su hermano pudiera regresar a la ciudad. Aiden lo había aceptado, sabiendo que tenía razón, pero no había ido a su apartamento a descansar como él le había dicho, sino que se dirigió al apartamento de Aurora. Se había negado a sí mismo ir allí porque si recogía sus cosas tendría que reconocer lo sucedido no era una pesadilla de la que podría despertarse, que todo era verdadero:

Aurora se había ido

Su hermano se había ido.

Estaba solo, y podían pasar años ante de que pudiera conseguir que volvieran.

Inspiró profundamente. Él había hecho lo correcto, lo lógico. Aurora estaba más segura en el programa de protección de testigos y que su hermano estuviera con ella era la mejor garantía de que no estaría sola, de que el sufrimiento porque el destino se la había jugado una vez más sería menor con Gabriel a su lado. Sabía que los dos encontrarían la forma de hacerse felices el uno al otro a pesar de las duras circunstancias, pero la angustia por su ausencia quemaba tan intensamente su corazón que parecía que no iba a dejar nada de él.

Se sintió que no podía más, abandonado, y por primera vez desde que muriera su abuela, se arrodilló en el suelo y comenzó a llorar, sintiendo que por fin podía dejar que su corazón roto sangrara a través de las lágrimas que se había negado a sí mismo los últimos días.

Estuvo así largo rato, hasta que el sonido de la puerta le alarmó. Se apresuró a secarse los ojos, pero por la mirada de la mujer que entró supo que lo había detectado, aunque fue lo bastante educada para no nombrarlo. Ella le miró unos segundos y adivinó:

Tú debes ser Aiden. Aurora te describió, era buena haciéndolo Yo soy Kendra, su amiga.

Él se levantó y sintió que una corriente de simpatía emanaba de ella a través de sus ojos grises mientras hablaba. Era alta y tenía el cuerpo esbelto, con bonitas curvas acentuadas por la ropa que llevaba: unos estrechos leggins negros y una camiseta ceñida del mismo color. Llevaba el cabello largo hasta el pecho, pero a diferencia del de Aurora el suyo era liso y rubio. Sus facciones eran bonitas y hacían conjunto con el resto de ella, ya que eran muy suaves. Aiden no pudo evitar que pensar que era exactamente como Aurora la había descrito: una belleza elegante, dulce, cálida. Entonces recordó algo más que le había explicado y se interesó:

¿Cómo está tu padre?

Ella se sorprendió de su interés y contestó con sinceridad teñida de remordimientos:

Ha mejorado. Pero no lo hizo a tiempo de que yo estuviera a tiempo para venir cuando Aurora me necesitaba. Desde que nos conocimos supe que ella siempre estaría a mi lado, pasara lo que pasara; pero yo no estuve cuando ella me necesitó.

Tu lugar estaba al lado de tu padre, era lo que Aurora quería —le recordó él.

Pero ahora se ha ido y ni siquiera pudo decirme a donde se iba. Solo recibí un mensaje diciéndome que estaría bien, pero que estaría mucho tiempo fuera y que había tenido que dejar todo atrás a causa de lo que había sucedido en la academia.

Los ojos de Aiden volvieron a brillar y ella tomó aire antes de atreverse a preguntar:

Tu hermano se ha marchado con ella, ¿verdad?

Sí —asintió él lentamente—. Nunca nos habíamos separado y ahora tampoco sé cuándo volveré a verle.

¿Ellos están bien?

Sí, pero no puedo decirte nada más, de hecho, ni siquiera yo sé dónde están. Es más seguro así.

¿Podrán volver pronto?

Es para lo que trabajo a todas horas, pero no puedo prometerte fechas.

Su voz se quebró y ella le dijo con voz amarga:

Igualmente, guardaré todas sus pertenencias hasta que vuelva. El dueño del apartamento me ha dado hasta final de semana para recogerlo todo y buscar un sitio donde dejarlo. Supongo que estás aquí por lo mismo.

La verdad es que no sé ni por qué estoy aquí. Solo quería…

Se interrumpió, incapaz de continuar, y Kendra comentó comprensiva:

Te comprendo. Ella es mi mejor amiga y no puedo creer que ya no esté aquí, que no sepa cuándo voy a volver a verla. De ahí el segundo motivo por el que estoy aquí.

Aiden la miró interrogativamente y ella se confesó:

Las noches que pasaba con Aurora eran la válvula de escape de mi mundo. Ella me comprendía de una forma que nadie más sabe hacer. No esperaba que fuera perfecta y no me pedía nada excepto mi amistad. Es maravillosa y nunca había contemplado la posibilidad de que un día se fuera, de que no estuviera en mi vida. Y ahora que lo ha hecho no sé cómo reaccionar. Así que he venido a pasar una última noche aquí, en una especie de homenaje.

Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras una sensación de vacío se apoderaba de su estómago. El apartamento se le antojaba claustrofóbico ahora que no sentía la presencia liberadora de Aurora en él. Entre aquellas cuatro paredes había reído y había disfrutado sabiendo que podía ser ella misma en todo momento, con la seguridad que Aurora seguiría siendo su amiga le contara lo que le contara. No tenía esa seguridad con Louis, no con ningún otro amigo. Y todavía no sabía por qué, había sido capaz de explicárselo a aquel desconocido, quizá porque le había visto llorar cuando había entrado en el apartamento, quizá porque era la única persona que podía comprender su pena.

Hoy hubiera sido la noche libre de Aurora, vuestra noche de chicas… —adivinó él.

Sí. Pizza, vino, helado y conversación. Sé que no suena a gran cosa, pero era genial.

Su voz estaba impregnada de la misma tristeza que emanaba de sus ojos y Aiden confesó a su vez:

Cada noche, cuando llegaba del trabajo, no importaba lo cansado que estuviera, siempre bajaba a hablar un rato con mi hermano al bar. Ahora ni siquiera puedo enviarle un mensaje.

Se hizo un silencio, ambos perdidos en su propio dolor, hasta que él comentó:

Si quieres podemos guardar las cosas de Aurora en mi apartamento. Puedo volver mañana con las cajas.

Eso sería genial —contestó Kendra con una sonrisa que volvió a iluminar su rostro—. Si me avisas de cuando vendrás te ayudaré a envolverlo todo.

Perfecto.

Un sentimiento de calidez la embargó mientras él hablaba. Era tan reconfortante estar con alguien que comprendía su sufrimiento… Louis no había mostrado ninguna lástima por la repentina marcha de Aurora, al contrario, había comentado con desdén que era una alocada que debía haber salido corriendo detrás de algún tipo que había conocido en el bar. Kendra no le había sacado de su error. Cuando Aurora la había llamado para avisarla de lo que sucedía, le había hecho prometer que no se lo diría a nadie. Y, francamente, tampoco le apetecía compartirlo con Louis, que seguro que hubiera encontrado la forma de culpar también a su amiga de lo sucedido. Pero aquel guapo hombre de ojos azules que parecían traspasar el alma se sentía exactamente igual que ella. Y, además, era tan relajante volver a estar en el apartamento de Aurora… Desde que había vuelto de Chicago, Louis no había parado de quejarse de lo mucho que había trastocado la rutina de él y de sus hijos que ella se hubiera marchado. En su mundo perfecto no había sitio para los imprevistos como que ella dejara el hogar unos días para cuidar de su padre. Sus recriminaciones se le habían antojado más difíciles de soportar que nunca, más ahora que no tendría a Aurora para reírse de ellas, para que la ayudara a hacer más llevadero todo lo que no le gustaba de su vida. Su mirada volvió a la de Aiden, que parecía tan necesitado de compañía como ella y antes de poder reflexionar le preguntó:

¿Tienes algo que hacer esta noche?

No, por hoy ya he terminado mi turno y he cerrado el bar de mi hermano unos días, hasta que vea la forma de organizarlo. ¿Por qué?

He pedido una pizza grande, debe estar a punto de llegar. Todavía queda helado en el congelador y esta tarde he dejado un par de botellas de vino en el armario. Se suponía que iba a beber sola, pero quizá te apetece que la homenajeemos juntos, en plan “noche de amigos de Aurora” —propuso ella, expectante.

Una sonrisa asomó a los labios de Aiden por primera desde la partida de su hermano y Aurora, y contestó abiertamente:

Pizza, helado, vino y conversación contigo. Te aseguro que es la mejor oferta que me han hecho en mucho tiempo.

Kendra le miró, sintiendo que su mirada la hacía estremecer. Aurora tenía razón cuando decía que Aiden tenía un magnetismo difícil de obviar. Sin embargo, se recordó a sí misma que solo estaban allí en calidad de amigos y que él amaba a Aurora, por no hablar de que ella le llevaba diez años. Así que suspiró, tranquilizó a sus hormonas y comentó:

En ese caso, ves abriendo la botella. Yo me encargaré del repartidor de pizza, le oigo llegar por el pasillo.

 

Diez minutos más tarde, ambos estaban sentados sobre los cojines. Aiden ofreció una copa de vino a Kendra, que comentó:

Aurora y yo siempre brindábamos por algo. ¿Te parece bien que lo hagamos por ella y tu hermano?

Él asintió, subyugado por la forma de actuar de Kendra, comprendiendo por qué a Aurora le había sido tan fácil dejar caer sus barreras con ella, por qué la apreciaba tanto. Kendra tenía una dulzura innata que resultaba relajante, una conversación brillante y, al igual que sucedía con Aurora, combinaba en su mirada fortaleza y sufrimiento. No podía estarle más agradecido por haberle invitado a cenar, y no pudo evitar pensar que no quería que aquella fuera la última vez. Con una sonrisa acercó su copa a la suya y, al brindar, las yemas de sus dedos se tocaron levemente. Sus miradas se cruzaron por la leve caricia que eso suponía y, al hacerlo, ambos comprendieron que el destino podía ser cruel en ocasiones; pero, en otras, colocaba delante de ti a la única persona que podía hacer más llevadero tu dolor.