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(…) Sí, una vez que Watanuki comenzó a defenderse, soltó una excusa tras otra; no tenían fin. Y declaró que, si Mitsuko aún quería morir, él estaría dispuesto a unírsele en un doble suicidio, aunque no veía por qué era necesario. Si se mataba ahora, correría la historia de que estaba desesperado por una deficiencia física, cosa que le resultaba difícil de soportar. No era tan cobarde como para suicidarse por esa razón; quería seguir viviendo, hacer una obra importante, mostrar a todo el mundo que era muy superior a la clase corriente de los seres humanos. Si Mitsuko tenía la fuerza de voluntad suficiente para afrontar la muerte, ¿por qué no se casaban? Seguro que vería que no había nada vergonzoso en aceptar a un hombre como él por marido; debía considerarlo una noble unión espiritual… Naturalmente, podrían afrontar dificultades, habría quienes no lo entendieran, por lo que más valía no divulgar su incapacidad. Aun cuando hubiera algunos rumores por ahí, ninguno estaría basado en una prueba real y, si alguien le preguntaba por él, esperaba que dijese que era totalmente normal…

Resultaba enormemente contradictorio: si se consideraba superior, sin razón alguna para desesperarse, ¿no debería haber actuado con descaro, en lugar de con secretos? Pero lo único que entonces parecía interesarle era casarse sin problemas antes de que nadie intentara impedírselo. Ese debería ser el primer objetivo y, para alcanzarlo, tendrían que recurrir al engaño. ¿Por qué habían de dejar que nadie se lo obstaculizara, si en lo más profundo de su corazón sabían que su conducta había sido irreprochable?

Mitsuko había dicho que podía dar resultado con otras personas, pero no sería tan fácil lograrlo con sus padres, pero Watanuki respondió que la familia de él estaría encantada de tener una nuera que entendiese su limitación; como solo sus padres denegarían el permiso, si se enteraran, era absolutamente necesario ocultárselo. Si Mitsuko accedía a ello, se podía hacer.

—¿Y si lo descubrieran? —preguntó Mitsuko.

—No hay que preocuparse por eso por adelantado, ¿no? Si llegara a ocurrir, explicaremos nuestros sentimientos clara y sinceramente y tú puedes decir que nunca te casarás con ningún otro. Después, si deniegan el permiso para que nos casemos, ¡siempre podemos escapar y suicidarnos!

Probablemente Watanuki no podía imaginar que su secreto era tan de dominio público, que le habían puesto un apodo al respecto; debía de pensar que solo lo conocían algunas mujeres del barrio de los placeres y que había sido lo bastante discreto para mantenerlo oculto. En realidad, parecía de lo más improbable que pudiesen engañar perfectamente a los padres de ella y llegar a casarse. Los «padres» de Watanuki eran su madre y un tío que había pasado a ser su tutor, según le había contado a ella, por lo que lo único que debía hacer Mitsuko era visitarlos, explicarles la situación y decir: «Un día de estos mi familia puede venir a hacerles una propuesta oficial de matrimonio y espero que les parezca aceptable». La madre de él se alegraría infinitamente y su tío nunca haría nada para ponerlo en evidencia y estropear su única posibilidad de matrimonio, pero Mitsuko pensaba que, antes de que sus padres hicieran una propuesta, no dejarían de examinar sus antecedentes y de un modo o de otro descubrirían la verdad. Así, pues, en lugar de causar un innecesario aluvión de protestas, ¿no sería mejor que siguieran de momento viéndose clandestinamente?

Watanuki declaró que no tenía una razón irrebatible para insistir en casarse y también él comprendía que era pedir mucho, tratándose de alguien con su estado físico; aun así, no se podía pedir a Mitsuko que permaneciese soltera para siempre y él no podía por menos de preocuparse por estar condenado a perderla. Además, todo lo que había dicho para justificarse era lo opuesto de lo que en realidad sentía. Si podía, deseaba tomar una esposa y vivir como un hombre normal… no para engañar a otros, sino para engañarse a sí mismo, convencerse de que no era diferente en modo alguno de otros hombres. No solo eso, sino que, además, era lo bastante vanidoso para desear asombrar a todos ellos teniendo como esposa a una belleza poco común como Mitsuko. De modo que estaba deseoso de casarse con ella, aunque le decía, sarcástico:

—Sigues poniendo excusas, pero ¡me imagino que aceptarías cualquier buena oferta de matrimonio!

Mitsuko replicó que nunca se casaría con ningún otro, aun cuando sus padres se lo pidieran y, en cualquier caso, no había perspectiva inmediata alguna al respecto. No tardaría en cumplir veinticuatro años y tendría libertad para adoptar su propia decisión sobre si casarse. Con solo que él tuviera un poco más de paciencia, llegaría la oportunidad para los dos… De lo contrario, no tendrían otra salida que el suicidio, según dijo ella, y al final consiguió que él aceptara esperar.

Mitsuko me dijo que por aquella época no acababa de entender sus propios sentimientos, pero al principio se limitaba a intentar calmarlo con la esperanza de llegar a romper con él de algún modo. Siempre que se reunía con él, después se arrepentía de haberlo hecho y pensaba: «¡Qué situación más ridícula! ¡Envidiada por otras mujeres por mi belleza y, sin embargo, en las garras de un hombre así! ¡Tengo que acabar con esto de una vez por todas!». Pero, por extraño que parezca, dos o tres días después, era ella la que iba tras él otra vez. Sin embargo, si le preguntaban si estaba tan enamorada, parece que desdeñaba hasta su estampa y lo consideraba despreciable, un hombre sin el menor carácter. Se reunían periódicamente, pero su relación no era amistosa precisamente; no cesaban de regañar y las disputas comenzaban con las mismas acusaciones estúpidas, pronunciadas con voz cargada de sospecha.

«¿Cuánto tiempo piensas tenerme esperando?», podía decir él, o: «¡Debes de haber revelado mi secreto!».

La propia Mitsuko no tenía el menor deseo de revelar algo tan desagradable, tan humillante para los dos, por lo que no era necesario que Watanuki la reprendiese al respecto. Aun así, le resultó imposible mantener el secreto con Ume, lo que provocó una pelea feroz con él.

—¡Cómo has podido contar semejante cosa a tu criada!

Mitsuko no se sintió intimidada.

—¡Tú eres un mentiroso y un hipócrita! —le replicó—. ¡Lo que dices y lo que haces son cosas enteramente distintas! ¡No hay un amor de verdad entre nosotros!

Al final, arrinconado y pálido de rabia, gritó:

—¡Te mataré!

—¡Adelante! Mátame, si quieres. Llevo mucho tiempo dispuesta a morir —Mitsuko permaneció inmóvil, con los ojos totalmente cerrados.

Watanuki dominó su ira.

—Perdóname. Me he equivocado.

—Yo no soy tan desvergonzada como tú —le dijo ella—. Si alguna vez se llegara a saber la verdad, ¡yo sufriría mucho más que tú! Por favor, no vuelvas a acusarme así.

Lo tenía en sus manos. Watanuki ya no podía enfrentarse a ella, pero eso lo volvió más taimado. A sus espaldas, se mostraba aún más receloso.

El caso es que por aquella época comenzó a hablarse del matrimonio con la familia M… Era cuando Mitsuko iba a la Academia Femenina de Bellas Artes, para poder salir de casa y tener la oportunidad de reunirse con Watanuki y me dijo que fue ella misma quien inició el rumor de una relación lesbiana conmigo enviando postales anónimas. Lo hizo porque él se había mostrado enfermizamente celoso desde que se enteró de la propuesta de matrimonio. Juró que no lo admitiría y amenazó con informar de su relación a los periódicos. No solo eso, sino que, además, la familia del consejero municipal había entrado en la competición y estaba haciendo lo posible para encontrar algún defecto que acabara con su posibilidad de casarse. Naturalmente, ella no deseaba casarse con el señor M., por lo que no le importaba ser la perdedora, pero lo que sí que temía era que la investigación revelara el secreto de Watanuki y sacase a la luz toda aquella historia. En una palabra, ella se había propuesto difundir su rumor para encubrir la verdadera situación.

Pues bien, se podría decir que me engañó a mí simplemente para engañar a otra gente. Por su parte, Mitsuko prefería ser considerada lesbiana que víctima de un ligón equívoco o de un «mariquita». Pensó que podía librarse de verse señalada con desdén y volverse el hazmerreír de todo el mundo. Así empezó todo, por la idea que se le ocurrió cuando se enteró de que yo estaba pintando un cuadro en el que la tomaba a ella como modelo y vio cómo reaccionaba yo cuando pasaba por delante de ella en la calle, pero yo me lo tomé tan en serio, me apasioné tanto, que, antes de darse cuenta, ya se estaba enamorando. Supongo que yo misma no era totalmente ingenua, pero mis sentimientos eran incomparablemente más puros que los de Watanuki y ella se vio atraída hacia mí: además, según dijo, había una diferencia enorme entre ser el juguete de alguien que era casi un paria y ser adorada por alguien de su propio sexo y retratada incluso como una divina Kannon. De modo que desde el momento en que llegó a conocerme a mí recobró su amor propio, su natural sentimiento de superioridad, y el mundo le pareció de nuevo luminoso. Dijo a Watanuki que estaba aprovechando aquellos rumores para despistar a la gente y pudo utilizar su amistad conmigo como otra excusa para salir de su casa.

Watanuki no era una persona que pudiese aceptar aquello por las simples apariencias, aunque fingió estar de acuerdo con ella. «Sí, es una buena idea», dijo, pero debió de sentir una punzada de celos y empezó a buscar una oportunidad para separarnos. Entonces a ella se le ocurrió que había algo sospechoso en el incidente habido en Kasayamachi. Todo aquel asunto del juego en otra habitación y una redada de la policía podía haber sido planeado con los empleados de la posada para asustar a Mitsuko y después esconder toda su ropa, mientras ellos dos huían… El caso es que, aquella tarde, antes de venir a mi casa, Mitsuko había ido de compras a Mitsukoshi y se había encontrado con él. Le dijo que iba a ir derecha a Kasayamachi después de visitarme, por lo que él debía esperarla allí. Watanuki vio que ella llevaba uno de los dos kimonos idénticos. Esa era su oportunidad: si podía hacerse con ese kimono y alejarlo de ella, tendría que telefonearme a mí, lo que seguro que provocaría una desavenencia entre nosotras. Mientras la esperaba, podía haber sobornado a los empleados y haberles dicho lo que debían hacer exactamente: Watanuki era totalmente capaz de montar un plan así y tenía tiempo para llevarlo a cabo. Resultaba demasiado inverosímil pensar que las personas que llevaran puestos sus kimonos robados fueran llevadas a la comisaría, por no hablar de que la policía no se hubiese molestado nunca en llamar a la casa de Mitsuko ni a la de Watanuki, pero Mitsuko no recelaba de un plan así en aquel momento y estaba demasiado preocupada para saber lo que debía hacer.

«Solo hay una salida», había declarado Watanuki. «Tienes que llamar a la señora Kakiuchi y lograr que te traiga ese kimono idéntico».

El relato de Watanuki había sido muy diferente, pero Mitsuko me contó que estaba tan nerviosa, que al principio no podía recordar qué kimono había perdido. Incluso después de que él le aconsejara que me llamase, ella había dicho: «No puedo pedir a mi hermana que haga eso».

Pero él siguió acuciándola.

«Entonces, ¿nos escapamos juntos o haces esa llamada?».

Mitsuko estaba desesperada. Prefería morir a escapar con él. Sin saber qué hacer, corrió al teléfono. Incluso entonces podría haberlo mantenido a él fuera de mi vista, sobre todo en un lugar como aquel, pero estaba demasiado confusa para pedirle que se marchara antes que ella o hacerme ir a mí a un café cercano.

Eso era lo que Watanuki se había propuesto cuando le dijo que se diera prisa y se decidiese. Una vez que yo llegué, ella dijo que no tenía valor para verme.

«Pues ve a esconderte», dijo él. «Yo lo arreglaré por ti».

Hizo todo lo posible para desempeñar el papel de amante de Mitsuko y dirigirme con todas sus explicaciones y preguntas insidiosas.

—Eso es exactamente lo que hizo —dijo Mitsuko—. A decir verdad, hasta entonces no sabía gran cosa sobre ti, Hermana.