Capítulo 10
Amanda siguió a Robbie a través de varios pasillos y salas, de una biblioteca, de una terraza donde varias parejas estaban bailando al son de una guitarra española, hasta el pie de una escalera.
Fueron al piso superior y Robbie abrió una puerta que parecía conducir a una especie de estudio. Estaba un poco oscuro. Estaba amueblado con antigüedades exquisitas de madera y las paredes estaban decoradas con fotografías y litografías de escenas variopintas en las que los protagonistas eran siempre caballos, instantáneas de los Preston recibiendo premios y los últimos metros de la llegada de algunos de los caballos más famosos de Quest.
Aquél era el mundo donde siempre había vivido Robbie.
Siempre lo había visto en los establos, montando a caballo o atareado con otros empleados, con sus pantalones vaqueros y sus camisetas de manga corta. Aquella noche, sin embargo, lo veía por primera vez como el heredero de una inmensa fortuna, como un hombre que siempre había vivido en la abundancia.
—Estás impresionante —murmuró Amanda sin saber cómo decirle lo atractivo y sensual que estaba con su esmoquin.
—Como sigas mirándome así —replicó Robbie—, corremos el riesgo de terminar esta conversación de la misma manera que terminamos últimamente todo.
—¿Cómo lo terminamos exactamente?
—Perdiendo el control —contestó alejándose de ella y acercándose a la ventana—. Además, dado que has dejado muy claro que no quieres estar conmigo, creo que deberías hacer las cosas con más cuidado —añadió sirviendo dos copas y dándole a ella una.
—¡Vaya! —exclamó Amanda al beber un sorbo y sentir cómo el alcohol le quemaba la garganta—. ¿Qué es esto?
—Maker's Mark —contestó Robbie—. Bourbon hecho aquí, en Kentucky —añadió viendo cómo Amanda tomaba otro trago cerrando los ojos—. Y bien… ¿De qué querías hablar? —preguntó empezando a dar vueltas por el estudio.
—Quería disculparme por lo que pasó el otro día.
—Me dijiste que no querías tener una relación conmigo, de modo que no me ha extrañado el que no me hayas llamado en toda la semana —dijo Robbie haciendo girar una bola del mundo que estaba sobre una mesa—. Soy yo el que debe disculparse por haberte forzado a esto cuando estaba claro que tú no querías, ha sido un error.
La frialdad de su voz le dolía tanto como el que no la estuviera mirando a la cara. Pero entendía por qué se sentía así. No podía culparlo.
—No —dijo Amanda acercándose a él, aunque no demasiado—. No me forzaste a nada. Y, si lo hiciste, te lo agradezco, porque era lo que necesitaba para despertar del letargo en que había estado y empezar de nuevo con mi vida.
Robbie se dio la vuelta y la miró de una forma distinta.
—¿Qué estás diciendo?
—Lo que he dicho es que haber estado contigo me ha ayudado a reaccionar —contestó mientras oía Moonglow, el tema que estaba tocando en ese momento la orquesta escaleras abajo—. La muerte de mi marido me sumió en una depresión en la que he estado viviendo durante dos años. Nunca me había vuelto a fijar en un hombre. Pero apareciste tú, no te diste por vencido y lo cambiaste todo.
—Nunca quise forzarte a nada, aunque reconozco que, a veces, soy demasiado cabezota y no soy capaz de aceptar los puntos de vista de los demás. Pero si repites esto delante de alguien lo negaré rotundamente —dijo sonriendo.
—Lo creas o no, necesitaba esa fuerza. Me has hecho ver todo lo que me estaba perdiendo —dijo Amanda—. He estado tanto tiempo preocupada por mis hijos, por cómo podía afectarles el que empezara a salir con alguien, que no me había parado a pensar en lo beneficioso que puede ser para ellos.
Amanda había estado pensando mucho a lo largo de aquella semana, dándose cuenta de que tenía que empezar a hacer cambios en su vida.
—No es que espere que empieces de repente a jugar a ser su padre y construir castillos con ellos —aclaró Amanda, que no quería que Robbie malinterpretara sus palabras, aunque sí quería que supiera que estaba dispuesta a hacer algunos cambios.
—Entonces… ¿Significa esto que has cambiado de opinión? ¿Qué quieres estar conmigo?
Al aire se hizo pesado de repente. Amanda aún no había descubierto cómo conciliar los sentimientos que todavía tenía por su difunto marido con el torrente de emociones que sentía al lado de Robbie.
—No sé si existe un futuro para nosotros —dijo Amanda—. No es mucho lo que puedo ofrecerte. Pero… Estoy preparada para seguir donde lo dejamos el último día.
—Te asustaste —afirmó Robbie.
—He estado recibiendo llamadas anónimas, y a veces me pongo muy nerviosa cuando mis hijos no están conmigo.
Robbie frunció el ceño, y Amanda comprendió que no podía seguir ocultándoselo por más tiempo.
—¿Por qué tus hijos tendrían que estar amenazados por unas cuantas llamadas anónimas?
Amanda suspiró y deseó que la vida hubiera sido diferente, haberlo conocido sin un pasado tan complicado.
—Yo… Quiero que te sientes —dijo apoyándose en el borde de la mesa—. Mi difunto marido era policía. Fue asesinado en el cumplimiento de su deber por un narcotraficante.
—¡Dios mío, Amanda! —exclamó Robbie acercándose a ella como un resorte—. No tenía ni idea…
—Espera —dijo ella alzando la mano—. Durante el tiroteo, Dan mató a uno de los narcotraficantes. El hermano del muerto juró venganza, o eso es lo que me dijeron los compañeros de mi marido.
Robbie se sentó junto a ella, esta vez con más tranquilidad, y pasó su brazo alrededor de su cintura.
Al hacerlo, hizo que Amanda sonriera. Entonces se dio cuenta de que, pasara lo que pasase entre ellos, en Robbie había ganado un amigo para siempre. Le importaba de verdad que estuviera en peligro.
—¿Te ha amenazado ese tipo? —preguntó Robbie entrenando en tensión.
—Hubo mucho revuelo durante el juicio, pero no le di importancia en aquel momento. Sin embargo, el juez no le impuso una condena muy severa. Hace poco salió de la cárcel en libertad condicional, y yo empecé a recibir llamadas misteriosas, a veces a medianoche. Decidí huir de Los Ángeles.
—¿Y sigues recibiendo esas llamadas?
—Algunas. Puede que sean equivocaciones, o que haya heredado el teléfono de otra persona y la gente cuelgue al ver que no soy quien ellos esperaban que fuera, pero… —dijo apoyando la mano en el hombro de Robbie para tomar fuerzas.
—Pero el instinto te dice otra cosa —terminó él la frase.
Amanda cerró los ojos y pensó que, de no ser por el sitio donde estaban, por la diferencia de edad entre ellos y por las vidas tan distintas que habían tenido, podrían llegar a ser una pareja perfecta.
—He hablado con la policía y ellos lo han hecho con la compañía telefónica. Han instalado un mecanismo para localizar las llamadas. Además, he puesto algunas medidas de seguridad adicionales en la casa y he hablado con algunas personas, como el director del colegio de los chicos y Claudia.
—Amanda… —dijo él mirándola con infinita ternura—. Me da rabia lo mal que lo has tenido que pasar, pero a partir de ahora no tienes por qué afrontarlo sola.
—Te agradezco que te preocupes por nosotros —dijo Amanda que, por una noche, estaba tranquila, ya que sus hijos estaban con Claudia, cuyo hijo era marine y estaba de permiso por casualidad.
—No sólo me refiero a mí —respondió Robbie acariciándole suavemente el pelo—. Hay cientos de empleados en Quest, y todos ellos están dispuestos a ayudarte.
—No te entiendo —Amanda frunció el ceño—. He hablado con la policía, he puesto más medidas de seguridad en mi casa… No hay nada más que pueda hacer.
—Sí, sí lo hay —dijo Robbie muy serio—. Puedes venir a vivir aquí.
Robbie sabía que Amanda no iba a aceptar su propuesta fácilmente.
Desde el principio, había evitado insistentemente tener una relación íntima y él, a pesar de lo mucho que la deseaba, le había dejado hacer las cosas a su manera por las dudas que él mismo tenía acerca de su futuro. Su vida profesional era en esos momentos un caos, y estaba empezando a plantearse seriamente la posibilidad de establecerse por su cuenta. Una mujer de la edad de Amanda, que además había pasado ya por la experiencia de perder un marido, necesitaba tranquilidad, un lugar donde establecerse y donde sus hijos pudieran crecer.
—No sé —dijo Amanda—. He gastado todos mis ahorros en la casa donde vivimos actualmente. No puedo…
—Sería sólo por una temporada, no haría falta que trajeras muchas cosas ni que hicieras una gran mudanza. Hay casas en Quest lo suficientemente grandes como para que podáis estar confortablemente. Podrías venir aquí un par de meses, el tiempo necesario para que la policía averigüe el origen de esas misteriosas llamadas.
Cuanto más lo pensaba, más entusiasmado estaba con la idea. Tener a Amanda cerca de él le permitiría estar cerca de ella más tiempo y, de esa forma, protegerla mejor. Nunca en su vida había sentido ese instinto hacia nadie, el instinto de cuidar y proteger a otra persona por encima de su propia seguridad.
—Es muy generoso por tu parte —comentó Amanda pensativa—. Y, en realidad, es una buena idea. Pero no tengo dinero suficiente para pagar un alquiler por…
—Mi intención no es hacer negocio contigo —la interrumpió Robbie con la esperanza de que, en esa ocasión, en la que estaba en juego la seguridad de sus hijos, no fuera tan testaruda como lo había sido hasta el momento con él—. Es un gesto amistoso. No tendrías que pagar nada. Sé perfectamente que si mi madre conociera tu situación, te haría la misma proposición.
—Yo… —dijo Amanda dubitativa—. Sé que tal vez es abusar demasiado de vuestra generosidad, y también que no debería aceptar, pero… ¿Cómo puedo negarme cuando sería tan bueno para la seguridad de mis hijos?
—Puedo acompañarte ahora mismo a tu casa —contestó Robbie suspirando aliviado y estrechándola entre sus brazos—. Podemos tomar algunas cosas y traerlas aquí antes de que tengas que ir a buscar a los chicos —añadió Robbie que, sabiendo que estaba en peligro, estaba dispuesto a no dejarla sola ni un momento.
Su hermano Brent había perdido a su mujer, y eso casi le había destrozado. Por eso, Robbie podía hacerse una idea de lo que debía de haber sido para Amanda perder a su marido, Dan. En todo lo que estuviese en su mano, haría siempre lo posible por no herirla aún más.
—Eso sería genial —aceptó Amanda finalmente.
Robbie la abrazó con fuerza, sabiendo que aquella decisión tenía muchas implicaciones que no eran fáciles de percibir a simple vista. El peligro que corría Amanda lo impulsaba a estar junto a ella, lo que suponía un impedimento al proyecto de establecerse por su cuenta. Cuanto más tiempo pasara con Amanda, menos posibilidades tendría de hacerlo realidad. Y eso a pesar de que ya había empezado a hacer algunas llamadas, buscando ranchos donde necesitaran entrenadores experimentados.
—Robbie… —murmuró Amanda mirándolo—. Estoy profundamente agradecida por todo esto. Oficialmente, estaré viviendo en Twisted River pero, en realidad, estaremos aquí. Ni siquiera contrataré una línea nueva. Utilizaré sólo mi teléfono móvil.
—Bien —dijo Robbie deseando pasar a la acción—. Si nos damos prisa y salimos ahora mismo, podemos estar de vuelta antes de que la fiesta termine.
Amanda sonrió, y Robbie se dio cuenta de que no solía hacerlo muy a menudo cuando sus hijos no estaban delante. Una muestra de la cantidad de problemas y preocupaciones que debía de tener en la cabeza.
Robbie la abrazó de nuevo. Ambos eran conscientes de que, de una forma u otra, acababan de sellar un pacto, una especie de compromiso mutuo, muy parecido a una relación.