Capítulo 13
Aunque Churchill Downs era la pista de carreras más famosa de Kentucky y estaba presente cada día en los medios de comunicación, en realidad no era la mejor ni la más excitante. La legendaria pista de Louisville había perdido mucho encanto en los últimos años, y siempre estaba llena de apostadores que fumaban constantemente y leían las noticias de última hora sobre los caballos como si en ellas se encontrara el secreto del universo.
Por eso, Robbie prefirió llevar a Amanda a Keeneland. Era el lugar ideal para introducir a una mujer como ella en el mundo de las carreras y los purasangres. Quizá fuera perder el tiempo, ya que ella había dejado claro que quería ir despacio, sin comprometerse demasiado, pero tampoco él podía ir mucho más allá con ella. Ya había hablado con un rancho de Texas y había concertado una entrevista para la semana siguiente. Sin embargo, eso no lo iba a detener. Quería saborear cada minuto que pasara con ella.
—Es precioso —comentó Amanda mientras caminaban junto a un fila de figuras de jockeys en tamaño real hechas de hierro—. No es en absoluto como me lo había imaginado.
Robbie disfrutó de lo lindo al ver su reacción cuando la llevó a la sección principal, donde multitud de puestos ofrecían desde perritos calientes hasta fotografías y cuadros de caballos en todo tipo de posiciones.
—Hay pocos sitios en los que se pueda ver de verdad el espíritu de este mundo de los caballos. Éste es uno. Otro es Saratoga, en Nueva York. Son pocos, pero los auténticos aficionados saben valorarlos.
El lugar estaba lleno de gente. Las mujeres no llevaban los típicos sombreros pintorescos tan usuales en el Kentucky Derby o en Ascot, pero todas vestían de forma muy elegante. Los hombres iban de sport y hablaban incesantemente por sus teléfonos móviles.
—¿Dónde estarías en estos momentos si compitiera alguno de tus caballos? —le preguntó Amanda—. ¿En las gradas o en los establos?
Robbie la miró y sonrió al ver el interés que estaba mostrando. Se había puesto un vestido marrón entallado cuyo cuello rectangular realzaba su cuello y la hacía muy sensual. Sobre su piel, una cadena dorada brillaba con los rayos del sol.
Había reservado una cabaña para dos a la orilla del río Palisades. El plan era pasar la tarde allí, enseñarle el hermoso paisaje de los alrededores y dormir juntos. Como no era muy conveniente marcharse de Quest e ir directamente a la cabaña, Robbie había pensado que pasar un par de horas en Keeneland los ayudaría a crear un ambiente distendido e íntimo.
—Los caballos están al otro lado de la pista —dijo Robbie señalando hacia el horizonte—. Los sacan poco antes de la carrera para que los apostadores puedan verlos bien y tomar sus decisiones finales. Si yo tuviera un caballo hoy compitiendo, en estos momentos estaría de un lado para otro, algo estresado.
Aunque en ese momento no se encontraba en esa situación, Robbie estaba agitado por la costumbre.
—¿Te pone nervioso tener caballos en la pista? —preguntó Amanda.
—No son nervios —contestó Robbie pensándolo bien—. Es excitación, supongo —precisó mientras pasaban junto a un chico que estaba tocando viejas canciones con una guitarra española.
—Excitación… —repitió Amanda pensativa.
Robbie miró a los caballos que iban a competir en la siguiente carrera y estaban dando la vuelta de reconocimiento en aquel momento. Pensó que Algo de que hablar podría ganarles a todos ellos.
—A mi madre le gusta mucho decir que llevo a los caballos en las venas porque me dio a luz durante la Bluegrass Stakes. Tenga o no tenga algo que ver, siempre me ha apasionado venir aquí y hacer correr a nuestros caballos contra los demás.
—Eres muy competitivo —comentó Amanda mirando el cuadro que estaba pintando un chico joven—. Supongo que ser el más pequeño de los hermanos te ha llevado a ello.
—Mi abuelo me traía mucho por aquí de pequeño —dijo Robbie—. Al poco tiempo se retiró, y entonces empezamos a venir juntos todas las primaveras y todos los otoños.
Robbie pensó que también los hijos de Amanda podrían disfrutar de aquel mundo tanto como lo había hecho él mismo a su edad. Se imaginaba sin ningún esfuerzo paseando por los alrededores con Kiefer y Max, explicándoles el funcionamiento de cada cosa. Había estado tan pendiente de Amanda, de la atracción que sentía hacia ella, que nunca se había parado a pensar cómo podía llegar a afectarle separarse de sus hijos en caso de que tuviera que romper la relación con ella.
Robbie la llevó a pie de pista para que viera más de cerca los caballos.
—¿Por eso te hiciste entrenador?
—Sí y no. Mi abuelo me hizo enamorarme de todo esto, de los preparativos antes de una carrera, de toda la organización… Me llevaba a hablar con todo el mundo, desde los entrenadores hasta los jockeys. A partir de ahí, poco a poco, me empezó a interesar como profesión. Nunca habría podido hacer el trabajo de mi hermano Andrew, siempre en el lado financiero del negocio. Aunque sea el que se lleve siempre toda la atención, prefiero esto.
Robbie vio que uno de los caballos estaba nervioso, mirando a su alrededor muy alterado. Parecía la primera vez que competía, y él se preguntó si a Algo de que hablar le podría pasar lo mismo. Melanie lo había llevado aquel mismo día a una carrera local. No era sólo para purasangres, sino para todo el que quisiera inscribir a su caballo. Era una buena oportunidad para que empezara a acostumbrarse a las pistas y a las multitudes, además de una forma de demostrarle a todo el mundo, sobre todo a Marcus, que su corazonada había sido acertada, que el caballo estaba en plena forma y listo para competir.
—Pero… —continuó Amanda—. ¿Por qué decidiste hacerte precisamente entrenador? —preguntó mirando a una madre que llevaba a su hijo de la mano mientras el pequeño se tomaba un cucurucho de helado.
Robbie volvió a fantasear con un pasado imaginario en el que pudiera haber visto a Amanda con sus hijos recién nacidos. Aunque era una auténtica estupidez porque, por entonces, ella había estado casada, y él no habría podido acercarse ni a cincuenta metros.
—¿Qué prefieres, que te diga toda la verdad o la respuesta oficial que suelo dar siempre?
—¿Hace falta que te lo diga? —sonrió Amanda.
Robbie, a quien no le gustaba demasiado hablar de cosas muy íntimas, estaba empezando a preguntarse cuánto más iba a tener que estar allí con Amanda antes de poder llevársela a la cabaña.
—Mi padre siempre ha dicho que entrenar un caballo es la parte más dura de todo este negocio.
—Y tú te lo tomaste como un reto personal, ¿verdad? —preguntó Amanda.
—Más o menos —contestó Robbie saludando a uno de los jockeys—. No es una razón muy noble, ¿verdad?
—A mí sí me lo parece. Creo que es perfectamente normal querer buscar la aprobación de un padre.
—Pues, por lo que parece, todavía no lo he conseguido —comentó Robbie frustrado mientras ella le acariciaba el cuello con los dedos.
Lo estaba haciendo de una forma inocente, pero algo en los ojos de Amanda le estaba haciendo comprender que también ella estaba deseando meterse en aquella cabaña con él cuanto antes.
—Ya verás como vas a dejar a tu familia boquiabierta cuando Algo de que hablar gane hoy la carrera —dijo Amanda mientras él la tomaba de la cintura.
—¿Cómo te has enterado tú de eso? —preguntó Robbie, que había intentado mantenerlo en secreto, ya que no quería sentir todavía más presión.
—Melanie me pidió que lo inscribiera e hiciera todo el papeleo —contestó Amanda—. Me pidió que no se lo dijera a nadie, y eso es lo que he hecho. Sabe ser muy persuasiva.
—Es un demonio —contestó Robbie—. Todo aquél que pretende llegar a ser un buen jockey tiene que ser firme y decidido. Mi hermana, sin embargo, además de ser todo eso, tiene un carisma especial que encandila a quien hable con ella.
—Mi marido era exactamente igual —comentó Amanda frunciendo un poco el ceño al recordar el pasado—. Se había hecho contigo antes de que te dieras cuenta. Cuando se le metía algo en la cabeza, siempre lo conseguía.
—Y así fue como te consiguió, ¿no? —preguntó Robbie.
—Sí. Era un hombre amable y con sentido de humor, pero sabía actuar con determinación cuando hacía falta. Discutir con él era un horror —dijo Amanda—. Pero… ¿Por qué lo de Algo de que hablar ? ¿Por qué mantenerlo en secreto? —preguntó cambiando de tema.
La gente estaba empezando a agolparse junto a ellos para estar cerca de la pista. La carrera estaba a punto de comenzar.
Mientras tanto, Robbie se estaba preguntando si Amanda y Dan habrían tenido algún problema serio como pareja. Una parte de él le hacía sentirse orgulloso por tener una personalidad y un forma de ser muy distinta a la del difunto marido de Amanda. Nunca había sido especialmente sociable. Le gustaba más estar a su aire. Era más bien un lobo solitario.
O, al menos, eso había sido hasta que había conocido a Amanda y había descubierto lo mucho que le gustaba estar con ella.
Las sirenas emitieron un sonido agudo, señal para que los caballos fueran a la línea de salida y se prepararan.
—Ya tengo suficiente presión de Marcus, que está deseando que fracase, como para tener además al resto encima —dijo acercándose a Amanda a medida que iba llegando más gente—. Estoy deseando que Algo de que hablar pueda correr el Sandstone Derby en Dubai. Allí sí podemos correr.
—De modo que la única manera que tenéis de sortear la prohibición que existe sobre los caballos de Quest es competir en el extranjero o en carreras locales que no estén cerradas sólo a purasangres.
—Exactamente.
En ese momento, sonó el pistoletazo de salida y las puertas de los cajones se abrieron.
—¿Quién crees que va a ganar? —le preguntó Amanda haciéndose oír entre el griterío general.
—El número cuatro —contestó sin dudarlo—. Tiene un nuevo entrenador, un chico que tiene mucho talento. Además, se nota que tiene hambre de victoria.
—Como tú.
Robbie vio a Amanda sonreír. En ese momento, con los caballos corriendo a toda velocidad por la pista y Amanda junto a él, compartiendo uno de los espectáculos que más le gustaban en el mundo, Robbie sintió que no sólo le gustaba estar con ella por la atracción que existía entre ambos. Era algo más. Era también la persona con quien más le gustaba estar, con quien más le gustaba hablar y divertirse. Quizá fuera la diferencia de edad, pero cuando Amanda miraba las cosas, todo parecía sencillo. Parecía ser capaz de comprenderlo todo, de entender por qué él era como era mejor de lo que nadie lo había entendido jamás.
Mientras el caballo número cuatro se adelantaba a todos los demás y entraba primero en la meta con más de dos cuerpos de ventaja, Robbie lamentó tener que marcharse de Quest. Amanda se estaba convirtiendo en una necesidad fundamental, en algo que necesitaba cada vez más para vivir. Estar pasando el día con ella le estaba sirviendo para darse cuenta de que Amanda tenía todo lo que siempre había deseado en una mujer.
Aquella tarde, mientras los rayos de sol de finales de septiembre iluminaban la superficie del río Palisades, por el que avanzaba lentamente el bote que Robbie había alquilado, Amanda sintió una felicidad inconmensurable tan claramente como escuchaba el ruido de los remos al impactar contra el agua.
Hacía mucho tiempo que no se había sentido de aquella manera. Sus hijos se habían despedido de ella aquella mañana dándole besos, tan excitados como ella ante la perspectiva de que pasara un día entero sola. Por supuesto, no les había dicho que lo iba a pasar con Robbie Preston.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo Robbie dejando de remar.
No habían pasado demasiado tiempo en la cabaña. Sólo el suficiente como para dejar las bolsas de viaje que llevaba y sacar algunas cosas para hacer un picnic. Entre otras cosas, Robbie había sacado una botella de vino de Cambria, producido al parecer por primos suyos residentes en Australia.
—Claro —dijo dejando con cuidado su vaso de plástico lleno de vino sobre el suelo del bote.
—Una vez me preguntaste… ¿Por qué yo? —dijo Robbie—. ¿Te acuerdas?
—Sí —contestó Amanda—. Siempre me he preguntado que podía ver un hombre atractivo de veintiocho años en una mujer viuda de cuarenta como yo.
—Ya sabes lo que se rumorea de las mujeres maduras en cuanto al sexo —sonrió Robbie.
—Mmm… Bueno, aunque agradezco el comentario, el día que estuviste en mi casa me diste una respuesta mucho más convincente —sonrió Amanda recordando el momento en que él la había besado.
Robbie tomó de nuevo los remos y se dirigió a la cabaña. Amanda lo miró fijamente. Aunque el viaje por el río había sido perfecto, aunque nadie los había molestado, aunque podría haberse dejado llevar por la corriente siempre que él hubiera estado con ella, regresar a la cabaña significaba poder tocarlo al fin, poder pegar su cuerpo al de él, algo que había estado deseando durante todo el día.
—Me gustaría responder a la pregunta. Eres una mujer preciosa y tienes unos hijos maravillosos. Además, eres la clase de mujer que no necesita a su lado a un hombre para ser feliz. ¿Qué podría darte un entrenador de caballos como yo que, a pesar del dinero de su familia, no hace otra cosa más que arrastrarse por el suelo con animales y jugar al baloncesto dentro de su casa?
—¿Así es como te ves a ti mismo?
—Bueno, también reconozco que, a veces, tengo demasiado temperamento y pierdo el control.
—¿Y quién no?
Mientras se acercaban poco a poco a la orilla, donde se alzaba la cabaña, Amanda observó que Robbie estaba muy serio. Ésa era la imagen que tenía de él mismo. Se veía como un hombre demasiado temperamental y demasiado enérgico.
Era sorprendente cómo la familia podía determinar tan profundamente la imagen que uno se hacía de sí mismo. Robbie no era en absoluto consciente de todo lo que tenía que ofrecer, de todas sus virtudes.
Aunque no sabía qué futuro los aguardaba, aunque sabía que Robbie podía marcharse en cualquier momento a trabajar a otro rancho, a otro estado y conocer a otra mujer, Amanda quería hacerle un regalo que no olvidara nunca.
Cuando saltaron a tierra firme, Amanda tomó las manos de él entre las suyas y lo miró fijamente.
—Creo que eres un hombre sorprendente, Robbie Preston. Y voy a decirte por qué —empezó, apretándole las manos con fuerza—. Tienes el don de ver bajo la superficie de las cosas, de ver detrás de las cosas aparentes y de entender a las personas de la misma forma que entiendes a los caballos. Me has hecho ver cosas en mi propio hijo en las que nunca antes había reparado.
Robbie la miró sonriendo, como intentando refutar lo que estaba diciendo, pero ella no le dio opción a interrumpirla.
—No sé cómo lo haces, pero eres capaz de leer dentro de mí y anticiparte a mis deseos como nadie antes lo había hecho, y sé que eso no tiene nada que ver con que seas el hombre a quien más he deseado en toda mi vida. Creo que es porque eres capaz de ir más allá de las palabras, leer en el cuerpo de las personas y descubrir lo que nos hace especiales. ¿Sabes qué? Si te hubieras dado por vencido, si no hubieras sido tan tenaz, a estas horas yo estaría sentada en mi apartamento, viviendo mi solitaria y triste existencia.
Robbie la miró sin saber qué decir. Sus palabras habían despertado algo dentro de él, pero no sabía exactamente de qué se trataba.
Y, con esas palabras, Amanda se puso de puntillas para darle un beso suave y delicado en los labios. Tenía la esperanza de que lo que le había dicho hubiera calado en su interior, que le hubiera dado algo en lo que pensar.
Pero al día siguiente. En ese momento, no era precisamente hablar lo que más le apetecía.