23. Gabriel
Gabriel jamás se había preocupado tanto por una chica como lo hacía con Aurora. No estaba en su naturaleza alterarse tanto por las cosas, pero todo había cambiado desde que la conociera, más con lo que había sucedido con sus compañeras. Por ello preguntó por enésima vez:
—¿Estás segura de que estarás bien sola?
—Esto es una biblioteca, no un callejón oscuro del Bronx en mitad de la noche—se burló ella—. Tú habla con el proveedor y mientras tanto yo devolveré los libros y haré la lista para Aiden. Puedes recogerme cuando termines.
Gabriel sopesó las posibilidades. La idea de dejarla sola no le agradaba, pero sabía que a Aurora no le gustaba que se preocupara excesivamente por ella, así que decidió que ya era hora de que la hiciera sonreír, por lo que jugó con un cabello mientras la miraba seductoramente. Una sonrisa asomó a sus labios y protestó:
—¿Y ahora qué?
—Estoy pensando que me encantaría verte con las gafas puestas y el bolígrafo en los labios escribiendo esa lista —contestó él en tono provocador.
Aurora no pudo evitar reír. Aunque era evidente que ninguno de los dos hermanos se le insinuaba delante del otro, en privado era otra cosa, sobre todo en el caso de Gabriel. En tono juguetón contestó:
—No llevo gafas…
—En ese caso puedo completar mi fantasía sin que tampoco lleves ropa…
Sus palabras tuvieron el poder de estremecerla, más si recordaba lo bien que se sentía cuando ambos estaban sin ropa. Pero no era el momento ni el lugar, así que susurró:
—Tú ves a hablar con tu proveedor y yo entro en la biblioteca. Y luego ya hablaremos de la ropa.
Los ojos de Gabriel brillaron traviesos, más cuando ella se mordió el labio de aquella forma tan sensual. Sin embargo, recordó el motivo por el que la había acompañado y le dijo:
—Me parece bien, pero si tienes detectas algo sospechoso me avisas.
Aurora sonrió para sus adentros, halagada por su preocupación y entró en la biblioteca. Después de devolver los libros buscó un lugar para escribir la lista mientras esperaba a Gabriel, pero la sala de lectura estaba ocupada en su totalidad. Aurora echó un vistazo general y, observando que ninguno de los estudiantes semienterrados por cajas de apuntes tenía la intención de dejar su puesto, decidió salir al parque que había delante de la biblioteca a escribir la lista. Con el máximo silencio que sus zapatos de tacón le permitían, se dirigió a la entrada, no sin antes avisar a Gabriel de que le esperaba dentro de diez minutos. La tarde era una delicia, con una brisa suave que no enfriaba lo suficiente el ambiente para ser desagradable pero que sí permitía eliminar el sopor acumulado en la atmósfera cargada y silenciosa de la biblioteca. Había algunas madres con niños que gritaban exasperadas, algunas quinceañeras explicándose sus problemas amorosos y unos abuelos hablando de los tiempos pasados. Aurora se hizo paso entre todos ellos hasta llegar a un banco apartado, pero no lo suficiente como para que Gabriel no la viera. Se sentó y, tomando una hoja de la carpeta, empezó a memorizar nombres. De algunas de las profesoras, especialmente de las del curso anterior, no recordaba el apellido, pero suponía que no sería muy difícil para Aiden averiguarlo. Ya tenía casi terminada la lista cuando sintió la desagradable sensación que alguien estaba leyendo lo que escribía por detrás de ella. Creyendo que era Gabriel se giró con una sonrisa, pero esta se congeló cuando se encontró con un hombre de aspecto poco recomendable. Iba todo vestido de negro, con el cabello peinado hacia atrás y unas botas con espuelas. Sus ojos eran fríos y sus labios se cerraban en una mueca tan dura como desagradable. Inconscientemente, Aurora se levantó e intentando mantener la calma le preguntó:
—¿Quieres algo?
El tipo encendió un cigarrillo lentamente y contestó:
—Nada en particular. ¿Vienes mucho por este parque?
—Tengo que irme.
Mientras lo decía se agachó para coger la carpeta, pero el hombre la sujetó por el brazo al tiempo que le preguntaba:
—¿Por qué tienes tanta prisa?
—Me están esperando —contestó ella intentando mantener la calma.
Él acentuó la presión sobre su brazo y Aurora se giró asustada, advirtiendo que en aquel momento Gabriel salía de la tienda del proveedor y la buscaba con la mirada. El tipo también lo vio y la soltó, lo que ella aprovechó para marcharse sin detenerse a coger la carpeta. Cuando llegó al lado de Gabriel y le explicó lo sucedido el hombre ya había desaparecido. De la mano de Gabriel se acercó de nuevo al banco y tomó la carpeta. Después se agachó debajo del banco y rebuscó entre los matorrales. Él le preguntó:
—¿Qué buscas?
—La lista de mis profesoras. Estaba encima de la carpeta cuando me fui contigo. Puede que la haya cogido ese tipo, aunque no se me ocurre por qué haría algo así. .
—Probablemente ese hombre solo es una de las muchas personas raras que andan por este mundo. Aunque si quieres pudo llamar a Aiden y comentárselo.
—No es necesario, no quiero molestar a Aiden por una tontería. Lo que me recuerda que debo hacer otra lista.
—Podemos ir a tomar un café y la escribes bajo mi estricta vigilancia para asegurarme que ningún indeseable vuelve a acercarse a ti.
Aurora rio de nuevo y le preguntó:
—Solo por curiosidad, ¿Desde cuándo te has vuelto tan protector?
—Desde que tú me dejas serlo
Su corazón dio un vuelco y tomándole de la mano jugueteó con sus dedos mientras le decía con una sonrisa complacida:
—Será mejor que vayamos a tomar ese café.
Gabriel apretó su mano con más fuerza, sintiendo que el deseo volvía a apoderarse de él. De algún modo una caricia con Aurora se convertía en una llama que prendía en él de un modo que jamás hubiera considerado posible. Y, sin embargo, ahora tenían que centrarse en la investigación. Así que con suavidad la llevó hasta la cafetería. Allí, mientras ella escribía la lista, se deleitó observando su belleza, que no era tan llamativa como cuando estaba en el bar, pero que para él siempre resultaba preciosa. Y, cuando ella alzó la vista, se dio cuenta de que, a diferencia de cuando la había conocido, su sonrisa era cada día más dulce y relajada, incluso en aquellos días inciertos que estaban viviendo. Y no pudo sino preguntarse si era él o su hermano quien había obrado ese cambio en ella.